Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

domingo, 17 de julio de 2011

548.- DANIEL SALGUERO DÍAZ


DANIEL SALGUERO DÍAZ
Reseña biobibliográfica:
En sus propias palabras, recogidas en Hwebra : la revista electrónica sobre literatura, nº 5 (Poesía Nueva):
“Mi nombre es Daniel Salguero Díaz, nací un cuatro de septiembre de mil novecientos setenta y cuatro. Desde entonces hasta hoy poco interesante hay que contar, salvo que escribo mucho y algunas veces, en muy contadas ocasiones, hasta soy capaz de hacerlo bien”.
Viene colaborando con Eduardo Fuentesal, Ernesto Feria, Javier Barrero y Enrique Zumalabe, en la selección de textos y edición de la publicación "La Cinta de Moebius". Revista de contenido literario que se edita junto con un CD del mismo nombre y en el cual se encuentran composiciones de músicos contemporaneos que viven en España.
Obra publicada:
"Negación del paríaso" (Huelva : Ediciones del 1900, 2001). Colecc.: "Ojo de Nube; nº 1"
"Primeras palabras" (Huelva : Diputación Provincial, 2001). Colecc.: “Donaire; 9"
"Poemas a Aika Miura" (Huelva : Ediciones del 1900, 2005); Colecc.: "Cuadernos del 1900, nº 11"
"Apuntes para un atardecer en Barzaj" (Huelva : Diputación Provincial, 2007).
"Las horas perdidas" (Málaga : Area de Juventud, Ayuntamiento, 2008).
Podemos encontrar numerosas colaboraciones suyas en las siguientes publicaciones:

Revista cultural "Chichimeca", nº 7, 2007 (poema)
"Literatur. Primer encuentro de narrativa breve", Chichimeca y Universidad de Huelva, 2006 (tres relatos)
"No todo es Juan Ramón, todo es Juan Ramón: poesía joven andaluza en diálogo con JRJ", Chichimeca, e Instituto Andaluz de la Juventud, 2006 (cuatro poemas)
Prólogo al libro "La humedad" de Adagio Montorelli; Tábula Rasa, 2005
Revista cultural "Chichimeca", nº 5, 2005 (poema)
"Tranvía : revista de prosa de escritores de habla hispana", nº 3, 2005 (relato)
"La Cinta de Moebius", nº 4-5, 2004 y nº 3, 2002 (relatos)
Además cuenta con varios libros inéditos, entre ellos muchos relatos cortos y varías novelas, de las cuales una ("Tersila") está prologada por Manuel Moya.


prólogo

anida en mis manos el brutal vacío
de quien lo ha tenido todo y ahora nada le queda
a no ser la tristeza de los exiliados que buscan otra Ilio
o tal vez sólo una constelación que los cobije de la noche

si he de decir la verdad todo me da igual
el dolor me ha hecho insensible al dolor
y si he venido aquí no ha sido con ostentación o egolatría
sólo quería ciudadanos un lugar decente donde morir
un sitio donde la piedra me sepulte entre musgos y flores
una tumba donde todos vosotros malditos hipócritas
podáis olvidarme







Hoy, en una ciudad vacía..

Hoy, en una ciudad vacía de aves y de sueños,
Haliterses Mastórida vuelve a anunciar a Ulises su destino.

En las calles siguen fluyendo los metálicos ríos
vomitando sobre las fachadas ancestrales
su tóxica progenie de humo.

¿Hacia qué desconocido mar se precipitan estas corrientes extrañas?
¿Qué ángel te guiará a ti, oh Briseida, cuando estés perdida,
sola, abandonada,
y no encuentres tu rumbo de semáforos en rojo y parpadeantes sirenas?

Mañana partirán de nuevo las gloriosas naves
hacia aquellas murallas de triste recuerdo,
volverá a derramarse la sangre de Príamo sobre su estéril descendencia
y Paris recogerá entre las humeantes ruinas
el amargo fruto de la manzana de la Discordia.

De aquellas naves, tú bien lo sabes, pocas regresarán a su patria.

Pero eso a nadie importa.
No habrá una Penélope fiel que espere la llegada de su marido
ni un hijo valiente que se aventure al encuentro de su padre errante,
ni siquiera un grupo de galanes usurpadores a los que derrotar.

Aquí las almas de la gente están hechas de prisas,
de confusión, de teléfonos móviles y de atasco,
de caminar tanto de un lado a otro del olvido
con sus carpetas llenas de fáciles mentiras y verdades maquilladas,
con el beso del hijo o la esposa ya borrados de sus rostros o labios secos,
con la no memoria de un cuerpo desnudo que los hizo felices
en una adolescencia remota.

¿De qué materia estarán ahora hechas esas manos que nos acariciaron,
esas piernas que se abrieron níveas a nuestro sexo,
esa boca en la que bebimos y fuimos bebidos en placenteras horas?

¿Qué otra cosa nos queda a los mortales sino la lejanía,
la insondable distancia de lo que hemos perdido para siempre?
¿Qué podemos esperar de nuestros amados dioses
que no sea la inabarcable sombra en la que ellos mismos habitan?

De repente, sin que nos hayamos dado cuenta,
ha caído sobre nosotros el otoño.

Como en el poema de Rilke,
quien ahora no tenga casa, ya no la construirá,
quien esté solo ahora, lo estará mucho tiempo
y velará, leerá, escribirá largas cartas...

Yo no tengo hogar y estaré solo por mucho tiempo,
pasaré noches en vela mirando tus fotografías,
leyendo tus viejas cartas,
recordando tu voz, el olor a eternidad de tu blanca piel,
tu mirada azul adornada con dulces jadeos y vanas promesas de amor.

Quizás ahora, en un aeropuerto, mi sombra te esté esperando
y llegue tu sombra y se abrace a la mía.
Quizás en estos momentos se miren, se sonrían y se besen
como dos almas nuevas.
Quizás en esa negra espalda del tiempo que no habitamos
tú y yo sigamos siendo felices para siempre
(no tú y yo, nuestras sombras)
y un Ulises dichoso jamás tendrá que abandonar su patria.











Negación del Paraíso

Creí en ti porque volvías de jardines negados,
porque te vi llegar de la noche entre el humo gris de una ciudad deshabitada
y aquel ángel amargo caminaba desnudo abrazado a tu cintura.

Creí en ti porque estabas hecha de la lluvia incógnita de los campos
y en la hermosa profundidad de los lagos reflejados de tu rostro
veía la materia esencial de misteriosos cuerpos alados.

Yo era un simple hombre de barro, de tiempo y de piedra,
que elevaba litúrgicos cantos a desmemoriados dioses de falso barro,
de falso tiempo y de falsa piedra.

Entonces apareciste tú, de la nada,
como una luz fulgurante que desciende de la opacidad a los limos del sueño,
con aquel ángel desnudo que te desnudaba,
con el tiempo prendido en tu cabello como una flor insólita...

Y creí en ti, en el beso obsceno de lo divino sobre tu cuello,
el la caricia depravada de la inocencia sobre tu sexo,
en la lascivia melancólica y pueril de aquellas aves andróginas
que tu amada voz hacia nacer en mi pecho.

Supe en aquel momento que te pertenecía, que te pertenecería siempre,
que sería tuyo como mías eran mis manos y lo que ellas alcanzaban,
como míos eran el lodo y la maleza con que edifiqué tu templo,
como mía era la sangre de los corderos sacrificados en tu nombre,
como mío fue el universo cuando mis palmas quedaron de ti vacías
y heredé de mis dioses la nada.

Yo sólo era un hombre, un simple mortal de ceniza, y me aferré a ti
como un niño asustado que se entrega a la verdad primordial de la luz encendida,
porque más allá de la luz está la sombra y tras la sombra
lo vacuo, lo inconcebible.

Querías que te amara y con tu silencio desplegabas cientos de velas latinas
en los mares de mi corazón.

Y te amé con la inocencia con que se aman el pájaro y el árbol,
con la sencillez con que se aman la voz y la palabra,
con la ciega fe con la que el calinoso légamo ama el helado fondo de los ríos.

Pero tú estabas hecha de la lluvia incógnita de los campos
y volvías de jardines prohibidos con un amargo ángel que desnudo te besaba.
Yo sólo era de barro, de tiempo y de piedra, nada a tus ojos,
y aquel ángel extranjero te hacía cada vez más y más suyo,
cada vez más y más sombra de su abrazo,
mientras tú te entregabas virginal a lo que más allá de las sombras te ofrecía:
lo inconcebible, la vacuidad que tu misma luz negaba.










Para Claudia Toschka,
en la distancia.

Es extraño que sigan fluyendo los ríos
hacia los extensos mares,
que en sus superficies el tiempo se desperece
como un dios remoto despertando de una siesta,
que los ángeles, narcisistas, se dejen olvidados en sus fondos
los rostros que reflejan.

Es extraño que no se detenga el mundo,
que las agujas de los relojes sigan arrastrándonos hacia el abismo presentido
con la precisión matemática de sus exactos mecanismos,
que las constelaciones no paren el frenético vals de las noches ancestrales
en las que el hombre sólo era un proyecto improbable del universo
y la Gran Madre nos incubaba para desengendrarnos.

Es extraño que en Wuppertal sigan transcurriendo las horas
como si Cronos volviera a devorar impasible a sus hijos
y eso no fuera algo terrible, ni obsceno, ni siquiera brutal,
más bien melancólico, triste, deseado...
y esa melancolía se convierte de repente en una plaga inextinguible
que se desparrama por las húmedas fachadas de la ciudad.

Es extraño que llegue el otoño como un tren que nadie espera,
que las grises hojas de los árboles caigan muertas sobre la esperanza,
que se alfombren las vacías calles con un silencio inmutable
de inconfesables deseos,
que la salamandra azul de la tristeza trepe indiferente hasta mi hombro
y vierta su agridulce germen en mi pecho.

Es extraño que tú estés aquí en mis manos,
detenida en la inmortal imagen de una fotografía,
sonriendo, ¡sonriendo para mí!, ¡sólo para mí!,
siempre,
mientras los ríos se alejan con sus fondos poblados de ángeles,
mientras las constelaciones nos precipitan hacia la madre que nos desengendra,
mientras el hijo de Urano sigue devorándonos con un apetito
despreocupado y melancólico
y en Wuppertal la ciudad despierta, o duerme,
o simplemente transcurre hacia los extensos mares de lo futuro.

Es extraño que no se detenga el mundo
cuando me paro a contemplar tu imagen
y lloro sin saber por qué,
y sonrío sin saber por qué,
y dejo que la salamandra azul habite en mi pecho como una deseada plaga,
para que el germen de tu ausencia me pueble y los ríos se detengan
y dejen de girar los astros.




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