VICTORINA SÁENZ DE TEJADA TORRES
Sor María de los Ángeles, Hija de María, religiosa del Convento del Sancti Spiritus de Sevilla. Granada, 28. IV. 1841 – Sevilla, 30. XII. 1909. Escritora.
Hija de José Sáenz de Tejada y Dolores Torres, su padre era Mariscal de Campo y fallecería en 1877 en Santiago de Cuba, donde ejercía el cargo de Gobernador Militar.
Tras una infancia feliz en Granada, que recordaría a menudo en sus versos, Victorina Sáenz de Tejada pasa a vivir a partir de 1852 en Antequera. Allí comenzará a dar muestras de su precoz ingenio poético desde los trece años, componiendo incluso poemas que llamaron la atención en los recitales del Liceo local. Fue por consejo del escritor malagueño Trinidad Rojas que la joven se dedicó a leer y estudiar a los clásicos, así como nociones de retórica y poética, que antes desconocía, pues escribía sus composiciones de manera espontánea. En 1865 aparece publicado en Granada su primer libro, titulado sencillamente Poesías y prologado por el propio Trinidad Rojas.
En el año 1866 obtuvo un accésit en el certamen anual de la Academia Mariana de Lérida, con su composición “Nuestra Señora de Covadonga. Leyenda”. Un año después escribe un largo poema titulado Glorias de Antequera, que fue leído en una velada literaria celebrada en el Colegio de San Luis Gonzaga, de dicha localidad, recibiendo grandes elogios y el obsequio de una Lira de Oro. Además, durante sus años de estancia en Antequera colaboró asiduamente con la revista Lope de Vega (Málaga) y, de manera ocasional, en El Eco de Antequera.
En el año 1869, Victorina Sáenz de Tejada se traslada a vivir a Sevilla, ciudad en la que permanecerá hasta su muerte. Desde allí comenzó pronto a colaborar con revistas y periódicos, preferentemente religiosos, como La Verdad Católica, Las Hijas de Sol (dirigido por Emilia Serrano, escritora incluida en este Diccionario), o, más tarde, con los locales Sevilla Mariana, Revista sevillana o El Oriente. Publicará indistintamente poemas, relatos o artículos diversos, que aparecerán también en revistas y periódicos de alcance nacional, como El Correo de la Moda (Madrid) o el Pequeño semanario ilustrado (Barcelona).
Entablará relación con escritoras sevillanas, como Antonia Díaz de Lamarque o Isabel Cheix. También va a participar en la Asociación de Señoras o Conferencias de San Vicente de Paúl, promoviendo actividades de caridad.
El día 23 de abril de 1873, en el Certamen convocado por la Real Academia Sevillana de Buenas Letras para conmemorar la muerte de Cervantes, obtiene la Rosa de Oro por una extensa composición poética titulada D. Miguel de Mañara. Leyenda, que sería publicada por la propia institución.
Sus profundos sentimientos religiosos motivarán el que, dos años más tarde, la joven decida ingresar en el convento de las Comendadoras del Espíritu Santo, donde toma el hábito el día 3 de octubre de 1875. Allí profesará un año después, adoptando el nombre de sor María de los Ángeles, con el que firmará a partir de ese momento muchas de sus creaciones literarias, alternándolo con otros seudónimos, como “Una Hija de María” o “Una religiosa del Convento del Sancti Spiritus de Sevilla”.
Una vez en el convento, fue asignada a la enseñanza en el Colegio de Niñas Nobles que las religiosas tenían instituido. Sin embargo, a pesar de consagrar la mayor parte de su tiempo a la oración y al trabajo, aún encontraba el momento para continuar escribiendo. Así, numerosísimos poemas de circunstancias o con motivos devocionales, e incluso novelas por entregas -como la titulada La víctima del deber- vieron la luz en estos años. Pero habrá que esperar hasta el año 1888 para que aparezca publicado otro libro de la prolífica escritora. Se trata del poemario El Rey del Dolor (Sevilla), que emplea variedad de metros para una temática exclusivamente religiosa que será la habitual en sus obras desde su ingreso en el convento.
Tres años después aparece su obra Día de amor divino, o sea, Reloj de la Pasión (Sevilla, 1891), un conjunto de veinticuatro décimas, dedicadas a cada hora del día, al que seguirá Azucena entre espinas (Sevilla, 1893), otro poemario de temática religiosa, consagrado en esta ocasión a la figura central de la Virgen María.
A partir de 1896 la escritora iniciará el cultivo de un género literario nuevo para ella hasta ese momento: el teatro. De hecho, parece ser que había ido escribiendo una serie de obras dramáticas con destino a ser representadas por las alumnas del colegio, de las cuales sólo una mínima parte llegó a ser publicada. Se conocen hoy tres de ellas, escritas en verso y divididas en tres actos: El mártir de la eucaristía (Madrid, 1896), que cuenta la historia del mártir San Tarsicio; El triunfo de la Gracia (Madrid, 1897), acerca de la conversión de San Agustín; y La azucena del Tíber (Madrid, 1897), que relata la vida de Santa Inés, una joven patricia romana convertida al Cristianismo.
Desde la fecha de estas últimas publicaciones, la autora fue aquejada de lo que su biógrafo Manuel Carrera denomina “una gravísima enfermedad”, mientras que en la obra Escritoras españolas del siglo XIX se apunta que padeció “épocas de locura”. Lo cierto es que transcurrió trece años postrada sin poder escribir, hasta su fallecimiento, sucedido el día 30 de diciembre de 1909, a los sesenta y nueve años de edad y a consecuencia de una hemorragia.
En el convento donde vivió durante la mitad de su vida dejó abundantes obras inéditas, la mayoría sin fechar, y entre ellas, las obras dramáticas La Hermana Leona, Santa Escolástica, Martirio de Santas Justa y Rufina, Tarsicio, Las siete coronas, La conversión de Santa Jacinta de Mariscott, La conversión de María Magdalena, además de los juguetes cómicos Tía Cruz, vieja y sorda, Amor propio, Hay tiempo para todo, Felicitación de gitanas y Dos Hermanas, una Duquesa y la otra Marquesa.
GLORIAS DE ANTEQUERA
Tierra de bendición, al cielo santo
Pide la suya tú para mi canto.
ZORRILLA.
Dame ¡oh lira! tus ecos más vibrantes;
Óigante inspiración, mi voz eleva:
Sube hasta el cielo y roba ¡oh fantasía!
Galas, colores, esplendor, riqueza.
Glorias voy á cantar; mas no pretendo
Anchos mares surcar en busca de ellas;
Ni recorrer las tierras apartadas
Donde extranjero pabellón ondea;
Ni remover el polvo de las ruinas;
Ni alcanzar las coronas que se ostentan
En la frente marcial, que aunque formadas
De inmarchito laurel, sangre gotean.
Bástame para hallar, de gloria escrito
Con oliva y laurel, rico poema,
Fijar mis ojos en la hermosa patria
Que en su próvido seno me sustenta.
En la amada ciudad de mis cantares,
Rica como los sueños del poeta,
Diamante de la hermosa Andalucía
Escondido entre rocas gigantescas.
Ni he menester, para que el sacro fuego
De ardiente inspiración mi pecho encienda,
Más que aspirar la atmósfera impregnada
De inspirador perfume que me cerca.
Ü contemplar la dilatada alfombra
De constante esmeralda de esta vega;
Ó el murmurio escuchar del Guadalhorce
Que risueño le da nítidas perlas.
Ó recorrer el vasto laberinto
Del soberbio Torcaz, gigante sierra,
Fantástica ciudad de mármol raro
Que en las nubes esconde su cimera.
Ó volver melancólica mirada
Hacia la triste y solitaria Peña,
Que de amor, de locura y de infortunio
En sus guijarros guarda una leyenda (1).
Que aquí donde la gracia, y la hermosura,
Y la Lealtad (2) y la virtud imperan,
El ángel celestial de la poesía
Sus alas de zafir y oro desplega.
Y el Espíritu Dios arroja un rayo
De su alta y divinal inteligencia,
Y un soplo de su aliento Omnipotente
Que orna, y encanta, y vivifica, y crea.
Mas si piensan tal vez que yo deliro
Tan alta inspiración dando á Antequera,
Vengan conmigo á levantar el velo
Que encubre su pasado y sus grandezas.
Y entre celajes de carmín y plata
Y cambiantes de luz, flotante y bella
La gloria de sus vates hallaremos,
Émula de las glorias de la Grecia.
No teman que el crujir de los aceros
Que homicidas chocando centellean,
Ni del cañón el hórrido estampido,
Ni los gritos de alarma ó saña fiera;
__________
(1) Véase la escrita por D. Trinidad de Rojas.
(2) Titulo de la ciudad.
Ni el ¡ay! ó el estertor del mío: ¡hundo,
Ni el hervor de la sangre, que se mezcla
Con lágrimas de rabia y de amargura,
Formando impura amenazante niebla;
Los horrores en fin, de un tiempo rudo
Que por dicha pasó, ¡tiempo de guerra!
Sofoquen los cantares de sus cisnes,
Su inspiración espanten ú oscurezcan.
No; que a la vez de tan brillante joya
Arrancarse del moro á la diadema,
Ya vibrante, sublime, harmonioso,
Su guerrero cantar alza un poeta.
Que con la misma mano que blandía
Triunfante espada que al Muslim aterra,
Al descansar, de lira vibradora
Galindo pulsará doradas cuerdas.
Su bélico cantar, digno preludio
Es de la dulce, y erudita, y tierna
Harmonía sublime que á raudales,
Entre sus flores, brotará Antequera.
Vedla, si no, en el siglo, para España
Tan fecundo en conquistas como en guerras.
En que el cetro de Carlos y Felipe
De hinojos á sus pies dos mundos besan;
Y á la vez que en Lepanto se combate,
Y el mar en rojos sus cristales trueca,
Y acrece su caudal y olas levanta
Con raudales de sangre sarracena;
El genio de Montalvo en nuestro suelo
Brillante y luminoso se desplega,
Y del Pastor de Füida amoroso
Hace sonar la delicada queja.
Y del cantor de Armida y de Reinaldo
Repite los acentos; y rodea
Su frente con laurel que á sus pies brota
Y cubre por do quier su hermosa senda.
Mas los fulgores que al alzar su vuelo
De su aureola fúlgida destella,
Albores son no más, del claro dia
De las ínclitas glorias de Antequera.
Juan de Vílchez el glande, el inspirado,
Aparece después; constante lleva
Un pensamiento lúcido en la frente,
La palma de los sabios en la diestra.
Y su genio creador y el de Nebrija (1)
Angeles tutelares de las letras,
Dando forma á su noble pensamiento
Hacen surgir la Antequerana escuela.
Campo en que nacen águilas valientes
De la región excelsa de la idea,
Y se engalanan, se renuevan, suben
Y hasta el trono del sol rápidas vuelan.
¡Guerra! sonó otra vez; pero ¿qué importa?
Si valiente nació para proezas,
Para escribir cien páginas de oro
Nació también nuestra ciudad risueña.
Acallando el rumor de los combates,
Aquí la inspiración los aires puebla
De mundos encantados, luminosos,
Y el templo de la gloria abre sus puertas
Y la Llana recuérdanos a Horacio
Y hace vibrar del corazón las cuerdas;
__________________
(1) Nótese que no dice que Nebrija fuese de Antequera, sino que éste
y Juan de Vilchez que si lo era, fundaron la Escuela Antequerana.
Y la Plaza con bellos madrigales
Llévase el alma en su dulzura envuelta.
Y alza Tejada vibrador su canto
Que dilata la fama, es que penetra
Hasta el rincón oscuro de Cervantes
Que con Lope y Quintana le laurea.
Y entre ellos y otros cien, genio coloso
Espinosa levántase y descuella,
Y llenando el espacio de harmonía,
Al límpido Genil voces le presta.
Mas, seguida de Hipólita y Luciana,
La gran Cristobalina se presenta,
Hermosa cual las fúlgidas creaciones
De ardiente inspiración (pie la embelesan.
Y alfombran su camino las guirnaldas
Que arrojan á sus pies altos poetas;
Y ella en alas del raudo pensamiento,
Nubes rasgando, hasta lo excelso llega.
Y del ángel aprende melodías;
El fuego arrobador que hace su esencia
Toma del Serafín, para cantarnos
Los místicos amores de Teresa.
Mas la guerra cesó; ya se confirma
Con Holanda la paz, y al punto cuelga
Sus armas Carvajal, y vuelve ansioso
A esta, de bendición su hermosa tierra,
Segundo Ercilla que al primero excede
En oportunidad, gala y belleza,
Canta ornado de bélicos trofeos
El Asalto y conquista de Antequera.
Catalina de Trillo, alta matrona
Que realiza los triunfos de Minerva,
Aparece también; y a Ocón su hijo,
Su gloria y su saber radiante lega,
Y en el último siglo, éste eslabona
De las pasadas glorias la cadena,
Con la gloria que al siglo de las luces
Arranca uno á la vez justo y poeta.
Que ¡ay! en tanto que trábase en España
Intestina, y cruel, rabiosa guerra,
Y hermanos contra hermanos se encarnizan
Y con su propia sangre se ensangrientan,
Capitán (1) sin justicia perseguido
Forma sin exhalar ni aun leve queja,
Su corona de justo allá en los cielos,
Su corona de vate acá en la tierra.
Y el mismo Guadaleto que á Rodrigo
La diadema robó pedazos hecha.
Y ahogó entre su murmurio la agonia
De la ventura y libertad iberas,
Los dulces cantos del ilustre vate
Lleva do quier entre sus brisas ledas,
Y con el jófar nítido salpica
Verdes lauros que ciñen su cabeza.
¡Cuan glorioso esplendor, cuánta hermosura,
Tierra de bendición, radiosa ostentas!
¡Con cuanto orgullo el corazón aspira
Tu ambiente arrobador, y te contempla!
¿Quién puede enumerar, nuevo Parnaso,
Tus númenes sin fin, los que asemejan
El campo de tu historia á un almo cielo
_______________
(1) D. Juan Capitán sabio y virtuoso sacerdote
é inspirado poeta desterrado ú refugiado en Jerez
por falsas acusaciones que lo complicaban
cuestiones políticas.
Esmaltado de fúlgidas estrellas;
Si al Fénix de los vates españoles,
Al fecundo sin par Lope de Vega, (1)
Tu le diste las hojas más preciadas
Que en su verde «Laurel, Apolo» ostenta?
¡Bien haya tu esplendor una y mil veces,
Joya sin par de la corona Ibera,
Que en tu seno riquísimo, la industria
Al par que el arte y la cultura engendras!
¡Bien hayan esos genios protectores
Que cambiantes de luz áureos te prestan,
Y con su aliento de ámbares te mecen,
Y con su vuelo rápido te elevan!
De ese trono de lumbre diamantina
Donde exaltada estás, nunca desciendas
Ni se marchite el lauro que á tus hijos
La enardecida sien orna y refresca.
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(1) Este célebre poeta en su obra titulada Laurel de Apolo, cita con
particular distinción las poesías de los de Antequeranos.
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