Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 18 de abril de 2012

1223.- FERNANDO CAÑAS

Fernando Cañas (1964-2004).
Jerez de la Frontera (Cádiz)
Verdad. Eso es la poesía de Fernando Cañas. Porque él escribía igual que vivía, incapaz de engañar. Sus palabras eran trozos de órganos en escaparate. Hígado, páncreas, estómago... mucho corazón y, por supuesto, sexo. Tirado, perdiendo el tiempo, viendo pasar musarañas en el horizonte, masturbándose la oreja y garabateando en cualquier sitio, en un recibo de la luz mismo. Era un gran onanista y un enamorado eterno, el amor siempre en conflicto, ya correspondido ya perturbado, preside toda su obra.
Reacciona contra el mundo insensible desde su experiencia amorosa, él hubiera dejado de respirar ante un ambiente hostil al arte o a la sensibilidad, señalándose muchas veces con su voz el lado femenino. Sus poemas, sin ninguna afectación intelectualoide y sin proponérselo, entroncan en la bohemia finisecular del XIX español, siendo el eslabón encontrado a finales del siglo XX. De una producción poética extensa y desperdigada en variopintas hojas sabemos que dos partes las ordenó bajo los títulos de Breve poemario de vesania y El dibujo de tus labios o la burbuja de cerveza. En prosa conocemos un prólogo sorprendente al libro Brochazos de Jose Rasero y diversos relatos en fanzines [Radio Ethiopía, Tres Pestes...] Es el poeta moderno por la gracia de Dios, es decir, por nacimiento, sin estudios. Así fue parido y así se muestra, pura vanguardia de sinceridad. Lírica visual, cine y pop-art en papel (imágenes eróticas algunas más chocantes y más sucias que aquellas del maldito conde de Lautreamont, con una mística diabólica) Te atrapan los versos de Cañas porque duelen, están dichos desde el sentimiento, son rápidos, pensados y escritos, casi sin puntuación, quizás por su caprichosa dislexia. Es poesía a lo bruto, sin pulir, sin esperar el agrado de un crítico o un académico de catálogo, por eso es emocionante tenerla viva en su salvaje naturaleza. Llena de paradojas, como tanto a él le gustaba, subir y bajar (esa escalera, que puso fin a sus 39 años, fue asesina y salvadora, lo hico caer y elevarse cual estirada figura de Greco)
Por Juan Diego Fernández

OBRA DE FERNANDO CAÑAS: http://diamanteroto.blogspot.com.es/




El sol reposa en mi piel

El sol reposa en mi piel
miro al mar verde.
No hay nada que hacer,
cerrar los ojos,
dejar que los jazmines huelan,
caminar en la orilla del mar,
el día es mío,
como él, que nada frente a mí.
Soy una mujer libre,
tumbada en la arena caliente
es grato sentirse viva así,
estoy bien será eso,
me gusta que pase el tiempo
sin problemas,
cuando salga le haré el amor,
el sol calienta mi piel,
él nada.





Dieciséis años son tan pocos

Dieciséis años son tan pocos
para tanto amor a mi amor.
Dicen que estoy perdido
y dicen bien porque
en las noches estrelladas
mi alma va de infinito
hasta el infinito, perdiéndome
como un meteorito
en el cielo raso de los infinitos.
Perdiéndome, perdiéndome,
perdiéndome en este mundo
de máscaras y mentiras,
perdiéndome en todo,
perdiéndome en nada.
Dieciséis años
pocos besos y muchas tristezas.
Dieciséis años adolescentes,
no sé lo que tengo.
Dieciséis años como gaviotas
que "han hecho lo imposible
porque de lo posible se sabe demasiado"
(Silvio Rodríguez)
para volar bien lejos
de la vulgaridad.
Dieciséis años me siento hombre marchitado.
Dieciséis años no conozco París.
Dieciséis años he leído algunos libros.
Dieciséis años la Gioconda me mira
risueña, firme, tierna y casi cínica.
Dieciséis años me evado en la flauta,
en la armónica y el sueño de poder tocar el saxo.
Dieciséis años he sido tantas cosas
que me es difícil encontrarme
en mí mismo y en la palabra.
Dieciséis años camino solo
con mi incipiente bigote
embrujándome la luna.
Dieciséis años reflejan mis ojos
entre castaños y verdes.
Dieciséis años el cuerpo oxidado
mi sangre sin fluir.
Dieciséis años mi corazón
se ha atrapado platónicamente
a una mujer enamorada.
Con dieciséis años
acabo este poema.

(1980)




Oscuro boquete

Oscuro boquete
tú me entiendes.
Oh Dios omnipresente
que a entrar te niegas.
Heme aquí mirando el cielo sin fe.
Incrédulo al estigma
ya sangraste llagas,
que caigan sobre mí plagas bíblicas,
el mismísimo satanás sodomizante,
la Virgen descuartizada,
porque en un principio fue introducir,
y viendo Dios que era bueno
el Verbo se hizo carne
y fuimos miserables.
Oscuro boquete del que salimos
con formas y conceptos relativos,
contundente en el fondo,
el tiempo no te borra ni te olvida.
Al fin ábrete de patas y calla.




Mi pensamiento

Mi pensamiento
es un grifo que gotea
ajeno al dolor ajeno.
Es la sombra fría
sobre el lomo del albañil.
Un tinto amargo.
Los bichos que he domesticado
con las migajas de mi odio.
No es acaso todo esto
un pensamiento puro
repleto de amor.
Mi pensamiento
promete envenenar
cualquier vida.



La luz muerde mi pecho

La luz muerde mi pecho,
transmite la savia de las flores,
la sed de agua pura,
el amor que llega.

Todo se queda en nada,
desde las mismas puertas del cielo,
ni yo soy yo, ni importa.
Un maldito más
en estas horas malditas
que ríe con los dientes
manchados de café.

Madrugada caníbal,
surge el movimiento.
Ya corro por las escaleras.
Adiós a mis sueños,
vuelta al infierno frío.

Madrugada desesperada
en la misma puerta del cielo.
Renace el movimiento,
Ya corro por las escaleras.
Adiós, mi sueño.






Placentera masturbación

Un momento,
acaricie una de sus orejas,
ese planeta de concavidades,
curvas y montañas,
tactando en una
la excitante suavidad
de la piel tersa en ésta
e introdúzcase con sus dedos
en las diminutas curvas,
intrincadas y misteriosas,
deslizándose después
por su extremo exterior,
llegando a la tetilla,

todo un corazón de ternura
abierto al recreo
de su erotismo escondido
y juegue con ésta
y con toda la oreja,
pensando en el hombre o mujer
que debe sintiendo, espero,
la placentera imaginación
en ese extraño órgano.
Y si no ocurre nada
en sus sentidos
no se preocupe
uno tiene dos orejas.





Cayó rodando a las calles

Cayó rodando a las calles,
al infierno más frío,
se destrozó el cuerpo
contra la nada gris y negra
de las noches urbanas.
Dejó morir a la luna
en un charco de orina,
ventoseó y se le escapó
el espíritu de hombre
que olía a animal.
Vomitó y ahogó
su alma en el suelo,
sólo le quedó defecar su corazón
e ir a matar a una novia inocente
a la puerta de la iglesia.
Perdió la bondad y la verdad;
quedaba nada más que la filosofía del mal
en su cabeza libertina
que no era otra cosa que su ciudad.
Dios si existiese
no sería más que un viejo decrépito.

(1989)

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