Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 1 de noviembre de 2011

898.- JUAN FRAU


JUAN FRAU
Nace en Madrigalejo en 1970, aunque vive en Sevilla, en cuya universidad es profesor titular de Teoría de la Literatura. Su primer libro de poesía es Travesía (1995, Universidad de Sevilla), 1º premio en el I Certamen Literario de la Universidad de Sevilla. Ha sido incluido en la antología Alzar el vuelo (2006, César Sastre editor) y ha publicado poemas y relatos en revistas como Alaluz, Anuario del Mediodía, Tempestas, La vaca de muchos colores, Adarve o Capela. Ha escrito textos para los espectáculos audiovisuales Oriente-occidente y Rihla, de La Zanfoña móvil. Como investigador, ha publicado los libros La teoría literaria de León Felipe y Realidad y ficciones del texto literario.




TEOREMA DE FUNES

No se parece en nada. Es bien distinto
un domingo de un lunes,
un corazón de una coraza grande,
unos ojos que vi, y unos ojos que veo;
pero sólo tenemos dos palabras:
etiquetas monótonas,
tarjetas de visita, ecos vacíos.

La producción en serie
no nos viene del siglo XVIII,
es mucho más antigua. En el primer mercado
vendieron una frase al amante primero;
era de un solo uso
pero el primer amante era pobre y tramposo,
hizo copias, remiendos, y siguió
repitiendo lo mismo hasta su muerte
(eso es economía del lenguaje).

Somos sus herederos, desde entonces
masticamos las mismas dos palabras
queriendo vanamente decir algo; olvidamos
que ya fueron usadas una vez
y que además, y sobre todo, no es lo mismo
un domingo que un lunes,
un corazón que una coraza grande,
unos ojos que vi
y unos ojos que veo.

(Del libro Travesía, 1995)








A UN NOMBRE EXTRAVIADO EN EL CAMINO

Ya no tengo tu nombre,
lo he perdido,
y ahora
no sé cómo te llamas; no lo encuentro
por los bolsillos, ni en mi calendario,
ni en el aire estancado en las cortinas;
recuerdo algunas letras, pero no sé en qué orden
debo juntarlas; sigo, por lo tanto,
buscándolo, y remuevo
los muebles, la memoria, los zapatos, me asomo
debajo de la cama, y al espejo, y al mundo
que envejece detrás de la ventana.
Tu nombre no aparece.

Lo noté esta mañana, viendo el álbum de fotos;
cada objeto tenía su palabra:
árbol, torre, turista, nube, cielo,
pero tú sólo eras un pronombre,
apenas eras ella:
blusa azul de tirantes, bolso, gafas
de sol, sonrisa, pantalones cortos...
y ella,
y tú,
y cómo te llamabas,
y cómo la llamaba cuando lo hacía en vano,
cuando no respondías, cuando estaba tan lejos
como ahora lo estáis.

No es que quiera llamarte, bien sabemos
que no queda un minuto en los relojes
que rompimos, es sólo
que me gusta saber dónde pongo las cosas,
que no me quiero dar contra tu nombre un día
en el momento menos indicado,
y que noto un vacío escandaloso
en la parte más triste de la lengua:
donde estaba tu nombre tengo un hueco sombrío
que duele cuando va a cambiar el tiempo,
que avisa cuando llega la estación de las lluvias
y asegura una noche interminable
de pupilas clavadas en lo oscuro.

(Recogido en Alzar el Vuelo. Antología de la joven poesía sevillana, 2006)









A UN NOMBRE HALLADO EN EL CAMINO

No es fácil; las palabras se nos caen,
nos dejan indefensos
cuando hacen más falta, en los momentos
en que tiemblan los hombros
y tragamos saliva y no sabemos
dónde meter los ojos ni qué hacer
con todos esos pies que nos han dado.

No ayudan demasiado: las traemos
tan usadas y oídas,
tan vacías y frías, las palabras...
No nos llevan muy lejos.
Definitivamente. No te extrañe
que a veces ni me tome el trabajo de buscarlas;

eso
no me sirve de nada contra algunos
digamos accidentes:
tu lógica implacable y tus premisas,
tus disfraces y huidas, por ejemplo.

Si las manos hablaran, si en las manos
los dedos, si los dedos...

No es fácil, ya lo has visto. Me pregunto
si sabes lo que callo, si comprendes
todo lo que no digo, lo que duerme. No espero,
no quiero, que contestes; te conozco,
y además ya estoy harto de palabras,
busco un nuevo dialecto.

Si las manos hablaran,
si en las manos los dedos, si los dedos...

No es sencillo. No creo en lo que digo,
ni en lo que dices tú.
Tú tampoco te fíes de lo que estás oyendo
ahora, en este instante:
ni siquiera es mentira, no nos sirve. No es fácil.
Menos mal que nos quedan los silencios.

(Del libro Travesía)











EL HORIZONTE

Imaginé la espuma, los jirones
de lo que fuera vela henchida un poco antes
y ahora trapo sólo entre las olas;
las tablas esparcidas,
los pedazos del mástil, los toneles
tal vez de vino, tal vez de manzanas
o de otra fruta llenos, los baúles
que dejaban la estela de camisas
sobre un mar ya tranquilo.
Allí un bote de remos volteado,
allí el bauprés y el mascarón de proa.
Y yo tal vez asido a una madera
bajo el sol, contra el viento, a la deriva.
Imaginé esa suerte desde el muelle
mientras zarpaba el barco y se alejaba,
y al tiempo en que buscaba el horizonte
crecía en mí el anhelo de zozobra,
la envidia de los restos esparcidos
por el pecho del mar.
Cualquier marino sabe que el naufragio mayor
es no salir de puerto.

(Revista Alaluz, núms. 1 y 2, primavera-otoño 2001)









NUESTROS PROBLEMAS CON LA LECTURA

Dice su nombre, oculta su apellido;
Dice que hace dos días que no lee,
salvo, acaso, algún verso
y de arte menor, muy poca cosa.

Todo empezó muy pronto;
al cumplir cinco años le entregaron
sus dos primeros libros:
las vidas noveladas e ilustradas
de Fray Escoba y de David Crockett.
Los leyó varias veces, no creía
que aquel acto tuviera mayores consecuencias:
era igual que jugar a la pelota
o que hacer puntería con las piedras
o ir a ver los trenes.

El resto se lo pueden figurar;
si están aquí conocen ya la historia:
luego llegan Salgari, Julio Verne y Stevenson,
y de ahí hasta el Quijote hay apenas un paso.
Sólo su abuela le avisaba entonces:
"que no puede ser bueno, tantas horas…
que te dejas la vista, que verás la cabeza…".
Y él cerraba el libro dos minutos
para luego perderse de nuevo entre sus páginas.

Y así ha llegado a estar como ahora está,
como yo,
como ustedes, supongo.
No paró de decir durante años
que podría dejarlo fácilmente,
con sólo proponérselo,
pero ha de admitir que se engañaba.

Comenzó a darse cuenta del problema
cuando vio que llegaba tarde a todo
por decir esta página es la última,
o por entrar en una librería
de las que siempre acechan en todos los caminos.

Cada vez que llegaba a una ciudad,
se perdía en las calles más estrechas
en busca de covachas polvorientas -o templos-
que albergaban volúmenes antiguos,
de saldo, intonsos, raros, de segunda mano…

Y perdía también los autobuses
ante un escaparate.
Y perdía los días, los amigos,
las primaveras todas, los otoños.
Y él mismo se perdía
por tierras fabulosas
y entre vidas soñadas hace tiempo.

A veces, por la noche,
se ponía a buscar bibliotecas de guardia,
librerías de urgencia
que aliviaran su angustia.

Lo ha intentado con tinta de periódico,
pero no huele igual.
Trató de destilar sus propios versos,
pero no es suficiente.
Escribe tan despacio. Son tan pobres.

Supo, por fin, que había que dejarlo.

Y lleva ya dos días sin leer;
bueno, sólo algún verso, por las noches,
y de arte menor, muy poca cosa.








CUENTO CONTIGO

Junio de nuevo.
El año empieza en junio.
En realidad empieza en cualquier mes,
septiembre, marzo…
O enero, por supuesto, todo el mundo lo sabe.
No es cuestión de equinoccios o solsticios,
ni siempre interpretamos ceremonias,
pero el año está siempre comenzando.

Y todo lo que empieza
lleva el final escrito en su principio:
es diez de junio,
hoy acaba el año,
como acabó en abril.
Siempre puede decirse
que hace un año murió lo que hoy se muere;
siempre puede arriesgarse el vaticinio:
doce meses y un nuevo diez de junio.
La cuenta es clara.
Lo que no es tan fácil
es saber si se suma o si se resta.











EL AIRE CONMOVIDO

A Georgia

Pensaba en ti, sentía tu presencia
por las habitaciones de mi casa.
No sólo porque ahora
los armarios estén como tú los dejaste,
o porque tú trajeras las cortinas
y me ayudaras a cambiar de sitio
los muebles del salón; pensaba en ti,
sentía tu presencia,
no porque en la cocina todavía
esté el escurreplatos que trajiste,
o esa máquina extraña
que fabrica la espuma del café.
Pensaba en ti y sentía tu presencia
porque todas las veces que te has ido
el aire ha conservado, como un molde,
un vacío que queda donde estuvo tu cuerpo.
Y ahí, donde no estás, estás un poco;
sentada, por ejemplo, en la cama pequeña,
tu espalda vuelta hacia la luz del patio,
o dormida en mis brazos
con la tele encendida para nada.
Hoy siento tu presencia. Pienso en ti.












LIÇÃO

A Georgia

Xícara de tan lejos, que llegaste
sólo por demostrar que el mundo es vasto
-demostración perfecta y necesaria,
hermosa, bella, linda- hasta mi vida.
Pero cuanto aprendí de geografía
fue cuanto tuve que olvidar de historia.
Ahora sé que el mundo acaba lejos,
que hay algo más allá de las montañas
-los mares, las fronteras, tierra, cielo-
y no me importa nada lo que acaso
pasó en la época de los fenicios,
porque entonces no estabas, no estábamos,
así que creo que tampoco ellos
podían existir. Ya no recuerdo
todo aquello que fui antes de ti,
xícara que llegaste hasta mis labios.









AFIRMACIÓN

Estuve aquí. Estaba cuando el viento
todavía era brisa y no tormenta.
Parece que una vez, en otra vida,
todo -el paso, la flecha, la mirada-
dibujaba una línea clara y recta.

Estoy aquí. Concreta como un miércoles
a las dos de la tarde y diez minutos.
Las columnas del templo
juntan aún la piedra y la elegancia
en la doble misión de sostenerlo todo y afirmarse.

Estoy aquí; la rúbrica
gira constante, imprevisiblemente,
pero siempre termina, en su anarquía,
por dar la forma exacta de mi nombre.







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