Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 17 de abril de 2012

1222.- FRANCISCO DE MEDINA



FRANCISCO DE MEDINA
Poeta y humanista español, nacido en Sevilla en 1544 y fallecido en su lugar de origen el 20 de marzo de 1615. Considerado como uno de los escritores más representativos de la denominada escuela sevillana, su prólogo a las Anotaciones de Fernando de Herrera sobre la poesía de Garcilaso de la Vega constituye uno de los manifiestos poéticos más interesantes para el seguimiento de la evolución de la poesía española de la segunda mitad del siglo XVI.

Tras haber mostrado, ya desde la infancia, unas dotes intelectuales que -en palabras de su paisano y contemporáneo Francisco Pacheco- "admiraron a sus doctos maestros", con apenas trece años de edad (1557) pasó a engrosar las listas del estudio del también poeta y maestro hispalense Juan de Mal Lara. Avezado, así, en el conocimiento de las principales materias humanísticas, se graduó en Artes y en Filosofía y pasó a cursar estudios superiores de varias disciplinas (entre ellas, teología y Astronomía) en la Universidad de Osuna, de donde egresó doctorado para ocupar cátedra en Jerez y Osuna.

No obstante, antes de entregarse a las labores docentes, viajó durante largo tiempo por -siempre según Pacheco- "la docta Italia", donde entró en contacto "en las más principales academias della con los más doctos varones de aquel tiempo". Durante esta estancia en Italia aprendió Francisco de Medina a conjugar la gravedad solemne predicada por Pietro Bembo con una nueva práctica poética más pendiente de halagar el conocimiento sensorial del lector (y particularmente afecta al parentesco entre el colorido poético y el pictórico).

A su regreso a España, el poeta y maestro sevillano sirvió, en calidad de preceptor, en el palacio del Duque de Alcalá, donde empezó a erigirse en el eje principal del humanismo sevillano de la segunda mitad del siglo XVI, hasta llegar a ocupar el magisterio ejercido poco antes -y hasta la fecha de su muerte- por el susodicho Juan de Mal Lara. Convertido, pues, en uno de los intelectuales y artistas más respetados en los círculos culturales hispalenses (como la célebre Casa de Pilatos), Medina aprovechó mejor que nadie la fabulosa biblioteca reunida en el palacio ducal donde servía -según las noticias de la época, una de las colecciones particulares más importantes de Europa-, al tiempo que gozó de la magnífica exposición de pinturas y -sobre todo- esculturas que el Duque de Alcalá exhibía en sus estancias y galerías palaciegas.

Este período como preceptor del hijo del aristócrata (que llegaría a convertirse en uno de sus mejores discípulos) le permitió también acceder a las numerosas reuniones académicas que el Duque de Alcalá convocaba en sus salones, donde Francisco de Medina tuvo ocasión de intercambiar saberes con los principales músicos, pintores y escritores de la época, en cuyas ideas estéticas pronto quedó patente la huella del magisterio ejercido por el poeta sevillano. Al parecer, las inscripciones y los motivos pictóricos que decoran el techo de la mencionada Casa de Pilatos surgieron de las ideas apuntadas por Medina en el transcurso de estos encuentros.

Al tiempo que servía en casa del Duque de Alcalá, Francisco de Medina ocupaba diferentes cátedras, en un brillante ejercicio docente que alternaba también con sus estudios filológicos y su dedicación al cultivo de la creación literaria. Pero el fallecimiento del aristócrata bajo cuyo amparo vivía y medraba le llevó a "retirarse, dexando la cátedra de San Miguel i la pompa de palacio, en lo más apartado de los arrabales desta ciudad a vida quieta, donde dispuso un riquíssimo museo de rara librería i cosas nunca vistas de la antigüedad i de nuestros tiempos".

Convertido, según cuenta Pacheco, en una especie de anacoreta cultural, su prestigio de hombre sabio se difundió por todo su ámbito meridional, y de todas partes acudían gentes para conversar con él acerca de cuestiones artísticas y literarias: "Hablava i conocía de la pintura como valiente artífice de ella, de que puedo testificar como quien tanto le comunicó [...], usando de las mejores i más propias vozes que conoció nuestra lengua". Además, pasó el resto de sus días entregado a la composición de poemas, casi todos relacionados con las personas que había conocido a lo largo de su vida, o con los temas que habían ocupado sus horas de estudio y conversación: "Hizo muchas inscripciones i epigramas a amigos suyos, a pinturas, a túmulos reales, i un epitafio a su sepultura, nueve años antes de su muerte".

En efecto, en la poesía original de Francisco de Medina se advierte esa preocupación humanística por el aprendizaje de una tradición que, tanto en castellano como en latín, hermana dos manifestaciones creativas como la pintura y la poesía, ambas caracterizadas por su facultad para inmortalizar tanto al artista como al objeto representado. Esta exaltación de la poesía y la pintura -con su pequeña inclinación en favor de la creación poética- estaba ya presente en poetas latinos como Ausonio, cuyos epigramas fueron objeto de traducciones por parte de Medina; además, el maestro sevillano brilló también por las versiones en castellano que ofreció de los poemas de Propercio.

Pero, al margen de su poesía original y sus traducciones de textos clásicos latinos, Francisco de Medina es recordado principalmente por el prólogo que escribió para las famosas Anotaciones de Fernando de Herrera a la poesía de Garcilaso de la Vega. Se trata de doce páginas de auténtica defensa y exaltación de la lengua castellana como vehículo idóneo para la práctica poética, dentro de una tradición plenamente renacentista que identifica el vigor de un idioma con el esplendor de la nación que lo emplea. De esta primera alabanza general de la lengua española pasa Medina a elogiar su capacidad para generar un lenguaje poético más restringido, en cuya creación ocupa un lugar destacado -en opinión del prologuista- Garcilaso de la Vega. Posteriormente, el humanista sevillano ensalza también la poesía -todavía inédita- del propio Herrera, con lo que acaba por proponer a ambos poetas como modelos de la nueva lengua poética castellana, al tiempo que desautoriza la encorsetada gravedad de algunos sabios que sólo admiten el latín como vehículo cultural, en detrimento del uso de las lenguas vulgares.

Bbliografía.

- PACHECO, Francisco de. Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones (Sevilla, 1599). Ed. actual a cargo de Pedro M. Piñero Ramírez y Rogelio Reyes Cano (Sevilla: Diputación Provincial, 1985).

- PRIETO MARTÍN, Antonio. La poesía española del siglo XVI (Madrid: Cátedra, 1987). 2 vols. (Vol. II: "Aquel valor que respetó el olvido").




Pariendo juró Pelaya
de no volver a parir
y luego tornó a decir:
«¡Jura mala en piedra caya!»
También lo suelen dezir
estas melindrosas damas
en sus deseados partos
con tres dolores que pasan.
AUí las veréys llorar
maldiciendo el ser casadas,
jurando de nunca más
tener hombres en la cama,
de no hazer vida con ellos
ni ellas hacerse preñadas,
y que, si el dolor supieran,
fueran primero vnas santas.
Despedácanse las tocas,
las manos se despedaçan,
no se acuerdan de los gustos
hasta que el tormento passa;
y si después los maridos,
entre sáuanas de Olanda,
con ellas están esquiuos
y les bueluen las espaldas,
responden: «¿Tan bobo eres?,
¡Buelue, perdido, a tu casa!,
no te creas de lijero».





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