Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 1 de noviembre de 2011

895.- ANTONIO CHECA LECHUGA


Antonio Checa Lechuga (Baeza, Jaén 1941) publica su primer libro de poesía, Polvo y barro. Poética en 1983. Éste es el primero de una serie de libros que han ocupado una larga vida de creación literaria y que el poeta, por fin, ha decidido irlos ofreciendo a la luz, rompiendo así la paradójica incomunicación de quien por principio poético tiene en la poesía puestas sus esperanzas de comunicación y de quien asimismo concibe la poesía como comunicación.
Por lo que sé, hay en su voluminosa obra inédita libros de poesía, ensayo, novela e incluso teatro, aunque estoy en condiciones de afirmar que es la poesía el mejor cauce para esta inquieta voz que aspira a la belleza. Así pues, no me arriesgo al afirmar que Antonio Checa Lechuga es sobre todo poeta, un poeta que se ha hecho a sí mismo, traicionando como la mayoría de los poetas su segundo oficio y, a diferencia de esta mayoría, habiendo aprendido a escribir entre versos. Ahora bien, el hecho de referirme más que a esta simple anécdota vital se debe a que quiero hacer hincapié en que su originario proyecto poético va más allá de lo simplemente aprendido o de lo leído simplemente.
Nuestro poeta posee unas concepciones de la poesía que podrían condensarse en una sola y expresiva palabra: autenticidad. El poeta y la poesía son para él esencialmente auténticos, lo que se soporta en una clara base ideológica: la del humanismo. La poesía es, pues, en sus manos un útil expresivo -finalmente expresado- que es fruto de su atención a lo real en sus múltiples manifestaciones, coincidiendo y retomando así la tradición de los poetas que aunaron poesía y vida y rechazaron los fetiches lingüísticos, asumiendo, en aras de esa autenticidad vital y poética sus imperfecciones poéticas como bienes propios.
El bien editado libro contiene una veintena de poemas, de desigual extensión y formas métricas, no siendo infrecuentes los poemas en versos libres, aunque con una acentuada estructura rítmica. Tal variedad de formas y de metros ratifica el hecho de que este libro pueda tratarse de un volumen antológico en el que el poeta ha aunado poemas escritos en distintos momentos, si bien existe un hilo conductor que atraviesa los poemas recogidos, hilo por el que fluyen esa ideas básicas acerca de la poesía antes mostradas.
El título del primer poema, Polvo y barro, ha sido elegido por Antonio Checa para amparar el presente poemario. De salida, dicho título es bien expresivo de cuán unido se siente el poeta a la vida misma y a la vida natural, llevando sus experiencias al respecto al tejido de la poesía. Desde el principio, pues, no oculta nada. Su lenguaje no es hermético ni, por lo que hemos dicho, necesita ni quiere serlo. Todo lo contrario. El poeta no quiere jugar con el lector y, desde la portada del libro, le pone sobre la mesa las cartas boca arriba de la única baraja que el poeta cree utilizar -no se olvide que hay un segundo yo ingobernable. Poeta, poesía y poética son en este caso ese polvo y ese barro mismo, simbólica materia última constitutiva de todo lo existente. El poeta se siente algo más que relacionado con la realidad histórica y natural: Es parte de esa realidad, una parte que unas veces actúa y otras observa. Es éste uno de los aspectos más lúcidos del primer poema, lúcido reconocimiento de una verdad elemental:

Es la pura reacción del ser el dios criatura
que quiere introducirse en la penumbra,
tratando de creer que soy distinto

al barro y al desierto.
Soy desierto y barro,
soy la mezcla del polvo con el agua
que sólida se erige en monumento.

A partir de aquí, podemos comprender la temática del libro desde una perspectiva global, aunque los poemas alcance múltiples aspectos de la vida o mejor dicho de la visión que el poeta tiene de su vivir histórico y natural. Uno de los aspectos temáticos más sobresalientes del libro es el de, podríamos decirlo así, la naturaleza, considerada no como algo exterior al poeta. Se trata, pues, de una visión humanizada de la naturaleza donde la prosopopeya es algo más que un recurso retórico, sin dejar de serlo en su raíz, ya que el poeta no intenta conferir solamente rasgos o cualidades humanos a determinados objetos o aspectos del existir natural, sino que los concibe como elementos que estructuralmente lo constituye y con los que se comunica. Él es el polvo y el barro en última instancia, simbólica materia última, digo, que conforma su ser. El poeta, lejos de ver dos órdenes distintos, se concibe a sí mismo como parte de una indivisible realidad. Así lo ponen de manifiesto los poemas “Rotación”, “Ayer”, “Tierra”, “Huyen del hombre”, “Al olivo”. Es precisamente este último, un soneto, el que subraya cuanto he afirmado:

Siento un placer de amante en los olivos,
ni son la mar, ni el viento, ni la nada;
(son gigantes sin talla los altivos
árboles de mi tierra amada!
Siento sus verdes tallos primitivos
en cúspide ciprésea engalanada
por brazos exigentes, sensitivos
al tacto de la rastra y de la azada.
Siento un placer sencillo y verdadero
cuando su verde manto me reclama
cual chispa de arrebol en el sendero.
Hay que sentir su gozo placentero,
tocas sus troncos y besar su rama,
sintiéndolos criaturas: ¡Compañero!

Si existe una estrecha relación entre hombre y naturaleza, no es menos cierto que esta relación se extiende a la poesía, pasando a desempeñar ésta una función cognoscitiva de aquella relación originaria, vehículo de reconocimiento de lo real. Véamoslo en un fragmento del poema “Ayer”:

Yo comprendí que el vaso era la roca
y el néctar de un beber el campo,
y que tenía mi alma y mi mirar por boca,
mi alma y mi mirar que comprendía
que ayer cuando sentí su voz
oí que me llamaba la poesía.


Esta visión de la naturaleza es consecuencia de esa noción que el poeta tiene de sí mismo y de su quehacer poético en tanto que realidades auténticas y elementalmente naturales. De ahí que éste sea el principio constructor de otros numerosos poemas que dan entrada a aspectos del vivir natural o auténtico. De este sentido participa su poema “Momentos”, en que el que alcanzan protagonismo significativo la evocación de los momentos felices vividos junto a un perro, teniendo como telón de fondo un determinado paisaje, momentos felices en suma provocados por el natural acto de comunicación entre estas dos partes del gran concierto:

Al susurro del arroyo, entre cascada
de música y de agua, aromas de tomillo
nos bañaron de nítida fragancia
a ti y a mí, mi perro. Idolatrada
tu cola circundante, y tu morrillo
acariciándolo mi mano con constancia
se convirtió en alfombra recrecida...

De este sentido participa también su poema “Crujen los lirios del alma”, en el que se establece un paralelismo entre lo que para el poeta supone la creación poética con lo que supone el profundo acto natural de la relación sexual, explicándose mutuamente.
Por otra parte, lo natural es defendido frente a lo aprendido, frente a “las educaciones que engañan”. Esta defensa abierta y sin escrúpulos le lleva a critica la hipocresía, la vanidad de las gentes en una procesión, lo que no oculta un eco antoniomachadiano, tal como se lee en el siguiente fragmento de “Imágenes”:

Ni un ápice de luz sobre las sombras
se filtra en la fisura de los cuerpos,
sólo estela de orgullos imperiales
promovido con el paso de los tiempos.
Y ritos donde van las vanidades
y hueras sombras negras: los cortejos.

Desde esta visión del ser natural del hombre, el poeta rechaza el trabajo, la esclavitud a que es sometido, alienado de su auténtica condición de existencia natural. Esto explica que rechace los deberes absurdos que el sistema social impone- El extenso poema titulado abiertamente “Al trabajo” es el que mejor cristaliza su idea de que “trabajo, ley, sistema y orden” equivalen a “naturaleza muerta”.
Otros temas son consecuencia de una firme preocupación social. Así, “Los tralleros” y “No en vano”, en los que se ocupa respectivamente de los marineros y de la pobreza. Los poemas “Entre el juego angelical” y “Tres vástagos de carne” dan entrada al tema de los hijos y de la paternidad. También hay poemas que muestran una preocupación por el propio oficio del poeta como “Hasta mi muerte” y por el sentido y porvenir de su palabra, “Y quedará una mancha” y “Morirá el ocaso con mi nombre”. “Fracaso” muestra su preocupación por el futuro de sí mismo como hombre poeta.
Hasta aquí esta tarjeta de presentación del libro, con la que, más que valorar con arreglo a uno u otro patrón, he perseguido dar una muestra, y como tal incompleta, para no usurpar del todo la última palabra del lector, elemento vital para el poeta:

Pero una tarde, al menos una,
se abrazará mi gris con el ocaso,

mi corazón y el bosque,
mi libro con el hombre.


ANTONIO CHICHARRO

Publicado en Ideal, Granada, 11-julio-1983. Reimpreso en Antonio Chicharro, La aguja del navegante (Crítica y Literatura del Sur), Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, Diputación Provincial de Jaén, 2002, pp. 328-333.


LIBROS DE ANTONIO CHECA LECHUGA:
-Polvo y barro, poética: Ediciones Rondas, Barcelona 1983.
-Imágenes sin rosas, Baeza, Chamorro 1984.
-Baeza Para Mirar, un libro que comparte con los poetas
Antonio Carvajal, Ángel González y el fotógrafo Francisco Fernández 1992.
-Tardes de Caramillo. Diputación de Jaén 1994.
-Ecos y perfiles. Universidad Internacional de Andalucía 1994.
-Más que Palabras. Ayuntamiento de Jaén: Primer premio “El Olivo”
provincial de poesía, 1998.
-La creación Poética de Antonio Machado en la Ciudad de Baeza.
Ayuntamiento de Baeza 2001.
-Espacio de la Luz. Primer premio de Poesía de la Casa de Andalucía en Dénia, Alicante 2003
-Espacio de la Luz: Segunda Edición corregida y aumentada.
Ayuntamiento de Baeza 2006
-Casi Hablando: Diputación de Jaén 2006
-Baeza en Antonio Machado. Pópulo, Servicios turísticos., 2007.
-Las Tradiciones Perdidas o lo que Devora la Tecnología Diputación de Jaén.
-Poemas de Amor Profundo. 2009.
-Llamad, Novela, en prensa.
-LAS HELICÓNIDES. Libro en narrativa allegado a la filosofía de la literatura.







REENCUENTROS

Para José Hierro
In memoriam


Yo podía decir:
Querido amigo en el poema.

Pero no (aunque los años muestren
su distancia). Diré, querido Pepe,
cabeza de poema iluminada,
cabeza de marfil, autorretrato fiel
a la palabra que rezuma en tu boca
y repite belleza cuando habla.
Pepe, porque, así te llamó ella
cuando con cocacola y con anís
y con saliva, y con dedos de oro
del tabaco, le pintaste su cuadro.

Y te miramos todos, todos, todos,
después de presentarnos y decirnos:
¡Hola¡ ¿Que tal? ¿Hablamos de poesía?

y... Comimos cordialmente
con la voz que se escapa cuando,
la noche juega arropando los labios.

Fue tu verso el sentido de la noche
y la tarde el recuerdo de tu vida
y tu vida la historia del poema...

Yo incidí (como quien fluye hambriento
ante la humanidad de la palabra
que arropaba el amigo, oh sensible
surtidor de aromas musicales
donde el verso corchea y se vislumbra,
el ayer y el presente y el mañana)

Que nunca suspendí ningún examen
ni me fui de monsergas de latines,
ni horadé las mamparas ni las rejas
donde la flor presume con el beso y el fuego.

Tú, leíste tus poemas y pusiste
tu boca de un sentido sin nombre,
y al derramar tu éxtasis te dije:
Oh claridad de luz.
Oh, tú, poema.

Yo sólo fui testigo de tu esencia
de tu voz sin fatiga y con tu nombre
un discípulo fiel de tu elocuencia,
y te conté el pasado que retengo
en mi boca.
Yo sólo fui –bendita la palabra–
a rajarme la espalda con el ramón de olivo
volteando la tierra cuando el terrón alzaba.

Yo nunca fui tan joven ni tan tierno
como para que Juan Sebastián Bach
me recibiera
y me diese el arpegio iluminado
cual testigo de dios o de su nombre.

Yo sólo viví otro momento,
-idílico momento–
cuando el hombre cantaba entre los labios
un salmo a la ignorancia o a la espera,
y un fandango se oía y se llevaba
a la ilusión mi cuerpo.

Y cantaba, y cantaba, y cantaba.
Y oía, y oía, y cantaba: mi corazón gozaba.

Por eso, me arropo en ese verso que decanta
la humanidad que llevas,
ya que el hombre se hace y se contempla.

Por eso, cabeza de belleza iluminada,
pedazo de pan tierno, ojos de niño
con setenta y cinco niños a la espalda.
San Cristobalón, poeta y legionario.

Te llevo entre mis ojos y en mis versos
y asumo la palabra cuando llega la aurora,
cuando miro las calles esculpiendo
recodos, y tras ellos, reluce tu mirar,
e inigualablemente,
socarrón y perfecto, tu poema.







CUATRO SONETOS A HIMILCE


HIMILCE


Está Himilce custodiada por leones:
erguida, tranquila, esbelta y admirada,
sólo la piedra en ti, tiene morada,
y una historia dormida, son tus dones.

En cada amanecer, sin excepciones,
tu esfinge de rubor sigue asomada,
a ese florilegium, en que cercada,
sus cadenas son orlas de ilusiones.

Esto de ser de piedra y ser historia,
hace que el tiempo en ti se desespere
y lleve el pasajero en su memoria.

Pero en ti, incorrupta y bella, nada hiere,
mirador de palomas que en tu gloria
la vista del que mira se te adhiere.

II

Son tan pobres tus aguas saltadoras,
hilos leves por suscitadas bocas
que suenan a ser fuente a todas horas
con piedra que te armó desde las rocas.

Hilos de agua del tiempo que atesoras,
sueños de ser torrente, aguda invocas,
ese perdido don por el que imploras
otra notas del agua al ser muy pocas.

Pero la piedra, oh rostro, al fin, intacto
pospuesto por declive y por gastado,
derrocha entre la Plaza tu belleza,

que eres rito del rito para el acto,
donde el tiempo se para idolatrado,
y canta los misterios de Baeza.

III

Esa que, por romances y en canciones
replica todo el tiempo en el que anida
la pátina en la piedra sostenida
donde asoma la Historia en emociones.


Diosa de piedra, bañada en ilusiones
que armonizas la Plaza de la vida,
te atesora y te lleva en luz vertida
al tiempo que han guardando mil pasiones.

Hoy, yo te canto, acoplo mi pupila
y me llego a la piedra, miro al cielo,
y el vuelo de un jilguero me hace sombra.

En tu cerco, tu círculo perfila
Una mujer dejada para el celo
Que el tic, tac, femenino, a mi me nombra..

IV

Ay, si esa luz que en dilatada mano
se posa sobre el tiempo y deposita
una mirada al agua y ya suscita
un beso armonizado y nunca vano

dejase sobre mí la vida aquella
que ya pasó, cuando mi boca hervía
y en mis labios la vida consumía
la sangre que murió disuelta en ella.

Si el valor de los tiempos nos llevara
al paso inmortal, al beso asumido
a labios que descansan y que amaron,

la piedra, que a tu silencio se declara
y al infinito mira al sol bruñido,
los ojos que en silencio se nublaron.









ALEGORÍA DE UN ROMÁNTICO


En un viaje que hicimos a Collioure
Para Antonio Tornero Gámez


En ese cuerpo pequeño
en andadura,
-con su sueño-,
y esa única postura
y la blancura
de un pelo alborotado,
largo y de cuello acoplado,
y barba blanca,
en el rito que el bohemio canta,
nace y cría,
vive y anda
la blancura total que en su garganta,
raya con los ancestral
de su bufanda.
Anda…

Chaquetón definido
y pantalón de pana,
gafas de Valleinclán orondas
y en su nido,
una mirada sana
defiende las risitas jondas
donde amigos,
lo esperamos para el lúcido viaje
que en su traje,
y a sus manos, atónitos miramos
con la mirada quieta,
el átomo imperial de su maleta.

Esquinas reforzadas,
asas de cuero
a manos amarradas…
tela de cuadros desiguales
donde el todo más menos
de sus manos,
dan cobijo, a la tela,
al cuero, a los metales,
al hechizo que anhela,
un poema con notas musicales…

Este Tornero tan tuno,
como el Bergson del poema,
es el bufón que en su lema
cuenta dos, y pasa uno.

Y en la maleta,
esa diminuta y quieta
pieza de filantropía,
¿qué llevará?
¿un pañuelo
con sueños de la poesía
o un arrebol para el cielo
y la mirada sujeta
a ese Poema de un Día…?

¿qué llevará la maleta?

De todas formas relata
Que él “para todo viaje”
es una cosa sensata
llevar poquito equipaje.

Y salimos…
rumbo al vuelo
o a las nubes,
a los sueños que vivimos
con los versos machadianos,
todos con algo en las manos
que llevamos, y trajimos.

Hasta la vuelta, ¡Tornero!,
sube al autobús.
Tú, primero…

¡Tu maleta…!
“A mi vida está sujeta,
no te preocupes,
ni chupes,
del dedo la nicotina.
Camina,
que Collioure está lejos
y los que ya para viejos
sorteamos el camino,
sabemos,
que el oro fino
no es de metal ni podemos,
ni debemos
decaer de los empeños
de la mente.
Junto a corazón se siente
la esencia de nuestros sueños.
¿no te parece?
¡Marchemos!.


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EURÍDICE

Para José Jiménez Lozano



Eurídice vivió antes del tiempo
en que el hombre llegó
sustrayendo Legajos
e Incunables a crear su Historia.
Muy distinto
fue cortar el verso, oír el grito
transmitiendo el sabor que da el papiro,
y la mano, y la frente.
Pítaco y Alceo
a Safo. Y Grecia en su aposento,
desparramaron en Atenas la sapiencia
que entretuvo a los hombres.
Pero no fue el transcurso
de la Historia la que llevó su rumbo
cortando continentes. Ah, no,
no lo creáis.
La tierra se hizo oronda
y fue la lluvia creadora de la piedra
mensaje diferente.
Los volcanes rieron,
ineludible boca que devora y que crea,
y que mata, sí, sí, que os lo creáis,
se adentraron en el río
navegable y el arroyo,
juntando montes y praderas,
y vinieron los magos,
y se fueron los sabios,
y el papiro murió herido eterno
desterrando su arte a la desidia,
al interés humano.

-Y todo fue en presencia de los hombres–

Los hombres con los hombres.
Pero no lo creáis,
los hombres sin los hombres
ya no saben a fiera, ya saben poetizar,
ser la conciencia, la voz, la mano
que se santigua y reza.
Ya, después del diluvio
del esclavo, se inventó la clemencia.
Las voces que inducen a los dioses supremos.
Pero no lo creáis.
Eurídice está ahí
al pie del verso que conjuga la frase,
debajo del engaño,
con la toca del tiempo
en su rudo echarpe sustrayendo leyendas.
Y el verso que se ausenta, y dice, y toca
la grave exuberancia de la idea,
y, ahora, al tercer milenio, justo
cuando el hombre la sustrae de la Historia
ella se para a ver,
en la Quinta Avenida,
o en las plazas orgullo de Baeza,
una foto desértica del hombre
donde no tuvo su trono.
¿Su trono? Oh maldita presencia
que hoy trasmina hereditariamente
en la miseria,
con el desfase social de la opulencia.
Por eso, no, no lo creáis, no ha muerto
la reina del Egipto, ni el esclavo,
sólo ha muerto el papiro,
el tiempo pasa
y nacen los inventos, estandartes
en presencia del susodicho hombre,
justo, en la Historia que recopila
el hombre.


El hombre se disfraza, augura y dice
sin miedo a ser lacayo
de Eurídice y de su trono,
que el mundo está escondido:
en la Historia estúpida del hombre.

11 – 9 - 2001





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