Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 28 de diciembre de 2010

160.- RAFAEL ADOLFO TÉLLEZ


Rafael Adolfo Téllez nació en Palma del Río (Córdoba) en 1957. Licenciado en Filología Hispánica. En la actualidad ejerce como profesor de Educación Secundaria, labor que compagina con la de guionista de televisión.
Ha publicado los siguientes libros de poesía:
-Si no regresas junto al portón oscuro (Endymión-Ayuso, Madrid, 1988)
-Quienes rondan la niebla (Renacimiento, Sevilla, 1993)
-Los adioses (Renacimiento, Sevilla, 1996)
-La rosa del mundo (Universidad Nacional Autónoma Metropolitana, Ciudad de México, 1997)
-Muertes y maravillas (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2004).
-En 2007 en La Veleta/Comares, Granada, con el título de Los pasos lejanos se publicó su poesía completa.
-Los cantos de Joseph Uber. Colección La Veleta/Comares.Granada, 2011

Rafael Adolfo Téllez es el poeta que reivindica el campo como lugar para la creación, la contemplación y el recuerdo. El poeta que huye de la ciudad y del ajetreo para sentarse a mirar, a respirar, a sentir cómo pasa el tiempo y, a la vuelta de unos años, quizá escribir algún poema. Es el poeta de voz queda, pequeña, casi imperceptible pero certera. Certera y derecha hasta el blanco.






ADIOS A TURÓBRIGA

He dicho adiós a mi calle
y al ángel invisible de mi calle.
Aquí para mí ya cantó el gallo.
Me alejo de sus piedras que no entiendo.
Un cantero grabó algo en ellas, hace mucho.

Miro eso que hay aún en sus montañas
abierto como una flor de aire.
He sido sólo un vecino que habló
con uno y otro,
mientras caían las dos otras sílabas de la tarde.

Me despido de la familia humilde
que, en el suelo,
aguarda que llegue a su puerta un poco de sol;
del ruinoso ventanal donde cantan los pájaros
que ayer saludaron mi vuelta.

He aprendido que quien viaja
necesita apenas
sombra, musgo, un poco de luz que guíe sus pasos.

Turóbriga es pobre, pero si aquí llegas un día
sin nada,
el viento te llenará las manos.









LOS CANTOS DE JOSEPH UBER

I

La lluvia llega a ratos a su chozo con alero
de paja,
pero Uber aviva un fuego,
pero Uber susurra una tonada
que hizo alguno
para cantar temprano entre las zarzas.

Mordisquea una hoja de olivo,
aquí en el monte
donde, hace ya mucho,
cruza un arroyo silencioso,
camino no sé de qué otro cielo.

¿Qué miran sus ojos mansos
hoy que una mariposa sobrevuela
con mi nombre en sus alas?
Su bastón es de escarcha.

Quizás es Joseph Uber
quien tatúa mi vida ahora,
en alguna vieja piedra.









UNA FOTOGRAFÍA DE 1975

Esta muchacha que sonríe
en el marco enlutado de su fotografía,
con una blusa fresca de encaje,
no lo sabe,
ignora que el tiempo se le ha ido,
que saldrá pronto a confundirse
con el vaho polvoriento de los carromatos
en una feria de aldea,
bajo el sol implacable del mediodía.

Esta muchacha lo olvida
y tiene aun el atrevimiento de creerse inmortal
al pie de los arroyos,
donde ha nacido hace ya mucho...,
pero un rumor de muerte circula ya en su falda
y no puedo ampararla
y yo que fui su hermano mayor no puedo ampararla.

Mirad cómo baila en mi puerta,
en la tarde,
bajo un cielo tranquilo,
al son de una música de organillo
—una música infeliz como sus sueños—.

Un instante, cuando acabe el verano,
y habrá volado hasta los márgenes del mundo,
se habrá ido a desvanecer en el centro
de ese lago, donde un hilo de luz
enlaza con los muertos.

Será solo sombra sobre el polvo dormido de las cosas.
Esta muchacha nos mira ya del otro lado del tiempo.

Los cuarenta principales.

Antología general de la poesía andaluza
contemporánea (1975-2002), Editorial Renacimiento,
Sevilla, 2002.









LA RESURRECCIÓN

De algún perdido cielo, vuelve a los días
en que, con su libro de estampas sagradas,
apagaba fervorosa las llamas del infierno.

Hace tiempo, las vecinas derramaron,
sobre su ataúd, flores humildes.
Pero ha vuelto...

Apoyada en el umbral
-como entonces-
mira caer la lluvia en el alero.

Es la casa en la que,
cuando era muy joven,
enlutada, rezó al Cristo
que se alza aún en la pared
donde el tiempo hace sus destrozos.

No está sola mientras hierve el café,
mientras oye, junto a la chimenea,
pasos de sus amigas muertas.

Hoy, entra al patio
donde antaño, en las noches de San Juan,
con carbones encendidos,
trazó círculos de fuego.

No se ha ido aunque,
sobre su tumba,
haya una sencilla cruz de piedra
pues vive
en la limpidez de las mañanas,
en la respiración de los mulos
que hoy, en la cuadra,
relinchan o lloran,
en las aguas mansas del arroyo,
en las adelfas,
es niebla...
es rocío de Dios sobre los campos.

Regresa sigilosa, cada noche,
atravesando remotas intemperies.








Junto a la letra inicial

Aquí, otra vez, su foto memorable,
agazapada, junto a la letra inicial de un libro de oraciones.
Es mi padre.
Vino por los siglos rodando
como una gran piedra desprendida de las colinas del Génesis
y apacentó ganado
en su comarca oscura de olivos
y susurró, sobre mi cuna, palabras que hoy giran
en un cielo vacío.
Amanece, joven aún, frente al naranjo,
frente al hervor antiguo del café
y el primer rayo de sol en ese patio
donde asoma insolente un piar de gorriones.
Pienso que no ha muerto.

Pienso que prosigue en cierto ademán aldeano de estas gentes.









UN HOMBRE SOLO EN SU VIEJA CASA

el árbol de la tumba de mi hermana
Jorge Teillier


Un hombre solo en su vieja casa
puede sentir,
mientras aviva el fuego,
la sombra helada de los suyos
dibujándose en el muro.

Sentir cómo, bajo las grandes piedras del patio,
murmura
un alfabeto antiguo.

Un hombre solo, sentado junto al fuego,
oye pasos de una lluvia
que viene de muy lejos.

Ahora sabe, mientras se apoya por un momento
sobre el muro,
que su cuerpo es sombra
que el viento se obstina en dispersar.

Ahora se hace tarde
y sabe que, junto al árbol de la tumba
de su hermana,
crecen también las iniciales de su nombre.









HABITO AHORA ENTRE GENTES...

Habito ahora entre gentes que se obstinan
en sus viejos oficios.
Parecen estar en la vida por azar.
Sus nombres tal vez no fueron incluidos
en el último censo.
Lejos del bullicio,
en la oscuridad de la cuadra,
cuidan aún a grandes mulos pardos
que no van ya a parte alguna.
A veces, en el umbral de una fragua,
saludan sencillamente al día.
Son, sin embargo, vigorosos
y reconocen en cada rayo de sol
a uno de sus antepasados.

Leen sus vidas en un libro antiguo que alguien
abandonó al fondo de las norias.










CALLE SANTA MARÍA

Antes de ahora, aquí hubo vientos y sombra
y cruces de barro en los zaguanes.
Todavía un rumor de carros
viene y va sobre las piedras
de la pequeña calle
donde, sentadas en el umbral,
unas campesinas con luto custodian la puesta de sol.
A mi paso, en un dialecto olvidado
escribo
cosas que no te dije.
Tu dulce alegría de muchacha
que se mira al espejo
y no sabe
que en su piel pervive aún el oro
de todos los veranos.
Antes de ahora, aquí hubo dioses de greda
cuyos nombres no recuerda nadie.
Pienso, mientras empujo la pesada puerta,
que en esta calle
sólo es verdad tu cuerpo,
tus pechos altivos como hogueras en la noche
de San Juan.

Pero tú callas.
Pero tú ignoras las cosas que yo amo.





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