Juan Morales Rojas
Nació en Córdoba, Andalucía (España), el 17 de junio de 1918.
Falleció el 10 de abril de 1991.
Su labor de docente, le imprimió un especial atractivo por la ciudad de Córdoba y por los pueblos de su provincia; sobre todo por sus gentes sencillas.
Mediante el elevado arte de su poesía, ha sabido cantar de manera magistral el encanto de sus ruinas seculares; sus monumentos; sus tradiciones más populares; sus ferias, fiestas y romerías; en versos vibrantes que rezuman la devoción por lo auténtico.
Lo más destacado de su obra poética, ha quedado plasmado en varios libros de poesía. Quizás, el más importante de todos ellos: "Silencio de Pueblo y Pinos y otros poemas de vida y esperanza" que apareció en el año 1988 y es en donde queda muy patente su genuino estilo de gran poeta.
Su libro "Córdoba", de la Editorial Planeta, ha sido traducido al francés, inglés y alemán. "Rapsodia"; "Romancero de Toro y Torero"; Campo de Vista Alegre"; "Poemas de la Tierra y del Tiempo, y otros cantos de lírica esperanza"; "Rutas líricas de Córdoba"; son otros títulos de algunos de sus libros de poesía.
Sus colaboraciones en revistas y periódicos fueron constantes; de todos ellos destaca el 'Diario de Córdoba' del que fue uno de sus mejores colaboradores. Muchas de sus poesías han aparecido incluidas en la "Antología de poemas andaluces".
Dio recitales poéticos y conferencias en Madrid y numerosas ciudades españolas, y dirigió teatro clásico.
Perteneció a la Real Academia de Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba.
El ayuntamiento de Córdoba le tributó un homenaje poniendo su nombre a una calle de la ciudad. También está instituido el premio de poesía "Juan Morales Rojas".
YO
No sé si soy judío o soy romano,
si arde sangre de árabe en mis venas.
Por ser poeta soy fenicio apenas.
Cierto y seguro estoy de ser cristiano.
He sido humilde hormiga de verano
y con cereal historia tengo plenas
de recuerdo ancestral las alacenas
que nutren mi sencillo ser humano.
Amo el libro, la música, la pluma,
el paseo en el campo, el buen amigo,
la soledad, el mar y la montaña.
Soñador y poeta, amo en suma,
al Dios que, en mi oración, viene conmigo
y en la paz de mi vida me acompaña.
CÓRDOBA
La centenaria piedra al sol dorada;
Bética Madre en quién florece el río.
Campiña que arde al fuego del estío;
jara, espliego y tomillo, cumbre alada.
Por la cultura, tú, romanizada.
Por el Corán se pierde tu albedrío.
Te libra el fuego de la Cruz del frío,
teológico sentir, cristianizada.
Risueña en tus viñedos y olivares,
poetas te coronan de cantares,
prudente y sabia en tu filosofía.
Y entre callejas, plazas y rincones,
un cante jondo enciende corazones.
Y brota del nocturno tu Poesía.
SONETO A ANDALUCÍA
Cielo azul entre campos soleados,
desde Jaén a Córdoba la Llana.
Una lírica gracia sevillana
y un bálsamo de olivos plateados.
Carabelas y afanes preparados
al alborear en Huelva la mañana,
de la gloriosa gesta americana
de marinos por Dios iluminados.
Cádiz, napoleónica e isleña.
Gloria mediterránea malagueña.
Y un mar de fandanguillo en Almería.
España admira, absorta y asombrada,
la infinita belleza de Granada.
¡Belleza sin igual de Andalucía!
La vieja casa de la calle de los Judíos
Mi amada y vieja casa de la calle de los Judíos
dormía sobre el muro que la ciudad cerraba.
Tras ella un arroyuelo murmuraba tranquilo
bajo la dulce sombra de las higueras ásperas.
Yo soñaba en el muro;
a mis pies cantaba el agua...
Yo soñaba en el muro
cuando los ruiseñores despertaban al alba.
Cuando algunas palomas blancas zureaban...
Y miraba a la sierra desde el muro
de mi amada y vieja casa.
Y mi patio tenía
una secreta columna enjalbegada.
Bajo la cal un sueño largo de siglos
en las vetas del mármol esperaba...
Hasta que un día mi padre
a la columna le lavó la cara
y al sol brillaron, en mi patio,
divinos jaspes de la Arabia...
Canarios y jilgueros
a la sombra de Agosto dormitaban...
Yo adoraba la siesta.
Yo su silencio y soledad amaba.
Mi patio y mis higueras, el muro y el arroyo
en luminosa orgía sesteaban.
Y para cantar versos
convertía mi garganta
en un laúd templado
en las jóvenes inquietudes de mi alma.
Y escuchaba el sopor de aquellos dúos
del arroyo y las chicharras
mientras bruma y calima
los lejanos cerros de Sierra Morena desdibujaban
y un romance de prisas monocordes
hacia el río, dulcemente, el arroyo entonaba...
Después gustaba de sentir en mi rostro
el calor de la tarde en el mármol de Arabia
y mis manos caricias prematuras ensayaban,
igual que si la piedra hubiese sido
el talle de una guitarra
o la cintura mimbreña de una novia
o la acequia que esconde
la frescura del agua...
Han pasado los años...
Nevó en los aladares del poeta que canta
¿Dónde fueron aquellas alegrías íntimas,
aquellas alegrías plácidas
del humilde arroyuelo,
de la siesta dormida, tórrida paz lograda,
mientras besaba el muro de canela
el rojo de los tomates que mi padre sembraba...?
Quizá siga durmiendo, entre las piedras,
con mi alma de niño, un suspiro de Arabia;
una casida bella,
una sangre de flora musulmana,
o la perenne flor, inmarchitable,
de una ilusión que se volvió nostalgia...
Mi amada y vieja casa de la calle de los Judíos.
¡Mi vieja casa siempre amada!
Esta perla que tiembla en mis pestañas...
¿Es acaso una lágrima?...
Mi antigua casa
Desconfiaba de mí
la dueña de aquella casa.
Yo, al patio, desde la calle
con insistencia miraba.
Mis ojos se humedecían.
El pulso se me agitaba
y, de pronto, la casera,
temerosa y desconfiada,
me preguntó qué quería,
me preguntó qué miraba.
Buena mujer, no se asuste,
yo he nacido en esta casa,
he jugado en ese patio,
en él transcurrió mi infancia
cuanto se alegran sus ojos
con esas rosas de nácar,
fueron de mi buena madre
las manos que las plantaran
y hoy, por ella, en este patio
luz de sus perfumes canta,
Por las manos de mi madre
ahí quedaron albahacas
y un jazmín de diminutas,
olorosas flores albas,
¿Comprende por qué mis ojos
se me han llenado de lágrimas?
Esos jazmines brillaron,
bajo un pino, en losa blanca
a donde tiene mi madre
ahora su nueva casa,
No se asuste usted, casera,
si estoy rezando plegarias
frente a las rosas que un día
manos de mi amor plantaran.
¡No le sorprendan, casera,
mis ojos llenos de lágrimas!
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