ENRIQUE FUNES
Hijo de D. Liborio López y de doña Juana Funes, vino al mundo en Nájera (Rioja) en el día 31 de Diciembre de 1851.
Pusiéronle al bautizarle Silvestre Manuel Enrique López Funes; pero él se ha firmado siempre Enrique Funes, porque Enrique le llaman las personas que le son más queridas, y porque Funes le nombran sus compañeros de armas y de letras.
Enrique Funes había nacido para ser artista, y sus admirables condiciones para el arte principió á revelarlas desde su azarosa niñez.
Entusiasta de la música, aprendió á los cinco años las siete claves del solfeo; á los seis, tocaba el flautín en la banda del Ayuntamiento najerino, y á los ocho, ejecutaba algunas composiciones en el órgano de la iglesia, de la que era tiple.
En 1863 ingresó en el Instituto de segunda enseñanza de Logroño para estudiar el bachillerato; mas como carecía de medios pecuniarios para costearse las matrículas, se los ganaba, él sólito, trabajando en una tienda de ultramarinos. Para lo que no reunía nunca el dinero suficiente era para com-prar los libros de texto; pero esto no le importaba, porque cada sábado pedía los libros á cualquier condiscípulo, y estudiaba durante el domingo todas las lecciones de la siguiente semana.
Siendo estudiante de Retórica, compuso unas octavas reales A Xumancia, que le valieron un sobresaliente en dicha asignatura, y en el año 08 escribió un canto titulado Bandera roja, cuyas ideas se diferenciaban poco de las del célebre Marat.
De Logroño pasó á Vitoria y á Pamplona, en cuyos Institutos siguió estudiando con los mismos ahogos, hasta conseguir el anhelado título de Bachiller.
En 1872 fué empleado en el ramo de Correos, hasta el año 74, y en el 75 ingresó en la Academia de Administración Militar. En menos de un año terminó sus estudios é inmediatamente fué destinado á la campaña del Norte.
En el 17 de Febrero de 1870 se halló el joven poeta en la acción de Montejurra, y á fines de aquel mismo año le destinaron al ejército de Cuba.
Los peligros de la guerra no impidieron al literato el seguir cultivando la poesía, y, mientras permaneció en la Isla, escribió algunos dramas, entre los que figuran, á más del ya citado, otros dos que se titulan La Mordaza y Crucificado; este último es de un conflicto muy bello entre la honra y el amor filial.
De Cuba pasó al archipiélago de las Canarias, y después de estar allí hasta el 89, regresó por último á España, siendo destinado á Sevilla, en donde vive desde entonces esgrimiendo la pluma con gran fruto y formando parte principalísima de la ilustre pléyade de los escritores sevillanos, quienes no tardaron en reconocer sus méritos, dándole carta de nacionalidad y haciéndole académico correspondiente de la Real de Buenas Letras.
Enrique Funes ha colaborado en diferentes periódicos y revistas, en los que han visto la luz multitud de críticas literarias y de artículos tan notables como los que llevan los siguientes títulos: El gran poeta, La critica en el arte del actor, Isidoro el Cordonero y otros que ha publicado La Ilustración Artística de Barcelona.
Entre las composiciones poéticas que más agradan á Funes se halla el soneto en preferente lugar; y aunque él no es muy amigo de las improvisaciones, lo único que ha improvisado ha sido un soneto que le inspiró la lectura de la inmortal obra de Cervantes, y que, como muestra, me decido á transcribir:
DESPUÉS DE LEER "EL QUIJOTE"
Yo también, como tú, ¡loco sublime!
y como tú, sirviente marrullero,
de mi propia demencia en escudero
y en paladín andante convertíole.
Aun mi casta pasión por Ella gime,
Aun prometidas ínsulas espero,
Y uno instintivamente lo grosero
con algo que levanta y que redime.
Destrozado el arnés, pieza por pieza,
lucho incansable por que no se agote
la sed ni el manantial de la belleza:
Y aún llevo, con mi Sancho por azote,
barro á los pies y ardiendo en la cabeza
la locura inmortal de don Quijote.
Son igualmente dignos de mención los sonetos A una fea, Napoleón, Segismundo, Giordano Bruno, La herejía en el templo y Cisneros. No he de terminar, sin decir que lo que más fama ha dado á Enrique Funes, como escritor y como crítico, es su obra últimamente publicada La Declamación española, que dedica á la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, y eu la cual dejo de ocuparme, porque están recientes los artículos que colmándola de aplausos ha publicado la prensa.
El triunfo vuestro auxilio me asegura;
Pero ¿me dais ¡cobardes! las espaldas.
Con acero en la diestra y armadura?
No ceñirá laureles ni guirnaldas
Quien blande, por laucón, torcida rueca,
Vistiendo, débil, por loriga, faldas.
¡Oh raza pusilánime y enteca
Que por el mundo cruza, indiferente,
Vacío el corazón y el alma seca;
Que vive en la penumbra; que no siente
Con el ascua del propio pensamiento
La inspiración quemándole la frente;
Que risa dulce ó trágico lamento
Con criminal indiferencia escucha...
Solamente en el polvo te consiento!
Aparta del camino y de la lucha,
Deja el duro broquel, toma el rosario,
Y cúbrante el sayal y la capucha.
Iré sin Cirineo á mi Calvario;
Para morir en cruz, no puede serme
Ninguno de vosotros necesario.
¿Pensáis que vengo á la batalla inerme?
Vive la adversidad con mis dolores,
Y tiene que morir, ó defenderme.
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