Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 1 de noviembre de 2011

JUAN SIERRA [899]


Juan Sierra

(Sevilla, 1901-1989)
En la necrológica publicada en el diario El País (13-IX-1989), Carlos Colón definió así a este raro poeta: «Funcionario de Hacienda hasta su jubilación, dedicó su vida a cultivar despaciosamente una vena poética que entroncaba por un lado con la modernidad y por otro con la tradición barroca sevillana. Sólo publicó cuatro libros de poesía [...] y una antología de artículos reunida bajo el título Sevilla en su cielo. Fue uno de los fundadores de la revista Mediodía y compañero de todos los grandes poetas que convirtieron la Sevilla de los años veinte y treinta en capital mundial de la poesía. Sevillano de frialdad y finura, vivió los últimos años de su vida en apartamiento, ceguera y sabiduría, como un viejo rabino de Rembrandt».

Obra poética

María Santísima, Sevilla, Mediodía, 1934.
Palma y cáliz de Sevilla, Madrid, Afrodisio Aguado, 1944.
Claridad sin fecha, Sevilla, Gráficas La Gavidia, 1947.
Álamo y cedro, Sevilla, Renacimiento, 1982.
Poemas, Granada, La Veleta, 1992. Prólogo de Jacobo Cortines.

Bibliografía

Cortines, Jacobo, «Claridades con fechas», en Poemas (1992), págs. 9-13.
Ruíz-Copete, Juan de Dios, «El esplendor de los "domésticos"», en Poetas de Sevilla, Sevilla, Caja de Ahorros Provincial de San Fernando, 1971, págs. 181-184.


TRAFALGAR

A Rafael Laffón

En el perfume de una alcoba recién esterada

Encima de la cómoda
en un fanal con amores napolitanos de piernas de leche y bigotes finísimos
Cuando los cristales de los balcones muy bien cerrados
permiten que se comuniquen todos los cuartos con temerosas claridades de ascensión
y se distinga perfectamente el fondo de los cuadros más altos
Hay cajones que nunca podrán abrirse
en la certeza de que el mar es más temible mientras más azul

Entonces
Cuando un mediodía nos demuestra
que el recibidor del convento recorta en amarillo un chorrear de pájaros
y que los bancos de sal se hicieron con velas de fragata bajo un reinado femenino
Cuando alardean las playas su seguridad de ser olvidadas

Entonces
En la analogía de los sillones de plata con el resplandor de los inventos a cuarenta por hora
En la peluca de la anciana que zurce ropa bordada
en el rayo de sol que abre un domingo la soledad de la casa
En esa hora en que el almanaque no sirve para nada

El almirante encorsetado en oro exprimiendo su pecho lazos de seda blanca



Cristales frente al puerto

Francisco Pachón

No sólo el desparpajo de los ladrillos ante la muerte de un padre de familia
Ni la cerveza dominguera entrando a sangre y fuego en los metales de la feria
Sino todavía una lumbre asiática amortiguada
en la convalecencia de panales y cuervos
O una tregua en aquel desorden resbaladizo del norte que exportaba corazones bajo la nieve.
Pero en todo caso
El sofá de la tarde
que ya se va enfriando en los postes de amarre
resecos
de batallas navales
o en el armisticio que firma un labio de mujer cuando se le dice bella
a la luz donde los titiriteros se remontan a fuerza de hambre
y los corales raídos del aire friegan el urinario
de nuestra conciencia que va desnuda
por un alambre de angustia
a los mataderos del cielo

  

CTS. (Todo comprendido)

A Ernestina de Champourcín

Ese tranvía que barre las acacias de una avenida Sur
perfecciona un airoso túnel de sombra
a la temperatura en que fermenta un santo
entre claridades de ácido fénico y osamentas irónicas

Es la hora en que los soldados se visten de gala
con picos de nieve cruzados de sol
y las más altas bibliotecas trillan su ciencia en la flexibilidad del mar

La disciplina del mundo se quiebra en esa sombra que dan los eucaliptus
plantados en los andenes de las estaciones solitarias

Más tarde
un bergantín a contraluz soñaba el peso de las distancias
cuando el amor inventó el ángulo recto
Los aires refrescan epílogos de jazmín
en la nuca verdosa de administradores incorruptos
Yo lo he visto desde las laderas del crepúsculo en el mes de junio
El murmullo de Italia
ahonda el trote de esos caballos negros que llevan violetas en las sienes
Los colegios del Norte demandan la intrepidez rosa de la carne vencida
y la sal antigua sorprende un retablo hecho con oro de almendras
Mi afán morado se resecaba entre la angustia de los dos Continentes
y mi corazón corría al nivel de esas estanterías con baranditas
que existen en el interior de los grandes almacenes de calzados

Era en los comienzos del siglo XX


Bombardeo de poblaciones abiertas
(Sevilla, 1937)

A José María Cossío

Se ahogó el silencio en una tumba sin poros

Las calles se han regado con una claridad de inmediato suplicio
El espacio de los ángulos refleja una agresividad contenida
A los pájaros como siempre no les importa nada de lo que ocurre
El campo siempre ha sido aquí blando y verde
Siempre han brillado en el río los materiales de esta ciudad
Un pequeño vendedor de periódicos escudriña el cielo
Donde se rumorea una esbeltísima experiencia de motores

De pronto una estrepitosa novedad que retiembla
Y molesta mucho
A las bestias enganchadas en los carritos comerciales de reparto
Es la defensa antiaérea que ataca
Grandes pisotones lentos y negros sobre la tierra le contestan
Son los que realizan el servicio
Todas las digestiones se cortan con una frialdad despreciativa
Todas las azoteas alumbran resignadas el centro de su espoleta
Los ojos de las jóvenes compadecen a un moribundo invisible
Vemos que nuestra madre es también una criatura muy pequeña

Siguen las salvas en honor del gran cadáver del silencio
La luz se ha recogido en el aire con una serenidad de otro tiempo
Yo pienso en las naranjas embaladas que están sobre los muelles obligadas a jugarse la vida
Los enormes émbolos del odio vuelven a sacudir profundamente la tierra
Ya los relojes marcan sangre arrabalera entre vigas y ladrillos
Todos los años que puedan quedarnos de vida son manteados con indiferencia por una gran burla
La ley de la gravedad se desarrolla majestuosamente con una ira correctísima
Algo se reza mientras los oídos vigilan escondidos a la muerte

El silencio ha vuelto del cloroformo
Una soledad de geranios fracasados ya tomó nota de la venganza
La Cruz Roja vuela entre teléfonos y calles desiertas
La sirena final anuncia que el día ya ha envejecido
Y nosotros por esta vez hemos tenido suerte

[Claridad sin fecha]
  


Ayer y hoy

De un alba negra y lisa sin recelo
y un sabor a galleta tripulante,
nació este no fijarse en la medida
que sueña un halo para cada cosa.

De un pecho bajo y firme para el lloro
y la blancura opaca vigilada
por los palos de aquel barco noruego
atracado muy lejos de los muelles.

De un morado y sexual rapto de nube
a caballo en la luna de mi infancia
entre el verde alumbrado de las ocho
y el ramaje movible de algún cine.

De la niebla de aquel despacho donde
con legajos de un húmedo silencio
se hallaba disecada en su vitrina
la fragata que un día mandó mi abuelo.

De la piel de unos ojos en el claro
tibio cielo de marzo el año aquel
de barro y lluvia en que la primavera
sólo lució en las piedras de la calle.

De la sombra de añejo oro pulido
con manzana del trópico y almendro
o nublado regalo junto a un río
al acecho de música y piragua.

De algo de todo eso fue mi ayer:
demasiado altas las estrellas
para el regazo de quien oye un tiro
buscando caracoles en la playa.

Hoy que ya fue alejada en lo preciso
la joya del recuerdo al aire libre
sólo quiero la paz de lo que tengo
sin muebles con señales de naufragio.

Por un minuto de virtud serena
doy el amor más áspero y durable:
el amor que este clima de mis huesos
lleva -oh ángel de tierra- en su memoria.

Hoy mi dolor lleva el sonido claro
de muchas aguas como si tal cosa:
el perenne sonido que el azogue
del alba oye en los mares de mi sueño.

Sólo quiero girar la redondela
del Arte en el silencio de mi vida
por si logro vencer en lo posible
la sonrisa de algún marino loco.

Dejar en oración de pardo vuelo
ese beso tan grande nunca dado
que sepulta lo ciego de mi pena
con chaquetas de mármol en el aire.

Y a ver cuándo soy yo uno de esos muertos
que arrojan a diario las ciudades
en su promedio sol de defunciones
sin que el té de la noche se suspenda.



Sueño

Para Abelardo Linares

Anónimo, profundo, varado en la negrura,
un viejo buque yace junto al acantilado.
Un silencio pirata funde su arboladura
con la grandeza inmóvil y triste del pecado.

¿De qué amatista isla o nodriza ternura
descolgó un mudo gajo de horror lo inesperado?
Bajo aquel luto ciego de coral y amargura
surge la pena en vilo de cuerpo ajusticiado.

Y no son malhechores de Cantón o de Riga
los que aflojan el pecho mandíbulas y bocas
que amortaja la luna con cintillos de guerra.

Ahorcados, tallados en las húmedas rocas,
con el puñal del alba cosido en la vejiga,
son marineros lentos de la dulce Inglaterra.


Isla de Panay

Aún queda un resto de telescopio en el zaquizamí donde se pudren
las casacas galoneadas de los marinos
Aún resiste mi tía Paca tras los cristales de Cádiz su viudez
Allá va un sol contrabando de suspiros a cada golfo del atardecer
El mar se deja robar sus conchas por la mirada de un pobre hombre
Aún el oro es amarillo y Trini es un nombre

Yo me amplío tenue de malecones encendidos
al país donde la gente no se levanta para hablar
y las niñas moderan su risa en valles de percal
Mi corazón silba en gasas de ron
en etiquetas de esas botellas que no se venden nunca
los días en que las banderas caen por su propio peso

En las factorías se embalsaman las madejas de aire
El invierno se inclina hacia atrás como los palos de un navío
No quiero hacerte comprender lo que hay más allá del horizonte
Deja que las colonias se cautiven los domingos
y ese retumbo de pozo que nos recuerda los primeros salones de cine
Alegría de naufragar que brota en las aceras desiertas
Esperanza ya antes de nacer
todavía en el vientre de nuestra madre
de un clima con sordina de olvido

  

Un corto paseo

Estos paisajes son de cuando yo ya hubiese muerto
Algunos amigos de mi edad han muerto y no verán estos paisajes
Dios mío yo me aprovecho y los veo los miro antes de morir
Veo este progreso de la ciudad este cielo que se compadece de toda esta juventud
   agobiada por la dictadura del trabajo
bajo la enorme generación de la especie humana
sin rincones de tabernas inglesas con barriles pintados de negro y rojo
sin clima ni horizonte para que sueñen lejanías mis ojos
sin fragatas ni islas desconocidas donde se profundice mi virtud
sin recogimiento de cales que archiven tragedias familiares
sin oro de retablo de iglesias pueblerinas que me apartaron de alientos de mujeres

Estos espacios residenciales estos bloques enormes de viviendas con sus pedruscos
    grises exiliados en sus parterres
son fríos a mi recuerdo
son extraños a mí
son para los jóvenes no para que yo los disfrute
Parece que los estoy mancillando con mi presencia
como si me recreara en los pechos de una tanagra

Yo creo Dios mío que ya ha llegado irremisiblemente
naturalmente
mi hora de morir
Supongo que voy muy retrasado en mi muerte


La vejez

Para Alejandro Mateu Ros

Aquí estoy sometido al tiempo
altivo por la costumbre del dolor
mi corazón ya herido para siempre

Ningún ángel infantil sostiene mi mano
ningunos ojos compadecen mi firmeza
estoy solo
solo y terrible pero pienso
pienso en recuperar algún día el amor que no supe tener a los que me amaron
en poder ofrecer alguna vez a mis muertos la nobleza de mi silencio la tortura de mi
   sangre los trabajos de mi esperanza

Aquí estoy al borde del final
ya falta poco para que termine
esta lucha admirativa por la frescura del mundo
esa ráfaga olorosa que iluminaba aquellas noches primaverales de la juventud
ese breve saludo que se cruza entre dos desconocidos
mientras regresan a su barrio después de la jornada
esta inmensa obligación de permanecer en la vida
esa palabra del hombre que juega suelta en el aire de la Creación

Cuando todo esto desaparezca
cuando todo termine
envíame señor ese ángel infantil que sostenga mi mano
esa mirada tranquila que compadezca mi firmeza

  
En un pueblecito de Milán

Los amigos se habían ido
Y quedé solo en aquel bar al borde de la carretera
Solo con todo el dolor de mi cuerpo con todo el peso de mi vida
Había una quietud suprema un silencio extraño y diferente
El silencio como un duelo con la conformidad inapelable del mundo
Yo estaba en un pueblecito de Milán
Pero no se veía el pueblo
No se divisaba ningún caserío en mucho alrededor
Acaso alguna pequeña fábrica aislada como una prisión en la tierra calurosa de junio
Ella cruzó con el último sol de aquella tarde de verano
Cruzó aquella muchacha la carretera montada en su bicicleta con dos botellas de leche
   colgadas del manillar
¿Quedaría muy lejos el pueblo?
¿Llegaría tarde esta muchacha a su destino?
¿A lo largo de los años se ensangrentaría con la corona de los celos?
Yo seguía inmóvil frente a mi gran copa de coñac en aquel bar solitario al borde del camino
Inmóvil e ignorado por todo el universo
Lenta rueda la bicicleta de la muchacha segura de sus recados
Y lenta rodaba la tarde al aire libre de presagios
Mientras el tiempo se devoraba a sí mismo sin consumir nunca la inmensidad de su angustia

Muchacha cruzaste muy despacio por la carretera
Pero también cruzaste muy despacio por la tierra de nadie que atraviesa mi alma
Al final de los siglos recuérdame Señor lo que viví en ese pueblecito de Milán
Abrázame con aquel momento de dicha misteriosa y amarga
Abrázame con aquella muchacha de la bicicleta con aquel cielo resignado a su color
Abrázame con aquel instante silencioso desierto postrado en lejanías de tristeza insondable

[Álamo y cedro]


   
Juan Sierra, el poeta de la claridad sin fecha

Por FRANCISCO ROBLES 


«Juan Sierra es ejemplo de vocación poética pura, cuando tantas otras se deshacen en el torbellino de la gloria inmediata». Así describe Jacobo Cortines a quien nos dejó cuatro libros de poemas publicados entre 1934 y 1982. Nació en Sevilla el 20 de diciembre de 1901, cuando se desperezaba ese siglo XX que nos traería los vientos de la modernidad en forma de creacionismo o de surrealismo. Vivió con humildad, con esa sencillez que desprenden las casitas blancas del Barrio León. Se ganó la vida como funcionario de Hacienda después de haber opositado. Como poeta fue fiel a la vanguardia de su época, y se sumergió en las contradictorias aguas de la metáfora brillante, de la imagen literaria que se despliega hasta quedarse prácticamente desconectada de la realidad. Como si fuera esa pintura donde lo figurativo se adelgaza hasta entrar en contacto con la abstracción. Y fiel a la tradición poética y emocional de su ciudad, sus versos muestran las raíces métricas de la décima y del soneto dedicados a las Vírgenes y a los Cristos que la recorren durante esos días grandes que, en la poesía de Sierra son los más hondos del calendario sentimental de Sevilla.

Su primer libro apareció poco antes de la guerra incivil: «María Santísima». Ya había publicado Sierra sus primeros versos en la revista «Mediodía», ese faro que aún sigue alumbrando la poesía sevillana a pesar de que haya pasado casi un siglo desde que lo encendieran poetas como Alejandro Collantes, Rafael Porlán, Eduardo Llosent o Joaquín Romero Murube. En María Santísima, poemario escrito en décimas que siguen la estela neopopularista de la Generación del 27, Sierra se fija en las devociones marianas españolas. Un tema alejado de la modernidad imperante en aquella Europa de entreguerras que, en la pluma del poeta sevillano, se eleva hasta alcanzar la plenitud literaria que tanto se echa en falta cuando los aficionados hacen algo parecido. La que dedica a la Macarena es sencillamente escalofriante:

«En vino blanco, en romero, 
en la cal de una fachada, 
yo te pienso cuando quiero, 
¡lirio de la madrugada! 
Allí en tu barrio guardada, 
(sólo tu barrio te guarde) 
brisa que quema y no arde, 
clavel de donde consume 
su más secreto perfume 
todo el oro de la tarde».



Poeta de la Semana Santa

Tras la guerra, Sierra se refugia en la Semana Santa para dejarnos un poemario tan hondo como literario, tan sincero como deslumbrante. ¿Quién ha dicho que están reñidos esos adjetivos? «Palma y cáliz de Sevilla» aparece en 1944. En el largo poema dedicado al Cristo del Calvario consigue aunar eso que buscaba Pedro Salinas, otro poeta de la claridad: la tradición y la originalidad. Escrito en cuartetos de alejandrinos blancos, la ausencia de rima convierte la presumible estrofa de la cuaderna vía en versículos que nos remiten al Lorca más surrealista, al de «Poeta en Nueva York». La Semana Santa, tan popular, entra en las esferas de lo gongorino y del surrealismo, de lo más barroco y de lo más vanguardista. Un verdadero prodigio poético que eriza el alma de quien lee este pasaje donde se describe el tránsito del Crucificado por el túmulo de piedra de la Catedral:


«La Catedral vacía. Se regala el silencio  
en los grises pilares de tierra endurecida.  
Ningún aliento roza la quietud lisa y firme  
de esta alcoba de piedra donde Dios vela solo.  
¡Oh clausura de tumba que por la noche sella  
toda una calma gótica de músculo encendido!  
Una brisa ligera de vez en cuando agita 
este silencio en polvo flor de cuerpo presente. 
Bajo el peso aromado de la púrpura unida
ha llegado a doblarse una cera que arde.  
Algo aguarda la sombra del hierro subterráneo  
donde yacen los muertos con su fina sonrisa (...)»


Tres años más tarde ve la luz el libro donde Juan Sierra se aparta de la temática sacra y entra a saco en una pluralidad de asuntos que convierten el conjunto en una miscelánea poética. En «Claridad sin fecha» (1947) nos encontramos otra vez con la décima y el soneto, que ahora comparten espacio con versículos libres que fluyen por las enigmáticas aguas del surrealismo más atrevido. Como bien señala Octavio Paz, la métrica del verso medido a golpe de sílaba le cede el paso, durante la revolución de las vanguardias, al ritmo que marcan las frases, las imágenes, el contenido del verso. En los romances de este libro, esas metáforas nos deslumbran con un brillo inesperado cuando el lenguaje intenta describir el embrujo de una bailaora: 


«La noche cuelga en las casas  
del puerto banderas negras, 
y el gran diamante del faro 
abanica las tinieblas». 


En otro romance, el dedicado a Candelaria de Triana, Sierra se asoma al misterio que encierra la belleza femenina cuando trasciende la hermosura más superficial: 


«¡Quién tuviera esa sortija  
en una tarde de frío 
para mirar a su piedra 
mi cansancio renegrido! 
Perfumes de contrabando  
en rubio aliento macizo 
se derramaran besando  
mi garganta y mis oídos». 


En el poema «La oración del huerto», Sierra le pide a la amada lo imposible: «Tráeme amor una claridad sin fecha». Versos libres, sin más puntuación que la queja: esa claridad sin fecha es el ansia de la luz que nos libra del tiempo.

Último libro

Ahí se apagó el candil. Sierra dejó de escribir y sus ojos se abandonaron a la ceguera. Hasta 1982 no daría a la imprenta su último libro: «Álamo y cedro». Una recopilación de poemas escritos en largos años de silencio. La herida y la cogida de Federico García Lorca. Las letrillas a las Vírgenes. Y un canto fieramente humano que recompone los cristales rotos de la guerra civil: 


«Algo se reza mientras los oídos vigilan escondidos a la muerte  
El silencio ha vuelto del cloroformo 
Una soledad de geranios fracasados ya tomó nota de la venganza  
La Cruz Roja vuela entre teléfonos y calles desiertas  
La sirena final anuncia que el día ya ha envejecido  
Y nosotros por esta vez hemos tenido suerte».


Los años habían pasado por el poeta y por la ciudad. En un poema estremecedor titulado «Un corto paseo», Juan Sierra define con versos desmedidos la transformación del mundo, que ya lo cogió viejo: 


«Estos espacios residenciales estos bloques enormes de viviendas con sus pedruscos grises exiliados en sus parterres  
son fríos a mi recuerdo / son extraños a mí  
son para los jóvenes no para que yo los disfrute  
Parece que los estoy mancillando con mi presencia  
como si me recreara en los pechos de una tanagra  
Yo creo Dios mío que ya ha llegado irremisiblemente  
naturalmente 
mi hora de morir  
Supongo que voy muy retrasado con mi muerte.”


BARRIO ANDALUZ (De "Claridad sin fecha" 1947)

Ramas de canela escritas
bajo un leve aliento frío
de lazos, dientes, chinitas
y caracoles de río.
Yo no quiero su albedrío
sujeto ni al fino mando
a que se doblega cuando
abre su mirar profundo.
¡Sentado en el fin del mundo
está Juan Sierra llorando!


SUR CUANDO QUIERO

A José Mª del Rey

Nadie sabe la mirada del ave que escarba en la tierra
a esta hora fortaleza resplandeciente
escupida en las vértebras de un chorro de agua

La cal oscurece adolescencias en la compasión de alguna rama
El sur se abre
como una flor hundida en mirra de codos expertos
al horizonte de su egoísmo

Sevilla ya no tiene fuerzas para respirar engaños
cuando se llora la delgadez con que el muro no apetece más que la igualdad de su sombra
y gravitan rasgos de conformidad
en balcones análogos

La memoria ahueca lirios en el sueño de una belleza
que plegó sus alas sin dejar de sonreír
ahora que la oscuridad de mi habitación estalla dulcemente su silencio
en color damasco de repique
y el aire nos aconseja esparto glorioso
Pero volvamos a los himnos de sombra
que nos ofrecen en la palma de la mano
una cinta de madera florida
en orden al tiempo
que bebe agujas de playa
o compras mucho más leves
que lo que resta de su primera voz

La vida nunca llega con retraso a unos ojos bellamente protegidos
Cada día que pasa te considero más niña



EL CRISTO DEL CALVARIO (FRAGMENTO)

La Catedral vacía. Se regala el silencio 
en los grises pilares de tierra endurecida. 
Ningún aliento roza la quietud lisa y firme 
de esa alcoba de piedra donde Dios vela solo. 

¡Oh clausura de tumba que por la noche sella 
toda una calma gótica de músculo encendido! 
Una brisa ligera de vez en cuando agita
este silencio en polvo flor de cuerpo presente. 

Bajo el peso aromado de la púrpura unida
ha llegado a doblarse una cera que arde. 
Algo aguarda la sombra del hierro subterráneo 
donde yacen los muertos con su fina sonrisa. 

En lo cóncavo y alto suenan golpes terribles 
como lúgubre aviso de martirio lacrado. 
Suenan golpes terribles porque el sueño construye
un ataúd de urgencia sobre la losa fría. 

El cadáver de Cristo penetra en esta augusta 
soledad hecha piedra como un salmo suspenso. 
El aire queda inmóvil. Inmóvil aún al tenue 
y entrelazado silbo de algún piar lejano. 

Llega el Señor cansado de su larga hermosura, 
arrastrando la brisa y el temblor de la noche. 
A sus muslos desnudos la Catedral ofrece 
con figura de lumbre una paz de claveles. 

Colgado de una Cruz llevan este cadáver 
sus hermanos de muerte los hombres deleitosos 
Sólo un forrado y lento rumor de paso altera 
la frialdad que cruza por las naves desiertas. 

El misterio descalza su atmósfera morada 
y ciñe vacilante a la bella escultura. 
Todo muro ante el paso del Calvario establece
 una grave leyenda de marfil y de llamas. 

 La oscuridad labrada se oculta en las capillas 
donde los estandartes manchados de batallas 
con sus telas podridas tiritando de mármol 
se agarran a la aurora desesperante. 






.

No hay comentarios:

Publicar un comentario