Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 14 de julio de 2011

531.- PEDRO RODRÍGUEZ PACHECO



Pedro Rodríguez Pacheco. Sanlúcar la Mayor (Sevilla), 1941.
Es un poeta de larga y luminosa trayectoria, con más de una veintena de importantes títulos en su haber y un más que probado magisterio. Reconocido con premios muy significativos, la recepción de su obra ha sufrido altibajos, en parte, debido a su inconformismo y a su rebeldía personal y, en parte, por mor de los injustos mecanismos de encubrimiento que han querido borrar su nombre en las panorámicas, a la hora de los recuentos. Esta rebeldía ha sido rasgo fundamental tanto de su carácter como de su escritura, siempre a contracorriente de las modas y de las consignas o directrices imperantes. Andaluz radical, siente suya la gloriosa herencia de los poetas del sur que le precedieron, a quienes tiene por "los creadores legendarios de la mejor poesía española". Sin dejar de frecuentar a esos nombres mayores, ha creado su particular universo poético que, a mi parecer, se singulariza por dos características primordiales e irrenunciables: su compromiso esencial con el lenguaje, hasta el punto de conformar una estética propia y su permanente preocupación ética, que le lleva a configurar su personal doctrina moral, no ajena a ciertos atrevimientos heterodoxos. De manera que, bajo el discurso vivo y lujoso de su palabra, late siempre una sangre que busca, que interroga, que polemiza, que maldice, que condena.
El propio poeta ha perfilado el marco en el que surge su poesía -en un texto titulado "Autorretrato" (Cuaderno del Aula de Literatura "José Cadalso"- y se ha considerado integrante de esa promoción de escritores de los sesenta, emparedada entre la poesía social y el artificio novísimo, del que fueron precursores. Así lo expresa cuando afirma: "Mi nacimiento poético lo fue en la década de los sesenta; conmigo crecieron y se desarrollaron poetas estupendos: Ángel García López, Manuel Ríos Ruiz, Antonio Hernández, Diego Jesús Jiménez, Jesús Hilario Tundidor, Justo Jorge Padrón, Marcos Ricardo Barnatán, Antonio Carvajal, José Luis Núñez y Miguel Fernández, estos dos últimos tempranamente fallecidos. Como se puede comprobar, todavía no nacíamos como los jaramagos, sino espaciosa y despaciosamente. Eran tiempos de poetas mayores deslumbrantes y nos vimos envueltos en sus auras y en sus enfrentamientos estéticos: existencialismo, poesía social, resistencialismo intelectual, poesía del conocimiento, postismo, etc. etc.". Gran parte de su producción hasta esta década aparece recogida en la antología De libre edad (1964-1990), (Granada, 1992), que yo mismo edité en la colección "Ánade", con un estudio introductorio de Javier Sánchez Menéndez y un epílogo de José María Barrera. A partir de esa fecha y, hasta el presente, el poeta ha dado a conocer, aparte de El baile de la grullas (Córdoba, 1996), su ya célebre trilogía La leyenda del sábalo, compuesta por los títulos: Oda civil (Barcelona, 1995), Manual para terroristas (Madrid, 1997) y Delicias de Kbr (Delicias de Bromuro Potásico), (Madrid, 1998).
El simbolismo que se persigue al elegir al sábalo, sin duda tiene que ver con el comportamiento de este pez, que para desovar en primavera, penetra río arriba, a contracorriente. No sé si también por la fama de ser de carne algo indigesta...


ODA CIVIL
Oda civil (El Bardo, Barcelona, 1995), resultó un libro inusual en el año de su aparición, un libro beligerante hasta la médula, en su defensa de la libertad y la diferencia en la literatura, frente al panorama monocolor de la poética consagrada artificialmente. Libro crítico, ácido, cáustico, que se apoya en un formalismo estrófico de factura libérrima y que se acoge a la fórmula del largo canto, para pasar revista a toda una serie de rémoras de la última poesía española. Un libro de poesía que reflexiona sobre la poesía misma y que contraviene y pone en tela de juicio los valores de la tendencia dominante; es decir, que poetiza con el referente de un contexto literario real. Entre la burla y la denuncia, resucita la tradición barroca de llevar el frente de guerra a la obra de creación, a las páginas de la obra en marcha, con todas sus consecuencias. De algunos de los peligros de esta decisión se lamenta el poeta en algún momento, en una suerte de conjura de sus presentimientos al imaginarse muy solo en tal empresa.
El primero de esos cantos afronta el tópico de la ciudad, como emblema de la última poesía urbana. La noche y la ciudad impulsan los versos en una doliente sucesión que hace recuento de ultrajes y atentados contra la propia poesía, perpetrados en su nombre. De tal manera, se pone en tela de juicio el proceso de la gran devaluación, que se ampara en un decorado envilecido, convertido en inmenso arrabal de despropósitos. Asomada a la ventana, el alma del poeta echa en falta el misterio que en todo ven los ojos del artista. Su evocación conecta con un tiempo otro, en el que la urbe era, podía ser, caja de resonancia de la sorpresa, del hechizo, de ese salto en el aire del vivir, de las grandes pasiones, del arrebato de la verdad con todos sus puñales. Las palabras del poeta se lamentan ahora, en mitad de la noche simbólica, de su deterioro, de su profanación, de su banalización al ser usada como fondo stándar de rutinas e inanes flirteos. Se trata del canto de los instalados, los que se apegan a la realidad con un propósito abyecto: despojar a la literatura de toda su grandeza, arrebatar de ella lo mágico, la fábula, el germen de revolución que lleva dentro, para convertirla en discurso plano, previsible, que celebra lo establecido, lo obvio, lo evidente. El contraste entre el poeta encastrado en el sistema se evidencia ante el desarraigo espiritual de la voz que lo denuncia.
Una ventana de la ciudad, una alcoba en donde alumbra la lámpara encendida en medio de la noche. Desde ella se contempla, en la noche turbia, esta otra desolación:

esas mutilaciones
y desfiguraciones
que hacen de ti la selva de cemento;
así desfigurada,
literaturizada,
selva, jungla de asfalto,
pierdes en vida como en nombradía,
lo que ganas en muerte y sobresalto
tras de tu posesión por la jauría...
(pág., 17)

Pero el poeta mantiene el pulso. No se trata de simple perorata contra los enemigos, como podrían entender los incautos; el secreto consiste en hacer literatura de la denuncia, es decir, en no perder el norte de la palabra poética, aun descendiendo a estos infiernos. En medio de las imprecaciones alumbra una pluma vigorosa, ágil, ocurrente, que moja en el corazón la savia de sus argumentos. Y hay también ingenio, juego verbal, destreza rítmica, apuntalando una ironía demoledora, que se convierte en sarcasmo las más de las veces. De tal manera, la ciudad deviene en metáfora de la poesía ultrajada. La ciudad, a veces confidente, otras realidad existencial y otras muchas escenario donde se lleva a cabo esta ceremonia de trivialización.
Amanece el canto II que insiste, tras la noche, en la confidencia íntima, en la confesión del compor-tamiento; surge el esbozo del propio desencanto tras tanta lucha en defensa de la verdad poética, de la autenticidad creadora. Despliegan estos versos sarcasmos hirientes que hacen burla del molde realista y exhibe sus recetas. El poeta se mantiene inmisericorde en su mofa de las fórmulas y estereotipos y pone en evidencia la debilidad de muchos de los argumentos que se alegan para cerrar el paso a otras poéticas alternativas. Todo ello se expresa con símbolos, con metáforas, con alegorías:

palacio vegetal donde se engaña
a la razón con esa musaraña
niña y gentil, amada fantasía,
que fiera, despiadada, la jauría
de un zarpazo destruye,
y tras el crimen, huye
a devorar la presa,
la corza blanca de la abril belleza
en el silencio de la cobardía...
(pag. 30)

O se expresa con burlescas enumeraciones y ácidos paralelismos. El poeta se siente proscrito y condenado al silencio por la osadía de su desacato, por su rebeldía, por su defensa de la idependencia y de la libertad de su palabra.
En el canto tercero aumenta, al hilo de la pasión, la temperatura crítica y se intensifica el furor imprecatorio. El poeta aparece investido de una ira santa, con la que denuncia la corrupción y la conjura: "Epígonos, eunucos,/ hacedores de trucos,/ grises profanadores de estos templos" (pág. 41) y arremete y chasquea su látigo, desde la convicción de los valores que le asisten "pasión, amor, fuego, deseo", contra esa "narcotizada realidad/ que hace de la ciudad/ su histérico museo;" (pág. 42). De esa manera se enlaza con el canto siguiente. Así como entre el primero y el segundo el sol es nexo y el advenimiento de la luz es tránsito desde la noche a la alborada, entre el tercero y el cuarto es el aumento de la pasión la clave que sirve de engarce. El amor, sí, es el elemento protagónico. Canto de bodas con la ciudad asediada, con la belleza cercada, que se nos dice a través de la alegoría de la paloma, por ejemplo. Canto de entrega pasional que es trasunto de una ética precisa y de una estética consecuente con ella.
Vuelve la escenografía nocturna con el canto V y la paródica lectura de la noche, con versos en los que cabriolea su ingenio más afilado. Dolido por el silencio, el poeta hace público su deseo y lo hace sin ambigüedades:

sirva de aviso
lo que ya es compromiso
único de mi tiempo y escritura,
denunciar la impostura
si ella ha sido el motivo
que ha perdido mi vida,
a mi palabra herida,
por los que han silenciado cuanto escribo.
(págs. 56,57)

Y esa "palabra vengadora" apunta hacia los nombres y apellidos concretos de una serie de autores principales y secundarios de este panorama poético de las últimas décadas. Tras el desfile esperpentizado de poetas o críticos, a modo de vía ilustrativa, la imprecación asciende en su hambre de condena, hacia sus más altas cotas:
Una lluvia de fuego
a los más generosos dioses ruego
que sea principio, inicio
de que se acaba el vicio
de las confabulada cofradía,
y advenga un nuevo día
donde la poesía
sea oficio de capaces,
no de los carroñeros y rapaces
pájaros que esta décadas deparan,
que las verdades bellas siempre encaran
los visajes veloces
del rostro de los dioses
con las tranquilidades confiadas
de ser el brillo azul en sus miradas.
(pág. 60)

El libro termina con la estampa del poeta en soledad, en lucha contra el desaliento que supone la vuelta a la monotonía y con una sensación de escaso convencimiento ante la poca efectividad de su denuncia... Muchos querrán convertir este texto en panfleto y desactivar sus grandes valores, pero una lectura sosegada del mismo desautorizaría a quien lo intente. En el fondo se oponen dos maneras de ver y de entender y de sentir la literatura: la de quienes defienden que todo lo que no es realismo es reacción y la de cuantos se resisten a militar en una escuela cerrada, dogmática, monocolor, que se aplica hasta el delirio a la reproducción del mismo poema.
La triste verdad es que se pretende secuestrar, silenciar, ningunear a cuantos han denunciado este estado de cosas o a sus obras y de estas amenazas o escaramuzas también se nos ofrece cumplida referencia. Dos maneras de sentir lo literario y de asumir la creación: la de esta nueva poesía arraigada en el sistema, que lo canta y lo celebra, poniéndole, a lo sumo, pequeños reparos y la de quienes apuestan por un mundo nuevo, más plural, en el que no se nos prive del ideal de la belleza ni de la verdad mágica de la palabra. El celo demostrado por el poeta subraya su condición de outsider, de ahí que exprese en el "Autorretrato" antes mencionado las claves que han definido su continuo nadar a contracorriente, como el sábalo emblemático que ampara a su trilogía: "Inquieto, versátil, nunca conforme; cuando los compromisos sociales e históricos, se me tachó de preciosista y decadente; cuando el preciosismo y el decadentismo fueron la moda de novísimos y postrimerías, se me motejó de elegíaco y neo-romántico; cuando las experiencias, sentimentalidades y otros realismos distanciadores (históricos o escolásticos), soy señalado como burlesco, satírico y goliardesco. En fin, algo tendrá el agua cuando se la bendice... o maldice. Últimamente se me considera la bestia negra de la Diferencia."

MANUAL PARA TERRORISTAS
Frente al formalismo poético de la Oda civil, su siguiente entrega adopta la cobertura pragmática del manual, de ahí el título: Manual para terroristas (Huerga & Fierro, Madrid, 1997), que acentúa la intención disidente con lo establecido y su voluntad de servir de guía para sembrar el terror o, al menos, el desconcierto en las filas del enemigo. La ironía reviste de nuevos contenidos la estructura del poemario, envolviendo en los términos de la dialéctica a los tres enemigos del alma; y así serán tesis, antítesis, síntesis: el mundo, el demonio y la carne...
Prosigue la misma lucha que se inició en el texto anterior contra el panorama de corrupción denunciado, si bien aquí la revisión se hace más amplia y acoge no pocos textos autocríticos en donde no son los otros los destinatarios, sino el propio poeta o aquellos a quienes éste consideró camaradas cercanos a su resistencia. La obra, no obstante, no se limita a este único propósito, sino que supone, como otras tantas del autor, un notable esfuerzo de reflexión metapoética, sobre la escritura y el proceso creador, así como sobre el destino y el sentido final de la obra creada. Desde la conciencia crítica manifestada en los versos se llega a otros planteamientos de mayor alcance, al tiempo que se van dejando migajas de filosofía o de poética que, juntas, constituyen todo un corpus definidor de la postura del poeta ante el mundo. La decepción existencial y el sentimiento de derrota se dejan sentir en muchos poemas, referidos en bastantes ocasiones a un vosotros privilegiado y las más a un tú que es la propia compañera del poeta, su esposa Griselda, que adquiere un notorio protagonismo y un valor dramático fundamental en varios textos.
Los ejes temáticos que vertebran el conjunto son varios: en primer lugar la denuncia de un contexto poético real, viciado por intereses espúreos. En segundo: la meditación sobre el propio acto de la escritura y su trascendencia, que se enriquece con la fundamentación de la propia poética, aunque proscrita de aquel panorama. En tercer lugar, la otra escenografía: la de la propia realidad del poeta, su entorno vital y sus conflictos existenciales más íntimos, expuestos sin pudor, al descubierto, en una suerte de desgarrada confesión plena de desengaño.

Un desaliento oscuro, una continua sensación de hastío, un tono de profundo cansancio espiritual envuelven la mayoría de los versos, que van ágiles por entre feísmos, términos argóticos y lenguajes de grupo, para dejarnos, casi siempre, el chispazo diabólico de imágenes rotundas, de una belleza incuestionable. No desdeña el poeta cierta metamorfosis que acomoda la composición a la fábula, al diálogo directo, a la fórmula epigramática o a la sátira implacable, dirigida ahora contra sus amigos más cercanos. La primera parte del libro abunda en importantes ejemplos de estos últimos. Duro ajuste de cuentas que pone al descubierto cierta crisis, a juzgar por las contradicciones señaladas de cuantos hicieron frente a la tendencia impuesta. A veces el libro cobra visos de historia poetizada que en alguna ocasión llama Rodríguez Pacheco "epopeya".
Sólo el amor se presiente como redención, sólo el amor alivia el sinvivir del poeta, tras la gran decepción de la amistad: "amistad y alacranes trazan círculos/ en el pecho y anidan y procrean" (pág. 24). La vida se entiende derrochada en el esfuerzo inútil, en los movimientos sin éxito, ante el silencio cómplice de los amigos. Ese ajuste de cuentas alcanza cotas de durísima recriminación en textos como "Los decorados de la ira", "Crucifixión" "Las coartadas", "Campo de tiro" y, especialmente, en "Cam-pamento de invierno", "Los conjurados" o "Historias I". Claudicación, derrota y amarga confesión de haber perdido el tiempo luchando por un ideal en solitario; la befa de los propios camaradas se repite por muchos flancos:

cómo pudo implicarnos, qué osadía
contar con nuestros nombres cuando estamos
con salivas y babas construyendo
nuestro elicoide espacio de moluscos
y él, de pronto, lo aplasta con sus versos
-los que nunca pensamos publicara-
dejando a la intemperie la dudosa
ficción testicular de nuestras ingles
si el miedo niega hombría y muestra sólo
un recuerdo viril, su sucedáneo,
que es todo indignidad y cobardía.
(págs. 30,31)

El poeta objetiva su lucha interior y hace extensiva su denuncia a tirios y troyanos. Consiguientemente se agiganta su figura de proscrito, de defensor a ultranza del ideal y de la belleza, insobornables. Aunque en más de un momento tiemble su seguridad sobre la conveniencia de seguir apostando por dicha causa. El centro del libro reúne poemas desolados y otros más sentenciosos, como los de las series "Decálogo" o "Tiros al aire". En ellos sale a flote una reivindicación ética; de ellos se extrae una moralidad, que surge de la crisis, pero que no sirve para vencer el sentimiento trágico. Si acaso los instantes de plenitud amorosa acuden en auxilio de un yo lírico, asaeteado por los conflictos. Es notorio el tono de crispación, de ira, de encendimiento espiritual que se exhibe en muchos textos y que sólo se atempera con el apoyo en un tú cómplice. Hacia ese nuevo rumbo deriva el libro en su tercera parte, en la que el erotismo triunfa como núcleo temático, símbolo de la vida y de la verdad. Un despliegue de intimidad, que no evita el entorno escabroso, da pie a una amplificatio del discurso esencial. El amor y la ficción de muerte culminan en el proceso que urde el propio poeta, tras la decepción, la detención y la sentencia. Una vez declarada la profesión de fe en el ser querido, en la dama real, sólo queda el exilio: un retiro -¿una renuncia?-, un "me echo a morir como si nada..." (pág. 107).
Hasta aquí el exorcismo de unos años aciagos de combate inútil, de desarraigo, de esfuerzo sin premio, de sueños pisoteados, en los que cifra Rodríguez Pacheco su discurso. En él se reflexiona sobre la poesía y los valores a los que va ésta asociada: la libertad, la independencia del genio, la belleza incontaminada; ideales que contrastan con el servilismo o la reproducción machacona de la eterna milonga sentimental. En esa causa empeñó la ilusión el poeta, porque al hacerlo apuntaba a valores de orden superior, que comprueba no tienen cabida en un estado de cosas corrompido por los bajos instintos y los mezquinos intereses. El sueño del poeta afecta a la familia; su esfuerzo ha alterado la vida de los suyos, hasta el punto de propiciar el enfrentamiento dramático entre la inconsistencia de sus "crímenes y ofrendas" y la dura realidad que la esposa supera en silencio. En ella radica la única posibilidad de redención. Sólo ella es la tabla que salva del seguro naufragio:

ya ves, nada
de fantasmas, reales cosas nuestras
que están aquí, sentadas a mi lado,
cosiendo al par que yo mientras tu sigues
paseando fantasmas por la casa
que llamas pensamientos y la vida
está sentada al lado de mi silla
llenándose de sol y siempre siendo.
(pág. 106)


DELICIAS DE KBR (DELICIAS DE BROMURO POTÁSICO)

DELICIAS DE KBR

Puesto que muchas de las batallas que se citan en este ciclo poético han tenido lugar en el campo diverso de la prensa, ahora elige el poeta para cerrar su trilogía la cobertura de un periódico, y dispone sus textos en función de las secciones habituales del mismo, con alguna que otra licencia. Así concibe sus Delicias de Kbr (Delicias de Bromuro Potásico), (Huerga & Fierro, Madrid, 1998). Este hecho le va a permitir el poder dotar a su discurso de una versatilidad, de un dinamismo y de una diversidad de formas y fórmulas absolutamente eficaces. La estructura es plural, prismática, de ahí que se nos venga pronto la imagen del retablo, por esa invitación a conjuntar mundos diversos. Ya la dedicatoria del libro y las citas iniciales ponen en antecedentes al lector avisado, que percibe de inmediato cómo la combatividad no cesa y la violencia verbal no es de baja intensidad, precisamente, sino que se enciende, renovada, con la química de una ironía implacable. Resulta curioso comprobar cómo a partir de las citas iniciales expresa el poeta tres referentes que se van a convertir en claves de su postura crítica a lo largo del libro. La de Romanones manifiesta bien a las claras la opinión que se tiene sobre los otros: "¡Jo, qué tropa!" La de Terencio expresa el fondo filosófico que no se olvida y que, en este caso, anticipa el clima de pesimismo mantenido, al tiempo que sirve de argumento de autoridad para justificar las posibles consecuencias de su cruzada: "La verdad siempre engendra el odio." Finalmente, la de Salvatore Quasimodo ilustra el compromiso ético aceptado de ser el que denuncia, el que condena, ante la impasividad de los demás: "Que al menos alguien brame en el silencio,/ en este blanco cerco de enterrados." A este respecto será importantísimo seguir la controversia mantenida a lo largo de todo el discurso entre el declarar, denunciar, proclamar etc. y el callar, asentir, consentir, etc.; entre el silencio culpable y la palabra que acrimina.
No hay concesiones, no hay misericordia y en "Opinión", se despacha a placer Rodríguez Pacheco, con una serie de poemas epigramáticos que vuelven a apuntar en las direcciones anteriores, si bien ahora ya no se hace distinción entre los miembros de ninguna escuela. Todos sirven de blanco, especialmente los propios compañeros a quienes, nuevo evangelista, dirige su epístola incendiaria. Todos forman parte del mismo paisaje de maldad y de mezquindad. Mucho veneno, mucha bilis negra hay en "Los jubilofrénicos", por ejemplo. El escritor se convierte así en un luchador solitario, en una voz que clama en el desierto y su actitud escora hacia la autoafirmación orgullosa del canto a mí mismo o hacia la desintegración a través de un discurso victimista, que deviene en frustración amarga: "... Solo piedad siente/ por la inutilidad de haber vivido/ sin más compensación que el desaliento" (pág. 16). El pesimismo es radical e inunda toda la atmósfera del poemario. En su lucha dramática el escritor se manifiesta ante lo que entiende una "sucesión de iniquidades" y su conclusión no deja espacio alguno a la esperanza. En su código de valores es preferible el resentimiento, si éste sirve para salir de la humillación. El retablo aludido se puebla de tipos, o de arquetipos posibles: así aparecen, junto a los jubilofrénicos, el cobarde, el resentido, el mezquino, el vividor, los impresentables, etc. Pero no hay salida, "hiede todo" y el recuento arroja un balance siempre negativo, hasta el punto de que la opinión se va trocando en maldición, en condena, al llegar a textos como "Vidas paralelas" o "Ejecutorias".
En "Panoramas" la diversidad gana terreno y los poemas, en su mayoría, presentan al propio autor como protagonista, en una encrucijada de contrastes entre el ayer y el hoy... El excepticismo y la nostalgia se imponen como sentimientos sobresalientes. Comienza a apuntalarse la leyenda y no en balde se hace referencia al sábalo como símbolo de la osadía, en "Las ascuas" o "Tesón". Aflora una mordacidad más afilada en "Cartas al Director".


Los poemas aquí abundan en el desenlace adverso tras la entrega generosa a la poesía y a la belleza. En "Revista de Prensa" incorpora el poeta a su discurso fragmentos de textos aparecidos en los medios a lo largo de estos últimos años. Insisten los mismos en las claves defendidas por el poeta desde sus versos. Se trata de citas de autores de reconocida trayec-toria, entre los que destacan Camilo José Cela, Ricardo Gullón, Antonio Gala, José Ángel Valente, José Hierro, Vázquez Montalbán, etc., entre otros. Todas estas citas argumentan en la misma dirección crítica que mantiene Rodríguez Pacheco en su libro, y en su trilogía toda, de modo que se sirve de ellas como ilustración de sus propias ideas y como nuevos referentes de autoridad... Luego, no está tan solo y otras voces le acompañan en su denuncia. Lo propio ocurre en "Gente", sólo que esta vez se trata de versos de distintos poetas hispanos desde el Arcipreste de Hita, Manrique, Herrera, pasando por Góngora, Darío, los Machado, hasta el 27, Hernández y Manuel Mantero o Antonio Colinas, entre otros, en una suerte de escueta antología de urgencia, pero antología emotiva, escogida al hilo de cuanto se debate y siempre por el hecho de tratarse de textos de clara vocación disidente o autocrítica. En "Sociedad", lo epigramático dispara nuevamente contra personajes concretos de la vida literaria. El lenguaje barroco y jocoso se convierte en retórica sarcástica de sabor quevedesco.
Dentro de ese ejercicio mantenido de diversidad formal y de versatilidad expresiva que es todo el libro, la sección de "Vida Social / Efemérides" incluye poemas mayores, en un alarde estrófico parecido al desarrollo compositivo de Oda civil. Se trata de cuatro homenajes -a Góngora, Herrera, a la Giralda, a la Generación del 98- de largo aliento y ambicioso propósito. El recuerdo de esos nombres mayores se contrasta con la actualidad de lo vital y literario, hacién-doseles partícipes y hasta protagonistas de la hora presente. A través de ellos se desdobla el poeta para exhibir de nuevo su poética sin perder un punto su sentido satírico ni el norte de sus invectivas: "y a la reiteradísima experiencia/ opuse voluntad de diferencia".(pág. 68).
Se entiende que el feísmo, la imprecación, la blasfemia, los apóstrofes violentos, las expresiones salvajes, tienen su razón de ser en esta bajada a los infiernos, en esta confesión desgarrada, llena de agresividad y falta de ternura. Pero tales usos no deben empañar la evidencia de esa brillante construcción de los poemas como mundos autosuficientes, y la demostración más que probada de una sabiduría creativa que administra con eficacia la sorpresa, el ingenio, la metáfora candente, el término endiablado y preciso, el encabalgamiento necesario, para obtener piezas de una fuerza expresiva de absoluta contundencia. Buena prueba de ello son estas cuatro composiciones de valiente virtuosismo y de consecuente declaración de principios. De esa necesaria metamorfosis del estilo es consciente el poeta, que apela al propio lector advirtiéndole de ello en algún momento

me arropo en ironía,
de terca realidad, prosaica, fresca
mala leche satírico-burlesca,
uso un habla de coles, arropía
y vino avinagrado
y ya modernizado
me gradúo escolar de la experiencia;
lleno de infusa ciencia
-ya sé de todo tanto-
el Espíritu Santo
se queda en repentino Juan Palomo
y, en fin, mi idea retomo
y, como
antes decía,
me vuelvo paseante
por tal escolanía
y, si "Divino", ahora, soy bergante.)
(pág. 73)

Acaso el más desolado de todos sea "Otro fin de siglo, igual", en homenaje al 98, en el que el tema de España resuena con el pesimismo de los antepasados y se incardina en la más reciente decepción del poeta, que medita en la tarde "sobre el cadáver crónico de España" (pág. 83).
"Sucesos" incorpora de nuevo una serie de textos breves en los que el trasfondo alegórico opone la incómoda verdad y la utopía a la mentira y al consentimiento, mientras que "Cultura/ Espectáculos" centra su reflexión sobre el arte contemporáneo, la ética y la teoría literaria. Destaca, entre ellos, el titulado "Treinta años de poesía española" por su ácido resumen y por su insobornable sentido de lo ético, que expresa en cinco versos la contundencia de su juicio de valor:

La realidad histórica por mucha
sentimentalidad con que se mire,
tal vez por su experiencia, sólo es una:
toda una tribu de desvergonzados
creyéndose que son buenos poetas.
(pág. 98)

En "Religión" el fondo bíblico o el trasunto litúrgico apuntalan nuevas invectivas. En esta serie los poemas desde la expresión de sentimientos exasperados y la maldición de la impostura, llegan a la caricaturización de las poéticas de moda, con argumentos que desmontan la frágil consistencia de las mismas. De efecto letal resultan, a este respecto, "Veni Creatror Spiritu" o "Nueva lectura del Génesis", por ejemplo. "Agenda" reúne composiciones sacudidas por nuevas oleadas de desencanto: "todo el tiempo perdido para siempre" (pág. 115). El sentimiento existencial, la conciencia de esfuerzo para nada, de pasión inútil, culmina en "La leyenda del sábalo", poema en el que aparece con más detalle la intención rebelde que resume el sentido final de esta trilogía: "... el poderoso/ sábalo en rebeldía que no asume/ la realidad tal es y, renunciándola,/ muere en la lucha y nace en la leyenda" (pág. 122).
"Diario de Economía" refiere el trasfondo crematístico y el mundo de intereses ajenos a la creación, que culmina en esa gran perversión de las leyes del mercado. La transacción, la venta, el fraude, la gran devaluación, quedan nuevamente ante los ojos del lector como las verdades últimas que se esconden detrás de lo que hoy muchos llaman Literatura. Ya no valen, no venden: la entrega, el sueño, el ideal, el misterio, el imposible, que van unidos a lo mejor de la condición humana, ahora todo lo pueden los traficantes, que han convertido la obra de arte en una baza más de sus mercaderías. Al cierre de cuentas el poeta responde altivo: "la edad no me permite/ otra reconversión que mi desprecio" (pág. 128).
"La Fiesta Nacional" se brinda al aguafuerte y a las fábulas con zarpazo, como moraleja. La lengua se envenena o el ingenio se afila y corta. "Epopeya" es claro ejem-plo de esa mordacidad de paño de las maravillas, y en esta ocasión la crítica vuelve a ser interna. Aún en "Deportes" siguen las parábolas y los epigramas, que cierra la apoteosis de la "Lucha libre"... En "Anuncios por palabras" hay un regreso al tono quevedesco y a un sarcasmo que deja al descubierto los nombres de poetas y críticos, blanco de sus sáticas, de forma claramente reconocible. No queda títere con cabeza: el humor grueso y la caricatura grotesca desmantelan la posible nobleza de los puestos en la picota. La sección permite la multiplicación de registros y de ello se vale el poeta, en su particular viaje al Parnaso, que lleva a cabo a lomos del caballo de Atila.
Las dos últimas salas del libro: "Pasatiempos" y "Necrológicas", cierran este recuento desolado, que ofrece en sus compases finales una penúltima meditación sobre el paso del tiempo, los sueños, la fama, y otra advertencia más: "Ya he dicho suficiente: mas si muertos/ proseguís, es igual... Toda la muerte/se contiene en la palma de una mano" (pág. 155). Se cierra este ejemplar, muere con "Exequias", "Responso" y "Epitafio". El "Responso" es un salmo de consumación, de autoafirmación, de apuesta por el ejemplo de rebeldía que se convierte en leyenda: "El sábalo se extingue, pero queda/ la gesta de su hermosa rebeldía" (pág. 156). El "Epitafio" lleva el veneno más allá de la muerte... He aquí un testimonio vivo de disidencia y de autocrítica, que no se sale de los límites de la poesía, ni traiciona el sentido de la creación más exigente. Punto de referencia inexcusable para un entendimiento de las distintas corrientes de estas últimas décadas, no es ya su valor sociológico o documental fuente de interés, sino su alta ambición poética, que no sucumbe ante la fuerza de la denuncia, antes bien la remarca con atrevimiento y estilo. Esa leyenda ya lo es, no hay duda, pero fundamentalmente gracias a la singularidad de una poética y gracias al resultado final de su práctica virtuosa. Con el tiempo quizá se olviden los nombres y las anécdotas que encendieron la reflexión y la apuesta de esta trilogía pero, sin duda, permanecerán la voz singular, la estilística intransferible, la grandeza expresiva y la honda lucha interior de un poeta que sabe transmitir el temblor de la obra verdadera y distinta.

JOSÉ LUPIÁÑEZ
Revista TIERRA DE NADIE, nº 4
Jerez de la Frontera, junio 2001


Final- -Obuaro 6
Final - Pedro Rodríguez Pacheco

Al fin y al cabo es mi vida. Me duele
la insaciedad cruel que se toma el Destino
con quien tan poco turba. No es extraño
que vaya distanciándome del mundo
hasta quedar tan lejos de las realidades
que ya nada me importe. Acaso las palabras
se terminen un día...Para entonces
-que puede ser mañana- estaré tan perdido
como la terquedad con que busqué la exacta,
la más hermosa y dura e irrepetible, ésa
que nunca encuentra nadie, por la que repitiera
las miserias hermosas que han marcado mi vida.







En la ciudad

En la ciudad
mi soledad,
su cáscara
–mi trino–,
su máscara
–mi sino–
detrás
la alocada pirueta
de ejercer de poeta
y más
la trompeta tristísima del jazz
o asaz
el saxo sedicente del fox-trot,
quizás la guitarra del duro rock and roll...

Y el sol.





RITUAL DOMÉSTICO

Esta luz del otoño, este claro motivo
de paz: rueda la casa sosegada, se siente
labrar a mi mujer en la cocina, es gente
bulliciosa mis hijos, dormita el perro. Escribo.

Anécdota sencilla sin la cual no concibo
ya la vida. ¡Qué lenta! Todo qué calmamente
se pule y se detiene y se amansa, consciente
soy del sobrio paisaje en el que muero y vivo.

Es ya la lenta mano que corre una cortina,
un aroma tardío de rosas, el rasgueo
de la pluma en el folio, la tarde que declina...

Y esa muerte diaria con la que me tuteo
sentada al lado mí a ver como termina
el poema, esa imagen furtiva del deseo.








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