El mundo poético de Antonio Manjón-Cabeza Sánchez.
Antonio Manjón-Cabeza Sánchez, nació en Lucena (Córdoba) en 1928 y falleció en Granada el 28 Julio 2006
© Antonio Cruz Casado
EL MUNDO POÉTICO DE ANTONIO MANJÓN-CABEZA SÁNCHEZ
El poeta, el verdadero poeta, ha de construirse un mundo especial para él; la realidad que él viva no será la realidad que vivan los demás escritores. Las consecuencias de tal creación son obvias: una realidad poética tiene su lógica propia y su coherencia, que no es ajena coherencia. El que se decida a entrar en el mundo del poeta ha de saber que se encuentra en un plano más elevado que el de los demás mortales, y que la lógica de ese mundo será diversa de la lógica con que enjuiciamos los hechos del mundo corriente.
Azorín
Gustavo Adolfo Bécquer consideraba dos tipos de poesía al reflexionar sobre un libro de su amigo Augusto Ferrán: uno, basado en la intención artística y estética del escritor y otro, de carácter espontáneo e ingenuo, a su vez relacionado con lo popular e intuitivo. Acerca del primero escribía lo siguiente: “Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura”. El poeta sevillano, como buen romántico, se decanta por el segundo tipo de poesía, caracterizada como “natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía”. Pero es la primera la que cultiva todo el mundo, como Bécquer indica a continuación, la que se basa en la meditación y en el arte, la que supone un resultado estético fruto de una larga ejercitación; es ésta también la poesía que compone Antonio Manjón-Cabeza y de la que este libro La lírica la vida es una buena muestra.
Casi nada se nos da de forma gratuita, si no son los fenómenos naturales, como el día o la noche, pero la actividad artística exige un esfuerzo suplementario junto con unas dotes especiales, que no todos los hombres poseen. Quiero decir que no es cosa fácil hinchar un perro, como recordaba Cervantes de forma un tanto escatológica, de la misma manera que no es fácil cosa escribir un libro, un objeto inerte en apariencia pero que contiene en sus páginas, encerrados en sus signos, parte de la experiencia vital de una persona, sus anhelos o sus sueños. De tal manera que, interpretando o decodificando las palabras, quizás podamos penetrar un poco en la intimidad del escritor, sólo hasta donde él quiera dejarnos avanzar por ese mundo interior suyo de luces y de sombras, porque no siempre lo que se escribe es cierto o responde a una realidad comprobable. Ya Fernando Pessoa avisó y dejó bien claro, en sus heterónimos y en sus palabras, que el poeta es un fingidor.
Claro que el proceso de comprensión de un texto literario no es siempre sencillo, pero es posible que cuantos más elementos comunes haya en el mundo de la experiencia del autor y del lector más fácil, más enriquecedora, será la lectura. De tal manera que, si trazamos un breve esbozo de la personalidad de Antonio Manjón-Cabeza, encontraremos en él numerosos rasgos de los que participamos en cierta medida sus lectores al mismo tiempo que nos reconocemos en sus versos, en sus palabras. Esto servirá también, en otro orden de cosas, para que el acercamiento del público al libro tenga unos parámetros básicos en los que apoyarse.
Tal como hemos indicado en otra ocasión (Antología Bromelia. Poetas actuales de la Subbética, Priego de Córdoba, 2000, pp. 207-208), Antonio Manjón-Cabeza Sánchez nació en Lucena, en el número 14 de la calle del Peso, y ha vivido físicamente, desde hace mucho tiempo, lejos de su ciudad natal; pero muchos de sus recuerdos y de sus añoranzas le han hecho vivir espiritualmente entre nosotros, entre los que aún recorremos las calles de la antigua Al-Yussana, de tal manera que lo hemos encontrado a veces perdido entre la bruma de los sueños lucentinos. De la casa natal y de su patio quedan huellas en las páginas y en las ilustraciones de alguno de sus libros de versos. La infancia, tan feliz, se vio oscurecida por alguna sombra: la ausencia de la madre, fallecida al nacer el niño, hecho que se evoca en un poema de este libro, “Encontré a mi joven madre, que murió de mí, en las puertas del cielo”, en el que escribe:
Fue la primera pena de alegría
y la primera voz que se me fue.
Con ojos llantoabiertos miré que
aquella voz era la voz la mía.
De su infancia lucentina quedan muchas huellas en la presente colección. Al fallecer la madre, Antonio y su hermana Araceli quedan al cuidado de los tíos y los abuelos, familiares que los miman y los cuidan para que no sientan la nostalgia materna, la querida sombra tutelar ausente. En “Alcoba de los besos y las madres” evoca algunos elementos de aquel mundo infantil:
Aquella alcoba de las nueve a una,
recortables de guerra, miel de enero,
el gato blanquirrubio ojos de luna,
constantes de sonaje el aguacero.
Sus abuelos eran personas acomodadas, de clase media alta, sin problemas económicos y con un prestigio notable entre sus convecinos. La abuela Amalia fue durante muchos años camarera de la Virgen de Araceli, hasta el año 1958, en que falleció, designación que constituía (y constituye) uno de los grandes honores para cualquier señora lucentina. Tal cargo solía conllevar la custodia de las ropas y las joyas con que se adorna la imagen de la Virgen, tesoro que, en este caso, se guardaba en una habitación contigua al dormitorio de Antonio, dato que explica los versos iniciales de su composición poética “Araceli Santísima si quiero”, incluida en el libro Poemas en Lucena:
Ahora, si quiero y no me ven, puedo
abrir las arcas limítrofes del sueño.
Si quiero ahora y me dejan a solas
puedo enjoyar los dedos en cajas de las joyas,
vestirme de Araceli, la túnica verdosa,
atentamente nocturno pasear las baldosas,
lentamente antesala procesionar las horas.
Basta pisar los fríos, despreciar la almohada,
andar a los tesoros, abrir las largas cajas.
Ni otro lucentino, ni ninguna otra casa
tienen la misma suerte en tantas madrugadas:
a nada de mi sueño, a poco de la cama
las ropas de Araceli y las joyas guardadas.
El abuelo tenía abundantes posesiones, heredades y casas de labranza, “que en otras tierras se dice bienestar / y aquí opulencia”, como escribe a otro respecto Antonio Machado, entre las que se encontraba el antiguo caserío de Cárdenas (construido hacia 1881), cerca de Monturque, en el que el niño pasó numerosas temporadas, sobre todo en invierno, cortijo recordado luego como un lugar agradable y deleitoso, casi un locus amoenus, en muchos de sus versos. En la colección presente se concretan en aquel entorno familiar y querido los días de lluvia junto al fuego campesino, los hermosos otoños tornasolados con sus espléndidos matices arbóreos, el silencio que se cierne en torno al olivar que madura su fértil cosecha, la humedad que hace crecer los líquenes y los musgos, la caza del zorzal, etc. Esta designación topográfica aparece en los títulos o en los subtítulos de diversos poemas de la presente colección, como “Campo de silencio el olivar”, “Caserío de Cárdenas”, “Madre humedad”, “En los olivos otoñales lo perturba el hacha”, “Proyectos de otoño”, “Puede ser”, etc. Del primero de los que integran la enumeración presente son estos versos:
El invierno es la bella temporada
de este campo, campo de caudales,
bello de entrega a hombres anuales,
fruto pupilas de mirar morada.
Escándalo mayor el de la arada;
como fieras mayores los zorzales;
lluvias de invierno caen primaverales;
es campo de mirar y de mirada [.]
Su primer colegio fue el de los Hermanos Maristas, en Lucena, desaparecido en la actualidad, en el que se formaron muchos jóvenes lucentinos y de los alrededores de esta ciudad, como sucede con el poeta Vicente Núñez, de Aguilar de la Frontera, que recuerda en alguna de sus composiciones aquella hermosa y lejana época educativa:
Cuando en las calles gratas de Lucena se oían
los agudos repiques del velonero y daba
en San Mateo el último sol de la media tarde;
cuando al final del sábado, como cohetes rosa,
herían los vencejos la punta florecida
de nuestros surtidores, entonces, era entonces
la vida un paraíso de colegiales tímidos
que aguardasen la hora mágica del domingo.
Nadie sabrá a distancia qué tejas fueron nuestras,
qué palomares altos, qué recortes de hostias;
nadie como dolían la humedad y la vela
de cara a aquellos muros colosales y viejos.
(“Vacaciones”, Los días terrestres, 1957).
La infancia y la adolescencia constituyen un vivero de sensaciones y sentimientos a los que el poeta suele recurrir luego a lo largo de su vida para sustentar edificios verbales, construcciones imaginarias que remiten a otros tiempos, a etapas de la vida consideradas felices, por lo general; es por eso por lo que el crítico encuentra en estos años iniciales de la existencia gérmenes y experiencias luego transmutados poéticamente.
En su juventud Antonio Manjón-Cabeza cambió los plateados olivos y las sierras de su comarca natal, la Subbética, cuando aún no se llamaba oficialmente así, por la apacible vega granadina y por “aquellas ruinas y despojos que enriquece Genil y Dauro baña”, como diría con aparente menosprecio nuestro don Luis de Góngora y Argote, un poeta del que se declara admirador Antonio. Todo esto sucede tras la etapa del bachillerato, iniciada en Lucena y acabada en Cabra, cuando comienza a estudiar Derecho en la Universidad de Granada; es entonces el curso 1947-48. Cuando termina la carrera, hace las prácticas de alférez en las Milicias Universitaria de Mahón, en Menorca, y también de esta experiencia vital quedan algunos restos en la colección que presentamos, como “Bocaarriba para soñar de frente”, “El Mar, el Mar” o “Bonjour, tristesse”.
Como para muchos otros estudiantes, en esa etapa el amor es una asignatura más (y mucho más grata que el resto) que se cursa en los años universitarios. Hacia 1954, según los sonetos de “Eros 54”, conoce a la granadina Olimpia Cruz Hernández, que también cursa la carrera de Derecho, y se enamoran. Cuando ambos obtienen la licenciatura, contraen matrimonio. Corre entonces el año 1958. La presencia de la esposa, de la amada, es una constante en este y en muchos otros libros de versos. Como muestra, recordemos los versos iniciales del segundo de los poemas que integran el título mencionado arriba:
En la calle de Elvira (más o menos)
altas sus flores, lentitud de acera,
aljibes del amor aljibes llenos,
lumbre de amor y de tabacalera.
El sol luna de niebla, marzo escaso,
pura la nieve, purísimo el deseo.
Mañanita de niebla, Garcilaso,
tarde de manos juntas, buen Romeo.
De este matrimonio feliz han nacido seis hijos: Antonio, Lola, Luisa, Olimpia, Araceli y Ofelia, dedicados a la enseñanza en la universidad o en diversos institutos de enseñanza media cuando no al ejercicio de carreras técnicas. Su presencia es también visible en los textos poéticos de esta y otras colecciones paternas, como sucede en el titulado “Si no es así, no sea”, del libro Risueña enfermedad son las auroras, en el que el poeta viene a decir que, si resucitara de nuevo, querría que todo fuese como en realidad ha sido, de lo contrario sería preferible el olvido completo. Sus ocho nietos son una gozosa proyección familiar y también tema poético igualmente documentado en la colección que presentamos.
Antonio Manjón-Cabeza trabajó algún tiempo como administrativo en la Universidad de Granada, pero su dedicación vital ha estado vinculada al Museo de la Casa de los Tiros, cuya plaza de secretario ha ocupado durante casi treinta años hasta su reciente jubilación. Así que ha vivido siempre en un mundo poblado por letras impresas, de tal manera que ha llegado a convertirse en un experto hemerógrafo, en uno de los mejores conocedores (si es que no es el mejor) de los periódicos granadinos y de su historia, así como de la imprenta de la ciudad del Darro y del Genil.
Fruto de esta vocación y dedicación son varios estudios, voluminosos y concienzudos estudios, con los que ha abierto amplios caminos a la investigación histórica; entre ellos están Guía de la prensa de Granada y provincia (1706-1989), Granada, 1995, en dos extensos volúmenes, trabajo de investigación que obtuvo el premio a este tipo de proyectos convocado por la Caja General de Ahorros de Granada; Guía de la hemeroteca de la Casa de los Tiros de Granada, Granada, 1996; Comerciantes poetas en la prensa de Granada, Granada, 1995, entre otros. Nos consta que sigue aún trabajando en estos temas, de los que podrá dar, como pocos, muestras valiosas y enriquecedoras.
Ha publicado hasta el momento varias colecciones de poemas, que no nos parecen resultado de un fervor reciente por la creación literaria, procedente de su etapa de madurez, sino que deben ser más bien producto de una larga y paciente labor a lo largo de los años, compaginada y alternada con el trabajo diario y la necesaria atención a la familia. Como se sabe, la creación de un estilo personal es resultado de una larga paciencia y creemos que Antonio Manjón-Cabeza lo ha conseguido. Entre sus libros poéticos están Poemas en Lucena, Lucena, Excmo. Ayuntamiento/Diputación de Córdoba, 1996; Jardín de pavaneras y otros tiernos, Peligros, Excmo. Ayuntamiento/Diputación de Granada, 1998, que obtuvo el primer premio en el XII Certamen Andaluz de Poesía “Villa de Peligros”, en 1997; Risueña enfermedad son las auroras, Granada, 1998; Memorias del hermoso planeta y Palpitación del mármol, ambos libros impresos en Granada en 1999, a los que se une ahora La lírica la vida, que hará pervivir hasta el siglo XXI una obra literaria iniciada, en el terreno de la impresión, en los últimos años de la centuria pasada.
Como he indicado en otro lugar, en sus versos se aprecian formas clásicas y modernas, con una amplia gama de temas que abarcan la vida cotidiana y doméstica inmediata, pasando por los diversos estadios de lo que un clásico español ha llamado las “intercadencias de la calentura de amor”, junto con diversas referencias culturalistas, refinadas y exquisitas, que estuvieron tan de moda hace algunos años y que suponen una singular formación estética y cultural. A veces su palabra poética adquiere tonalidades cromáticas y aromas lejanos que nos recuerdan similares recursos empleados por varios poetas del grupo “Cántico” de Córdoba o del modernismo tardío. A veces, el poeta juega con los vocablos, como podría haber hecho un lírico de la etapa conceptista, con los que encuentro otras concomitancias, y se nos figura un consumado maestro del lenguaje que ha convivido ya mucho tiempo con las expresiones coloquiales, con los términos que utilizamos todos, pero que tiene con ellos una amistosa y singular camaradería por lo que tiene el derecho (el poeta siempre tiene el derecho sobre las palabras) de someterlos a experimentos sonoros de los que suele saltar una chispa nueva. Algún toque de erotismo presta a su creación, tan personal y tan ajena a los encasillamientos habituales, un acusado toque de modernidad y de complicidad con el lector.
Por lo que respecta al presente libro, desde el punto de vista estilístico llama la atención el empleo de una serie de términos gramaticales sometidos a una tensión lingüística nueva, atípica, que procede de considerarlos incluidos en una categoría distinta a la que estamos habituados; este aparente forzamiento, que sólo el poeta es capaz de hacer, produce cierta extrañeza y distanciamiento en el habitual lector de poesía, rasgo que, a fin de cuentas, puede ser considerado como uno de los elementos que desde siempre han servido para fundamentar el lenguaje poético de cualquier escritor, su peculiar estilo. El estilo es el hombre, decían los clásicos.
En la misma línea de apartamiento de lo cotidiano, se podría señalar también la forma inusual de presentación de la tipografía tradicional del soneto, un esquema métrico clasicista bien conocido y exigente. En el lecho de Procusto de esta estrofa el pensamiento lírico se ve obligado a adaptarse con mayor o menor fortuna. Esto obliga a un ejercicio mental suplementario mediante el cual se procura, sin aparentes forzamientos, que la frase surja límpida y certera, como recién acabada de crear, de tal manera que lo que se quiere decir resulte expresado con las palabras más oportunas, más idóneas, más líricas (que no otra cosa parece ser la creación poética). Es posible que los sonetos más conseguidos, aquellos que ofrecen una aparente simplicidad, sean los más elaborados, los que han exigido más tiempo y más correcciones a su autor. Porque, sin duda, en estos tiempos de versolibrismo generalizado, el recurso de la estrofa es un valor a tener en cuenta, puesto que, tal como aconsejaba Víctor Hugo, hay que “ser aún más severo en lo que a la riqueza de rima se refiere, pues la rima es la única gracia de nuestro verso; y, sobre todo, [hay que] procurar casi siempre encerrar la idea en el molde de una estrofa regular”. Pensamos, con el gran lírico francés, que estas ideas aún tienen su vigencia y su validez, porque conllevan una elaboración más completa y compleja del texto lírico, algo que valorará el experto, ya sea simple lector o acendrado poeta, porque, como recordaba Lope de Vega refiriéndose a los efectos del amor, “quien lo probó lo sabe”. Quien alguna vez intentó escribir un soneto (“y en mi vida me he visto en tanto aprieto”, decía el lacayo Chacón en la conocida comedia del Fénix), ése es el que está en condiciones de valorar el esfuerzo que conlleva la composición de este libro. Y para mí, sin ningún género de dudas, la experiencia poética atesorada en estas páginas ha valido la pena.
Lucena, otoño de 2001
NOTA (septiembre de 2006): Antonio Manjón-Cabeza Sánchez falleció en Granada, el 28 de julio de 2006.
ANTONIO CRUZ CASADO
Catedrático de Lengua y Literatura
Prólogo al libro La lírica la vida (Granada, 2002), de Antonio Manjón-Cabeza Sánchez
Araceli Santísima si quiero
Ahora, si quiero y no me ven, puedo
abrir las arcas limítrofes del sueño.
Si quiero ahora y me dejan a solas
puedo enjoyar los dedos en cajas de las joyas,
vestirme de Araceli, la túnica verdosa,
atentamente nocturno pasear las baldosas,
lentamente antesala procesionar las horas.
Basta pisar los fríos, despreciar la almohada,
andar a los tesoros, abrir las largas cajas.
Ni otro lucentino, ni ninguna otra casa
tienen la misma suerte en tantas madrugadas:
a nada de mi sueño, a poco de la cama
las ropas de Araceli y las joyas guardadas.
incluida en el libro Poemas en Lucena
Visita a Garcilaso.
(Toledo, Iglesia del Convento de San Pedro Mártir).
Si estás, que no estás, y si no estás, que estás,
ánima Garcilaso en la gasa de piedra,
en la venda del mármol.
Si ardes, que no ardes, si no ardes, que ardes,
líquido Garcilaso aceite de muralla,
inflamable Toledo.
Si luchas, que no luchas, si no luchas, que luchas,
espada Garcilaso una espada en las manos,
y en las manos un arpa.
Si amas, que no amas, si no amas, que amas,
lágrima Garcilaso jabato de agua dulce
ensartado en un lirio.
Pequeñísima iglesia para el son de esta tumba.
El padre de la luna moja la frente en letras,
besa a qué pero a cuanto, aleja levemente,
y una espada
puño de claraboya que no rompe tejidos, atraviesa
el lento corazón y lento paso
del que va y no se va, y no se va, y se va.
Entusiasmo pueril del 19-9.
(Herido de muerte Garcilaso, nazco yo). 1958.
¿De aquel dardo algo dardo? ¿De aquel dardo
el suspiro? ¿De aquel no prematuro
este gozo infantil, lirio maduro,
pétalo puro, petulante nardo?
¿De la brusca caída el gozo alado?
¿Del buen morir guerrero esta ofensiva?
¿Qué son tres siglos si el afán al lado,
o cuatro siglos, mariposa viva?
El diecinueve de septiembre era
él malherido cuando yo a las fechas.
¡Entusiasmo pueril de alba y ocaso!
¿Algo nos une porque yo lo quiera?
¿Del dardo matador algo en mis flechas?
¿Yo algo de alguillo algo Garcilaso?
SONETO
¿De aquel dardo algo dardo? ¿De aquel dardo
el suspiro? ¿De aquel no prematuro
este gozo infantil, lirio maduro,
pétalo puro, petulante nardo?
¿De la brusca caída el gozo alado?
¿Del buen morir guerreo esta ofensiva?
¿Qué son tres siglos si el afán al lado,
o cuatro siglos, mariposa viva?
El diecinueve de septiembre era
él malherido cuando yo a las fechas.
¡Entusiasmo pueril de alba y ocaso!
¿Algo nos une porque yo lo quiera?
¿Del dardo matador algo en mis flechas?
¿Yo algo de alguillo algo Garcilaso?
© Antonio Cruz Casado
EL MUNDO POÉTICO DE ANTONIO MANJÓN-CABEZA SÁNCHEZ
El poeta, el verdadero poeta, ha de construirse un mundo especial para él; la realidad que él viva no será la realidad que vivan los demás escritores. Las consecuencias de tal creación son obvias: una realidad poética tiene su lógica propia y su coherencia, que no es ajena coherencia. El que se decida a entrar en el mundo del poeta ha de saber que se encuentra en un plano más elevado que el de los demás mortales, y que la lógica de ese mundo será diversa de la lógica con que enjuiciamos los hechos del mundo corriente.
Azorín
Gustavo Adolfo Bécquer consideraba dos tipos de poesía al reflexionar sobre un libro de su amigo Augusto Ferrán: uno, basado en la intención artística y estética del escritor y otro, de carácter espontáneo e ingenuo, a su vez relacionado con lo popular e intuitivo. Acerca del primero escribía lo siguiente: “Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura”. El poeta sevillano, como buen romántico, se decanta por el segundo tipo de poesía, caracterizada como “natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía”. Pero es la primera la que cultiva todo el mundo, como Bécquer indica a continuación, la que se basa en la meditación y en el arte, la que supone un resultado estético fruto de una larga ejercitación; es ésta también la poesía que compone Antonio Manjón-Cabeza y de la que este libro La lírica la vida es una buena muestra.
Casi nada se nos da de forma gratuita, si no son los fenómenos naturales, como el día o la noche, pero la actividad artística exige un esfuerzo suplementario junto con unas dotes especiales, que no todos los hombres poseen. Quiero decir que no es cosa fácil hinchar un perro, como recordaba Cervantes de forma un tanto escatológica, de la misma manera que no es fácil cosa escribir un libro, un objeto inerte en apariencia pero que contiene en sus páginas, encerrados en sus signos, parte de la experiencia vital de una persona, sus anhelos o sus sueños. De tal manera que, interpretando o decodificando las palabras, quizás podamos penetrar un poco en la intimidad del escritor, sólo hasta donde él quiera dejarnos avanzar por ese mundo interior suyo de luces y de sombras, porque no siempre lo que se escribe es cierto o responde a una realidad comprobable. Ya Fernando Pessoa avisó y dejó bien claro, en sus heterónimos y en sus palabras, que el poeta es un fingidor.
Claro que el proceso de comprensión de un texto literario no es siempre sencillo, pero es posible que cuantos más elementos comunes haya en el mundo de la experiencia del autor y del lector más fácil, más enriquecedora, será la lectura. De tal manera que, si trazamos un breve esbozo de la personalidad de Antonio Manjón-Cabeza, encontraremos en él numerosos rasgos de los que participamos en cierta medida sus lectores al mismo tiempo que nos reconocemos en sus versos, en sus palabras. Esto servirá también, en otro orden de cosas, para que el acercamiento del público al libro tenga unos parámetros básicos en los que apoyarse.
Tal como hemos indicado en otra ocasión (Antología Bromelia. Poetas actuales de la Subbética, Priego de Córdoba, 2000, pp. 207-208), Antonio Manjón-Cabeza Sánchez nació en Lucena, en el número 14 de la calle del Peso, y ha vivido físicamente, desde hace mucho tiempo, lejos de su ciudad natal; pero muchos de sus recuerdos y de sus añoranzas le han hecho vivir espiritualmente entre nosotros, entre los que aún recorremos las calles de la antigua Al-Yussana, de tal manera que lo hemos encontrado a veces perdido entre la bruma de los sueños lucentinos. De la casa natal y de su patio quedan huellas en las páginas y en las ilustraciones de alguno de sus libros de versos. La infancia, tan feliz, se vio oscurecida por alguna sombra: la ausencia de la madre, fallecida al nacer el niño, hecho que se evoca en un poema de este libro, “Encontré a mi joven madre, que murió de mí, en las puertas del cielo”, en el que escribe:
Fue la primera pena de alegría
y la primera voz que se me fue.
Con ojos llantoabiertos miré que
aquella voz era la voz la mía.
De su infancia lucentina quedan muchas huellas en la presente colección. Al fallecer la madre, Antonio y su hermana Araceli quedan al cuidado de los tíos y los abuelos, familiares que los miman y los cuidan para que no sientan la nostalgia materna, la querida sombra tutelar ausente. En “Alcoba de los besos y las madres” evoca algunos elementos de aquel mundo infantil:
Aquella alcoba de las nueve a una,
recortables de guerra, miel de enero,
el gato blanquirrubio ojos de luna,
constantes de sonaje el aguacero.
Sus abuelos eran personas acomodadas, de clase media alta, sin problemas económicos y con un prestigio notable entre sus convecinos. La abuela Amalia fue durante muchos años camarera de la Virgen de Araceli, hasta el año 1958, en que falleció, designación que constituía (y constituye) uno de los grandes honores para cualquier señora lucentina. Tal cargo solía conllevar la custodia de las ropas y las joyas con que se adorna la imagen de la Virgen, tesoro que, en este caso, se guardaba en una habitación contigua al dormitorio de Antonio, dato que explica los versos iniciales de su composición poética “Araceli Santísima si quiero”, incluida en el libro Poemas en Lucena:
Ahora, si quiero y no me ven, puedo
abrir las arcas limítrofes del sueño.
Si quiero ahora y me dejan a solas
puedo enjoyar los dedos en cajas de las joyas,
vestirme de Araceli, la túnica verdosa,
atentamente nocturno pasear las baldosas,
lentamente antesala procesionar las horas.
Basta pisar los fríos, despreciar la almohada,
andar a los tesoros, abrir las largas cajas.
Ni otro lucentino, ni ninguna otra casa
tienen la misma suerte en tantas madrugadas:
a nada de mi sueño, a poco de la cama
las ropas de Araceli y las joyas guardadas.
El abuelo tenía abundantes posesiones, heredades y casas de labranza, “que en otras tierras se dice bienestar / y aquí opulencia”, como escribe a otro respecto Antonio Machado, entre las que se encontraba el antiguo caserío de Cárdenas (construido hacia 1881), cerca de Monturque, en el que el niño pasó numerosas temporadas, sobre todo en invierno, cortijo recordado luego como un lugar agradable y deleitoso, casi un locus amoenus, en muchos de sus versos. En la colección presente se concretan en aquel entorno familiar y querido los días de lluvia junto al fuego campesino, los hermosos otoños tornasolados con sus espléndidos matices arbóreos, el silencio que se cierne en torno al olivar que madura su fértil cosecha, la humedad que hace crecer los líquenes y los musgos, la caza del zorzal, etc. Esta designación topográfica aparece en los títulos o en los subtítulos de diversos poemas de la presente colección, como “Campo de silencio el olivar”, “Caserío de Cárdenas”, “Madre humedad”, “En los olivos otoñales lo perturba el hacha”, “Proyectos de otoño”, “Puede ser”, etc. Del primero de los que integran la enumeración presente son estos versos:
El invierno es la bella temporada
de este campo, campo de caudales,
bello de entrega a hombres anuales,
fruto pupilas de mirar morada.
Escándalo mayor el de la arada;
como fieras mayores los zorzales;
lluvias de invierno caen primaverales;
es campo de mirar y de mirada [.]
Su primer colegio fue el de los Hermanos Maristas, en Lucena, desaparecido en la actualidad, en el que se formaron muchos jóvenes lucentinos y de los alrededores de esta ciudad, como sucede con el poeta Vicente Núñez, de Aguilar de la Frontera, que recuerda en alguna de sus composiciones aquella hermosa y lejana época educativa:
Cuando en las calles gratas de Lucena se oían
los agudos repiques del velonero y daba
en San Mateo el último sol de la media tarde;
cuando al final del sábado, como cohetes rosa,
herían los vencejos la punta florecida
de nuestros surtidores, entonces, era entonces
la vida un paraíso de colegiales tímidos
que aguardasen la hora mágica del domingo.
Nadie sabrá a distancia qué tejas fueron nuestras,
qué palomares altos, qué recortes de hostias;
nadie como dolían la humedad y la vela
de cara a aquellos muros colosales y viejos.
(“Vacaciones”, Los días terrestres, 1957).
La infancia y la adolescencia constituyen un vivero de sensaciones y sentimientos a los que el poeta suele recurrir luego a lo largo de su vida para sustentar edificios verbales, construcciones imaginarias que remiten a otros tiempos, a etapas de la vida consideradas felices, por lo general; es por eso por lo que el crítico encuentra en estos años iniciales de la existencia gérmenes y experiencias luego transmutados poéticamente.
En su juventud Antonio Manjón-Cabeza cambió los plateados olivos y las sierras de su comarca natal, la Subbética, cuando aún no se llamaba oficialmente así, por la apacible vega granadina y por “aquellas ruinas y despojos que enriquece Genil y Dauro baña”, como diría con aparente menosprecio nuestro don Luis de Góngora y Argote, un poeta del que se declara admirador Antonio. Todo esto sucede tras la etapa del bachillerato, iniciada en Lucena y acabada en Cabra, cuando comienza a estudiar Derecho en la Universidad de Granada; es entonces el curso 1947-48. Cuando termina la carrera, hace las prácticas de alférez en las Milicias Universitaria de Mahón, en Menorca, y también de esta experiencia vital quedan algunos restos en la colección que presentamos, como “Bocaarriba para soñar de frente”, “El Mar, el Mar” o “Bonjour, tristesse”.
Como para muchos otros estudiantes, en esa etapa el amor es una asignatura más (y mucho más grata que el resto) que se cursa en los años universitarios. Hacia 1954, según los sonetos de “Eros 54”, conoce a la granadina Olimpia Cruz Hernández, que también cursa la carrera de Derecho, y se enamoran. Cuando ambos obtienen la licenciatura, contraen matrimonio. Corre entonces el año 1958. La presencia de la esposa, de la amada, es una constante en este y en muchos otros libros de versos. Como muestra, recordemos los versos iniciales del segundo de los poemas que integran el título mencionado arriba:
En la calle de Elvira (más o menos)
altas sus flores, lentitud de acera,
aljibes del amor aljibes llenos,
lumbre de amor y de tabacalera.
El sol luna de niebla, marzo escaso,
pura la nieve, purísimo el deseo.
Mañanita de niebla, Garcilaso,
tarde de manos juntas, buen Romeo.
De este matrimonio feliz han nacido seis hijos: Antonio, Lola, Luisa, Olimpia, Araceli y Ofelia, dedicados a la enseñanza en la universidad o en diversos institutos de enseñanza media cuando no al ejercicio de carreras técnicas. Su presencia es también visible en los textos poéticos de esta y otras colecciones paternas, como sucede en el titulado “Si no es así, no sea”, del libro Risueña enfermedad son las auroras, en el que el poeta viene a decir que, si resucitara de nuevo, querría que todo fuese como en realidad ha sido, de lo contrario sería preferible el olvido completo. Sus ocho nietos son una gozosa proyección familiar y también tema poético igualmente documentado en la colección que presentamos.
Antonio Manjón-Cabeza trabajó algún tiempo como administrativo en la Universidad de Granada, pero su dedicación vital ha estado vinculada al Museo de la Casa de los Tiros, cuya plaza de secretario ha ocupado durante casi treinta años hasta su reciente jubilación. Así que ha vivido siempre en un mundo poblado por letras impresas, de tal manera que ha llegado a convertirse en un experto hemerógrafo, en uno de los mejores conocedores (si es que no es el mejor) de los periódicos granadinos y de su historia, así como de la imprenta de la ciudad del Darro y del Genil.
Fruto de esta vocación y dedicación son varios estudios, voluminosos y concienzudos estudios, con los que ha abierto amplios caminos a la investigación histórica; entre ellos están Guía de la prensa de Granada y provincia (1706-1989), Granada, 1995, en dos extensos volúmenes, trabajo de investigación que obtuvo el premio a este tipo de proyectos convocado por la Caja General de Ahorros de Granada; Guía de la hemeroteca de la Casa de los Tiros de Granada, Granada, 1996; Comerciantes poetas en la prensa de Granada, Granada, 1995, entre otros. Nos consta que sigue aún trabajando en estos temas, de los que podrá dar, como pocos, muestras valiosas y enriquecedoras.
Ha publicado hasta el momento varias colecciones de poemas, que no nos parecen resultado de un fervor reciente por la creación literaria, procedente de su etapa de madurez, sino que deben ser más bien producto de una larga y paciente labor a lo largo de los años, compaginada y alternada con el trabajo diario y la necesaria atención a la familia. Como se sabe, la creación de un estilo personal es resultado de una larga paciencia y creemos que Antonio Manjón-Cabeza lo ha conseguido. Entre sus libros poéticos están Poemas en Lucena, Lucena, Excmo. Ayuntamiento/Diputación de Córdoba, 1996; Jardín de pavaneras y otros tiernos, Peligros, Excmo. Ayuntamiento/Diputación de Granada, 1998, que obtuvo el primer premio en el XII Certamen Andaluz de Poesía “Villa de Peligros”, en 1997; Risueña enfermedad son las auroras, Granada, 1998; Memorias del hermoso planeta y Palpitación del mármol, ambos libros impresos en Granada en 1999, a los que se une ahora La lírica la vida, que hará pervivir hasta el siglo XXI una obra literaria iniciada, en el terreno de la impresión, en los últimos años de la centuria pasada.
Como he indicado en otro lugar, en sus versos se aprecian formas clásicas y modernas, con una amplia gama de temas que abarcan la vida cotidiana y doméstica inmediata, pasando por los diversos estadios de lo que un clásico español ha llamado las “intercadencias de la calentura de amor”, junto con diversas referencias culturalistas, refinadas y exquisitas, que estuvieron tan de moda hace algunos años y que suponen una singular formación estética y cultural. A veces su palabra poética adquiere tonalidades cromáticas y aromas lejanos que nos recuerdan similares recursos empleados por varios poetas del grupo “Cántico” de Córdoba o del modernismo tardío. A veces, el poeta juega con los vocablos, como podría haber hecho un lírico de la etapa conceptista, con los que encuentro otras concomitancias, y se nos figura un consumado maestro del lenguaje que ha convivido ya mucho tiempo con las expresiones coloquiales, con los términos que utilizamos todos, pero que tiene con ellos una amistosa y singular camaradería por lo que tiene el derecho (el poeta siempre tiene el derecho sobre las palabras) de someterlos a experimentos sonoros de los que suele saltar una chispa nueva. Algún toque de erotismo presta a su creación, tan personal y tan ajena a los encasillamientos habituales, un acusado toque de modernidad y de complicidad con el lector.
Por lo que respecta al presente libro, desde el punto de vista estilístico llama la atención el empleo de una serie de términos gramaticales sometidos a una tensión lingüística nueva, atípica, que procede de considerarlos incluidos en una categoría distinta a la que estamos habituados; este aparente forzamiento, que sólo el poeta es capaz de hacer, produce cierta extrañeza y distanciamiento en el habitual lector de poesía, rasgo que, a fin de cuentas, puede ser considerado como uno de los elementos que desde siempre han servido para fundamentar el lenguaje poético de cualquier escritor, su peculiar estilo. El estilo es el hombre, decían los clásicos.
En la misma línea de apartamiento de lo cotidiano, se podría señalar también la forma inusual de presentación de la tipografía tradicional del soneto, un esquema métrico clasicista bien conocido y exigente. En el lecho de Procusto de esta estrofa el pensamiento lírico se ve obligado a adaptarse con mayor o menor fortuna. Esto obliga a un ejercicio mental suplementario mediante el cual se procura, sin aparentes forzamientos, que la frase surja límpida y certera, como recién acabada de crear, de tal manera que lo que se quiere decir resulte expresado con las palabras más oportunas, más idóneas, más líricas (que no otra cosa parece ser la creación poética). Es posible que los sonetos más conseguidos, aquellos que ofrecen una aparente simplicidad, sean los más elaborados, los que han exigido más tiempo y más correcciones a su autor. Porque, sin duda, en estos tiempos de versolibrismo generalizado, el recurso de la estrofa es un valor a tener en cuenta, puesto que, tal como aconsejaba Víctor Hugo, hay que “ser aún más severo en lo que a la riqueza de rima se refiere, pues la rima es la única gracia de nuestro verso; y, sobre todo, [hay que] procurar casi siempre encerrar la idea en el molde de una estrofa regular”. Pensamos, con el gran lírico francés, que estas ideas aún tienen su vigencia y su validez, porque conllevan una elaboración más completa y compleja del texto lírico, algo que valorará el experto, ya sea simple lector o acendrado poeta, porque, como recordaba Lope de Vega refiriéndose a los efectos del amor, “quien lo probó lo sabe”. Quien alguna vez intentó escribir un soneto (“y en mi vida me he visto en tanto aprieto”, decía el lacayo Chacón en la conocida comedia del Fénix), ése es el que está en condiciones de valorar el esfuerzo que conlleva la composición de este libro. Y para mí, sin ningún género de dudas, la experiencia poética atesorada en estas páginas ha valido la pena.
Lucena, otoño de 2001
NOTA (septiembre de 2006): Antonio Manjón-Cabeza Sánchez falleció en Granada, el 28 de julio de 2006.
ANTONIO CRUZ CASADO
Catedrático de Lengua y Literatura
Prólogo al libro La lírica la vida (Granada, 2002), de Antonio Manjón-Cabeza Sánchez
Araceli Santísima si quiero
Ahora, si quiero y no me ven, puedo
abrir las arcas limítrofes del sueño.
Si quiero ahora y me dejan a solas
puedo enjoyar los dedos en cajas de las joyas,
vestirme de Araceli, la túnica verdosa,
atentamente nocturno pasear las baldosas,
lentamente antesala procesionar las horas.
Basta pisar los fríos, despreciar la almohada,
andar a los tesoros, abrir las largas cajas.
Ni otro lucentino, ni ninguna otra casa
tienen la misma suerte en tantas madrugadas:
a nada de mi sueño, a poco de la cama
las ropas de Araceli y las joyas guardadas.
incluida en el libro Poemas en Lucena
Visita a Garcilaso.
(Toledo, Iglesia del Convento de San Pedro Mártir).
Si estás, que no estás, y si no estás, que estás,
ánima Garcilaso en la gasa de piedra,
en la venda del mármol.
Si ardes, que no ardes, si no ardes, que ardes,
líquido Garcilaso aceite de muralla,
inflamable Toledo.
Si luchas, que no luchas, si no luchas, que luchas,
espada Garcilaso una espada en las manos,
y en las manos un arpa.
Si amas, que no amas, si no amas, que amas,
lágrima Garcilaso jabato de agua dulce
ensartado en un lirio.
Pequeñísima iglesia para el son de esta tumba.
El padre de la luna moja la frente en letras,
besa a qué pero a cuanto, aleja levemente,
y una espada
puño de claraboya que no rompe tejidos, atraviesa
el lento corazón y lento paso
del que va y no se va, y no se va, y se va.
Entusiasmo pueril del 19-9.
(Herido de muerte Garcilaso, nazco yo). 1958.
¿De aquel dardo algo dardo? ¿De aquel dardo
el suspiro? ¿De aquel no prematuro
este gozo infantil, lirio maduro,
pétalo puro, petulante nardo?
¿De la brusca caída el gozo alado?
¿Del buen morir guerrero esta ofensiva?
¿Qué son tres siglos si el afán al lado,
o cuatro siglos, mariposa viva?
El diecinueve de septiembre era
él malherido cuando yo a las fechas.
¡Entusiasmo pueril de alba y ocaso!
¿Algo nos une porque yo lo quiera?
¿Del dardo matador algo en mis flechas?
¿Yo algo de alguillo algo Garcilaso?
SONETO
¿De aquel dardo algo dardo? ¿De aquel dardo
el suspiro? ¿De aquel no prematuro
este gozo infantil, lirio maduro,
pétalo puro, petulante nardo?
¿De la brusca caída el gozo alado?
¿Del buen morir guerreo esta ofensiva?
¿Qué son tres siglos si el afán al lado,
o cuatro siglos, mariposa viva?
El diecinueve de septiembre era
él malherido cuando yo a las fechas.
¡Entusiasmo pueril de alba y ocaso!
¿Algo nos une porque yo lo quiera?
¿Del dardo matador algo en mis flechas?
¿Yo algo de alguillo algo Garcilaso?
No hay comentarios:
Publicar un comentario