Francisco Montero Galvache nace en San Fernando, Cádiz el 8 de mayo de 1917, estudia Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla en 1942. Trasladado a Jerez de la Frontera, fundó y dirigió la revista Cauces. Colaboró en numerosos diarios como el Ya, La Vanguardia, Fe, ABC o España. Fue director del diario jerezano Ayer, de la revista Gala y de la delegación en Jerez de ABC de Sevilla. Fue académico de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, de la de Medicina y Cirugía de Sevilla, de la Real Academia Hispanoamericana de Córdoba, de la Academia de San Dionisio de Jerez de la Frontera y de la Academia de San Romualdo de San Fernando. Realizó numerosos pregones por la provincia de Cádiz, destacando el de la Hermandad de la Columna de Cádiz el 13 de marzo de 1960 y el de la Semana Santa de Cádiz en 1974. Fue un gran aficionado a los toros y ejerció de comentarista en programas taurinos.
Francisco Montero Galvache, falleció el 29 de septiembre de 1999 en Sevilla.
Escritor, novelista y poeta, fue autor de varios libros:
Huerto Cerrado en 1941.
El mar está solo en 1950 (finalista del Premio Nadal).
Las manos también lloran en 1958 (finalista del Premio Planeta).
En 1943 recibió el Premio Nacional de Prensa. Francisco Montero Galvache, falleció el 29 de septiembre de 1999 en Sevilla.
va temblando el Nazareno.
Extraños temblores fríos
cortan la aurora por medio.
Una sangre de amargura
va resonando y cayendo,
haciendo temblor los muros
antiguos de su convento.
Regidor de la ciudad,
la rige con tu silencio.
la rige con su mirada
benigna de tanto mérito.
La rige porque sea Cádiz
más suyo después de verlo.
¡La mar en la madrugada
se viste de Nazareno
con su túnica de sombras
para subir hasta su fuego!
¡La cárcel, panal de llantos,
le da la miel de sus presos!
¡La gente le busca y sigue!
¡Se le aprieta junto al pecho!
¡Saetas suben y bajan
por el temblor de su cuerpo!
¡Toda la luz en sus ojos!
¡Todo el amor en su yelo!
¡Cádiz por Santa María
hecho fe le va diciendo!
Paciente de cruz al hombro
¡va temblando el Nazareno!
La prosa y el verso de Montero Galvache se afirman en una comunión de sentidos absoluta, y tienen la inspiración de eternizar instantes de la Semana Santa de Cádiz, con una altura expresiva que muy pocos pregoneros han podido igualar. No se le escapa la saeta hecha “ yodo, calambre y dolor” en feliz expresión, ve al Nazareno como un “grumete mayor de la morenez ofertante de Santa María”. Y la palabra se derrama, hecha vida y muerte, hecha temblor en su mirada conmovida, rota, hacia ese greñuo que como dice Montero Galvache “centraliza la pasión gaditana”.
A cada cofradía le dará su luz adjetivada, su expresión, su tacto, y no perderán nunca sus palabras su timbre popular que no hay que confundir con lo fácil ni con lo liviano, sino que hay que asimilar más con la capacidad de trasmitir y de emocionar, con un verso directo, inspirado, sin adornos innecesarios ni recursos fáciles. La palabra de Montero Galvache no se venderá al pareado desmañado y tosco y será siempre cuidadosa en la forma y en el fondo. Como cuando le canta al Nazareno del Amor y le dedica versos exactos y puros:
Blanco trigo, blanco cielo,
blanco nardo, blanca ola,
blanca alerta serviola,
blanca gaviota en vuelo,
blanquísimo desconsuelo,
ese blanco con que reza
el blancor de tu tristeza,
por la noche gaditana,
el Amor, como campana
repicando tu Pureza.
También habrá tiempo para la métrica rigurosa, para los cánones del soneto en los que Montero Galvache no abandonará la fluidez de su verso. Como en el soneto que le dedicó al Ecce Homo, catorce versos que golpean y hieren con el extremoso pulso de su canto:
No hay manos golpeadas ni ofendidas
como las Tuyas, Ecce Homo, atadas
tan generosamente, y tan varadas
en la conformidad de tus heridas.
Se adivinan en tus palmas sometidas,
la Cruz por la que han sido convocadas
para un jardín de clavos, y entregadas
para su salvación a nuestras vidas.
Sobre el oro y la sangre de Tu manto,
desde el manantial de Tus espinas,
cae Tu mirada en río de tristeza.
Y bajo tu silencio puro y santo,
túnicas y trompetas peregrinas
escoltan Tu bondad y Tu realeza.
A Jesús Caído también le dedicará otro soneto de hermoso trazo, que sabe condensar en los tercetos finales el momento cenital del poema:
Blanco Jesús Caído. ¡Quién pudiera
besar la huella donde tu rodilla,
Pentecostés del sueño de la arcilla,
por tres veces fue gubia prisionera!
Gubia que al suelo despertó en madera,
Trina en dolor, y que – al labrarnos- brilla
igual que el trigo, a golpes de la trilla,
brilla en el ara rubia de la era.
Así, Señor, tu cuerpo arrodillado,
sobre tus flores, cruz al hombro, canta
que en tus caídas todo está crecido.
¡Crecido por tu cielo desplomado
que al corazón caído lo levanta
más hacia arriba cuánto más caído!
Sorprende la abundancia de poemas que Montero Galvache ha dedicado a las imágenes de la Semana Santa de Cádiz. Quizá no haya otro ejemplo que haya sabido aunar, en este sentido, cantidad y calidad de un modo tan vigoroso. No todo poema posee la misma altura, pero todos tienen una misma honestidad y dignidad en el trazo. Tanto cuando usa el octosílabo como cuando prefiere el endecasílabo, el verso de Montero Galvache posee su propia musicalidad y armonía. Sabe mezclar, según la imagen a la que se dirija, lo sobrio con lo densamente popular, con la exaltación declamatoria, que nunca se convierte en un juego fácil de exclamaciones. De ello dan fe estos versos a la Esperanza Cigarrera:
Y allá por Santo Domingo ,
la gracia blanquiverdea...
Se ha desplomado la noche,
- bosque de olés- en su verja.
Los cirios, transfigurándose,
se convierten en estrellas.
Las guapas mantillas quieren
aminorarle la Pena.
¡Todos los verdes de Cádiz
por el Suyo están de fiesta!
¿Qué pasa en Cádiz?, le dicen
olas, pesqueros y velas
a los aires, y los aires
-sin separarse de ella-
responden que ha fondeado
¡en Cádiz una azucena!
¡La fábrica de Tabacos,
mirándola, se cuartea!
¡Y van y cruzan los verdes,
y los cargadores sueñan
creyendo que están los cielos
abriéndoles ya la puerta...!
¡La plata de los varales
la abrazan más que mecerla!
¡Por Cádiz ya no se oye
más que una voz: ¡Cigarrera!
¡Por las sufridas potencias
de Jesús de la Salud!
¡Acuérdate, Cigarrera,
de lo que a Ti te queremos,
¡Cigarrera, Cigarrera!...
Expresión desbordante y luminosa, verso popular que se palpa y llega a la emoción del que lo lee, y que contrasta con este bellísimo poema dedicado al Medinaceli, que se recoge en un dolor íntimo, penitencial, de exacta madrugada y luna perdida en la neblinosa senda del cielo. Hay en este poema una simbología marinera perfectamente ensamblada a la cadencia triste del paso del Medinaceli por la madrugada gaditana del Viernes Santo. Este poema es, sin lugar a dudas, uno de los mejores ejemplos líricos de nuestra Semana Santa:
Y aquella proa sin norte ni malecón ni rada,
y aquella soledad de clámide morada,
y aquel lirio de sangre tan acardenalada
y aquella vela rota sin sol, desarbolada.
¿Por qué con tu silencio tantísimo me hieres?
¿Qué de nosotros, Cristo Medinaceli, quieres?
¿Por qué lívidamente y a solas te nos mueres?
Cautivo del Olvido, ¡qué generoso eres!
¿Con qué ofrenda Tú quieres que en Cádiz te juremos,
de una vez para siempre que contigo estaremos
siendo Tú viva imagen y que nos ataremos
a Tus manos atadas y no las dejaremos?
¡Bien poco somos! ¡Plantas, las más heridas!
¡Mirada, la más honda! ¡Manos, las más unidas!
¡Ni siquiera entendemos la luz de tus Caídas ,
alas, Medinaceli, de las de nuestras vidas!
¡Pero toma, Señor, en tu Vía dolorosa,
la platimarfileña gaditana y preciosa
fe de tus cargadores que en fímbria milagrosa
te ciñen al silencio del Arco de la Rosa!
A CURRO ROMERO
Y... ¡viva el verde alamar!
¡Vivan el valor y el miedo!
¡Y viva el "quiero y no puedo"!,
por... lo que pueda pasar,
¡Y viva el callado andar
de ese Albéniz giraldero,
o Almotamid muletero,
color alquimia y habano,
que en el ferial sevillano
se llama Curro Romero!
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