Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 11 de julio de 2011

509.- JOSÉ ANTONIO SANTANO


JOSÉ ANTONIO SANTANO. Baena (Córdoba).
Ha dirigido y presentado (1999-2001) en Canal SI-Televisión, de Almería, los programas culturales "Finde siglo" y "Millenium". Alterna la poesía con colaboraciones en revistas, prensa (fundador y director del Periódico Independiente "La Razón", de Baena) y televisión. Es miembro del Departamento de Arte y Literatura del Instituto de Estudios Almerienses. Pertenece a la Asociación de Críticos Literarios de Andalucía "Críticos del Sur". En la actualidad dirige la revista literaria de carácter mensual "Cuadernos de Cardemo", de Almería. Coordina el Premio Andalucía de Poesía "La Posada de Ahlam", Fondón (Almería). Su poesía ha sido traducida al italiano por Emmilio Coco (Quella strana quiete).

Publicaciones
"Profecía de otoño". Poesía. 1994.
"Exilio en Caridemo". Poesía. 1998.
"La piedra escrita". Poesía. 2000.
"Árbol de bendición : antología literaria del olivo". Poesía. 2001.
"Suerte de alquimia". Poesía. 2004.
"Las edades de arcilla". Poesía. 2005.
"Trasmar". Narrativa. 2005.
"La cortaera". Ensayo. 2007.
"Razón de ser". Poesía. 2008.
"Caleidoscopio". Narrativa. 2009.





De la memoria

V
Tardes de otoño cobrizo. La almazara
Muele el negro fruto. Aromas
De alpechín. Columnatas de capachos. El reloj
De la pared marca las cinco. La radio
Anuncia la novela. El comedor
Rebosa de silencios.

Al calor del brasero de picón,
Pan y aceite de merienda. La abuela
Duerme. Grises campos de algodón el cielo.
La tarde va cayendo, como la lluvia
Sobre las piedras, los tejados. Vierte
El canalón las aguas.

Mi aceitunera vuelve con la mirada
Cansada,
Al hombro la capacha. Busca
Por la casa la sonrisa, y de sus manos
Quemadas en las mías recibo,
Obsequio de la diosa,
Deliciosos caramelos de menta. La noche
En el regazo duerme con su arrullo.

¡Tardes de aceituna y menta,
Quién me las devolviera!

(Del libro profecía de otoño)












Del amor

X
Te nombro sin consuelo entre los olmos
Cuando la muerte escala y trepa cada rama.
Habito el silencio del crepúsculo
Que me enseñó tu boca en brazos de la lluvia,
Que despertó tu lengua hundiéndose en mis pechos
Y el aroma frágil de tus manos
Y la fuerza de tus dedos arañando el litoral
Desnudo de mayo consumiendo atardeceres.

Te nombro entre nubes de cal. Aquí
Donde rocas y horizontes cubren
De soledad y espera
El término de los amantes que olvidan
O las gargantas que alumbran la noche
En el solsticio de la vida.

Te nombro… tantas veces.

(Del libro Profecía de otoño)










De los silencios

X
Junto a la orilla donde habitan
Los muertos
Y no existen las noches ni los días
Cautiva tras el magno vuelo del águila
Te presiento

En el delirio serpenteado de las aguas
Que fluyen paralelas a las sienes y los labios
De aquella madrugada caliente y trémula
Que a tientas las yemas de los dedos
Ungieron de aceite y frágiles caricias.

Desde el fulmíneo horizonte de los mármoles
Que florecen desnudos al pie de los olivos
Y cegados duermen y se hospedan y gritan
En el tiempo sangriento de las noches
Regreso a ti, transmigrada diosa, única,
Adorada y mágica verdad que no traiciona.

Desde el mismo centro de la tierra
Anduve solo y agónico hacia tu encuentro
Azul crisálida, vasta geografía
De los silencios

(Del libro Profecía de otoño)










Donde las aguas golpean el arrecife
De las sirenas y el faro
Ilumina las muchas soledades

Anduve por la magia de tus años
Casi sonámbulo, a tientas e impreciso.

Subí hasta la cima de la noche
A otear la arquitectura púrpura
Del aire que , sereno y silencioso,
Reclamabas al mundo en tu refugio.

Inmóvil permanezco en la nostalgia,
Cuando brotan voces de la sangre
Y una brisa de besos te habita
Tras la eterna y fría estancia de la espera.

Escurridizos,
Lejanos los días y las horas

Amanece en este océano de vides
Y siento la suave luz de la atalaya
En la piel y las pupilas.

En la cumbre el viento te descubre
Como una gigantesca torre de nácar
Meciendo tristes melodías,
Cansado de abrazar tormentas y naufragios
Agrestes soledades,
Un suicidio tras otro.
Y entonces tú,
Desheredado
Proscrito,
Mancillado tu nombre y tu silencio
Inundas el solar mediterráneo de las manos
Y en su tacto albergas trémulo la vida,
Inquieto la voz del oleaje;
Furioso el deseo de la renuncia;
Fugaz y leve la sed del arrecife.

Entonces yo
Me pierdo en tu isla de cantiles,
Y azules me parecen tus valles,
Y eterna la luz de tus pupilas;
Esclava de la ausencia tu exacta
Geografía de oropel,
De música o de vientos.

Mas qué extraña magia
O seducción me invade desgarradora
Y gigante
Postrándose a tus pies pequeño, desvalido,
Cuando ardiente el roce de tu cúspide
Alimenta las noches con sus muertes

Mas qué sueño se hospeda en el ciprés
Vencido
Vano,
Dormido en la resaca añil
Devastadora que madruga a tu presencia.

Mientras la luna huye,
Renace
El tibio bronce de abril en la campiña

Y me ciega la vida tu memoria.

(Del libro Exilio en Caridemo)


















Del tiempo vivido en el deslumbrante
Azul de genoveses

Todo es azul.

Me extingo en el azul.
Sólo quiero ser azul,
Como esos ojos que me visionan Lejanos y tardíos,
Como esos labios de fuego y piedra
Que a mineral me saben,
Como esas manos de terciopelo
Posadas en la frente
De aquel verano que presagiara
A orillas de tu nombre,
Mi lento deambular hacia el sollozo.

No sé porqué ni cómo
Me hallo en tu plácida comarca,
Desamparado, exhauto,
Perdido,
Huyendo del áspero pasado,
De todo cuanto vida
Perfuma este doloroso instante
Que se adentra en mi pecho
Y me quema la sangre, me consume.

No sé porqué ni cómo
Exploré tu cuerpo aquella tarde
Si sólo tu silencio,
Incesante y trémulo,
Rondaba
Mi carne en despedida.

(Del libro Exilio en Caridemo)









De las aves que habitan las salinas

Blanco sobre blanco, y mar.

De soledades el campanario es pulso y vida.

En él habita el bronce
Y el tiempo desgastado que emborracha la noche
De palabras y dudas,
Mientras todo se agita y desvanece en la oscura
Presencia de los años.

De peregrinas sombras el cementerio abruma
Las vírgenes estatuas
Y en la sangrienta visita el craso estío
Las palabras se pierden
En las inmensas cimas de sus nevados pechos.

Allí en su blanca altura
Acaso sea nadie y nada. Una mancha de olvido,
Un despojo creciente,
Una torturada noche de enganño y silencios
Que en mi ser se eternizan.

Blanco sobre blanco, y mar.

En secretas planicies de orlas doradas

El ocaso dibuja
En mi piel la tristeza
Que sus labios derraman.

Aves proclaman, en la noche,
Dominios de blancos sobre blancos,
Y mar, discursos de arena,
Silencios de carne y largos inviernos
Al calor de la lumbre;
Circulares derrotas
Reclaman tu nombre, el aire.

Regresa a mí, ahora,
No tardes, vuela
Como el águila o el cóndor,
El jardín que yace en estas rocas
Que mi arcana levedad soporta;
Rebósame de lujuriosa blancura,
Sálame,
Vierte sobre mí el éxtasis
O el fuego de la demencia más agria,
Fulmíname como el rayo
Si desnudo y libre a ti no vuelvo.

Blanco sobre blanco, y mar.

(Del libro Exilio en Caridemo)






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