Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

sábado, 14 de septiembre de 2013

1795.- MARCO ANNEO LUCANO


Busto de Lucano, Cordoba.JPG
                                                                   Busto del poeta Lucano, Córdoba, España

Marco Anneo Lucano

Marco Anneo Lucano (en latín, Marcus Annaeus Lucanus) fue un poeta romano nacido el 3 de noviembre del año 39 en la ciudad de Corduba, capital de la Bética en Hispania. Murió el 30 de abril de 65 en Roma, Italia.

Fue nieto de Marco Anneo Séneca (Séneca el viejo) y sobrino del filósofo Lucio Anneo Séneca (Séneca el joven). Su padre, Marco Anneo Mela, pertenecía a la clase de los caballeros. Su madre, Acilia, era hija de un conocido orador. Cuando Lucano tenía ocho meses de edad, su padre se trasladó con toda la familia a Roma, ciudad en la que había residido y donde su tío, el filósofo, tenía adquirida una notable fama. Sin embargo, este último tuvo que sufrir por orden del emperador Claudio, en el año 41, exilio en la isla de Córcega del que regresó en el año 49 decidido a ocuparse de la instrucción de su amado sobrino.
Lucano dio muestras de una extremada precocidad que le llevó a ser poeta laureado a una edad temprana. También exhibió una gran capacidad productiva, que se vio violentamente truncada por su muerte a los veintiséis años. Su considerable obra está compuesta, entre otros títulos, por Ilíaca, Saturnalia, Catachtho-mony y Silvas; una tragedia, Medea; 14 libretos de pantomimas concebidas para el baile; un escrito dirigido a su joven esposa, Pola Argentaria, etc. Sin embargo, hasta nosotros ha llegado únicamente su epopeya en 10 cantos sobre la guerra civil entre César y Pompeyo, que lleva el título de Farsalia.
A los dieciséis años, Lucano era ya autor de tres composiciones y podía declamar en latín y griego. Marchó a Atenas en un viaje de instrucción, pero tuvo que regresar pronto ante los requerimientos del propio Nerón, que le concedía por entonces toda su estima y le incluyó en su «cohors amicorum», es decir, su círculo de amigos. A los veintiún años recibió la dignidad de poeta laureado, y Nerón le honró nombrándolo augur e incluso dándole el cargo de cuestor de forma honorífica antes de haber cumplido la edad reglamentaria. Además intervino públicamente el año 60 en las Neronia, espectáculos artísticos creados por Nerón.
Pronto, sin embargo, la vesánica conducta del emperador, que era también poeta y le tenía envidia, cambió de signo para él, prohibiéndole realizar lecturas públicas, con lo que cayó en desgracia desde entonces. Los siguientes cuatro años, desde el 62 al 65, Lucano no sólo alternó sus escritos con composiciones satíricas y acusadoras contra el emperador y sus colaboradores, sino que llegó a participar activamente en la conjura de Pisón que se estaba fraguando contra el emperador.
Cuando la conspiración fue descubierta a causa de la imprudencia de alguno de los implicados, según el testimonio de Tácito y Suetonio, Lucano hubo de sufrir crueles interrogatorios, a lo largo de los cuales negó, admitió y se retractó alternativamente de sus culpas. Aunque estos testimonios no son demasiado dignos de crédito, al parecer llegó incluso a acusar a su propia madre para disminuir sus responsabilidades. Sobre este punto, cabe pensar que fue parte de la campaña de desprestigio de Nerón, ya que nunca se llegó a abrir un proceso contra la mujer. Lo cierto es que, tras recibir su condena a muerte, cuya forma de ejecución fue dejada a su elección, asumió una actitud digna y, en el mejor ejemplo de estoicismo posible, se cortó las venas el 30 de abril del año 65, y expiró recitando unos versos en los que había descrito el fin de un soldado que sufría su misma muerte, versos estos que no han llegado hasta nosotros.
Sobre su vida ofrecen datos varias vitae, una de ellas compuesta por Suetonio. Su esposa Pola Argentaria guardó su recuerdo fielmente e invitó a su fiesta natalicia a los poetas Marcial y Estacio.

La Farsalia

El título primitivo era Bellum civile. Es un poema narrativo muy realista que narra la guerra civil entre César y Pompeyo, aunque el héroe parece ser un republicano, Catón de Útica, que se suicidó representando las virtudes del estoicismo; lo cierto es que la familia de Lucano era hispana y los hispanos eran pompeyanos, por lo que en el poema aparece más simpática la figura de Pompeyo frente a la del ambicioso César; la fidelidad a los datos y el realismo que trasluce el poema (por ejemplo, prescinde de hacer intervenir en los asuntos humanos a los dioses) hicieron considerar a algunos que se trataba más bien de historia que de una epopeya, pese a sus indudables aciertos expresivos y líricos. Sí es evidente que en él dominan los efectos retóricos y declamatorios. El proemio contiene una dedicatoria, quizá irónica, en favor de Nerón, y siguen diez libros completos, el último más breve. Sus fuentes son ante todo Tito Livio y una perdida obra histórica de su abuelo, Séneca el Retórico. El libro décimo se interrumpe en el verso 546. Los primeros tres libros, dedicados a Nerón, aparecieron en vida del autor. Los restantes se publicaron póstumamente debido al veto del emperador, que claramente distinguía en ellos los motivos antimonárquicos. Hicieron ediciones críticas de la obra C. Hosius (1913) y A. E. Hoousman (1926). También existen abundantes comentarios antiguos de esta obra, editados por Hermann Usener en sus M. Annaei Lucani Commenta Bernensia, 1969.





LA FARSALIA (Extracto)

Bien teme el vulgo, pues temió Pompeyo
Huyendo el Magno, ¿dormirá el plebeyo?

Triste el ciclo aun el ánimo embaraza
Más belicoso, y a terror le exhorta
Con presagios, que atento a su amenaza
No contiende el valor ni el metal, corta:
No esfera alguna su intención disfraza,
Impío carácter lo futuro aborta, 
Vio la alta noche errátiles centellas
Sin fundamento presumir de estrellas.

Roja luz, que indignada se interpreta,
Desde el Polo amenaza a los Hesperios,
Miran flamante el pálido cometa,
Que reinos muda, que deroga imperios;
De trueno y de relámpagos saeta
Finge encender serenos hemisferios;
Divulga el fuego en la estación que inflama
Fieros caprichos de alterable llama.

Como pavés, alfanje y llama ardía, 
Y otras formas de horror no casuales
La etérea dimensión, donde acrecía
Signos Olimpo en su labor marciales,
Fingen planetas en la faz del día, 
Y en las aras de Júpiter laciales
Rayos hieren del Norte, que dirigen
Su flecha al Dios, aunque inventó su origen

Percibió eclipse la nocturna agreste 
Diosa, y el que ilumina a la alta zona, 
Aquélla sin entero cerco, y éste
Sin conjunción, cuando el cenit corona: 
Tanto escondió su antorcha lo celeste,
Que ya la noche eternidad blasona, 
Viendo sombroso con igual fracaso
El meridiano, el alba y el ocaso.

Así otra vez el esplendor febeo
Se escondió a lo terrestre y soberano,
Cuando introdujo temerario Atreo
Por humano manjar, pasto inhumano:
Contra Roma en el Etna lilibeo 
Tan hondas llamas exhaló Vulcano,
Que esperó el numen del tartáreo solio 
Aun trasladar su abismo al Capitolio.

Hirvió Caribdis, borbolló espumosos
Globos girando círculos sangrientos;
Ladró Scila, y tronaron espantosos
Los golfos ya, no los etéreos vientos:
Subió el mar a invadir montes frondosos,
Peces, fieras erraron elementos:
Zozobrando en marítimos confines
Los ciervos y en las selvas los delfines.

De víctima latina Jove Albano
Dos luces vio surtir piramidales,
Como el antiguo ya fuego tebano
Dividido en incendios funerales,
Cuando en un ara la fraterna mano 
Ardió los dos cadáveres reales;
Que aun allí no depuesto el odio sumo,
Partieron llamas, y cenizas y humo.

Extendió Vesta su virgínea lumbre,
Que explende eterna; restringió violento
Su espacio la terrestre pesadumbre,
Cual dislocada del constante asiento:
Del terremoto inmenso toda cumbre
Sus nieves arrojó del hombre exento, 
Y tardaron los gárganos y atlantes
En serenar sus frentes titubantes.

Del templo en su altivez se precipitan
Sacras tablas votivas y pendientes, 
Y de los Lares, que el dolor no evitan:
Llora el bronce previstos accidentes:
Nocturnas aves, que el silencio habitan,
Claman expuestas a la luz y ambientes:
Su lecho el lobo y jabalí traslada
De la silbosa a la estación poblada.

Humanos actos, voces y respuestas
Forman los brutos, y del vientre humano
Brutas formas proceden y compuestas,
Como en grutescos de pincel liviano:
Lóbrego estruendo en tácitas florestas
Lamentos brama, y en el aire vano 
Te absortas, Roma, porque ves y escuchas
Movientes guerras y volantes luchas.

De la Cumana vaticinios fieles,
Que atesoraron recatadas plumas,
Se vulgarizan ásperos, crueles,
Celando en vano sus misterios Cumas;
Que en voz fiera ministros de Cibeles,
De labio tronador lanzando espumas,
Su explicación sofística penetra
Estrago, sangre y muerte en cada letra.

Nueva copia en lamento clamoroso 
Amenazas enfáticas pregona
Con los heridos brazos, que el furioso
Rito y aras fomentan de Belona:
Mario en sus campos y sepulcro ocioso,
Sombra aparece, oráculo razona,
Huye a su vista agonizante, helado
El labrador, y el buey tuerce el arado.

Sila, de Mario emulación severa,
Con voz honda el rigor llora divino;
Mas la insania del tártaro Meguera
El mayor arrojó pasmo latino
Con pies de fuego en circular carrera
Su diestra vibra por antorcha un pino,
Ciñe a Roma, y convierte la sombría
Noche y su error en más horrible día.

Ya el escaso infeliz gremio romano
Llama el favor de expertos adivinos,
Ciencia en que más prevaleció el toscano,
Siempre en estudios práctico divinos;
Era el supremo docto Arunte anciano,
Que los íntimos hados y destinos
Por las víctimas juzga y los fragmentos
Del rayo, y vuelo que surcó los vientos.

Este a diversos monstruos producidos
De escandaloso parto, en ciega llama
Da muerte, cuyos polvos desunidos 
Al aire vago en átomos derrama:
Luego exhorta los ánimos rendidos, 
Y a soberano culto el pueblo inflama,
Tal, que en ilustre alarde y religioso 
Ya purifican su muralla y foso.

Los pontífices, pues, que primitiva
Honra a los dioses votan inmortales,
Preceden, y por orden sucesiva
Los sacerdotes en lugar no iguales; 
Allí excusada de ornamentos iba
La que el honesto coro a las Vestales
Rige, a quien sólo su deidad reserva 
Ver el frigio Paladio de Minerva.

Los que del posterior tiempo ligero
Luz alcanzan, que al mundo se revele, 
Y los que observan el suspenso agüero
Del ave fausta, como diestra vuele:
Siguen la unión con ademán severo
Los que ministran a la gran Cibele, 
Y de los dioses los electos siete,
Que les consagran general banquete.

Los flámines distintos, que a la parte
Suprema de su frente adornos penden;
Los de Apolo ministros, y de Marte,
Cuyos ancilios de sus hombros prenden 
Así en piadosa pompa se reparte
La sacra muestra, su dolor suspenden
Los romanos, y firme el voto y ruego 
Al cielo es vanidad, al aire juego.

El venerable Arunte agrega en tanto
Despojos ígneos, que esparció por tierra
Último rayo, y con lúgubre canto
En lugar misterioso los entierra:
Conduce al fuego de las aras santo
Gran toro, que eligió de inculta sierra; 
Vierte a Baco en su frente, observa estilo,
De inmolación ya preparando el filo.

Pero el bruto, rebelde a la cuchilla,
Huye, y turba indomable el sacrificio;
Ocurre agreste y válida cuadrilla
De luchadores al robusto oficio; 
Y al suelo forcejando la rodilla, 
Tiende el cuchillo, y con infausto indicio
No la cerviz herida sangre vierte,
Llueve estigio licor, mancha a la muerte.

Cela y sospecha el gran ministro atento,
Premisas incluyentes de rigores, 
Y busca a la fatal nuevo comento,
Rasgando el pecho y senos interiores;
Leyó en aquéllos el divino intento, 
Y en cifra muda oráculos traidores;
Y ella el despojo del romano erario:
Esta vez el poder siempre temido 
Verificó en su oprobio efecto vario, 
Vio en lucha igual, cuya victoria es duda,
La fuerza armada y la razón desnuda.

Vio al tribuno Metelo, que indignado,
Cuando el soberbio ejército quebranta,
De Saturno el gran templo torreado,
Que el erario atesora en guardia santa
Dividió senda en el concurso armado,
Que atónito respeta audacia tanta; 
Y el pie afirmó delante de las puertas, 
Aun del resuelto expugnador no abiertas.

Ved cuál resiste a César la severa
Potestad sola y exención del oro,
Cuando lo venerable le venera,
Ni el cielo es competencia a su decoro:
Lo indefenso y rendido arma y altera
Hoy Metelo en defensa del tesoro, 
Y por las leyes y la patria el labio
Ni explica enojo ni denuncia agravio.

Con voz desenfrenada e igual despecho
Se oyó el Tribuno: "No hallaréis entrada,
Sacrilegos, al templo, si mi pecho
No la ofrece o la busca en vuestra espada:
Ni tú procedas de supuesto al hecho,
La opulencia robando atesorada,
César, en cuanto de mi sangre falte 
A sus metales el purpúreo esmalte.

"Ni gozarás el robo, si tu lanza
Mi dignidad ofende tribunicia,
Que han de irritar divina la venganza
Mi indigno agravio y tu voraz codicia:
De igual castigo, igual ejemplo alcanza
Craso rebelde, y torpe en su avaricia,
Por los votos proféticos de Ateyo,
Cual yo tribuno y orador plebeyo.




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