MIGUEL HERNÁNDEZ TORRALBO
(Málaga) In Memoriam
MÁLAGA
Abril 2007.
Muere en un incendio el dueño del antiguo pub El cantor de jazz
Miguel Hernández Torralbo, de 43 años, vivía en un piso de alquiler en Teatinos Los bomberos hallaron su cadáver carbonizado en el salón de la vivienda
JUAN CANO/MÁLAGA
Muere en un incendio el dueño del antiguo pub El cantor de jazz
CALCINADO. El fuego se originó en el sofá del salón.
El fuego le sorprendió en la soledad acompañada de un piso compartido. Se vio atrapado por las llamas en el salón de la vivienda. Su compañero de alquiler, un joven italiano que ya tenía hechas las maletas para marcharse, se levantó de la cama alertado por el ruido y sólo pudo escucharle pedir auxilio. La densa humareda y el asfixiante calor que emanaban del cuarto le impidieron socorrerle.
Miguel Hernández Torralbo, de 43 años, murió ayer poco después de las cuatro de la madrugada en el incendio del piso de alquiler donde vivía, en el número 19 de la calle Gregorio Prieto, en Teatinos. Los bomberos encontraron su cadáver carbonizado en la sala de estar, donde se originó el fuego, que podría haber sido causado por un cigarro mal apagado.
El fallecido era el propietario de El cantor del jazz, un conocido pub que cerró hace unos años y que se encontraba en la calle Lazcano, en pleno Centro Histórico de la capital malagueña. El establecimiento se convirtió en punto de encuentro del mundo literario y cultural de Málaga en las décadas de los 80 y los 90.
Tras cerrar el pub, Hernández se planteó estudiar Historia del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Málaga. Consiguió licenciarse en unos años, pero, al parecer, no encontró trabajo en esa materia.
Sin familia
Solo y sin familia en Málaga -es de origen venezolano- decidió vender varias propiedades que había ido comprando a lo largo de los años y reunió un dinero con el que se fue a vivir al piso de alquiler en el que ayer fue hallado muerto. Residía allí desde hace tres años y, desde febrero, compartía gastos, o quizá soledad, con un compañero de piso.
Su casera lo consideraba un buen hombre, educado, sensible y culto, como demuestran las poesías que pueblan cada esquina de su hogar. «Me dijo que necesitaba un piso de cuatro habitaciones para sus libros. Tenía muchísimos», comentaba.
Para ella, el principal problema del dueño de El cantor del jazz era la soledad en la que se había sumido en los últimos años, y que le abocó a una profunda depresión. Mezclaba medicamentos y alcohol, lo que le provocaba desórdenes en el sueño. Una vez, se quedó dormido con un cigarro encendido, que se le prendió en el pecho.
Su casera se preocupó de él y le ayudó para que ingresara en un hospital donde recibió tratamiento, aunque poco después le dieron de alta porque, al parecer, no reconocía su depresión. Según la mujer, los servicios sociales tampoco pudieron ayudarle. La soledad hizo el resto.
02/05/2009 .- www.malagaes.eu
El delegado municipal de Cultura, Miguel Briones, presidirá la presentación del número 4 de la nueva etapa de la colección Monosabio titulado La calle del Medio, de Miguel Hernández Torralbo.
Se trata de una obra póstuma del poeta malagueño que murió en 2007. Esta obra que edita el Área de Cultura del Ayuntamiento sirve de homenaje al propietario de El cantor de jazz, establecimiento con una clientela de escritores, poetas y bohemia de esta ciudad a la que él veneraba tanto como a Nueva Orleáns.
La presentación tendrá lugar el lunes 4 de mayo, a las 21.00 horas, en el Bar Plaza, Plaza de la Merced, 21.
PRESENTIMIENTO EN LA TARDE
Si alguna vez el deseo
que ahora sientes
con la edad desaparece
y viene el desengaño,
o quizá con repentino temblor
algo te anuncia que desperdiciaste
tus años en inútiles batallas,
no lamentes aquello que perdiste
un gran Sí o un gran No
lo mismo valen.
Vuelve tus ojos hacia aquello
que en el amor fundaste
en medio del fracaso o la ceguera,
el deseo de vivir, aunque era inútil,
y un amor inmenso por todo lo creado.
Vuelve tus ojos hacia el cielo
y conserva detenido aquel milagro
de amor y de palabras
que ante ti dispusieron los dioses,
y otorgándote razón de vida
otra vez el pasado sea tuyo.
Las calles del miedo (Ayto. de Málaga, col. Monosabio, 2009).
LOS LIBROS
Se escribe cuando no se vive.
Robert Musil
Los libros que amas y ahora miras
te recuerdan que una vez dijiste
que ellos eran tu vida.
Se lo confesaste a un carpintero
una mañan de resaca que, como tantas otras,
tampoco prometía nada nuevo.
Y así ha sido, hubieras preferido vivir
pero ya es tarde:
a escribir se reduce todo
imaginando que pudo ser de otra manera.
Y a solas con los libros permaneces
como si la vida fueran.
Las calles del miedo (Ayto. de Málaga, col. Monosabio, 2009)
El pasado 9 de abril, murió en un incendio en su casa Miguel Hernández Torralbo. Miguel fue el dueño de El Cantor de Jazz, el pub que, durante la década de los ochenta y parte de los noventa, fue lugar de reunión de la vida literaria y artística: casi todos los actos que se celebraban en la ciudad (lecturas poéticas, conciertos, exposiciones) tenían su epílogo en la penumbra del Cantor; casi todos los escritores que pasaban por Málaga terminaban la noche -en conversación con los amigos malagueños- con un cóctel de Miguel en los labios. A finales de los noventa, la cosa decayó. Miguel cerró el Cantor y empezó a estudiar Historia del Arte. Terminó la licenciatura y empezó el doctorado. Durante ese periodo universitario, se incorporó, desde el principio, al consejo de redacción de Robador de Europa; después terminaría alejándose de la Facultad, de la revista y de casi todo. Tenía 43 años y dejó algunos poemas. Este espacio quiere ser un homenaje al amigo que -siempre con una vida al límite- fue un apasionado de la poesía, de la literatura, de la música.
F.R.N.
Ayer por la noche busqué en Google el rastro de Miguel, al que conocía poco más que de vista a lo largo de muchos años. Me puso copas. Yo se las pagué y le dije hola y adiós. Después del bar, llegué a verlo en su bicicleta, con cierto aire que se me antojó inocente, casi pueril, con su boina ladeada. Hola. Nada más. En la red aparece un poema suyo en LiberLect. Revista de Literatura, nº7, 11 de junio, 2003.
Sociedad literaria
Como el que arrastra un cadáver
que se resiste a morir,
nuestras palabras se tensan
buscando un destino
que ya sólo evoca una cruel rendición.
De nada sirve entonces proclamar nuestra entrega,
señalar un camino ya andado
que no quisimos recorrer al revés.
Ciegos de gloria hacia la nada vamos
en este tiempo que no conocerá perdón.
Acaso algún día descubriremos
por qué el cadáver mudo que arrastramos
nos mira, implorando que lo dejemos morir.
De madrugada, anoche, oí unas sirenas, un gran estrépito. No voy a cometer la canallada de ponerle un bonito epílogo a esta historia. La noche que Miguel Hernández Torralbo se abrasó entre las llamas de su casa, quizás yo dormía, digámoslo así, a pierna suelta, y nada me hubiera podido despertar, aunque los coches de bomberos hubieran metido mucho follón con sus sirenas, seguro, hasta llegar a su casa de madrugada. Tal vez.
Dedicado a Miguel
Miguel A. Moreta - Lara
“A Miguel, capitán de los mares de tequila y ginebra”, dice una dedicatoria autógrafa que la poeta clásica y erótica Aurora Luque firmó en Málaga en un ejemplar de su poemario “Transitoria” (1998), que encontré en una librería de lance en México DF y que le mostré posteriormente a la autora, en el patio del museo Picasso después de una lectura de sus poemas.
Entonces descubrí, ella me descubrió, al destinatario con apellidos de esa inscripción tan pirata: el raro de provincias Miguel Hernández Torralbo.
Este hombre de origen venezolano, delgado y larguirucho (al menos así lo recuerdo, pero mi memoria es resbalosa), era el patrón de un famoso bar, “El cantor de jazz”, en el corazón de la movida malagueña, callejuelas pringosas de tabaco y cerveza. Ese local, donde sabían ponerte un cóctel a la sombra del mejor jazz, era un lunar de modernura en la ciudad del sur.
En 1992 en una escapada al hotel gaditano La Almoraima coincidimos allí con el excéntrico Miguel. La administración de la hostería, en medio de un parque natural, al llegar la noche, entregaba una enorme llave de la puerta principal a cada uno de los ocupantes de sus escasas habitaciones y todo el personal de servicio escapaba, dejando a los clientes como dueños y señores de ese antiguo convento del siglo XVII, reconvertido en posada y, ahora, en castillo contra la peste urbana, quizá en refugio para apestados. Los libros, un billar, una chimenea y el bar abierto con una libretita donde los bebedores anotábamos las consumiciones conformaban el paisaje de la noche cerrada, insular y hermosa. Mi tocayo, ya tocado por la depresión como una gabardina que nunca se quitó de encima, trasegaba copas sin dejar la lectura y el humo. Conversamos. Cargó contra los metanovelistas y ensalzó el arte como círculo: gozar una obra de arte (un poema, una canción, un cuadro) es volverla a encontrar fuera de su lugar, momento en que se pega a tu vida… Se puso estupendo y emitía juicios como un viejo de corazón tenebroso: “Qué extraña es la vida –ese misterioso acuerdo, de una lógica cruel, y con un propósito inútil-. Lo más que se puede esperar de ella es alcanzar cierto conocimiento de uno mismo –cosa que sucede demasiado tarde-, y una cosecha de interminables reproches”.
La dureza de sus opiniones evidenciaba que Miguel estaba ahí para relajarse, sin conseguirlo, en tanto que a mí, enamorado, me urgía encender la chimenea de mi habitación, por lo que me retiré pronto en la madrugada, mientras lo dejaba envuelto en la voz rota de Janis Joplin: Summertime, time, time…
Un tiempo después, aburrido, traspasó, o cerró, “El cantor de jazz” y se dedicó a preparar un doctorado. La poeta Aurora Luque me puso al corriente del triste final de Miguel Hernández Torralbo, muerto a los 43 años, en una madrugada de abril del 2007, en el sofá del salón de su casa, por el incendio provocado por una colilla. Estaba predestinado, ya marcado por su nombre y sus apellidos, perseguido por el alcoholismo que tumbó a su padre, por la sombra del suicidio que abatió a su hermana y por el inexorable fuego en que se abrasó su madre. Sus vecinos del barrio de Teatinos recuerdan su estampa con boina, a bordo de una bicicleta adornada con un molinete de viento. Un poema suyo, titulado “Los libros”, creo que encuadra muy bien a este santo bebedor:
Se escribe cuando no se vive.
Robert Musil
Los libros que amas y ahora miras
te recuerdan que una vez dijiste
que ellos eran tu vida.
Se lo confesaste a un carpintero
una mañana de resaca que, como tantas otras,
tampoco prometía nada nuevo.
Y así ha sido, hubieras preferido vivir
pero ya es tarde:
a escribir se reduce todo
imaginando que pudo ser de otra manera.
Y a solas con los libros permaneces
como si la vida fueran.
En aquella quema sobrevivieron sus libros, a los que tanto amó, y uno, al menos, navegó (a pesar del caos y a favor de las casualidades) hasta México para que yo lo encontrara, el ejemplar de “Transitoria” que Aurora Luque rebautizó para mí, dejándolo tal cual, ese libro que transitó de un Miguel -ya (le)ído- a otro Miguel -todavía (le)yendo-.
"Llegarás a viejo, y antes de lo que te imaginas"
Voy a contar una coincidencia y una anécdota un tanto sorprendentes.
Estaba leyendo el artículo Descanso sin bajarme del caballo en el blog de José Antonio Montano. El aprendiz al sol: http://joseantoniomontano.blogspot.com/2012/02/descanso-sin-bajarme-del-caballo.html
"Lo encontré tras un recital memorable que Álvarez dio en Málaga, en el único bar civilizado que hemos tenido: El Cantor de Jazz. Museo de cera..."
Yo estuve también en ese recital. Fué memorable, en efecto, al igual que el libro de Álvarez. Era además un hombre tranquilo y accesible, pese a su celebridad (toda la que pueda tener un poeta).
Montano remite en su artículo al blog de Antonio Báez donde se se describe el ambiénte de la coctelería El Cantor de Jazz: http://cuentosdebarro.blogspot.com/2008/04/sociedad-literaria.html
"Miguel Hernández Torralbo (...) fue el dueño de El Cantor de Jazz, el pub que, durante la década de los ochenta y parte de los noventa, fue lugar de reunión de la vida literaria y artística: casi todos los actos que se celebraban en la ciudad (lecturas poéticas, conciertos, exposiciones) tenían su epílogo en la penumbra del Cantor; casi todos los escritores que pasaban por Málaga terminaban la noche -en conversación con los amigos malagueños- con un cóctel de Miguel en los labios."
En aquel encuentro entre José María Alvarez y Miguel Hernández Torralbo hubo una conversación notable, sobre todo al hilo de lo que luego sucedió:
Miguel Hernández Torralbo: Maestro, creo que no llegaré a viejo.
José María Álvarez: Llegarás a viejo, y antes de lo que te imaginas.
Por lo que cuenta Antonio Báez en su blog, el joven poeta, dueño de El Cantor de Jazz, tenía razón.
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