Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 28 de diciembre de 2010

PEDRO LUIS CASANOVA [144]


Pedro Luis Casanova


Nace en Jaén en 1978. Tal vez animado por la labor docente del profesor Morales Cuesta, comienza a escribir desde muy joven. Vive en esta ciudad hasta pocos años después de finalizar sus estudios universitarios en Química. Actualmente ejerce como profesor de enseñanza secundaria en la especialidad de Física y Química.


Por este motivo, ha residido en diversas ciudades de La Mancha, como Cuenca, Albacete o Almansa, aunque su vínculo con Jaén permanece activo.


Tiene los libros publicados: “La Anatomía del eco” (1999), “Café” (2001) y Fósforo blanco (Ediciones de La Isla de Siltolá - Colección TIERRA, nº 52 (Poesía), Sevilla, julio 2015.



Este poema encabeza su último volumen,


aún inédito, Puedo enseñar mi dentadura.

La palabra es silencio o nota, no la razón sino su pulso
en el canto la envilece o la aclama
vida que a los sentidos vuelve
con su espejo en blanco y la mar salvaje
contra el agrio
mutismo de los días.
He aquí el poema:
su palabra es imagen que oímos
lo que queda del ser
cuando nada resiste
y el olvido asume realidad y tiempo
es su tacto en la desolación
lo que emociona y nos salva de las rejas del frío.
Así,
no el episodio íntimo nos refleja
su prisma: no es el suceso
materia de la luz que se refracta.
Tan sólo por su música
tocamos la memoria: porcelana rota
que aún no existe ni ha sido nunca
tiempo acaso:
violencia de escombros cuyo canto
desfila ante la hoguera del sueño, vida
que arranca su velcro y nos enseña el lugar donde moja
su pluma la justicia.

(REVISTA EL COLOQUIO DE LOS PERROS)



CATEDRAL

La mañana conoce todos los preludios.
La ciudad se despierta por su arista de sueños,
y desnudo,
como el recuerdo que desanda
en la memoria
los viejos callejones,
el tiempo se reparte a los relojes
con el aire mojado
de jazmín y campanas.
Mas,
habitando la brújula de los arrabales,
como luna que afila
en la noche su risa,
emerge cada torre del silencio
de la piedra. Ya lejos
lejanamente exactas,
esconden
bajo el agua de los charcos
la eterna cicatriz que, como el tiempo, sucede
por ser ya solamente
desfiladero en tierra de la nada.
Ahora,
incrustada la arena en el tablero
renacen, ya marcadas,
las piezas sobre el mármol.
Y así,
como un jaque perpetuo, manchado de olvido,
la vida se reparte a los peones
con el lienzo de antaño.
Huérfanos de su hora,
por la misma vereda del silencio,
lentamente adelantamos
los pasos que jamás nos escribieron:
preludios todavía, madrugada que ahoga
en ti
la sombra del deseo.

(Del libro Café)




CIMA

Cierro los ojos, abro la mirada:
el paraje contemplo diluido en claridad
―el olivar rizándose la peña,
sus esmaltes de viejo coronel caído―
lejos de mí desalma el aguarrás las caserías:
saca los niños a la nieve el perro cojo.
No en el horizonte sino en el viudo
postigo de la sangre halla su límite la sombra
el jeep
la carretera
del alba que respira libertad qué gracia
al viento la memoria.
Huyen, vuelan muy alto los cuervos de la infancia.
No ha pasado el peligro.
Por el barranco, su latir sin agua la visión cincela.
Como un árbol de otoño rastreará el olvido
este candil cobarde, este dolor acorralado
por el hacha, por el dulce galope
con que mienten al estómago las huellas del perdón.
De su eterno patíbulo en la altura la luz parece hablarme.
Lejos de todo, el sol va calcinando lo limpio del color,
tierra que es brisa y vientre donde sueña
la cal reconciliarse con la aurora.

(Del libro “Café”)




TESIS

Vuelcas
una sobre otra la materia
de los tubos, la íntima violencia
que pudiera estallar en los matraces: una ciencia rendida
cuando late en tu luz la ceremonia del ausente.
Y analizas
los posos, no con la intención del farmacéutico o la curandera
por salvar la tragedia que en la piel de la palabra
se revela.
Muy al contrario,
sólo notar su cascabel, la deuda de un amor que entre las sombras
flota hacia la cal como una lágrima
desde el vacío,esperas.
Ese es tu hallazgo,
contemplar si el contador de la memoria te saluda entre los muertos por la risa,
o si es que más bien besas como a un premio
de barro o de papel tu extrema sumisión a la distancia y a la pérdida.



Título: Fósforo blanco
Autor: Pedro Luis Casanova (Jaén, 1978)
Prólogo de Juan Carlos Mestre.

Ediciones de La Isla de Siltolá

Colección TIERRA, nº 52 (Poesía)
Sevilla, julio 2015.


He aquí el poema: 

su palabra es imagen que oímos,
lo que queda del ser
cuando nada resiste
y el olvido asume realidad y tiempo:
es su tacto en la desolación
lo que emociona y nos salva de las rejas del frío. 

Esos versos pertenecen a Aguas madres, uno de los poemas con los que Pedro Luis Casanova fabrica los materiales poéticos de Fósforo blanco, que publica La Isla de Siltola en su colección Tierra.


Es el tercero de los libros de un poeta que alcanza aquí una sólida madurez, el dominio de una poética que queda delimitada desde el primer verso del libro: 


Cierro los ojos, abro la mirada.


Porque frente a la insoportable levedad de la palabra y frente al juego de ingenio con el que algunos confunden la poesía, la consistencia estética y la exigencia ética de la propuesta de Casanova transforman en fuego, no en juego, una poesía en la que conversan la compasión y la lucidez de la denuncia, la dureza expresiva y el hallazgo verbal, el dolor y la memoria como centro de la identidad.


Porque el poeta sabe desde antes de escribir ese primer verso que cuando abra los ojos y cierre la mirada dará paso al engaño, a una memoria que miente cuando aniquilados los recuerdos / comienza la visión de lo que nunca ha sucedido.


Ese es el verdadero eje de este Fósforo blanco: la construcción de la identidad a base de una intensa excavación en la memoria, con una labor de minero en busca del origen, en busca del fondo de sí mismo, de su identidad. Infancia y confesiones a través de una iluminación en lo hondo: 


Dime al fin

quién soy; si acaso no soy yo quien arde
sin voz en estas sombras: cal y hollín
cuya miseria en paz sin paz respira.

En medio de un teatro de sombras se levanta la voz potente y la mirada visionaria de un poeta que es profesor de Física y Química y autor de un libro torrencial que arrastra al lector con el alto voltaje de su palabra. 


Como en los procesos químicos, la memoria funciona en estos poemas como un reactivo que devuelve transfigurada la realidad, como en los primeros versos de Alquimia, el poema que cierra el libro:


Vuelcas

una sobre otra la materia
de los tubos, la íntima violencia
que pudiera estallar en los matraces: una ciencia rendida
cuando late en tu luz la ceremonia de lo ausente.
Y analizas
los posos, no con la intención del farmacéutico o la curandera
por salvar la tragedia que en la piel de la palabra
se revela.

Revelación de la memoria propia y de la colectiva a través de iluminaciones y hallazgos que recorren este explosivo y quemante Fósforo blanco, un libro muy bien construido sobre una pensada estructura ternaria -tres partes de 9 +9 + 3 × 3-, sobre la que se levanta la memoria que abrasa como la quemadura que provoca el fósforo blanco:


Nada es sin el candil

que proyecta en mi cara
los barrotes del tiempo.
Nada.

Sólo la luz de una campana ardiendo.


Luz blanca de revelaciones que alumbran un libro en el que se perciben, como señala Juan Carlos Mestre en su prólogo, “huellas de una travesía por el sufrimiento y el desamparo, pero huellas también de un definitivo regreso a la casa ética adonde el fulgor y la fiebre son algo más que la suma de todas las partes del fuego. Hay iluminación de los confines en este libro literalmente extraordinario, nuevo en su intacta propuesta de dificultad y averiguación, de excavaciones en la exterioridad del ser y de ávida intimidad trascendida de su propia experiencia.”


Es la experiencia reconstruida de una primera persona que acaba invocando al otro y proyectando su ambición expresiva y su mirada crítica sobre la realidad española, tan solanesca aún:


Buscad en la pintura ese hondo calabozo de profetas:

ah, resplandor que no nos guía
hacia el linaje de lo claro ni lo hermoso,

escribe en el Homenaje a Gutiérrez Solana, uno de los mejores textos de un libro lleno de cimas como los espléndidos En la catedral de Jaén o Canción de Viernes santo, dos poemas centrales del libro.


A este último pertenecen estos versos admirables:


Entras al ojo de la noche con las suelas mojadas.

Tu corazón, sobre los estatutos de un sueño vigilante,
llora mordido por la lluvia:
Y esta ciudad sin cruz, ni pueblo, ni pasado.
Hoy llueve contra ti,
contra la estampa a cuyo olvido huyes
como se incendia una locura
del secreto que amaste y nunca,
ante nosotros consumó su verdad.

Texto: Santos Domínguez









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