Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013
martes, 28 de diciembre de 2010
171.- JOSÉ CARLOS ROSALES
José Carlos Rosales (nacido en Granada en 1952) es un poeta y escritor español. Está licenciado en Filologías Hispánica y Románica, y es académico de número de la Academia de Buenas Letras de Granada desde su fundación.
Ha publicado algunos libros de poemas como El buzo incorregible (Granada, 1988 y 1996), El precio de los días (Sevilla, 1991), La nieve blanca (Valencia, 1995), El horizonte (Madrid, 2003) y El desierto, la arena (Sevilla, 2006); y el libro de prosas Mínimas manías (Granada, 1990). También ha ejercido el periodismo, y ha sido crítico literario del diario El País desde 1989 hasta 1991.
Ha participado en distintas revistas literarias como Poesía 70, Olvidos de Granada y La Fábrica del Sur, y actualmente colabora en distintas revistas culturales y literarias (El Maquinista, Hélice, Archipiélago, Ultramar, Pandora, Ex Libris, etc.). Perteneció al consejo de redacción de El fingidor, revista de cultura de la Universidad de Granada, y fue columnista del diario Ideal. En la actualidad, es columnista del diario Granada Hoy.
[Del libro Poemas a Milena]
Nota en el primer desayuno con Milena
Si te fueras yo sé lo que sería:
noche en vela escuchando los crujidos
de la casa; los libros y los platos
ordenados, sin uso; y la mañana
del domingo vacía: cada lunes
igual que cada jueves.
Si te quedas no sé lo que será,
pero vale la pena averiguarlo,
seguro que será como es ahora:
noche clara escuchando tu murmullo;
todo fuera de sitio; los zapatos
perdidos en la sala; y, cada día,
la sorpresa metódica de verte.
Hablando con Milena en el río Aguas Blancas
Mira cómo parece que se mueve esa piedra
bajo el agua, parece que quisiera salir,
y no se mueve, la piedra no se mueve:
sólo se mueve el agua. Mira el agua del río,
mira el río, mira las piedras, fíjate sólo en esa
que parece que busca marcharse con el agua,
llegar al mar tranquilo, a otro río más grande,
lejos, muy lejos, tan lejos que volver
se volviera improbable. Mira cómo se mueve
la piedra más oscura, mírala, ¿no la ves?,
la piedra quiere irse y el agua no lo sabe.
Mírame y no te vayas sin llevarla contigo,
que una piedra no estorba: si es menuda,
en tu equipaje ocupará muy poco espacio.
Milena se ha ido a Salamanca
He buscado en los libros una frase,
palabras que mostraran
el sentido del mundo,
y también he buscado en las estrellas
certidumbre, regreso.
Pero sólo tus ojos se mostraban solícitos.
Y tus ojos no están,
o están lejos: ¿quién sabe
dónde se encuentra ahora
el sentido del mundo?
Milena se mueve
No es lo mismo el silencio
si te quedas callada
que cuando estás ausente.
Cuando tú estás callada,
el silencio se rompe
si toses o te mueves.
Pero si tú te ausentas
el silencio se vuelve
impenetrable y duro,
pegajoso, insufrible.
El móvil de Milena no responde
A veces tu móvil no contesta:
estarás reunida,
fuera de cobertura,
o sin carga tendrás la batería.
Entonces me parece
volver a aquella época
en la que los teléfonos
eran un laberinto
donde nunca encontraba
sabor o compañía.
Esta noche estaremos en el Café Anaïs
Oigo cómo se abre el grifo de la ducha,
cómo tu piel se moja y me imagino
tu piel llena de espuma
y el agua resbalando con calma por tu cuerpo,
llevándose los trazos monótonos del día,
y no puedo eludir una pregunta,
una vaga inquietud, una pesquisa:
¿Podrá borrar el agua la huella de mis manos?
¿Se notará esta noche, cuando estemos allí
en medio de la gente, el rastro de ese beso
que te daré esta noche en medio de la espalda?
Oigo el agua que cae, vuelvo a mirar la hora,
me levanto y te busco, y te miro peinándote
delante del espejo, y al ver tu piel mi duda
se desvanece y huye, ya no vuelve.
Paseando con Milena en el Malecón de La Habana
Paseamos despacio, pero no muy despacio,
y una especie de lenta magnitud nos invade
al mirar las ventanas que aceptan que miremos
su interior más desnudo: desilusiones, manchas
que no son de humedad, porvenir estancado
y el tiempo que se fue dejando a la intemperie
ruinas, desolaciones, desamparo, mentiras.
Paseamos despacio y a veces nos rozamos
la cintura o el hombro: las palabras no sirven
cuando tienes delante de los ojos un mundo
clausurado, perdido. Parece que estuviéramos
mirando un mausoleo, las ruinas de un país
abandonado y triste como el agua podrida
que ahora enfanga la roca, o la playa que aún queda.
Hay una lentitud sin calma en nuestros pasos:
las palabras no sirven, sólo sirven las lágrimas,
y en tu rostro hay una tan pequeña que ocupa
toda la tarde, el mundo, tu corazón y el mío.
Epigrama para Milena
Cuando llego a la casa y en la casa no estás,
en la casa estoy yo.
Mas si llego a la casa y en la casa estás tú,
en la casa está el mundo.
Y en el mundo, los dos.
Fotos sin Milena
Cuando miro las fotos en las que tú no estabas,
me parece que miro fotos desconocidas,
fotos de un tiempo raro, el tiempo donde estaba
un hombre que tenía la misma voz que yo,
también mi mismo nombre, fotos imprevisibles
o lejanas, escenas de una vida que tuvo
escasas travesuras, ninguna analogía.
Miro las fotos del pasado y compruebo
cómo entonces mi vida era sólo una serie
de ociosas tentativas, la herencia interminable
de un círculo que iba cerrándose, muriendo.
Aquel hombre era yo, pero aquel hombre era otro,
un hombre que esperaba, sin saberlo, tu nombre:
y, ahora, cuando las miro, esas fotos me traen
noticias que no entiendo, memoria indescifrable.
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