Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

sábado, 9 de julio de 2011

478.- RAFAELA HAMES


Rafaela Hames nace en Córdoba, ciudad donde ha pasado toda su vida y de la que, para bien o para mal, apenas se ha ausentado. Ama de ella, principalmente, los días en que se anuncia que el azahar está preparado para estallar en invadirlo todo y la voz más antigua con que le hablan sus calles y alminares. Combina sus quehaceres como toda mujer trabajadora, es decir, arrojando en ello la mayor parte de la fuerza creativa de que dispone y dejando, siempre que es posible, una rendija para la ensoñación y para su actividad literaria. Colaboró en la coordinación de la Cátedra Juan Rejano de la Diputación de Córdoba, en la Sección de Cultura de Diario de Córdoba con artículos de pensamiento y en Colectivo de Poetas Cordobesas entre otros. Participó en diversos eventos literarios como los Encuentros de Poesía y Paisaje o Viana Patios de Poesía coordinados por Antonio Rodríguez, así como numerosos recitales. Ha participado en diversas publicaciones literarias como Turia (Teruel), Singularidades (Lisboa), Por Ejemplo (Madrid, Poesía en la Bodega (Ateneo de Córdoba) o Medina Azahara. El Monte de la novia (Almuzara, Córdoba, 2008). Naturaleza, Cosmos, Espiritualidad, Existencia, Tiempo, Música, Sueños, Paisajes del ser humano (su alma, su memoria, sus actos, emociones y sentimientos) en el intento no tanto de indagar en los misterios del ciclo de la vida y de la muerte como de asimilarlos e integrarse en su armonía.
Publicaciones
"El tránsito". Poesía. 2001.
Otras publicaciones
"Ser agua". Poesía. 1998.
"Versos para derribar muros". Poesía. 2009.
"Tintas para la vida". Poesía. 2009.
Premios
Premio Acordes de Poesía. 1995. Poesía. Ayuntamiento de Espiel.
Premio Juan Bernier de Poesía. 2000. Poesía. Ateneo de Córdoba.
Accésit VIII Certamen de Poesía Puente de Encuentro. 2010. Poesía. Foro Cultural "Puente de Encuentro".



(Del poemario Desde la Aurora. Accésit del Premio de Poesía Acordes 1995.
Espiel. Córdoba)




Las Olas

Han dormido mis manos sobre un lecho de olas
Blandas como mansos copos de nubes
Y serenos los dedos, empapados
De paz tan infinita, a merced de una marea
Plena de la más tierna dulzura,
Se dejaron llevar por las ondas felices
Que se alzaban y hundían en la piel de mi vientre.

He dejado bañar mis orillas por cadencias
Sublimes que venían escalando las aguas
En sus tramos más íntimos desde las arenas
Sembradas de anémonas y luces de algas
Hasta la espuma fresca que se deshace en mis playas.

Y he vencido a las noches sin estrellas
Abrazando columnas de luz entre las nubes
Profundamente lejos, muy adentro del mar
Zambulléndome en un naufragio de caricias
En huida de que alguien me pudiera rescatar.

(Del libro Ser Agua. Colección Cuadernos de Sandua. 1998)









Serenidad

Entre sueños la ví alejarse camino del mar,
Tan sólo aquella vez que volvió el rostro
Creí adivinar en sus pupilas una lágrima,
Quizá un adios al trémulo jazmín
De la noche de verano.
Vestida por un tímido susurro de luna
Avanzaba serena hacia las olas
Y entendí que ya había recorrido
Aquel sendero cada noche y alguien la llamaba
Desde un lugar recóndito e inmerso
En las profundidades del océano
Y ondearon sus cabellos
En las brumas un instante
Antes de que dejase de verla para siempre.
Desde el fértil rumor del Kelp anclado a la luz
Canta acunado a los hijos del mar
Y respira las ondas que respiran las algas.
Diluida en el cristal de las olas y su espuma
Reconozco su voz acariciando mis hombros
Y me dejo llevar a través de su armonía
Por el gozo sublime del vivir de los delfines.
Presiento en el coral lejano sus pisadas libres,
Ligeras, confundidas con el arpa de las aguas
Que en danza virtuosa van y vienen sobre dunas
De silencio hasta la playa
Donde quizá dormida, aún espero descalza.









Sin limitaciones

A vosotros que no me habéis prohibido que os ame
Os daré tanto amor como vida al universo
Las estrellas y luz a sus espacios infinitos,
Libertad para que el mundo no os atemorice
Y unáis vuestra alegría al tránsito de su existencia
Os traeré tierra fértil de inagotables paraísos
Que sirva de alimento al vergel de vuestros sueños.
A vosotros, que no me habéis prohibido que os ame,
Sino que disponéis la virginal ternura
Que vive desbordando vuestro ser para invitarme
A convertir mis días en brazo inmenso de mar
Capaz de llevar sus olas a la última bahía
Formada en vuestra piel y deshacerse en caricias
Os dejaré trenzar vuestra inocencia en mis cabellos,
Dibujar el color circular de una sonrisa
En el valle fecundo que nace en mis pupilas,
Os dejaré correr y saltar cuanto queráis
En las llanuras de luz que dan calma a mis océanos.
Y yo, quedaré atónita de nuevo con vosotros
Descubriendo entre los altos brillos de la noche
Simplemente la cara conocida de la luna.

(De libro El tránsito. XVI Premio Juan Bernier de Poesía. Ateneo de Córdoba.
2000)








La bruma

Hoy todos los crisoles se han vestido de luto.
Esparzo los añicos de un recuerdo impreciso,
Como podría hacer desde el gemido tenso
De un ajado velero, la hija ilegítima
De un viejo guerrero abatido por la vida
Entregándole al viento sus restos cinerarios.

Hoy todos los crisoles se afanan en la nada
Y miro al horizonte escorzado de templos,
Tras ellos sólo hay brumas muy densas y muy blancas
Respondiendo a cuestiones de árboles desnudos.

Quizá, sólo quizá más allá esté bramando el mar,
Y una bandada de olas se apresure una tras otra,
Cuerpo a tierra, chocando y hundiéndose imposibles
En la arena nocturna donde se ausenta una estrella.

Hoy he de rescatar algún recuerdo
Que flote a la deriva en el mar de este momento
Antes de que el tiempo se me vaya entre los dedos.











El barrio

Regreso del fluir diacrónico del centro,
Del lujo de sus calles, sus metales flamantes,
Concurridos pasajes, modales coherentes,
Gafas de sol y pieles, cócteles elegantes
Donde todo es exacto, cortés y exquisito.
Vuelvo con las mujeres que han de mirar al cielo
Cuando modula suave sus voces cansadas
Mientras reposan los brazos sobre la baranda
Del balcón abierto a la contraluz del día;
Y también con los hombres, que al ver cuanto les queda,
Gritan, rompen cristales en mitad de la noche
A veces, y otras tantas se lanzan a la calle,
Se mezclan con los perros y buscan desesperados
Sus antiguas canicas enterradas por la lluvia
De años implacables caída en sus espalda.
Vuelvo. Y ahí están los niños, en las aceras
Bruñidas por sus juegos, siguiendo lagartijas
Que escapan entre restos de hogueras y de dosis
Malditas a un rincón escondido entre los árboles.
Odio a veces la risa estruendosa de las brujas,
Sus greñas mal teñidas y su afán de limpieza,
Sus blasfemias, la voz desquiciada de su radio
Y el ambiguo aliento cavernoso del borracho
Que se mezcla hábilmente con sus torpes palabras.
Pero odio sobre todo el humillado silencio
Que reposa inicuo, cebándose de lágrimas
Sin que nadie se atreva a decir jamás nada.
Alguna vez la sierra me trae todos sus pájaros,
Se mantiene callada mirándome a los ojos
Y ellos me regalan el viento azul del cielo
Inalcanzablemenete puro, insondablemente bello
Y lo acomodan en mi blanda pupila
Con la inmensa dulzura orbital de sus alas.
Niños secretos vienen a llamar a la puerta
Y solemos sentarnos a contemplar la hierba
Profundamente verde que se extiende infinita
Más allá del lugar donde alcanza la memoria.
El Sol, ajeno a todo, continua creciendo,
E incluso se aventura a enredarse en nuestras manos.
Y ya no odio nada, tan sólo me limito
A entender, conversar, mirar al cielo, esperar…
En el seno del barrio pobre al que pertenezco











Unas fotos antiguas

Me decidí a mostrarle aquellas fotos
Y tembló entre sus manos el cartón
Al ver pasar el rostro sugestivo,
El frondoso cabello largo y rubio,
La mirada cuajada de promesas
Y unos labios carnosos que besaban
Tan sólo con mirarlos un instante.
Vibraba entre sus manos aquel cuerpo
Elástico, turgente, joven, blanco
Realzado por escotes muy abiertos
Descansando con los brazos desnudos
Sobre el diván de seda en la penumbra.
Temblaron al fin sus jóvenes manos
Al tacto de la sepia, el blanco y negro
De las fotos que me hiciero hace años,
Muchos años… Y yo, entre sus brazos,
Gocé infinitamente al comprobar
Que el deseo le invadía como nunca
Brotando palmo a palmo de sus poros
Derramándose al fin sobre mi pecho.












Omaira

Hay en el cielo un sendero
Tras un arroyo de nubes
Que rumorean palabras
Ingrávidas, como aliento
De dioses que nombran
Criaturas imposibles.

Algunas veces el sol
Ilumina horizontal
Pequeñas, casi invisibles
Gotas de néctar que caen
De un árbol glorioso en flor
Y un aroma de rosas
Púrpura y sin edad
Se despierta en el aire

Entonces, se ve al final
Del arroyo y del sendero
Una puerta de madera
Que da frutos carmesí.
Bajo el dorado dintel,
Su gradilla de piedra:

Alguna vez, una ninña,
Viene aquí a descansar
De no sé que bellos juegos.
Se sienta a mirar el mundo
Con la menuda inocencia
Humedeciendo sus ojos,
Y deja que de su falda
Caigan rodando y se esparzan,
Amplios como un horizonte,
Los colores que escogió
Para pintar la esperanza.

(Del libro inédito La última luna. 2004)



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