Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

sábado, 7 de abril de 2012

1184.- BALTASAR LIROLA ARQUEROS



Baltasar Lirola
Baltasar Lirola Arqueros fue un poeta, intelectual y canónigo español nacido en Dalías (provincia de Almería, Andalucía) el 5 de enero de 1798 y fallecido en Granada en diciembre de 1849.

Hijo de Baltasar Lirola y Rosa Arqueros, ingresó en 1813 en el colegio-seminario de San Dionisio del Sacromonte granadino, donde estudió filosofía y teología, materias en las que se doctoró en 1816 por la Universidad de Orihuela (Alicante).
Fue nombrado secretario episcopal de Málaga en 1826 y ejerció como párroco del pueblo de Oria (Almería) durante tres años. En 1830 ganó el puesto de canónigo lectoral de la catedral de Guadix (Granada), pero renunció a tal prebenda. En 1831, no obstante, obtuvo la canongía de la colegiata del Sacromonte, de cuyo colegio fue rector y donde impartió clase a, entre otros, el escritor cordobés Juan Valera.
Fue gran orador y colaborador de revistas y periódicos, profesor, bibliófilo y pintor aficionado de cuya mano se conserva alguna obra pictórica apreciable.
En lo literario, destacó en poesía, siendo su composición más célebre la oda Sierra Nevada. Su obra fue elogiada, entre otros, por su alumno, el citado Valera,1 por Pedro Antonio de Alarcón, y por José de Ramos López.








SIERRA NEVADA


Por fin te vi, magnífico portento
Que la gloria de Dios al mundo cantas,
Llevando tu cabeza al Firmamento


Y al hondo Abismo las marmóreas plantas.
Pasmóse mi atrevido pensamiento


Al verme en tus picachos que levantas
Circundados de nubes y vapores,
Teñidos de fantásticos colores.


Por fin te vi de cerca, yo que un día,
Sierra Nevada, te admiré de lejos,
Cuando ansiaba mi ardiente fantasía
Tu nieve penetrar y tus reflejos;
El deseo de ver me consumía
Tu ceñidor de robles y de tejos


Y gozar en tus valles y en tu sima
Otra luz, otro ambiente y otro clima.


Por fin lo conseguí... ¡cual palpitaba
Ya próximo á saciar este apetito,
La senda al escalar que serpeaba
Por laderas de jaspe y de granito!




De terror y de asombro me llenaba,
Mi mente se perdía en lo infinito
Contemplando el poder que hizo la Sierra
Cual gigante atalaya de la Tierra.


¡Oh! ¡como el pensamiento se engrandece
Marchando por la senda solitaria!
Aquí el espino ó la aulaga crece,
Allí la fuerte encina centenaria;
Mas allá el sauce silvador florece
Junto á la desmedrada parietaria,
Que á las piedras asida multiplica


Y el arroyo al saltar moja ó salpica.
A un lado el espantoso precipicio


La muerte en el abismo nos retrata,


Y con mujiente atronador bullicio
A otro lado la inmensa catarata


Que arranca los peñascos de su quicio


Y al Sol esparce ráfagas de plata,


Y cayendo al barranco entre la bruma
En nieve se transforma y en espuma.


Altísimos castaños la rodean;
La oropéndola allí cuelga su nido,
Las parleras urracas picotean
El fruto en sus espinos guarecido;
Por encima las águilas otean,


Y los cuervos repiten su graznido,


Y bandadas de tórtolas azules
Arrullan en madroños y abedules.


La cabra montaraz pasa saltando
Los bosques, las malezas ó el torrente;
En un puní al la cierva rebramando
Al ciervo llama de ramosa frente;








El jabalí de su cubil saltando


En los troncos afila el blanco diente,


Y al aullido del lobo, allá á lo lejos,
Los gamos tiemblan y huyen los conejos.


Los mil insectos que en el aire zumban,
Los mil reptiles que alimenta el suelo,
Las mil cascadas que al saltar retumban,
Los mil colores que refleja el Cielo,
Los vientos que los árboles derrumban,
De las neblinas el ligero velo,
Forman esa magnífica belleza
Que recibió de Dios Naturaleza.


Mi alma también atónita y pasmada
Al contemplar tu fuerza creadora
Te saluda, Señor, desde la nada


Y reverente tu poder adora;


La gloria donde quiera te sea dada.
De donde muere el Sol hasta la aurora,
La alabanza, el honor á Tí tan solo
Desde un polo, Señor, al otro polo.
Mas ya se enrisca el áspero sendero


Y se corta tal vez... tal vez se pierde;
Nada ve el atrevido viajero


Que la escena pasada le recuerde;


Ni tórtolas, ni ve gamo ligero,


Ni árbol frondoso ve ni yerba verde,


Y donde quiera que su planta toca
Siempre pisa en la nieve ó en la roca.


Hondísimos barrancos y mesetas,
Torrentes y cascadas infinitas,
Algún arbusto seco entre las grietas,
Sulfúreas y metálicas piritas




Jaspes pintados con ligeras vetas
De color y labores exquisitas,
Tajos elevadísimos cortados
Como plata ó cristal pulimentados.


De la Sierra tal es el triste aspecto
Al alejarse de su verde falda


Y al caminar con paso circunspecto
Sobre su resbalosa húmeda espalda.
Pero ¿qué humano artista ó arquitecto
Pudo jamás hacer una guirnalda


De nieve y luz, inmensa y esplendente
Cual la que adorna tu terrible frente?


Sublime es de aquel sitio en la aspereza
Sentarse en el silencio más profundo


Y apoyando en las manos la cabeza
Olvidar los pesares de este mundo,
Ante la fiera y colosal grandeza


De un paraje en horrores tan fecundo,
Que ocupa el pensamiento y la memoria,
Con los recuerdos de sangrienta historia.


Allí el ardiente natural deseo
De libertad y de mejor fortuna,
Dio á los moriscos funeral empleo;
Sin grandes medios ni esperanza alguna,
Quisieron levantar nuevo trofeo
A la siempre vencida media luna,


Y sin temer las armas del más fuerte
Gritar osaron: ¡Libertad ó muerte!


Gritos valientes y á la par terribles
En el alto Veleta resonaron.
Las cien lenguas alígeras, movibles
De la Fama, á Granada los llevaron;




A estos ecos de guerra aborrecibles
Las torres de la Albambra retemblaron,


Y esperaron alegres con fe ciega
Moros del Albaicín y de la Vega.


¡Menguada fe que desmintió el suceso


Y tanta sangre derramar debía!
¡Poder fatal el que con tanto exceso
A los tristes moriscos oprimía,


De atroz esclavitud doblando el peso!
¡Y día miserable, aciago día
En que negando la cristiana ley
Quisieron nuevo Dios y nuevo rey!


Mísero Aben-Humeya ¿qué ambicionas?
De reyes moros descendiente fiero, ■
¿Por qué en la rebelión buscas coronas
De mano del ladrón, del bandolero?;
La nobleza acabó de que blasonas,
Pues faltaste á la fe de caballero


Y te acogiste á la Nevada Sierra
Cual malhechor para mover la guerra.


Allí acudió para empezar la liza,
Mal armada, sin orden y sin tino,
Gran multitud de gente allegadiza
Que del saqueo esperanzada vino;
La tierra destruyó, y en su ojeriza
Contra todo lo santo y lo divino,
Degolló niños y violó mujeres,
Incendió templos y abolió deberes.


Mas pronto del ejército cristiano
La fuerza presentóse, frente á frente;
En mil encuentros el furor insano
La sangre derramó como un torrente;






Aben-Humeya, inepto soberano,
Cayó al fin, despreciado de sn gente,


Y acabó sn existencia y sus afanes
A manos de sus mismos capitanes.


Hay una cueva cenagosa, impura,
Bajo el Muley-Hassen siempre nevado,
Donde dicen que está la sepultura
Del rey de la Alpujarra desdichado.
En altas horas de la noche oscura
Se aparece tal vez de acero armado
Negros la espesa barba y el cabello,


Y el vil dogal en derredor del cuello.
Así lo dicen tímidos pastores


Que al rayo de la luna lo observaron,


Y lo afirman valientes cazadores
Que su gemido fúnebre escucharon;


Y aún hay quien cuenta, exagerando horrores,
Que al pasar, sus vestidos le rozaron,


Y espeluznado se mantuvo quedo
Casi mortal por el asombro y miedo.


Estos cuentos tal vez son ilusiones
De la atemorizada fantasía,
O tal vez son antiguas tradiciones
Que del tiempo alteró la lejanía;
¿Y quién sabe? ¿Se dan fuertes razones,
Las ha dado algún sabio hasta este día
Para probar como evidente ó cierto
Que no puede volver al mundo un muerto?


Y no se ve doquiera más que nieve
Que cubre los caminos y senderos:
El pie vacila y con temor se muere
Al liorde de profundos ventisqueros;








Ya hasta la cima la distancia es breve,


Y aunque no pueden ir los pies ligeros,
Pronto se toca al fin la ansiada meta
Al llegar á la cumbre del Veleta.


Salud, pico sublime... que anhelante
Tanto ansió por gozar el alma mía,
Que brillas engastado cual diamante
En la joya mejor de Andalucía,


Y tu nieve en raudal refrigerante
La lleva la abundancia y la alegría.
Salud una vez más y otras y ciento
Gloria de España, espléndido portento*


¡Ah! Dejadme deseos y cuidados,
Dejadme que tranquilo aquí respire
Estos aires purísimos, delgados,


Y que de Dios la omnipotencia admire;
Dejadme que estos picos elevados,
Una vez y cien mil, pasmado mire,
Dejadme que disfrute de la vida


Con que el ambiente plácido convida.


¡Como se eleva el alma y todo el hombre,
Ante tan esplendente panorama,
Tantas bellezas viendo, aunque sin nombre
Del sol de Julio á la encendida llama!


Y porque más se admire y más se asombre,
Bajo sus pies el trueno que rebrama


Y una masa de nieve blanca y pura
De mil varas, lo menos, en altura.


Al pie de esta pirámide de hielo,
Que vi*') del mundo los primeros años,
La Alpujarra se extiende de agrio suelo


Y sus pueblos cercados de castaños,








Cuelgan entre el abismo y entre el Cielo
Sin temor de peligros ni de daños,
Siendo los moradores de la Sierra
Dulces en paz, terribles en la guerra.


Allí nacen las fuentes á millares,
Allí saltan cien ríos cristalinos,
Allí hay lagos, azules como mares,
Circundados de robles y de pinos;
Allí está la laguna de Vah-Kares
Donde se juntan brujas y adivinos,
De la que cuentan fúnebres consejas
Susto de los muchachos y las viejas.


Dirigiendo á lo lejos la mirada
Otro cuadro preséntase más bello,
La existencia del mar ilimitada
Del divino poder limpio destello;
La mente á lo infinito transportada
De la mano de Dios couoce el sello,
Viendo ante sí, de pronto y en un punto
De tantas maravillas el conjunto.


El Atlántico mar al Occidente,
El mar Mediterráneo al Mediodía,


Y en la morisca tierra que está enfrente
Las crestas de la inculta Berbería;


Al Norte una llanura reluciente


Con blancos pueblos, flores y armonía,


Y cual reina de Oriente recostada
A su derecha la sin par Granada.


Granada, la sultana de las flores,
Con su manto de rosas carmesíes,
Donde juegan riendo los amores
Entre nardos, claveles y alhelíes,






Donde aún suenan las fiestas y clamores
De los Abencerrajes y Zegríes,
Cuando danzando en bulliciosa zambra
Placeres respiraban en la Alhambra.
Cuando galantes ó amorosos fines
Ostentaban en justas y torneos,
O del Generalife en los jardines
Encontraban el premio á sus deseos;
El perfume de rosas y jazmines
Allí excitan amantes devaneos,


Y aún guardan los cipreses la memoria
De una Sultana y su amorosa historia.


Debajo corre el Dauro envanecido
Con el oro que llevan sus arenas,
Murmurando con plácido ruido
Ya suspiros de amor ó ya de penas;
En sus linfas con vago colorido
De la Alhambra se pintan las almenas,


Y él corriendo entre cármenes y verde
Llega al fin al Genil donde se pierde.


Porque todo se pierde y se consuma
En el mundo falaz, perecedero.
Vuela la gloria como leve pluma
En las alas del tiempo pasajero;
Se acaba la belleza cual la espuma
De un niño al soplo tímido y ligero;
Polvo es en fin, y nada la existencia,
El poder, las riquezas y la ciencia.


Mas tu, Sierra Nevada, desafías
Este poder del tiempo y lo resistes;
Pues al nacer el mundo tú nacías,


Y tras de tantos siglos aún existes;








¡Cuántas mudanzas en tan largos días!
¡Cuántas ruinas y sucesos tristes
Habrás visto pasar como aquilones
Por los hombres, los pueblos y naciones!


A pesar de esa vida sin segunda
También tu acabarás, Sierra Nevada,
En el día que todo se confunda


Y vuelva el mundo á su primera nada;
En que el fuego voraz consuma y funda
Cuanta materia fué por Dios creada,
Igualmente lo antiguo y lo moderno
Porque tan solo Dios es El Eterno.


Pero el Sol revolviéndose en la esfera
Se inclina ya á bajar á otro hemisferio.
De Guarnón el barranco nos espera
Para darnos abrigo y refrigerio,


Y es fuerza abandonar tu cima fiera,
Sierra más bella que el mejor imperio,


Y guarecernos en la noche fría
De las beladas que tu seno cría.


Adiós... Adiós, magnífico Veleta
De nieves y vapores circuido,
Como está el solitario anacoreta
De su sayo parduzco revestido;
Que tus glorias entone otro poeta,
Yo de tanto admirar estoy rendido,


Y á la impresión sublime me abandono
De baber llegado á tu imponente trono.


Nieves, adiós... y tempestad y truenos.
No me veréis ya más, que la oomente
De mi vida, volando huye sin frenos,


Y ya su fin el corazón presiente.






¿Y es tan triste morir?... Yo por lo menos
Podré morir en paz tranquilamente
Sin que la vida compasión implore...
jAy! no tengo en el mundo quien me llore.

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