Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 29 de julio de 2011

635.- ANTONIO GARCÍA GUTIÉRREZ



Antonio García Gutiérrez



Antonio María de los Dolores García Gutiérrez (Chiclana de la Frontera, 4 de octubre de 1813 - Madrid, 26 de agosto de 1884), dramaturgo, zarzuelista, poeta y escritor romántico español.

Empezó como colaborador de distintas publicaciones. Aprendió francés y se puso a traducir comedias de Eugène Scribe y novelas de Alejandro Dumas, entre otros. Entretanto, escribió el drama romántico El trovador, cuyo estreno fue el más aplaudido y aclamado en la historia del teatro español. Fue en el teatro del Príncipe, el 1 de marzo de 1836. Es un drama en prosa y verso algo deudor del Macías de Larra y tiene por asunto la venganza de la gitana Azucena, que deja morir al trovador Manrique a manos del Conde de Luna. Salvo ella, todos ignoran que éstos son hermanos, ambos enfrentados políticamente y aspirantes a la mano de Leonor, quien ama verdaderamente a Manrique y termina envenenándose. La pieza, pues, como señala atinadamente Larra en su crítica de la misma, posee dos acciones estrechamente interconectadas, la derivada de la historia de amor y la relacionada con la venganza. Se halla ambientada en el Aragón del siglo XV y su éxito motivó una refundición en verso (1851) de su propio autor, la parodia titulada Los hijos del tío Tronera. Mereció además una adaptación operística con el título de Il Trovatore de Giuseppe Verdi, estrenada en 1853, con libreto de Salvatore Cammarano.
García Gutiérrez marchó a su ciudad natal, Chiclana de la Frontera y más tarde regresó a la Corte en 1837 con un nuevo drama, El paje, que afianzó su situación. Su siguiente éxito fue Simón Bocanegra (1843), del que también se hizo una adaptación operística de Giuseppe Verdi, Giuseppe Montanelli y Arrigo Boito en 1857). Pasó a América en 1844 y residió en Cuba y México. A su vuelta en 1850 todo fueron honores: comendador de la Orden de Carlos III (1856), comisario interventor de la Deuda española en Londres (1855-1856), miembro de la Real Academia Española (1862), cónsul de España en Bayona y Génova (1870-1872), director del Museo Arqueológico Nacional (1872), Cruz de Isabel II. Sus mejores obras de este periodo son las siguientes: la zarzuela El Grumete (1853), el drama histórico La Venganza catalana, estrenado el cuatro de febrero de 1864 y que recrea la muerte del adalid de los almogávares Roger de Flor a manos del emperador bizantino Miguel Paleólogo. La venganza es planeada por su esposa y ejecutada por Berenguer de Roudor; la obra está complicada con tramas amorosas, familiares, raciales y religiosas. Juan Lorenzo (1865) es otro drama histórico ambientado en la Valencia de las germanías en el que el personaje que da título a la obra se levanta contra la nobleza en búsqueda de libertad, pero es traicionado por los suyos y perece. La impresión de sus Obras escogidas (1866) fue costeada por el Gobierno. A su muerte en 1884, el entierro, que él había dispuesto humilde, fue una manifestación de duelo nacional.
Aunque sus Poesías (1840) y su otro volumen de lírica, Luz y tinieblas (1842) no son importantes, es recordado el poema ¡Abajo los Borbones! (1868), compuesto al triunfar la revolución de ese año y que se hizo muy popular.
La versificación es más brillante en sus dramas históricos, y su análisis de las emociones de los personajes femeninos le ha convertido en uno de los dramaturgos canónicos del Romanticismo español. Fue, en todo caso, uno de los más fecundos, y dejó traslucir su ideología liberal exaltada y sus inquietudes sociales en numerosas ocasiones. El tema de la revolución aparece ya como tema secundario en El rey monje (1839), se amplía más en El encubierto de Valencia (1840), ambientado en la época de las germanías valencianas, y se desarrolla más ampliamente en Simón Bocanegra, donde un antiguo pirata digno y generoso llega al gobierno de la Génova del siglo XIV y ha de enfrentarse con las limitaciones del poder y la imposibilidad de imponer la cordura en medio de un ovillo de egoísmos. La culminación de su análisis de la revolución se realiza en Juan Lorenzo, nuevamente ambientado en las germanías de Valencia y su posición a Carlos I y donde se contraponen el revolucionario idealista sin intereses personales que da título a la obra y el revolucionario ambicioso y oportunista, lleno de rencores, radical y exaltado en los medios, Guillén Sorolla. Otros dramas históricos son El tesorero del rey, sobre la venganza que ejecuta Pedro I en su ministro judío Samuel ha Leví, Un duelo a muerte, adaptación muy personal de un drama de Lessing que está ambientada en la Florencia de Cosme II de Médici, Doña Urraca de Castilla, Zaida, Afectos de odio y amor, Las bodas de doña Sancha, El bastardo, El paje, De un apuro otro mayor.
También escribió dramas de tesis, como Sendas opuestas, donde se trata de probar que el excesivo rigor y la excesiva blandura en la educación de los hijos producen efectos igualmente desastrosos; Los desposorios de Inés ataca el matrimonio forzado; Eclipse parcial ataca el divorcio por sus consecuencias sobre los hijos y las inconveniencias sociales de los cónyuges separados; Un grano de arena, Los millonarios y El caballero de industria reiteran la misma idea: el tramposo termina siendo víctima de su propia trampa, ya se finjan sentimientos, ya situaciones sociales.
Escribió también numerosas comedias, la mejor de las cuales es Crisálida y mariposa (1872), una comedia de enredo sobre el despertar de un muchacho al amor, y numerosas zarzuelas, como El robo de las Sabinas, La tabernera de Londres, La espada de Bernardo, El grumete, El capitán negrero, Cegar por ver, Galán de noche y las mejores de todas, La cacería real, ambientada en la época de Felipe V y donde un labrador da lecciones de patriotismo al mismo monarca, y Llamada y tropa, con un fondo de pensiones y estudiantes salmantinos y donde una muchacha cita a la misma hora a sus cuatro pretendientes para escoger uno y termina perdiéndolos a todos.
Melodramas son Nobleza obliga, Empeños de una venganza, Gabriel, Magdalena, sobre el tema de la mujer seducida y abandonada, y Un cuento de niños.



LAS DOS RIVALES
Cuento I

Camino va de Jaén
sobre perezosa mula
mancebo de pocos años,
de larga guedeja rubia.
Fija la barba en el pecho
su rostro pálido oculta,
o con recelo sus ojos
torna al camino de Andújar.
En vano animar pretende
su tarda cabalgadura
de temor de que le alcancen
sus hermanos que le buscan.
Y la tarde es avanzada
y lluvia anuncia la luna
en rededor circundada
de triste banda sulfúrea.
¡Ay de él si allí le sorprende
temerosa noche oscura,
y las nubes a torrentes
la tarda vereda inundan!
¡Pobre niño! en esos campos
de triste aspereza inculta
sus ropas de seda blanda
pronto calará la lluvia.
Mas no... que ya de Jaén
se ve el castillo en la altura
y al través de las ventanas
mil y mil luces que cruzan.
Suspira el joven, sus ojos
clavando con amargura
en la ciudad que se pierde
entre la niebla confusa.
Lágrimas vierten sus ojos
que en su abandono no enjuga:
la mula apresura el paso
y él este canto murmura.

¿Por qué me juraste amores
fementido, engañador?
¿Por qué adornaste con flores
esa copa de dolores
para burlarme mejor?

Dijísteme que era hermosa
y que me amabas también:
tu queja escuché piadosa
y con promesa de esposo
ablandaste mi desdén.

Malhayas tú, fementido,
que ya supe tu maldad.
Llámaste de otra marido
después que hubiste cogido
la flor de mi honestidad.

En otra reja suspiras
abrasado el corazón:
por otros ojos deliras,
y no temes que mis iras
han de vengar tu traición.

II
Apeóse el viajero
y por las calles a oscuras
con paso incierto camina...
Párase al fin y pregunta.
Pregunta por Laínez Diego
un caballero de Andújar:
las noticias que le han dado
pusieron colmo a su angustia.
Vuelve a andar, no sabe a dónde,
y tiembla y solloza y duda...
La oscuridad le estremece
que donde quier le circunda.
Una campana le guía
triste, penetrante, aguda,
que la oración de los muertos
con eco solemne anuncia.
Solo está el templo, y apenas
dos o tres luces le alumbran...
Nadie reza por los muertos
obligados en sus tumbas.
Postrado el mancebo hermoso
en la helada piedra dura
dirige ardientes plegarias
con trémula voz confusa.
Largos rizos resbalaron
por su garganta desnuda
que en rededor de su talle
movidos del viento ondulan.
Azules eran sus ojos
llenos de amor y dulzura,
y su seno palpitaba
con triste emoción profunda.
¡En vano el desventurado
con dolorosa amargura
alza su mirada al cielo
donde algún consuelo busca!
En sus ojos se clavaron
los de espantada lechuza
que en la lámpara del templo
fatídica se columpia.

III
Sonó la campana y el eco vibrando
con luengos zumbidos el aire agitó.
Sonó la campana: las doce están dando
y el triste mancebo del templo salió.
Muy cerca una casa que al paso encontrara
llamó su cuidado, paróse al umbral:
sonaba allá dentro ruidosa algazara
y brindis y cantos de fiesta nupcial.
Subió presuroso: su rostro inmutado
perdió en un momento su hermoso color,
a Laínez ha visto y ha visto a su lado
la hermosa doncella que absorbe su amor,
y cien caballeros y damas vistosas
entorno a la mesa que cubren sin fin
mezclados con haces de mirto y de rosas
alegres despojos del largo festín.
El rostro de Laínez parece difunto,
mas nadie repara su vivo pesar,
que todos los ojos tornáronse al punto
al joven gallardo que acaba de entrar.
Perdón si interrumpo, por último exclama,
la fiesta solemne: yo soy un cantor
que el mundo recorro ganoso de fama
cantando en los pueblos endechas de amor.
Al punto las damas haciéndole lado
que cante le ruegan con mucho interés,
y el mozo obedece con gusto y agrado
porque es como hermoso galán y cortés.

¿Por qué me juraste amores
fementido engañador?
¿Por qué adornaste con flores
esa copa de dolores
para burlarme mejor?

En otra reja suspiras
abrasado el corazón,
por otros ojos deliras,
y no temes que mis iras
han de vengar tu traición.

Mucho plació la cantiga
y más el mozo plació
que las damas le miraron
con muestras de grande amor.
Solamente el desposado
el entrecejo arrugó
y relumbraron sus ojos
con ceño amenazador.
Ruedan otra vez las copas,
rueda la alegre canción,
y el forastero mancebo
a la casada brindó.
Alguno que lo miraba
con cuidadosa atención
pomo de luciente plata
ver en sus manos creyó.
Después de ella, llevó al punto
a sus labios el licor
y con mano temblorosa
toda la copa apuró.
Mas la noche es avanzada
que ya con lúgubre son
anuncia a los desposados
las doce y media el reloj.
La novia llevan al lecho
y Laínez luego partió:
tras él cerraron la puerta...
Solos quedaron los dos.
Tiende las manos al lecho...
Solo un cadáver tocó.
Un cadáver, donde piensa
hallar caricias de amor.
Acerca la luz, es ella,
ella, su vida y su Dios;
pero está cárdena y fría,
y quieto su corazón.
Llámala mil y mil veces:
ella no escucha su voz,
y si la escucha, no puede
responder a su aflicción:
porque helada está su sangre,
en su seno no hay calor,
y sus ojos apagados
no son ya envidia del sol.
Melancólico gemido
detrás de la puerta oyó
y de pasos temerosos
acelerado rumor.
A lo lejos en la sombra
deslizarse un bulto vio,
apoyado en las paredes
por el largo corredor.
Vuela en su alcance y la sombra
burla su intento, veloz
mas retumba el pavimento,
do al fin sin fuerzas cayó.
Y oyó pronunciar apenas
con entrecortada voz
¿por qué me juraste amores
fementido engañador?

IV
Por la calle de los Muertos
cuando el reloj dio la una,
envueltas en negros paños
sacaron las dos difuntas.
Un hombre solo acompaña
Esta ceremonia muda,
y en su pecho lastimado
hondos sollozos se escuchan.
Así atraviesan las calles
y a los que velan asustan.
Parecen almas que penan
según caminan de mustias.
Ahuyentan a los amantes
en su plática nocturna
y los canes agoreros
temerosamente aúllan.

V
Fuera de lugar sagrado
en camino de Porcuna
cuatro pinos sombra dan
a una humilde sepultura.
La lápida que la cubre,
en negras letras confusas
manifiesta cuyos son
los restos que allí se ocultan.
DOÑA INÉS DE ABARRACÍN
NACIÓ EN LA CIUDAD DE ANDÚJAR
dicen las letras, gastadas
por el tiempo y por la lluvia.



A CÁDIZ

Apartad el laúd; muy mal sonara
entre el lloro mi canto, ni pudiera
sino con torpe y degradado acento
al tirano adular... ¡ah! nunca, nunca...
Antes morir... de su venganza el rayo
sobre mi frente despiadado vibre:
libre nací y a su pesar soy libre.

¿Mas qué cantar sino de llanto y sangre
patria infelice? Si entonar al cielo
himnos de gloria y libertad procuro,
la ensangrentada vista del cadalso
de mi alma hiela el entusiasmo puro.

Yo vi la triste luz, cuando la tierra
al peso de un tirano estremecida
que al fin al cielo domellar le plugo
luchaba en cruda guerra
rehuyendo airada el ominoso yugo.
Cuando el genio del mal nos ofrecía
ponzoña horrible en funesta copa,
que tímida apuraba
con yerto labio la afligida Europa.

Entonces, ¡ay! entonces,
el clarín belicoso me arrullara
y en eco horrible el cavernoso bronce:
la sangre hispana salpicó en mi cuna
y la del galo que en sangrientas lides
llevó feliz la espada vencedora
del raudo Nieper hasta el mar de Alcides.

¡O Cádiz, patria mía!
Tú sola prepotente
doblarse viste ante tus altos muros
del fiero galo la orgullosa frente.
Cuando la Europa tímida cubría
la desdorada sien de oprobio y luto
tú denodada y fuerte
el grito diste que asombró la tierra,
a los tiranos precursor de guerra
y a sus legiones precursor de muerte.

¡Cuánto de lloro y de aflicción el hado
guardaba a tu afanar! libre y potente
cual la roca en los mares resistías
de la lucha el furor; tus torreones
con eternal barrera contuvieron
de Jena y Austerliz los campeones.
Mas luego ¡ay! luego desdorada y mustia
sin libertad lloraste
bajo el pie de tiranos prosternada.
Y pálida, expirante,
llorando al mundo tu funesta suerte,
aun en tus labios con amargo acento
clamar se escucha: ¡libertad o muerte!

Yo te vi, yo te vi, Cádiz hermosa,
de murta y luto la tu sien velada,
sobre tu almena siempre victoriosa
llorar tu gloria y libertad pasada.
¡Mísera! ¿qué se hicieron
mis triunfos celebrados,
mis ínclitos laureles
con sangre de mis hijos ¡ay! comprados?

Otro tiempo feliz mi blanda orilla
tocó preñada de opulencia y oro
de cien bajeles la sonante quilla,
y púrpura y aromas
me tributaba tímido el Oriente,
y prosternado el orbe apercibía
laurel y rosas para ornar mi frente.
Todo ya es nada; con funesto yugo
mi frente dolorosa
tirano aflige el opresor ingrato
que yo salvé de esclavitud odiosa.

¡Y este es el premio de mi afán y el pago
de mi sangre vertida en los combates!
No, ¡mis hijos esclavos! no... primero
un patíbulo y mil y hondos sepulcros.
Antes que sin virtud torpes esclavas
mis hijas tiernas la virgínea frente
dobleguen al poder, antes que humille
mi noble juventud; su cuello altivo
de un déspota feroz a la coyunda,
ronco se agite el férvido Océano
traspasando sus límites, y ufano
mis almenas altísimas confunda.

Yo la oí, su lamento
sonoro como el viento
que entre rosas y arroyos juguetea
de la noche el silencio interrumpía,
y en alas de los céfiros llevado
allá en los mares suspirar se oía.

¿No llegará el momento en que tronando
de tu almena el cañón, al orbe diga
soy libre y libre para siempre? ¡ay! ¿cuándo,
cuándo será que tu incesante lloro
trocado miré al fin, y tu agonía
en lloro de placer, y hermosa y libre
te envidie el sol desde su trono de oro?
¿Cuándo?... mi pecho palpitando gime...
Pronto, sí, pronto sacudiendo el yugo
que infame inmundo, tu garganta oprime.
¡Ya no hay esclavos! gritarás sublime
temblar haciendo a tu feroz verdugo.

Cádiz 2 de mayo 1831.


ERA UN SUEÑO


Hay una hermosa edad llena de flores,
en que late sin pena el corazón:
mágica edad de ensueños y de amores
en abismos perdida de ilusión.

Hay otra edad en que la tez plegada,
cansado el corazón de padecer,
solo se agita el alma lastimada
con los recuerdos pálidos de ayer.

¡Así pasó por mi gastada vida
aquella edad de venturoso afán!...
Vida de calma por mi mal perdida,
¿dónde tus glorias y tu amor están?

No soy ya el niño que feliz se agita
con vértigos de tímida pasión;
mi frente se arrugó y está marchita,
y marchito también mi corazón.

Ya no es la flor garrida, que se mece
fresca y lozana en plácido pensil:
es el vástago seco que perece
pasadas ya las auras del abril.

¿Qué os habéis hecho cándidas ficciones
de aquella hermosa y peregrina edad?
Más valen vuestras blancas ilusiones
que esta helada y funesta realidad.

¡Bellezas ideales, mal veladas
en tenue gasa y transparente tul,
blancas cual las espumas agitadas
sobre las olas de la mar azul!

Castas visiones de divina esencia
que alimentabais mi infantil error
volved con vuestra cándida inocencia
con vuestros sueños de tranquilo amor.

Volved, ¡ay! como entonces seductoras
a calmar de mi pecho la inquietud,
y no os llevéis las apacibles horas
de tanta pura y celestial virtud.

Aquello no era amor y no era calma,
dulce esperanza mi fatal temor:
era un vago deseo que en mi alma
flotaba como trémulo vapor.

Mas luego ¡ay triste! condensado y frío
de su atmósfera pura descendió,
y trocado en maléfico rocío
en el lodo del mundo se impregnó.

Era un sueño no más: se hinchó mi pecho
respirando una atmósfera letal,
y en humo al despertar hallé desecho
mi transparente alcázar de cristal.


LA FUENTE

Blanda murmura entre las gayas flores:
sus tallos riega con menudo aljófar:
plácida alegra la enramada verde,
fuente sonora.

Rauda serpea, en trémulos cambiantes
reflejando del sol la luz dudosa
que de la oscura noche aún no vencida
hiende las sombras.

En revuelto espiral rueda en la arena
salpicando tu lecho de amapolas:
salta sonando y con tocar suave
mece las rosas.

Y ríe como ríe la mañana
que de rayos y nubes se corona...
Y al manso arrullo de las auras ledas
bulle y retoza.


EL CENTINELA

Clara luna iluminaba
con rayo luciente y puro
de Maestu el débil muro
envuelto en niebla sutil.

Todo yace en quieta calma;
todo calla, solo vela
cuidadoso un centinela
al brazo puesto el fusil.

Al rumor de viento leve
torna el rostro receloso,
que un enemigo alevoso
le acecha oculto tal vez.

Hora la frente inclinando,
alguna lágrima ardiente
le arrancan ¡ay! tristemente
recuerdos de su niñez.

Hora con dolor profundo
deja escapar un gemido
que repite dolorido
blando céfiro fugaz.

Y tornando al fin los ojos
con dolor al Mediodía
triste exclama: ¡Andalucía!
¡Suelo de gloria y de paz!

¡Suelo, ay Dios! donde corriera
mi juventud deliciosa,
de una madre cariñosa
en el seno bienhechor!

De una madre ¡cual aflige
su memoria el alma mía,
y el recuerdo de aquel día
tan fatal para su amor!

Tú llorabas... no, mi madre,
no me llores por favor,
noble es lidiar por la patria,
y a lidiar por ella voy.

Así yo te consolaba
exclamando con dolor,
por la vida de tu hijo
no llores, mi madre, no.

Oyóse entonces el eco
de la trompeta y tambor,
y en tus brazos me estrechaste
con frenética pasión:

Yo partí: ya en cien combates
he lidiado con valor...
Por la vida de tu hijo
no llores, mi madre, no.

No temas nunca que un día
infiel mancillé mi honor:
no, madre, que está más puro
que el primer rayo del sol.

Mas si al fin ordena el cielo
que sucumba en tanto horror,
por la vida de tu hijo
no llores, mi madre, no.

Así cantaba el soldado
cuando al sol del nuevo día
cerca el muro descubría
faccioso enjambre infernal.

Ronco tambor, al combate
llama: doscientos guerreros
las armas empuñan fieros
y empieza la lid fatal.


A DELISA

No celebro en mis cantares
la luz de plácida aurora
ni su risa,

ni las orillas de Almendares,
donde habita encantadora
mi Delisa.

No a ti, Cádiz opulenta,
ni tus hijas tan hermosas
que yo amé:

no tu orilla turbulenta,
ni tus olas ruidosas
cantaré.

En triste endecha tan solo
dejadme, musas, que diga
mi pasión.

Dadme la lira de Apolo
con que cante mi fatiga
y aflicción.

Y lleve plácido el viento
dulce y sonoro mi acento
por do quiera,

y que sonando entre rosas
y entre fuentes ruidosas,
blando muera.

¡Ay mi lira, la mi lira
de las musas olvidada
tantos años!

Tierna conmigo suspira
cantando de mi adorada,
los engaños.

Tú que alegras mis pesares
y mis cuitas adormeces
con tu canto,

hora alivia mis azares,
con tu son que tantas veces
fue mi encanto.

Mas... no sepa que la adoro,
que por ella gimo y lloro
mi Delisa.

No más gemir: si lo advierte
burlará mi triste suerte,
con su risa.


A. C. M.

Era C*** un tiempo en que mi vida
con penoso cansancio se arrastró,
y por su misma inercia entumecida
en tenebrosa obscuridad vivió.

El yerto pecho de pasión vació
seco del llanto el hondo manantial,
pasé mi vida de indolente hastío
en esa calma al corazón fatal.

Mil veces de este sueño perezoso
avergonzada el alma despertó,
mas ahogada en su centro tenebroso
sin luz ni ambiente a dormitar volvió.

Faltábale la luz del sentimiento,
faltábale el ambiente del amor,
y en la dura prisión de su tormento,
la paz del sueño prefirió al dolor.

Así pasaron los hermosos días
que ornaron mi primera juventud,
llena la mente de ilusiones frías
negando el sentimiento y la virtud.

Y así maldije el sol que iluminaba
de otros hombres felices el placer,
y maldije la luna que alumbraba,
la indolente vergüenza de mi ser.

Y en mis delirios, insensato, impío
del Dios de los destinos blasfemé;
pero tu amor calmó mi desvarío
y tú fuistes el ángel de mi fe.

Ya no maldigo el sol: ya de la luna
me agrada ver el lívido fulgor,
sin que acose mis sueños, importuna,
sombra fatal de ceño aterrador.

Me siento renacer y en otra vida
sembrada de ilusiones de placer,
ya se dilata el alma adormecida,
fresca y gozosa con su nuevo ser.

Y fuiste tú la que a mi pecho triste
hizo el contento por mi bien tornar
y un alma desgarrada redimiste
que iba la muerte en su tormento a hallar.

¡Esperanzas!¡amor! ¡flores del alma!
Volved con vuestra cándida ilusión;
y otra vez inundad de vida y calma
mi agitado y marchito corazón.


A los defensores de Bilbao
Vuelva a mis manos el laúd sonoro,
vuelva a mis manos y el cantar sublime
blando acompaña con sus cuerdas de oro...
Venga, venga, el laúd.

Que ya cesó el dolor, y el alma mía
del fuego de los libres inspirada,
cobra otra vez la bélica energía
por mágica virtud.

Mal apagada la celeste llama
por continuos pesares en mi pecho,
en entusiasmo ardiente, hora se inflama
mi yerto corazón.

¿Y quién, y quién no canta enajenado
Bilbao hermosa tu valor sublime?
¿Quién no celebra tu ánimo esforzado
en bélica canción?

¡Ay! ¡quién me diera al genio de la gloria
arrebatar la cítara sonante
con sus cuerdas de bronce, y tu memoria
en ella eternizar!

¡Bilbao sublime! ¡de amargura, y llanto
cubrió tu frente la falange esclava!
¿Cómo sufrir pudiste dolor tanto
y tanto pelear?

Deja a mi voz que tu victoria cuente
en canto melancólico, y perdona
sino es cual tú mereces, sacra ardiente
mi pobre inspiración.

Deja que el pecho de entusiasmo henchido
con destemplado acento te tribute
el homenaje que te debo, herido
de amor, de admiración.

Tú salvaste la España: allí en tu muro
la muerte halló otra vez el bando fiero,
y en vano ya otra vez trance duro,
te vieras estrechar.

Que firme siempre, en ademán bizarro,
y de laurel sangriento coronada;
la indómita soberbia del navarro
supiste domellar.

Ellos huyeron y tu frente pura
salpicada con sangre de las lides,
despojada se vio de su amargura
y otra vez sonrió.

Y sonrió también la triste España
que en ti clavados los hermosos ojos,
al creerte presa de enemiga saña
libre por fin te vio.


TRADUCCIÓN DE VÍCTOR HUGO

Ya brilla la aurora, fantástica, incierta,
velada en su manto de rico tisú.
¿Por qué, niña hermosa, no se abre tu puerta?
¿Por qué, cuando el alba las flores despierta,
durmiendo estás tú?

Llamando a tu puerta, diciendo está el día
«¡yo soy la esperanza que ahuyenta el dolor!»
El ave te dice, «¡yo soy la armonía!»
Y yo, suspirando, te digo, ¡alma mía!
«¡yo soy el amor!»


PARA EL ÁLBUM DE UNA SEÑORITA

Los cielos te hicieron donosa, hechicera,
de rostro amoroso, de risa gentil.
Esbelto es tu talle cual palma altanera
que al soplo se mece del aura sutil.

Son fuego tus ojos que abrasan el alma:
tu gala y donaire no tienen igual.
Tranquila en tu frente se ostenta la calma:
la risa en tu boca de nieve y coral.

Es dulce tu acento si blando suspira
vagando en tus labios con tímido ardor,
cual mágica trova que al son de la lira
entona a su amada, de noche, el cantor.

Feliz el que goce tu blanda sonrisa:
el que haga tu pecho de amor palpitar,
y beba tu aliento sutil cual la brisa
que besa ligera la espuma del mar.

Todos te cantan amores
porque eres niña y hermosa,
mas con acervos dolores,
que diz que tienes rigores
cual tiene espinas la rosa.

Bien haces, porque la vida
es esa blanca ilusión
en que vives engreída,
escuchando adormecida
tanta amorosa canción.

Así, vivirás dichosa;
pero si el alma enajenas
a una pasión amorosa,
gemirás triste y llorosa
presa en tus mismas cadenas.

Empero, si alguna vez
de esta breve juventud
lamentas la rapidez,
o del amor la inquietud
se imprime en tu blanca tez.

Vuelve a mí tus bellos ojos
que ahora se cubren de enojos
si amor te quiero cantar,
y un sí de tus labios rojos
ponga fin a mi penar.

¡Rosa bella! hermosa flor
que entre las flores asoma
en los pensiles de amor,
rica de fragante aroma
rica de vida y color!

A tus gracias peregrinas
alma y corazón rendí.
Ámame, flor, siendo así,
para todos con espinas...
Sin espinas para mí.


LA NOCHE DE VERANO

Hermosa noche, como el alma mía
oscura y melancólica... salud...
Tu balsámico ambiente de ambrosía
dulcifica piadoso mi inquietud.

¡Ay! que del sol la llama abrasadora
mis ojos irritados deslumbró...
Bien hagas tú que blanda y bienhechora
callando duermes cuando gimo yo.

Esa serena luz basta a mis ojos:
ese triste rumor basta a mi afán:
silencio y sombras buscan mis enojos
silencio y sombras anhelando están.

Y busco en mi ansiedad, de tu aura fría
el fantástico arrullo vibrador
de inefable y dulcísima armonía,
grato al placer, benéfico al dolor.

¡Ahora puedo llorar! de mis querellas
el eco, en tu silencio morirá,
y la tímida luz de tus estrellas
mi llanto solamente alumbrará.

Lloremos ¡ay! ¡como mujer inerme
de tibia lana al trémulo arrebol!
Lloremos, sí, mientras el mundo duerme,
antes que alumbre mi vergüenza el sol.

Venid y suspirando mansamente
céfiros de la noche susurrad
y por el vago y silencioso ambiente
los ecos de mis quejas derramad.

Venid... pero en silencio voluptuoso,
trémulos, sin murmullos y sin voz,
mientras dormita el mundo perezoso
en breves sueños de ilusión veloz.

Y llevad a mi bien con mi suspiro
estos cantares de doliente son,
y llevadla el amor en que deliro
y el fuego de mi ardiente corazón.

Y oreando su negra cabellera
y el seno que arde en amorosa lid,
con perezosa calma lisonjera
en su oloroso lecho os adormid.

Soplad lascivos, céfiros de amores,
con dulce y misterioso susurrar,
y en jardines bebed blandos olores
perfumando el ambiente de azahar.

¡Hermosa noche! en tu dormir tranquila
no escuchas, ¡ay! ¡mi lúgubre clamor!
Despierta, ¡oh noche! y a mi hermosa dila
que estoy velando con mortal dolor.

Mas si los ojos de mi hermoso dueño
tal vez dormidos en la calma están,
haz que me mire en su apacible sueño
víctima triste de continuo afán.

Y en ilusión de lánguido embeleso
blanda sonría y se estremezca a par,
y suspirando, regalado beso
piense en mis labios con ardor clavar.

Que acaso a la ilusión de los placeres
suele también el corazón latir,
y es blando el corazón de las mujeres
a esa ilusión de celestial mentir.


RESPETO

Niña de los negros ojos,
guarte que no digan ellos
tus amorosos enojos,
que habrás de pisar abrojos
si llegan a comprendellos.

Y habrá algún vil seductor
que pise la tierna flor
por más que la encuentre bella,
que no basta a defendella
donde hay pasión, el pudor.

Guarte niña de mostrar
que un sentimiento hay guardado
en ese tierno mirar...
Mira que te han de burlar
aunque yo te he respetado.

No pienses, no, que es desvío
lo que es tan solo piedad,
que aunque ya gastado y frío,
no es tanto mi desvarío
que ultraje tu castidad.

¡No es para mí tal belleza,
yo, que mi existencia loca
manché con ciega torpeza!
Basta un beso de mi boca
para manchar tu pureza.


LA AMBICIÓN
Soneto

Huye, ambición, al ostentoso lecho
donde reposa el feble cortesano:
donde divierte su cuidado en vano
bajo la pompa del dorado techo.

Airada oprime tu agitado pecho,
en él aborta tu veneno insano,
y resentido al toque de tu mano
el mundo juzgue a su anhelar estrecho.

Mas, nunca imprimas en el alma mía
el hidrópico anhelo de grandeza...
Dame la paz en que vivir solía.

En mi estado infeliz, en mi pobreza,
no desear tan solo apetecía,
que es para el hombre la mayor riqueza.


LA DÁDIVA DEL POETA

Mil esperanzas que en tu amor se abrieron
aquí guardadas en el alma están.
Dime, ¿tal vez para morir nacieron?
Dime, ¿infelices como yo serán?

¡Oh! no desdeñes por humilde, el ruego
del que vive y respira para ti,
que no hallarás quien con tan puro fuego
te dé un amor como el que alimenta en mí.

Puede otro amante en homenaje darte
riquezas mil y joyas de valor
y con rico tocado engalanarte
con perlas orientales brillador.

Yo, pobre trovador y sin fortuna
un corazón de fuego te daré,
y tu frente, modesta cual la luna,
con joya de gran precio adornaré.

Doble corona de laurel y rosa
arrebatando al genio creador,
yo la pondré sobre tu frente hermosa,
sobre tu frente pálida de amor.


EL SUEÑO

Fugaz alivio de mi amarga pena;
dulce esperanza en el tormento mío,
ven, y adormece mis eternos males,
¡Plácido sueño!

Toca apacible con tus blandas alas
la sien marchita del mortal lloroso,
que enajenado, en dolorido acento
¡Ay! te demanda.

Cubra mis ojos la nocturna sombra,
cual si la parca con airado ceño
ya preparase a mi funesta suerte
lóbrega tumba.

Huyes veloz, cuando en eterno lloro
dejas sumido el corazón cuitado,
y en negro insomnio, por la mente cruzan
¡vértigos fríos!

¡Ay! triste noche, a mis cansados ojos
mas que a otros ojos fúnebre y sombría,
tiende tu velo, y de la tierra espanto
lóbrega reina.

¡Cándida luna! ¡tu fanal lumbroso
pálida oculta tras de opaca nube!
Huye, y la esfera que de nácar bañas
deja entre sombras.

Que no más luz que los celestes ojos
ni más placer que de mi bien la risa,
dulces alejan de la mente triste
negros temores.

¡Id, mis cantares, a la ingrata hermosa
cama funesta de mi amarga cuita!
Id susurrando y que D*** bella
blanda os escuche.

EN UN ÁLBUM

Si el corazón es altar
y el amor adoración,
éntrate en mi corazón
porque te quiero adorar.


LA VIDA
Traducción de Víctor Hugo

Cuando de noche en tus brazos
oigo, pastora, tu voz,
y no sientes, di, cual palpita
inquieto mi corazón?
¡Oh! que tu acento apacible
me recuerda encantador
de mis días más dichosos
la pasajera ilusión.
¡Ay! ¡canta, pastora,
con tu dulce voz!

Cuando ríes, en tu boca
ríe el amor a la par,
y los celos desvanece
con su expresión virginal.
Donde esa risa apacible
no puede el dolo habitar,
o no es cierto que en los ojos
retratada el alma está.
¡Ay! ríe, pastora,
ríe por piedad.

Cuando duermes a mi lado
mientras yo velo por ti,
tu dulce aliento murmura
como el céfiro sutil.
Entonces eres más bella,
sin velar, sin encubrir
con enfadosos cendales
tu leve cuerpo gentil.
¡Ay! duerme, pastora,
que estás bella así.

Cuando dices que me amas,
creo, pastora, en tu fe,
y pienso que el cielo mismo
me abre su inmenso dosel.
Dudar... ¡oh! que no es posible
para el que un instante ve
el fuego de los amores
que en tus ojos brilla fiel.
¡Ay! ámame, y siempre
verásme a tus pies.

¡Ya lo ves! toda la vida,
pastora del corazón,
se encierra en estas palabras
de inapreciable valor.
Sin esto, todo es mentira,
todo es pesar o ilusión,
que el cielo nuestra ventura
en esto solo encerró;
el canto, la risa,
el sueño, el amor.


PROFECÍA DE NAHUN

¡Ay! ciudad delincuente
llena toda de estrago y de mentira,
que con ímpetu ardiente
caerá sobre tu frente
la justicia de Dios brotando en ira!

¡Ay Nínive! que luego
el eco sonará del rudo azote
sin piedad a tu ruego,
y el carro oirás de fuego
y del fiero corcel, relincho y trote.

Espada reluciente
y lanza te herirá de viva lumbre,
y con sangre caliente
salpicará tu frente
de tus muertos la inmensa muchedumbre.

¡Mísera tribu impía
que olvidaste tu fe! no eres por cierto
mejor que Alejandría,
la que su rico puerto
en la margen baño del mar incierto.

Más pecó, y sin ventura
en el negro pecado adormecida,
marchitó su hermosura
en la impiedad hundida
y a los placeres del amor vendida.

Y en pago a su delirio,
cautiva de enemigos fue llevada
a do en negro martirio
gimió desventurada,
en cepos y mazmorras maniatada.

Y vio sus ancianos
que tarde alzaban con dolor al cielo
quebrantadas las manos,
postrados por el suelo
con agudos clamores sin consuelo.

Y en sus males prolijos,
presa también en manos de soldados
miró sus tiernos hijos,
por los pies amarrados
y en las agudas piedras estrellados.

¡Ay de ti, delincuente
ciudad, llena de estrago y de mentira!
¡Que con ímpetu ardiente
caerá sobre tu frente
la justicia de Dios brotando en ira!

¡Ay Nínive! que luego
el eco sonará del rudo azote
sin piedad a tu ruego,
y el carro oirás de fuego
y del fiero corcel, relincho y trote.

Espada reluciente
y lanza te herirá de viva lumbre,
y de sangre caliente
salpicará tu frente
de tus muertos la inmensa muchedumbre.


LA PRIMERA EDAD

¡Eres niña! De la vida
no probaste los engaños,
que para tus verde años
la existencia es el amor.
Tranquila y adormecida,
en tu mundo de ilusiones,
no sabes de las pasiones
el afán devorador.

En esa edad de placeres
dulcemente embriagado,
dichoso y enajenado
niño aun, gocé también.

Y en la esperanza ilusoria
de mis pueriles amores,
perdí mis años mejores
tras aquel soñado Edén.

Ríe y goza descuidada
que en esa edad de ventura,
no hay tormentos ni amargura
que agiten el corazón.
Si hay amor, es dulce y blando
y de sueños se alimenta,
y por sus placeres cuenta
las horas de su pasión.

Mas, luego, cuando a tus ojos
asome de amor el llanto,
vendrá el triste desencanto
de ese mundo engañador;

Y verás que desparece
cual relámpago improviso
el mentido paraíso
con sus jardines en flor.

Ese prisma, que el aliento
de las pasiones empaña,
con imágenes te engaña
cubiertas de gasa y tul.
Así deslumbra tus ojos
con ilusiones distintas,
entre caprichosas tintas
de nácar, oro y azul.

¡Ay! ojalá no murieran
con desventurados fines
las risueñas esperanzas
de tus diez y seis abriles.

Pero es fuerza que troquemos
los encantados jardines
y los sueños de oro y nácar
por realidades terribles.

Es fuerza que el soplo muera
de los céfiros sutiles
porque el nebuloso invierno
la lumbre del sol eclipse.

Esto es preciso; pero antes
que los pesares marchiten
la tersura de tu frente
que de inocencia sonríe:

Antes que sueños impuros
entre deseos febriles
ahuyenten del casto pecho
la pureza que en él vive,

baja al sepulcro, inocente,
inmaculada y sublime,
con tus bellas ilusiones,
con tu corona de virgen.


LA GARZA
Soneto

Sube veloz por las etéreas salas,
garza fugaz, y al mundo señorea,
y opón al brillo de la luz Febea
la regia pompa de tus blancas galas.

Cuando las nubes en altura igualas,
si estremecido el mundo titubea,
la ruda tempestad tu frente orea
y el tremendo huracán mece tus alas.

Así yo un tiempo mi ligero vuelo
al un sol más puro remontar quería
y alcé mi orgullo a conquistar el cielo.

Pero nublose con sorpresa impía,
y las alas cortadas a mi anhelo,
murió su luz y la esperanza mía.


LA DESPEDIDA DEL CRUZADO

Mira; ya por la cima de aquel monte,
riente con su trémulo arrebol,
ilumina el espléndido horizonte
la blanca aurora que precede al sol.

¡Oh! cuán hermoso y vivo y transparente
ese vago crepúsculo oriental,
quiebra en las nubes su reflejo ardiente
tiñéndolas de gualda y de coral.

Quien lo dijera que tan triste día
puro y tranquilo amaneciera así,
hoy que burlando la esperanza mía
me obliga el hado a separar de ti.

Pero debo partir... fuerza es que rompa
la dulce paz de mi tranquilo amor,
por el ronco gemido de la trompa
por el grito de guerra atronador.

No apartes tu mirar turbio de enojos
para ocultar tus lágrimas. -No a fe,
que yo sé bien que el llanto de tus ojos
bálsamo siempre a mis dolores fue.

A Dios, y si te debe por ventura
algún recuerdo mi constante amor
no olvides que sin ti, sin tu hermosura,
también yo gimo con mortal dolor.

Acaso así, en un punto, en una hora
nuestras lágrimas juntas correrán,
y esta sola ilusión encantadora
será el alivio de mi negro afán.

Poesías
García Gutiérrez, Antonio

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