Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 28 de diciembre de 2010

182.- EMILIO PRADOS



Emilio Prados Such. (Málaga, 4 de marzo de 1899 - México, 24 de abril de 1962), poeta español de la Generación del 27.
Sus primeros quince años transcurren en Málaga, donde asiste al Instituto de enseñanza secundaria. En 1914, obtiene una plaza en el Grupo de Niños de la Residencia de Estudiantes de Madrid. En este internado conoce a Juan Ramón Jiménez, uno de los asiduos invitados y quien, junto con la afición a los libros inculcada por su abuelo Miguel Such y Such en su infancia, determinaría su inclinación hacia la poesía.
En 1918 se incorpora al grupo universitario de la Residencia, centro que se convierte en punto convergente de las ideas vanguardistas e intelectuales de Europa, así como en un foro de diálogo permanente entre ciencias y artes. En este fecundo caldo de cultivo se forma la Generación del 27 y es aquí, donde Prados entabla amistad con el círculo que forman Federico García Lorca, Luis Buñuel, Juan Vicens, José Bello y Salvador Dalí.
En 1921, el agravamiento de la enfermedad pulmonar que padece desde su infancia le obliga a ingresar en el sanatorio de Davosplatz (Suiza) donde pasará la mayor parte del año. En esa reclusión terapéutica, Emilio Prados comenzará a descubrir los autores más sobresalientes de la literatura europea y a consolidar su vocación de escritor. Tras este paréntesis, en 1922, reanuda su formación académica asistiendo a cursos en las universidades de Friburgo y Berlín; visita museos y galerías de arte de las principales ciudades alemanas y conoce a Picasso y a diversos pintores españoles en París.
En el verano de 1924 regresa a su ciudad natal, donde continúa su actividad como escritor y funda, junto a Manuel Altolaguirre, la revista Litoral, el hito más renovador de la cultura española de los años 20, en cuyas páginas refleja el diálogo entre poesía, música y pintura del que bebió en la Residencia de Estudiantes, logrando reunir bajo un único código creativo a figuras tan relevantes como: Jorge Guillén, Moreno Villa, Manuel de Falla, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Ángeles Ortiz o Federico García Lorca entre otros.
En 1925 inicia su actividad como editor de la imprenta Sur, en la que trabaja también junto a Altolaguirre. De estos talleres saldrán publicados gran parte de los títulos de la poesía del 27. El esmerado trabajo de edición que realizan ambos poetas les procura prestigio internacional.
Paralelamente a sus actividades creadoras, su compromiso social se va decantando en un progresivo interés hacia los sectores más pobres y desfavorecidos de la sociedad. Es en plena II República, en 1934, cuando su acercamiento a la izquierda se muestra explícitamente. El clima de violencia que impera en Málaga al estallar la guerra le hace trasladarse a Madrid y allí entrará a formar parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Colabora en tareas humanitarias, ayuda en la organización del II Congreso Internacional de Escritores y en la edición de varios libros: Homenaje al poeta Federico García Lorca y Romancero general de la guerra de España, al tiempo que se publican varias de sus obras. Recibe el Premio Nacional de Literatura por la recopilación de su poesía de guerra, Destino fiel en 1938.
Poco después se instala en Barcelona para encargarse, junto con Altolaguirre otra vez, de las “Publicaciones del Ministerio de Instrucción Pública”. Pero la situación es ya insostenible en la España de comienzos de 1939 para un republicano, por lo que decide marcharse a París y el 6 de mayo parte, junto con otras destacadas figuras de la intelectualidad republicana, hacia México, donde residirá hasta su muerte.
Obra poética

Primera etapa 1925 a 1928: busca las correspondencias de la naturaleza con la otredad del ser. Funde elementos vanguardistas y surrealistas con sus raíces arábigo-andaluzas y las poéticas puristas y neopopularistas de la época.
Tiempo
Veinte poemas en verso
Seis estampas para un rompecabezas
Canciones del farero
Vuelta
El misterio del agua
Segunda etapa 1932 a 1938: se entrega a la poesía social y política con un lenguaje surrealista.
La voz cautiva
Andando, andando por el mundo
La tierra que no alienta
Seis estancias
Llanto en la sangre
El llanto subterráneo
Tres cantos
Homenaje al poeta Federico García Lorca contra su muerte
Romances
Romancero general de la guerra de España
Cancionero menor para los combatientes
Destino fiel (recopilación de toda su poesía de guerra) Premio Nacional de Literatura 1938
Tercera etapa, exilio en México 1939 a 1962: poesías que emanan un profundo sentimiento de desarraigo y soledad. En su recta final, la trayectoria poética de Prados se dirige hacia una poesía cada vez más densa y filosófica, hacia el concepto de vida nueva, de solidaridad y amor; autoafirmándose en su independencia y en la visión abierta y vanguardista que siempre había defendido, la generación del 27.
Mínima muerte
Jardín cerrado
Memoria del olvido
Penumbras
Río natural
Circuncisión del sueño
Signos del ser





ALBA RAPIDA

¡Pronto, de prisa, mi reino,
que seme escapa, que huye,
que se me va por las fuentes!
¡Qué luces, qué cuchilladas
sobre sus torres enciende!
Los brazos de mi corona,
¡qué ramas al cielo tienden!
¡Qué silencios tumba el alma!
¡Qué puertas cruza la Muerte!
¡Pronto, que el reino se escapa!
¡Que se derrumban mis sienes!
¡Qué remolino en mis ojos!
¡Qué galopar en mi frente!
¡Qué caballos de blancura
mi sangre en el cielo vierte!
Ya van por el viento, suben,
saltan por la luz, se pierden
sobre las aguas...
Ya vuelven
redondos, limpios, desnudos...
¡Qué primavera de nieve!

Sujetadme el cuerpo, ¡pronto!
¡que se me va, ¡que se pierde
su reino entre mis caballos!
¡que lo arrastran!, ¡que lo hieren!
¡que lo hacen pedazos, vivo,
bajo sus cascos celestes!
¡Pronto, que el reino acaba!
¡Ya se le tronchan las fuentes!
¡Ay, limpias yeguas del aire!
¡Ay, banderas de mi frente!
¡Qué galopar en mis ojos!
Ligero, el mundo amanece...






APARENTE QUIETUD

Aparente quietud ante tus ojos,
aquí, esta herida -no hay ajenos límites-,
hoy es el fiel de tu equilibrio estable.
La herida es tuya, el cuerpo en que está abierta
es tuyo, aun yerto y lívido. Ven, toca,
baja, más cerca. ¿Acaso ves tu origen
entrando por tus ojos a esta parte
contraria de la vida? ¿Qué has hallado?
¿Algo que no sea tuyo en permanencia?
Tira tu daga. Tira tus sentidos.
Dentro de ti te engendra lo que has dado,
fue tuyo y siempre es acción continua.
Esta herida es testigo: nadie ha muerto.







ASÍ LA MUERTE

Pronto, pronto, muy pronto ya,
la interior estrella de mi inverso viaje
vencerá felizmente el imán que hoy la aprieta:
¡Qué amanecer más dulce sobre el olor del pino!
¡Qué navegar sin sienes en la piel del relámpago!
Náufrago o vagabundo
bajaré en mi destino,
a ese profundo mar parado
donde flotando quieto
entre calientes tierras me consuma y me entregue.

Ahogado del gemido,
volándome hacia adentro:
¡por qué infinita cueva volveré a ser escombro!
Sí, el escombro, las fuentes,
las misteriosas fuerzas que dos espinas juntan,
el gas que sin angustia ni dolor se dilata,
la diminuta oruga que prueba los calores,
el lienzo destejido,
la arcilla, el hierro, el cáñamo fecundo.

Y el papel,
el olvido de más dolientes hombres,
la aguja en que llovían,
el pesaroso estambre que hirieron en sus luchas,
su muerta luz,
sus ríos,
la forma o la memoria que volaron sus aves...

Visitador constante de la eterna dolencia
allí junto a la piedra que sin ser ala ríe
como el agua y la llama siendo por ser sin límites:
-¡Oh feliz persistencia de mi cuerpo en el mundo!-:
entrar, volver de nuevo, estar continuo en su presente.

Aunque... ¿adónde? ¿hacia dónde? ¿hacia dentro? ¿hacia
fuera? ¿hacia siempre? ¿hacia nunca?...
Vivir: perenne instancia de mi amor o la luna
para dorar tan sólo un halo en cada viento.









AY!, TIERRA, TIERRA...

- Ay, tierra, tierra: ¿quieto y en mí me pierdo?
¿en ti no quedo?..

- Cállate, amor:
desnudo te hundes, te alzas, y eres centro
de historia, y luz que un pájaro en mí bebe.

- ¡Tente, vida!






CANCION

No es lo que está roto, no,
el agua que el vaso tiene:
lo que está roto es el vaso
y, el agua, al suelo se vierte.

No es lo que está roto, no,
la luz que sujeta al día:
lo que está roto es el tiempo
y en la sombra se desliza.

No es lo que está roto, no,
la sangre que te levanta:
lo que está roto es tu cuerpo
y en el sueño te derramas.

No es lo que está roto, no,
la caja del pensamiento:
lo que está roto es la idea
que la lleva a lo soberbio.

No es lo que está roto dios,
ni el campo que Él ha creado:
lo que está roto es el hombre
que no ve a Dios en su campo.







CERRÉ MI PUERTA AL MUNDO

Cerré mi puerta al mundo;
se me perdió la carne por el sueño...
Me quedé, interno, mágico, invisible,
desnudo como un ciego.

Lleno hasta el mismo borde de los ojos,
me iluminé por dentro.

Trémulo, transparente,
me quedé sobre el viento,
igual que un vaso limpio
de agua pura,
como un ángel de vidrio
en un espejo.






DORMIDO EN LA YERBA

Todos vienen a darme consejo.
Yo estoy dormido junto a un pozo.

Todos se acercan y me dicen:
- La vida se te va,
y tú te tiendes en la yerba,
bajo la luz más tenue del crepúsculo,
atento solamente
a mirar cómo nace
el temblor del lucero
o el pequeño rumor
del agua, entre los árboles.

Y tú te tiendes sobre la yerba:
cuando ya tus cabellos
comienzan a sentir
más cerca y fríos que nunca,
la caricia y el beso
de la mano constante
y sueño de la luna.

Y tú tiendes sobre la yerba:
cuando apenas si pudes
sentir en tu costado
el húmedo calor
del grano que germina
y el amargo crujir
de la rosa ya muerta.

Y tú te tiendes sobre la yerba:
cuando apenas si el viento
contiene su rigor,
al mirar en ruina
los muros de tu espalda,
y, el sol, ni se detiene
a levantar tu sangre del silencio.

Todos se acercan y me dicen:
- La vida se te va,
Tú, vienes de la orilla
donde crece el romero y la alhucema
entre la nieve y el jazmín, eternos,
y, es un mar todo espumas
lo que aquí te ha traído
por que nos hables...
Y tú te duermes sobre la yerba.

Todos se acercan para decirme:
- Tú duermes en la tierra
y tu corazón sangra
y sangra, gota a gota
ya sin dolor, encima de tu sueño,
como en lo más oculto
del jardín, en la noche,
ya sin olor, se muere la violeta.
Todos vienen a darme consejo,
Yo estoy dormido junto a un pozo.

Sólo, si algún amigo
se acerca, y, sin pregunta
me da un abrazo entre las sombras:
lo llevo hasta asomarnos
al borde, juntos, del abismo,
y, en sus profundas aguas,
ver llorar a la luna y su reflejo,
que más tarde ha de hundirse
como piedra de oro,
bajo el otoño frío de la muerte.








EL CORAZÓN MÁGICO

Abrí la caja de los peces
y se cuajó el cielo
de luceros verdes...

¡Dadme ni doble aparejo,
con su compás de caña
y con su doble anzuelo!...

(Abrí la caja de los peces,
y se cuajó el cielo
de luceros verdes.)

¡Dejadme dormir!...
¡Silencio!...
¡Dejadme dormir abierto!







INVITACION A LA MUERTE

Ven, méteme mano
por la honda vena oscura de mi carne.
Dentro, se cuajará tu brazo
con mi sombra;
se hará piedra de noche,
seca raíz de sangre...

Coagulada la fuente de mi pecho,
para pedir ayuda
subirá a mi garganta.

¡Niégasela si es vida!
¡Clávame más tu brazo!...
¡Crúzamelo!
¡Atraviésame!

Aunque me cueste el árbol de mi cuerpo,
condúceme a ti, muerte.







ME ASOME

Me asomé, lejos, a un abismo...
(Sobre el espejo que perdí he nacido.)

Clavé mis manos en mis ojos...
(Manando estoy en mí desde mi rostro.)

Tiré mi cuerpo, hueco, al aire...
(Abren su voz los ojos de mi sangre.)

Se coaguló mi llanto en sombra...
(Carne es la luz y el nácar de mi boca.)

Dentro de mí se hundió mi lengua...
(siembro en mi cielo el cuerpo de una estrella.)

Se pudrió el tiempo en que habitaba...
(Brota en mi espejo un cielo de dos caras.)

Huyó mi cuerpo por mi cuerpo...
(Bebo en el agua limpia de mi espejo.)

¡A mi existencia uno mi vida!
(Espejo sin cristal es mi alegría.)






NOCHE HUMANA

La noche, perseguida, se entró por mi ventana:

—Méteme por tus ojos, escóndeme en tu olvido;
aun tu cuerpo, entreabierto, puede muy bien guardarme,
antes de que se entregue al cerrado abandono
que ya está desciñendo tu ardiente vestidura.

Antes de que en el sueño sin voluntad de origen
la razón se te pierda solamente en el goce:
ocúltame, me buscan, traigo el olor a sangre
y tal vez el delito y la muerte es mi sombra...

Ocúltame, la tierra que hoy es carne y te invade,
casi ni piel sostiene, pero es tumba y memoria.
Yo voy desordenada y hasta el suelo me siguen
donde llevo mi aurora y su puñal agudo.

Pero mis sueños huelen al sudor de los hombres,
a sus crímenes ínfimos y a sus manos en llamas.
No pueden perdonarme que mi beso, en el lodo,
llegue donde no encuentra la ley su pensamiento.

Me acerco dolorida, no niegues tu desvelo.
Guárdame, como al trigo el agua se incorpora
y, en él, la flor engendra, que ha de ser paz del cielo.
Méteme por tus ojos, escóndeme en tu olvido...


&


Mi cuerpo estaba huyendo; buscándole a la noche
la falsedad de un ángel que fingiera un reposo;
la engañadora imagen de un nombre de ceniza
que en el alcohol o el sueño, sin amor, me incendiara.

Mi cuerpo estaba huyendo; por las desiertas calles
de una ciudad sin suelo resbalaba impreciso,
deteniéndose al paso vulgar de la inocencia
y escapando al contacto con ella, por mi angustia.

Mi cuerpo estaba huyendo. Sin vuelo y sin raíces,
se arrastraba en la inmensa bóveda de los tiempos,
donde mueren los sueños desunidos y aislados
y el aire, como un negro fantasma, los corona.

Junto al olor caliente del pescado podrido,
de la fruta marchita y el vinagre, en acecho
la mujer entregaba su cabello constante,
herido por las uñas y la ardiente saliva.

Mis manos se enredaban a la piel de los hombres
que, abiertos, derramaban sus entrañas sin fuego;
mis voces se mezclaban a la luz del cigarro
y a ese rumor más hábil que engendra la denuncia.

La delincuencia, en roce nocturno con la envidia,
sobre el cristal dormido de los blandos hogares
acercaba en mi rostro indagador y astuto,
para hurtar un consuelo que mi paz no alcanzaba.

Y la luna, gimiendo, se clavaba en el árbol,
con la burla precisa del nivel de su tiempo.
Golpe a golpe sonaban las plumas de mi espalda
y su navaja el aire, por mi espalda, blandía.

Mi cuerpo estaba huyendo. Sonaba una cadena
y en la puerta del cielo mis manos golpeaban:
— ¡Abrid, abrid, las sombras por dentro me persiguen
y las sombras de fuera mis manos acuchillan!...

Desperté estando muerto: Mis sábanas sangraban...

—¡Abrid, abrid! ¡Las sombras!...

La noche, perseguida, se entró por mi ventana
y era a la noche misma, a quien yo perseguía.


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