Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954) es profesor titular en la universidad de Málaga, ciudad en la que reside. Entre su obra poética destaca Último Recurso (1977), Jardín Inglés (1983), Poemas del Desempleo (1985), Ventana sobre el bosque (1987). Como ensayista ha publicado Los Poemas de Picasso (1983), La Poesía de Rafael Alberti (1930-1939), (1984) y Vanguardia o Ideología (1984). Sus poemas están recogidos en numerosas antologías poéticas. Sus últimas creaciones han sido Casa invadida (Hiperión, 1995), La Mirada infiel : Antología poética (1975-1998), (Diputación Provincial de Granada, 2000) e Inventario del desorden (Visor, 2003).
Publicaciones
"Ultimo recurso". Poesía. 1977.
"Poemas del desempleo". Poesía. 1984.
"La mirada infiel : antología poética 1975-1998". Poesía. 2000.
"Ventanas al bosque". Poesía. 1987.
"Casa invadida". Poesía. 1995.
"Inventario del desorden". Poesía. 2003.
"Poesía hispánica peninsular (1980-2005)". Ensayo. 2007.
Otras publicaciones
"Espejos y bares". Poesía. 1992.
"Poemas (1987-1993)". Poesía. 1992.
"Miquel Bezares". Poesía. 1994.
"Antonio Jiménez Millán". Poesía. 1998.
"Calma aparente". Poesía. 1994.
CALMA APARENTE
(VI)
Volvió, como en un sueño,
al umbral de un palacio abandonado.
Desde los altos muros,
los frisos, los emblemas,
quiso reconocer ese lugar
propicio a sus deseos,
donde no existen límites.
No era suyo aquel tiempo y sin embargo
le acercaba a las voces familiares,
a los signos que alguna vez leyó
en el espejo roto y la ceniza.
Al otro lado del cristal,
había sólo escombros.
No siempre se recuerda
el final de los sueños.
al umbral de un palacio abandonado.
Desde los altos muros,
los frisos, los emblemas,
quiso reconocer ese lugar
propicio a sus deseos,
donde no existen límites.
No era suyo aquel tiempo y sin embargo
le acercaba a las voces familiares,
a los signos que alguna vez leyó
en el espejo roto y la ceniza.
Al otro lado del cristal,
había sólo escombros.
No siempre se recuerda
el final de los sueños.
EL PASAJERO
Viejos puentes de hierro entre colinas ocres, túneles cuya entrada
Viejos puentes de hierro entre colinas ocres, túneles cuya entrada
apenas cierran unas tablas mohosas. De la línea abandonada
no quedan ya ni los raíles: sólo un sendero impreciso bordea
el terraplén y algunas señales van dejando una advertencia
inútil. Quién recuerda ese trayecto, esa breve distancia recorrida
inútil. Quién recuerda ese trayecto, esa breve distancia recorrida
con lentitud de carruaje, los intervalos de oscuridad, el reflejo
del sol en el agua, las casas blancas cerca de la orilla. Quién esperaba
en andenes ya definitivamente vacíos, quién se despidió
en madrugadas de invierno sobre un fondo de vagones de madera
y hollín y caras ateridas. El tiempo es aquí una vía muerta,
una estación cerrada y unas flores que crecen en las grietas del suelo,
muy cerca del asfalto y del humo, en la neutra superficie del olvido.
(De Inventario del desorden, Madrid, Visor, 2003)
Cabo de Gata
Cabo de Gata
In memoriam Javier Egea
Fue éste su paisaje.
Desde el acantilado,
las rocas de color cárdeno oscuro
descienden hacia el mar
y vuelan las gaviotas sobre el faro
dejando atrás las barcas en la orilla,
las redes en la arena
batida por el viento de levante.
Al aire del desierto,
a la tierra quemada de las minas
distantes como emblemas del exilio
le llevaba un camino que atraviesa
dunas, cauces, vaguadas,
la roja sequedad de un mundo a solas.
El ágave y la yuca
habían resistido al temporal,
las aguas transparentes
ocultaban los bosques sumergidos,
las ágatas al fondo,
los últimos vestigios de una luz
que sólo alberga restos de naufragios.
Fue éste su paisaje en otro tiempo,
éstos fueron los símbolos
que quiso compartir bajo la estela
del sol de mediodía,
un sol que a veces hiere
como la culpa o el resentimiento,
como una despedida.
Él siempre hablaba de la soledad.
Desde el acantilado veo ahora
unas casas en ruinas,
una vela rasgada
y un retorno imposible.
La yerta soledad de las torres vigía.
FÁBRICA ABANDONADA
I
Como una nube estraña
o un reguero de humo
se graba en la memoria su figura.
Muros disueltos,
engranajes y cables oxidados,
el viento entre ventanas al vacío:
ya es sombra sobre sombra,
lugar de mirada
inmóvil, sin reflejos.
Nadie pasa.
Así se impone el tiempo,
así el azar
nos devuelve una lámina olvidada
en un libro de historia natural,
y es la sorpresa de reconocer
ese lento desguace inadvertido
que siempre nos acecha, que nos deja
inermes, vagamente amenazados
por los años y el uso.
II
Vidrios sucios, enigmas.
Alguna vez
hubo un eco de voces en las naves,
horarios fijos,
usuras acordadas. Su imagen restituye
otra forma de ausencia:
no sólo el perfil de un paisaje dividido
sino el presente en fuga,
un hálito de ruina sobre objetos cercanos
y emblemas que desaparecen.
Les alcanzan
los signos exteriores de un invierno
que no respeta límites ni nombres,
que dura más allá de su extinción
aparente.
Hay en las galerías
un ruido imperceptible de hojas secas.
De Casa invadida, 1995
Clandestinidad
(1974)
Ha guardado la llave del desván
que esconde un manifiesto
con cubierta roja,
los pasquines,
la prensa clandestina.
Ha salido a la calle.
Extraño en su ciudad,
ni un solo día deja de sentir
los pasos que se acercan,
los ojos que vigilan sin descanso.
Ni en sueños lo abandonan.
Al cabo de los años,
ha vuelto a visitar aquella casa.
El miedo sobrevive en la humedad
de ese rincón umbrío,
igual que algunas páginas borradas
entre la ropa vieja.
Niebla
Sirenas de los barcos en el gris
creciente de la niebla. Se oyen a lo lejos,
atraviesan el aire húmedo de noviembre
mientras la nube avanza a ras de suelo,
cubre los edificios y los parques
extendiendo la sombra de un falso anochecer.
Como el barco perdido entre la niebla
se adentra la memoria en los dominios
de un mar borrado,
envía sus mensajes y pregunta
por rostros que se fueron,
por nombres confundidos en los márgenes
del tiempo y de la muerte.
Y no sabe si inventa su pasado.
(Del libro inédito Clandestinidad)
Fue éste su paisaje.
Desde el acantilado,
las rocas de color cárdeno oscuro
descienden hacia el mar
y vuelan las gaviotas sobre el faro
dejando atrás las barcas en la orilla,
las redes en la arena
batida por el viento de levante.
Al aire del desierto,
a la tierra quemada de las minas
distantes como emblemas del exilio
le llevaba un camino que atraviesa
dunas, cauces, vaguadas,
la roja sequedad de un mundo a solas.
El ágave y la yuca
habían resistido al temporal,
las aguas transparentes
ocultaban los bosques sumergidos,
las ágatas al fondo,
los últimos vestigios de una luz
que sólo alberga restos de naufragios.
Fue éste su paisaje en otro tiempo,
éstos fueron los símbolos
que quiso compartir bajo la estela
del sol de mediodía,
un sol que a veces hiere
como la culpa o el resentimiento,
como una despedida.
Él siempre hablaba de la soledad.
Desde el acantilado veo ahora
unas casas en ruinas,
una vela rasgada
y un retorno imposible.
La yerta soledad de las torres vigía.
FÁBRICA ABANDONADA
I
Como una nube estraña
o un reguero de humo
se graba en la memoria su figura.
Muros disueltos,
engranajes y cables oxidados,
el viento entre ventanas al vacío:
ya es sombra sobre sombra,
lugar de mirada
inmóvil, sin reflejos.
Nadie pasa.
Así se impone el tiempo,
así el azar
nos devuelve una lámina olvidada
en un libro de historia natural,
y es la sorpresa de reconocer
ese lento desguace inadvertido
que siempre nos acecha, que nos deja
inermes, vagamente amenazados
por los años y el uso.
II
Vidrios sucios, enigmas.
Alguna vez
hubo un eco de voces en las naves,
horarios fijos,
usuras acordadas. Su imagen restituye
otra forma de ausencia:
no sólo el perfil de un paisaje dividido
sino el presente en fuga,
un hálito de ruina sobre objetos cercanos
y emblemas que desaparecen.
Les alcanzan
los signos exteriores de un invierno
que no respeta límites ni nombres,
que dura más allá de su extinción
aparente.
Hay en las galerías
un ruido imperceptible de hojas secas.
De Casa invadida, 1995
Clandestinidad
(1974)
Ha guardado la llave del desván
que esconde un manifiesto
con cubierta roja,
los pasquines,
la prensa clandestina.
Ha salido a la calle.
Extraño en su ciudad,
ni un solo día deja de sentir
los pasos que se acercan,
los ojos que vigilan sin descanso.
Ni en sueños lo abandonan.
Al cabo de los años,
ha vuelto a visitar aquella casa.
El miedo sobrevive en la humedad
de ese rincón umbrío,
igual que algunas páginas borradas
entre la ropa vieja.
Niebla
Sirenas de los barcos en el gris
creciente de la niebla. Se oyen a lo lejos,
atraviesan el aire húmedo de noviembre
mientras la nube avanza a ras de suelo,
cubre los edificios y los parques
extendiendo la sombra de un falso anochecer.
Como el barco perdido entre la niebla
se adentra la memoria en los dominios
de un mar borrado,
envía sus mensajes y pregunta
por rostros que se fueron,
por nombres confundidos en los márgenes
del tiempo y de la muerte.
Y no sabe si inventa su pasado.
(Del libro inédito Clandestinidad)
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