Nuria Pérez Gómez
Huelva (1980). Diplomada en Magisterio, su formación como poeta viene de su participación en las tertulias literarias onubenses, en especial Madera Húmeda, a la que he pertenecido hasta hace poco.
Su obra se encuentra recogida en la Revista Chichimeca, en los Pliegos Poéticos del IAJ en Almería, en la antología Antropología Desnuda: poesía joven (Huelva: Tertulia Madera Húmeda, 2002) y en la plaquette Versos Derretidos.
Ha sido seleccionada por Guillermo Ruiz en la reciente obra ’Andalucía, poesía joven’ (Sevilla: Instituto Andaluz de la Juventud, 2004), quien ha visto en su poesía "lo bucólico y salvaje". En esta obra se dan cita las voces de veinte andaluces, menores de 30 años. Poetas, algunos ya reconocidos en antologías poéticas de carácter nacional, pero también, según el antólogo, poetas completamente desconocidos, "que se asoman por primera vez al hecho maravilloso de ver sus poemas en letra impresa".
Reseñas críticas
Presentación a cargo de Francisco Ruano en el Programa Literario "Tardes con las Letras : Nuevas Voces" celebrado en la Biblioteca Provincial el 11-11-2004.
ARRUGAS EN LA PIEL DE MELOCOTON
DEBERÍAS saber que no le gustan las avispas
que se limita a vomitar estrellas
no a contarlas.
Deberías saber que no pisa muertos
que prefiere devolverles la vida
pero qué te cuento que no sepas
si la tienes delante
a ella, sí a ella
la que te ríe y llora a la vez
la que te cuenta cada nota
del petirrojo de su ventana
aquella que sin saberlo
le huelen a miel los capullos verdes.
Deberías saber que no aguanta las metáforas extrañas
sobre todo las que hablan de lisos poliedros
pero qué te cuento si la tienes delante
y solo tú mordisqueas su forma
a la intemperie
Versos derretidos
¿Para qué apretar olas frías
si sólo tengo charcos de lava?
¿Para qué robarle al pulpo su último tentáculo
si aún guardo la raíz de tu sabor?
No pintes calles de césped
y llévame al campo con tus deseos.
Te prometo regarlo con hierbabuena
y sembrarlo de espinacas.
Llantos de migas
no me dejan viajar a por tu ilusión,
y un agobio de avaricia
destroza a golpe de plomillo mi talante.
¿Por qué los aires me acuchillan
con olores de tabasco?
No quieran ni las grutas ni las cuencas
que se calme el grito escupido
de unos bosques que se pudren
por el corcho y la resina.
A veces, cuando voy sentada en el autobús, no puedo evitar gatear un
ratito por la mirada del anciano que se sienta enfrente. Son ojos que van
nutriendo a pupilas cada átomo del aire y que yo cuidadosamente respiro a
su lado. Entonces millares de linternas parecen no más de cuatro velas
derretidas por el tiempo y un latir lento acaricia de repente los crujidos de
esa vida en blanco y negro. Y sin saber por qué, un regimiento de hormigas
te amordazan por el cuerpo y nada importa y todo pasa porque ellos te lo
cuentan y te van limpiando heridas aún ni imaginadas, porque esos ojos te
van susurrando con voz de lirio que el atardecer va llegando y mientras
ellos se sumergen en el último bostezo de la noche y todo se vuelve
simple, inmóvil, con calma de niño tras haber llorado, con calma de años
que se irán llorando, te dicen que el coco se ha ido y que ellos te acunan en
un clavel de consejos.
A veces, cuando voy en el autobús no puedo evitar mirar la vida que me
mira con ojos calientes y me susurra con cada párpado.
no me dejan viajar a por tu ilusión,
y un agobio de avaricia
destroza a golpe de plomillo mi talante.
¿Por qué los aires me acuchillan
con olores de tabasco?
No quieran ni las grutas ni las cuencas
que se calme el grito escupido
de unos bosques que se pudren
por el corcho y la resina.
A veces, cuando voy sentada en el autobús, no puedo evitar gatear un
ratito por la mirada del anciano que se sienta enfrente. Son ojos que van
nutriendo a pupilas cada átomo del aire y que yo cuidadosamente respiro a
su lado. Entonces millares de linternas parecen no más de cuatro velas
derretidas por el tiempo y un latir lento acaricia de repente los crujidos de
esa vida en blanco y negro. Y sin saber por qué, un regimiento de hormigas
te amordazan por el cuerpo y nada importa y todo pasa porque ellos te lo
cuentan y te van limpiando heridas aún ni imaginadas, porque esos ojos te
van susurrando con voz de lirio que el atardecer va llegando y mientras
ellos se sumergen en el último bostezo de la noche y todo se vuelve
simple, inmóvil, con calma de niño tras haber llorado, con calma de años
que se irán llorando, te dicen que el coco se ha ido y que ellos te acunan en
un clavel de consejos.
A veces, cuando voy en el autobús no puedo evitar mirar la vida que me
mira con ojos calientes y me susurra con cada párpado.
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