Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 28 de diciembre de 2010

187.- JUAN LAMILLAR


Juan Lamillar es un poeta y escritor español nacido en Sevilla en 1957, en esta misma ciudad realizó estudios universitarios de filología hispánica, compaginando en la actualidad su labor literaria con la enseñaza. Ha escrito 10 libros de poemas y obtenido los premios Luis Cernuda, Vicente Núñez y Villa de Rota de poesía. Asimismo ha colaborado en la reedición de la obra de Joaquín Romero Murube, realizando una biografía de este poeta sevillano injustamente maltratado por la crítica.
También ha sido el encargado de realizar la selección de artículos literarios firmados por el escritor Jose María Pemán que constituyen el libro Siluetas literarias.
Escribe de forma habitual en diferentes revistas literarias, en La otra Abisinia (1998) reunió textos sobre música y literatura y en El desorden del canto (2000) recogió escritos de diverso tono dentro de la poesía española contemporánea. Su obra se caracteriza por su clasicismo, musicalidad y la recurrencia de unos determinados motivos como el amor y la misma poesía.

Poesía
Muro contra la muerte, (1982).
Interiores, (1986).
Música oscura, (1989). Premio Luis Cernuda.
El arte de las sombras, (1991).
Los días más largos, (1993). Premio Vicente Nuñez.
El paisaje infinito, (1997).
Las lecciones del tiempo, (1998).
El fin de la magia, (2006).
La hora secreta, (2008). Premio Villa de Rota.
Entretiempo, (2009).

Otros géneros
La otra Abisinia, 1998 (Ensayo).
El desorden del canto, 2000 (Ensayo).
Joaquín Romero Murube. La luz y el horizonte, 2004 (Biografía).
Cervantes y Sevilla, 2005. En esta obra se realiza un recorrido por la Sevilla que vivió Miguel de Cervantes en el siglo XVI, destacando lo que significó la ciudad para el escritor, pretende ser entre otras cosas una guía para quien desee recorrer los lugares cervantinos de Sevilla.




TRAS EL AMOR

Tras el amor, preguntas: “¿Qué es el amor?”,
queriendo convencerme en tu silencio
de que tú ya lo sabes,
de que tienes respuesta para todo en la vida,
o al menos una envidiable capacidad de análisis.

Yo no sabría decirte
si el amor es quietud, es aventura,
o si tiene otros nombres
-penumbra, laberinto, intensidad, deseo-
con los que designarlo vagamente.

Yo tan sólo podría entreabrir la ventana
de esta isla desierta que ahora son nuestros cuerpos
y mostrarte un paisaje que ha vencido a la muerte.

(El arte de las sombras)





CASA CON DOLMEN

A Lola Luna y Teodoro Marañón

Entendiendo la casa,
no como sucesión de habitaciones,
sino también de vidas y misterio,
hemos mirado lentamente el blanco
de los muros, la torre en el paisaje.
El campo como un ámbito sagrado
-igual que la amistad-
y el sábado con sol
invitan a un almuerzo
mitad campestre, mitad civilizado.
y después de un paseo
entre naranjos, limoneros, nísperos,
tras contemplar callados los cipreses,
hemos bajado al dolmen.
Grandes piedras, oscuras ceremonias,
se ven, se saben, nos demuestran
que el tiempo es un enigma,
que las puntas de flecha aquí encontradas
son olvidos de ayer, como detalles
-una llave, una pluma, unas monedas-
que hoy también olvidamos,
entre jóvenes risas, en la hierba.
Sobre el círculo mágico,
sobre las silenciosas pizarrras de la muerte,
tras siglos de vacío en un paisaje
de colinas suaves y llanura y sosiego,
levantaron la casa, trazaron los jardines.

¿Qué oscuro pacto rompieron los cimientos,
qué fingido descanso mutilaron?
Hoy, que es sábado y hay sol
y risas juveniles que comparten
el pan y el vino y la palabra,
somos un sueño sobre un sueño antiguo
y esta luz es la misma
que acompañó los ritos ignorados,
gestos que conmemoran los cipreses tardíos.

Al fondo la ciudad, como otra esfinge.

(Los días más largos)





LAS PUERTAS DE LA INFANCIA

A Rafael Adolfo Téllez


Están aquí las puertas de la infancia:
dan a la luz de un patio, dan al rumor del río,
y hay un niño que entierra un lagarto de plástico
en el antiguo alféizar, bajo unos azulejos.
Dan también a la fiesta y a los fuegos de julio,
y a la desolación callada de la lluvia,
y al temor a tormentas y a la furia del viento.

Están ahí las puertas de la infancia:
no sabes todavía si las abriste todas
o dejaste entornadas las del miedo,
la cubierta de yedra, la que se abría, remota,
al silencio del agua,
frente al pretil donde entonces posabas,
rubio ciclista inmóvil,
para la foto del álbum familiar.
Esta noche aparecen, dolorosas,
y ante ellas revivo un eterno verano,
junto a mi abuelo voy por la ciudad,
descubriendo su magia, sus lugares,
en mañanas lentísimas de julio,
un raro territorio que ya habita en lo oscuro.

Ante las puertas de mi niñez estoy:
hay claridad tras ellas,
quizá la claridad de lo perdido.
Hoy he querido abrirlas,
cruzar el tiempo como cruzo una plaza
acogedora, abierta y entregada
al sol de los recuerdos.
Hoy he querido abrirlas,
remover con mis manos las maderas vencidas,
volver desde el exilio,
desde el amor, desde la incertidumbre,
a perderme en sus islas dormidas,
pero había una distancia de treinta y nueve años,
de treinta y nueve dardos
clavados en la nada.

(Las lecciones del tiempo)







CEMENTERIO ALEMÁN

(DEUTSCHER SOLDATENFRIEDHOF - YUSTE)

Para Mª Christine del Castillo y Abelardo Linares

Este claro del bosque los congrega:
bajo cruces sencillas, bajo nombres difíciles,
soldados alemanes de dos guerras
con idioma de muerte se cuentan sus hazañas.
Pero las cuentan en silencio,
porque su idioma es el de la nada,
el de los despojos, el de la derrota
que también aguarda a los victoriosos.
Un silencio más fuerte que la luz del paisaje
une su meditar al rumor de las ramas,
al olor del espliego,
al recóndito huir de los lagartos.
Frente a ese silencio, alzándose,
está la juventud de vuestras fechas,
grabadas como un grito sobre el gris de las cruces.
Alguien reunió vuestras distintas muertes:
el náufrago, el aviador caído,
el que sufrió la agonía de los hospitales,
y ahora, paseando entre tumbas,
me pregunto si acaso fuisteis héroes
o soldados anónimos perdidos
en lo intenso y absurdo de una guerra.
Porque debajo de este césped
están los veinte años de Rudolf Tanzbeger
y el uniforme ensangrentado y roto de Hanz Farber
y Lothar Kloos y su quieta sonrisa.

Franz Wilhem Kuhlmann,
¿sabes por qué moriste?,
¿qué llevaba a la muerte
a estos que ahora están contigo?
¿Conocías los olivos, que te velan,
retorcidas antorchas apagadas?
El azar –otro azar- os ha reunido
a la sombra –otra sombra-
de bicéfalas águilas, de toisones de oro.
Os hicieron luchar por un imperio:
seguís muriendo sucesivamente
bajo los árboles donde un Emperador
cambió sus sueños por relojes y misas.

No quiero detenerme en vuestros nombres:
que los diga de nuevo la luz que ahora declina,
la noche, que los sabe de memoria,
y los que os reconocen doblemente extranjeros:
en la tierra sin pausa de la muerte,
en la remota tierra de un país imprevisto.

(Las lecciones del tiempo)







UN NOMBRE ENTRE LOS MÁRMOLES

A Gregorio Hidalgo

Había palomas en los cipreses ásperos
y crecia el zurear: era el latir de la mañana.
Buscábamos un nombre entre los mármoles:
tumbas del diecinueve, los oxidados hierros,
la muerte en el adorno de la estatua,
los toreros durmiendo su elegía.
Y cada vez la luz más invasora,
más alta en el aroma de adiós y de agua antigua
que nos acompañaba.
Buscábamos un nombre, Paulina,
entre el olvido de tantas cruces juntas.
Crusat. Lo descubrimos,
y un recordado tiempo adolescente
puso sobre sus letras una rosa
-una única rosa-
que sobre el mármol se deshará mañana,
que unas horas tan sólo perfumará ese nombre.
Y bastará la ofrenda. Y será hermoso
lo frágil de unos pétalos
sobre la permanencia de la muerte.







LA LUZ DE REMBRANDT

Extravagantes ropas viste Saskia
ante el pincel de Rembrandt.
Oros oscuros sobre rojas túnicas,
hoscos vestidos refulgentes
en mágico temblor, audaz y nuevo.
¿Qué pintará la luz en estos lienzos?
¿De qué pozo extraída, con qué artes
de tenebrosa y clara alquimia?
Dora esta luz jinetes, soldados y filósofos:
armas, caballos, pensamientos.
Y también la vejez y la mirada
que es capaz de entreverla en el sueño,
en un mundo distinto. Y las manos
que saben esparcirla sobre el tiempo.







CAMERA OBSCURA

Guarda la realidad en un espejo oscuro
y que la luz estrecha le dé vida.
Sobre el cristal manchado renacen los paisajes:
difusos pero mágicos.
¿Qué conflicto interior entre luces y sombras,
entre química y tiempo,
nos devuelve los signos hechos signos?
Invertidas imágenes, ahora,
en nuestras manos muestran las ciudades,
las vistas enigmáticas del mundo.
Miramos con asombro este rincón del tiempo,
este cartón iluminado y claro
que con su luz nos salva del olvido.




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