Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 28 de diciembre de 2010

136.- JOSÉ RAMÓN RIPOLL



Nació en Cádiz, el 10 de agosto de 1952. Ha venido combinando desde su juventud la dedicación a la música y a la literatura en sus más variados frentes. Poeta, músico y periodista, es conocida su labor como programador en Radio Nacional de España, donde ha conducido varios espacios culturales, en especial destinados a la difusión de la música clásica. En 1970 funda, junto con los poetas Jesús Fernández Palacios y Rafael de Cózar, el Grupo Literario Marejada. Desde 1991, es director de RevistAtlántica de poesía, publicación de la Diputación Provincial de Cádiz, especializada en literatura iberoamericana e internacional. Llevó a cabo sus estudios musicales en los Conservatorios de Cádiz, Sevilla y Madrid. En 1984 obtuvo la Beca Fulbright para ampliar conocimientos en Estados Unidos: Miembro del International Writing Program (Programa Internacional de Escritores) de la Universidad de Iowa y Honorary Fellow de dicha institución, es también Master en Literatura Comparada por New York University.

-POESÍA:
La tarde en sus oficios (1978).
Esta música ( 1979).
La Tauromaquia (1980).
Sermón de la barbarie (1981).
El humo de los barcos (1984).
Música y pretexto (1990).
Las sílabas ocultas (1991).
Niebla y confín ( 2000).
Hoy es niebla (2002).

-ENSAYO:
Beethoven -Liszt: las 9 sinfonías (1998).
El mundo pianístico de Chopin: pasión y poesía (1999) .
Variaciones sobre una palabra (La poesía, la música, el poema) (2001).
Hector Berlioz: dos siglos (2003).
La música en la poesía de Ángel González (2003). Disco-libro.
El son de las palabras: un paseo personal por la música y la poesía (2005).
Dimitri Shostakovich en su centenario (2006).





LA SOMBRA DE NOMBRAR

A Carlos Ripoll

HAN llamado a mi hijo por mi nombre
y he sentido su vida fuera de mi existir:
Eh, Ripoll... gritaban desde atrás,
y un sobrecogimiento me invadió por la médula
al comprobar cómo de esa palabra
que me envolvió para mostrarme,
me he desgajado ya para ser sólo.
Seis letras que han juntado la lengua de los otros
para en la música que producen sus roces
escribirme a mí mismo,
surgir como una melodía
que de la forma en que me nombran
se atempera o se abrasa
en su propio cantar.
Mis sufrimientos y mis alegrías
han nacido del eco que ha producido esa palabra.
He encontrado mi vida, no en el lugar del alma,
sino en la casa resonante
de quien me ha pronunciado.
Me he abandonado a su fluir
como un náufrago atado al maderamen
de su barco sin rumbo,
y navegué por ríos y mares
confundiendo sus nombres con el mío.
¿He llegado a buen puerto?
No lo sé.
Me dispongo a ser.
Sólo a ser sin mi nombre.
Han llamado a mi hijo
como a mí me alentaban a mirar respondiendo
por las sílabas rotas del símbolo de mí.
Ahora es suya la sombra
que las seis letras reproducen
como su silueta.
Que todo le suceda dentro de ellas
sabiendo qué es el nombre y quién es él,
Que no cambie jamás su corazón por el ritmo
que ha de precipitar esa palabra,
repitiéndose,
con la obsesión de un amor frío y necesario.
Que se ate como Ulises al eje de su historia
y no sean las sirenas quienes griten su nombre
y para ellas viaje y componga su vida

como una partitura ofrecida a la mar.
Ahora es suya la sombra,
lo llaman y sonríe
sin saber que está solo ante una voz
que va configurando su memoria
para sentirse
sólo ante su ser.

(De Hoy es niebla, Madrid. Colección Visor, 2002.)




I

De todo ese rumor que configura
la playa, el firmamento, el mar, su orilla,
sólo un guijarro entre las manos
asevera quién soy
más allá de los dedos que lo tocan
y acarician su mineral sustancia.
En la fusión imperceptible
de mi huella en la piedra
se escribe cuanto he deseado
y no ha podido ser.
Devuelvo el tiempo al agua
y continúo escuchando su sonido.
Lo demás es paisaje y una deuda
que me ha ocultado la mirada.



XVI

Entre el jaspe y el iris cae la tarde.
Si el crepúsculo ardiera sin ser visto,
ni tu extraña visita,
ni este encuentro,
ni la insistencia de mis ojos
tendrían sentido ahora.
Toda esta causa reproduce un susurro
que se hace música al mirar.
Del recuerdo ondulado de esta tarde que cae
se forma una palabra que la nombra
y así vive,
entre el jaspe y el iris.


XVIII

En la tarde,
la rojiza hendidura que el sol deja
entre el cielo y el mar
nos remite al principio de un rumor obstinado.
Escucha, no el sonido del aire,
no el batir de las olas contra la línea imaginaria
que separa cuanto sueñas y vives,
sino el constante crepitar del silencio
que más allá de su propia insistencia
te desdice y aprieta entre su nada,
la hiriente indagación del miedo
precipitándote al vacío.
Escucha el zumbido de quien eres
como un eco lejano que ha dejado de ser.
Escucha ese otro cántico que entona
la miserable oscuridad del día
que viene cada tarde a rescribirte
en su roja hendidura.


XXII

¿Quién amarró mi cuerpo a este madero
que en la playa se pudre lentamente
tras los inviernos solitarios?
¿De quién soy prisionero
y quién vigila la eternidad de esta condena?
Ciego de tiempo están mis ojos,
anclado ya en el mar mi pensamiento
y todo lo que queda entre las cuerdas
es nombre y voz vacía,
hueco del ser y la costumbre
de alcanzar en la espera
la clemencia de la disolución.
¿Quién borrará los signos
de haber sido palabra
y el monótono ritmo de esta herida?


XXIV

Como un río me recorre
este clamor interno
y dibuja el contorno
de la limitación.
Su ruido es balbuceo,
ni siquiera palabras
que digan o desdigan:
Son ascuas de una lengua
condenada al vacío,
el principio que brota
porque ha sido final.
En su terca costumbre
de ser materia viva,
ingrávida resuena
su voluntad de nada.
Ordena sus silencios
como una rosa abierta
y entona el contrapunto
de la luz y del viento.
Llama a la noche y entra
en el oscuro reino
de las sombras perpetuas
y allí se reconoce:
es el eco de un nombre,
la tinta de un escrito,
la huella de unos pasos
que ni vienen ni van.
Como un río me recorre
este clamor que nada
dice de mí, ni sabe,
ni le importa mi música.
Suena en el cuerpo, acalla
las eternas preguntas,
diluye el pensamiento
en su propio torrente
y borra mi figura.
Por la memoria esparce
su crepitar, quemando
la hojarasca que cubre
la conciencia y su valle.
Se apodera del tiempo,
hace suyo el paisaje
de mis días. Resuena
ya sin mí.


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