Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 15 de julio de 2011

535.- ANTONIO APARICIO HERRERO


Antonio Aparicio Herrero [seudónimo ocasional: Antonio Aparicio Errere] (Sevilla, 30 de junio de 1916 - Caracas, 2000) fue un poeta, dramaturgo y crítico teatral español, miembro de la generación del 36.
Hijo de un padre comerciante, sus primeros escritos los redactó ya en tiempos de la Segunda República Española y en su ciudad natal, dándose a conocer con ocasión de las celebraciones del centenario de Gustavo Adolfo Bécquer (donde formó parte del grupo de homenaje junto a los hermanos Álvarez Quintero y Jorge Guillén, entre otros) y el tricentenario de Lope de Vega. Estudió en la Universidad de Sevilla mientras colaboraba en las revistas Hojas de Poesía, Isla, Noreste y Nueva Poesía, entre otras.
Con el golpe de Estado que da lugar a la Guerra Civil, Antonio Aparicio se va al frente de Madrid a combatir, donde es herido. En el conflito dirigió Al ataque, órgano de expresión de la división de El Campesino y escribió en El Mono Azul, Hora de España, Combate, El Sol, La Voz del Combatiente, El Socialista y Mundo Obrero.
Su primer libro lo publicó en 1938, Elegía a la muerte de Federico García Lorca, con dibujos de Santiago Ontañón y gracias a que Rafael Alberti insistió en que publicase. Ya había parecido obra recopilada suya en Poesías de las trincheras y Romancero de la Guerra Civil. Al modo de Lorca con La Barraca, introdujo el mundo del teatro en las trincheras con Guerrillas del Teatro, un grupo estable de cinco actores, la mayoría de las veces profesionales, con los que recorrió el frente.
Al finalizar la guerra se encontraba en Madrid, donde fue detenido, aunque se fugó refugiándose en la embajada de Chile, donde le protegió Pablo Neruda. Marchó al exilio en dicho país y viajo a Argentina (Fábula del pez y la estrella), Uruguay y Brasil, para pasar años más tarde a México, publicando Poesía y Cielo y Velada en el Jardín. Regresó ocasionalmente a Europa, pasando un tiempo en Londres y París. En 1954 se encuentra con Venezuela, que sería su último destino.
Referencias
Antonio Aparicio, [Edición a cargo de Sol Aparicio y José María Barrera López], Corazón sin descanso (Poesía reunida). Editorial Renacimiento, 2004. ISBN 8484721205 pp. 2 a 43


Puse los labios,
sobre la arena:
el mar sabía
a la otra tierra.

Antonio Aparicio.






"Elegía"

"No cesará tu rayo que no cesa"

(A la muerte de Miguel Hernández)

Llora el Guadalquivir con voz de ira
hiriendo con sus manos sus riberas
solloza el dulce Tajo mientras mira
amarillas de espanto hasta las eras;
el Duero pensativo,
entre álamos dolientes,
se siente con razón triste y cautivo
y lleva al mar su pena desolada.
Ojos de duelo, cenicientas frentes
Vagan sobre la España amortajada.
La flor de los pastores,
aquel pastor que era un canto llano,
aquella flor de flores,
aquella franca mano,
yace ya con su sangre derramada,
"antes de tiempo y casi en flor cortada".

Ciego en una prisión de cal y canto,
su corazón cubierto de cadenas,
Y sin más compañero que su canto,
y sin más compañería que sus penas,
fijo en las negras redes
que clavaban su suerte,
dejó escrito en su celda, en sus paredes,
su "Me voy con la Muerte".
Su "Adiós mis compañeros, mis amigos;
Despedirme del sol y de los trigos".

Soldado fue cuando sobre la tierra
de España inauguraron los cañones
esta que aún nos persigue, fiera guerra.
Era como un león entre leones.
Sembraba en los soldados,
cantando en la trinchera,
estrofas de pasión y de alegría,
iluminaba pechos quebrantados,
y ante su vista era
valor lo que antes fuera cobardía.

Estar junto a la mano y la sombra
de aquel leal soldado,
de aquel varón hermano de la alondra,
de aquel pastor pariente del arado,
era estar a la vera
de un Ebro de valor y sentimiento,
de una azul primavera
que hallará su raíz y su contento
en una subterránea galería
cuyo mero contacto enardecía.

Eran sus dulces ojos tristes lagos
con la pasión del corazón escrita,
y era su alma una sonora cueva
rota en desalentada estalactita.
Cada día tenía una pena nueva,
Tenía cada día una nueva alegría
y en cada amanecer nuevos estragos.
Y así iba atravesando entre pesares,
como la luna va entre los olivos:
su corazón por nubes y por mares
y su pie caminando entre los vivos.

Dejaba tras su paso florecido
de canciones el suelo,
bajo un cielo que en fuego se trocaba.
Crecía en un instante,
despertaba en un vuelo,
allí donde él pisaba,
la fe con sus nidales,
la flor de la esperanza cautivante;
ardían los zarzales
crecidos en la umbría del desaliento,
y los firmes fusiles
mirando su ardimiento
se hacían bajo sus ojos más viriles.

De prisión en prisión fueron dejando
pedazos de su vida,
y el caudal de su sangre derramando
por una abierta y cultivada herida.
La agonía lo cercaba, le ponía
un sitio a cada hora,
un cerco a su airada fortaleza,
y al final, cuando al fin la luz nacía,
triunfante entró la muerte en su cabeza,
el silencio en su pecho.
el aire por sus venas.
Sobre un haz de crispadas azucenas
cayó al final Miguel, muerto y deshecho.

Un día te buscaremos Miguel mío,
las losas de tu cárcel levantando
hasta dar con tus huesos vencedores.
No ganó el hierro frío
de tus ejecutores
esta lucha que hoy vamos librando.
Tendrá tu corazón, tendrán tus sienes
un huerto de descanso,
tendrás la paz que muerto aún no tienes
el día que España vuelva a su remanso.

No cesará tu rayo que no cesa,
no callarán tu voz, tu melodía
de temblorosa flauta ensangrentada.
No podrá destruirte la pavesa,
no podrá enmudecerte la agonía,
no podrán contra ti nadie ni nada.
Espéranos, espera,
yacente prisionero, camarada,
muerto tu corazón aún tiene cera
para cantar la nueva primavera.



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