Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 27 de diciembre de 2010

093.- ANTONIA BOCERO


Antonia Bocero nace en Córdoba. Como poeta destacan sus publicaciones “Camino a Sérifos” (Instituto de Estudios Almerienses 1999), “Ángel de Guerra” (Editorial Vitruvio 2010) y su participación en la Antología “Manifiesto y recital de Poetas Almerienses por el Zaire” ( IEA 1997). Ejerce la Crítica de Arte en el Diario La Voz de Almería y otras publicaciones. Relacionados con el arte tiene publicados los libros: “La crítica en la pintura de Miguel Catón Checa” (Ayunt. de Roquetas de Mar 2003), y “Creación y Trayectoria del Grupo Indaliano” (Arráez Editores 2009). Ha participado con artículos en numerosos libros y catálogos, entre otros: “Migraciones. Trenzando palabras” (Ed.: Universidad de Almería 2009), “Vanguardias almerienses SS. XIX-XX” (Junta de Andalucía y Ayunt. de Roquetas de Mar 2009), “Miguel Cantón Checa Antología” (CajaGRANADA 2003) o en la Revista de divulgación científica “Axarquía” (años 2007 y 2009).

Como narradora ha publicado en La Voz de Almería: “Morayma. Carta desde el Mirador de la Esperanza”, “Una pelota diferente” (2002), “Cádiz, ciudad con historia” (2008) y “Cuaderno de Viaje”, serie de 22 artículos (2003). Ha escrito también en los diarios IDEAL, La Crónica o Diario Andalucía.




Salir indemne

Y, sin embargo, cada hombre mata lo que ama,
sépanlo todos.
OSCAR WILDE


Tras una violenta decisión, imposible,
se agarró a un lanzallamas: las palabras;
se montó un decorado en cartón piedra:
un film de sueños con Tarzán y mucha selva.

Y como un temblor de lluvia se fue durmiendo:
se apaciguó el imposible, el jadeo;
y, aunque herido, va sujeto: se libera.

Y así, furtivo,
sale de la bóveda donde respirar significa frío;
de donde piensa que los mayores prodigios habitan en el hielo,
en la luna,
también en los espejos: los que miran cuando llegas.
Cuando llegas...

Y, entonces las palabras,
oliendo tragedia,
toman la violenta decisión, no imposible,
de precipitarse al vacío, a su fin postrero,
y en ello están.

—¿Adónde vais -les grita su aventurero-,
cayendo de la mano de un puñado de noche,
y sujetas a la pata de un elefante?
¿No veis que la trompa anuda la mano
y, aunque chillando, vais a la nada?
(Aun así, tesoros sagrados: las Palabras).

Y el vacío está helado,
y la nieve cubre el sexo de un diccionario,
y el pobre animal se queda inmóvil:
no puede remontar el vuelo.

Y quieto, enfrentado a la liturgia de la noche, sueña...,
sueña y espera hallar la clave,
el modo de salir indemne de la lluvia caída
sobre el decorado de un film con Tarzán y mucha selva.






Desde la casa sin ventanas

¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían
estrenando sus alas,
sin perder la gota virginal del rocío!
VICENTE ALEIXANDRE

De pronto, hice una pausa y dije:
-Qué importa que los sueños sean pájaros sin alas
si destejen el vacío, si elevan a superficie
el barco ciego anclado en la niebla.

Pájaros sin alas por cubrir de plumas la rota pared,
golpeada una y otra vez
con el cuerpo desnudo de los sueños muertos.

Ellos caminan sin necesidad de materia;
son escudo protector en el bosque si te pierdes;
son cortinajes biombo, luz sensual rococó,
son caricia de lejanía próxima:
son Orfeo en busca de Eurídice.

Los pájaros sin alas, se te hacen crónicos y pueden morder.

Un día, desde el alféizar de la casa sin ventanas,
me dejaron ver a bellísimos actores de Hollywood;
allí mismo los consumí y fosilicé,
y el miedo púber se me hizo delirio amado.

Luego, a los sueños, les dio por buscar la risa,
la risa del niño que llevamos dentro,
el sol en el alféizar de la casa sin ventanas.
Pero un misterio no lírico apagó aquel resplandor.

Desde entonces al arco de unos ojos le crecieron crines
y se fueron a vivir, cual espías silenciosos,
al cubil de un termitero.

Más tarde se me adentraron en el Hades
y allí fueron buscadores y aventureros
y encontraron tesoros: los ojos tesoro del padre muerto;
encontraron la fascinación en quebrantar los valores código.

Después
me llevaron hasta las cataratas del Niágara,
donde pude, lo recuerdo muy bien,
gritar lo que habíamos descubierto:
el asombro de ver cómo la luna sonreía
al ser bañada por sangre de toro.

Y ya, en plena madurez,
se me fueron tan lejos, tan de la mano, que hoy,
aunque acaricio aquellos labios remotos
buscando las sílabas de un nombre al menos,
son regiones que ya no encuentro.

Los pájaros sin alas, descarnados en polvo,
en las madrugadas más frías, me llevan hasta un lago;
allí se detienen y me golpean al silencio,
más ningún latir oigo.
¡Sólo mis ojos, en celibato a lo orfebre,
aún pueden ver un bello y frío palacio
caminar hacia un templo de cristales rotos!

Hoy, las compasivas criaturas, fatigadas
y ya sin una sola pluma, aún me hacen compañía
y, desde el alféizar de la casa sin ventanas,
sonríen y les respondo lo mismo: un vuelo de engaños,
de engaños, sí,
porque sabemos que todo tiene un valor,
y un aleteo, sin una sola pluma, no es nada;
y no es nada porque ya no hay tiempo,
porque se fue la luz que nos proyectaba las imágenes,
porque la carne, la que podía absorber orquídeas lila,
se calcinó, pereció abrazada
al crepúsculo de los sueños muertos.



Soledades

Soledades
Y escarabajos ascienden
Sombra en el espejo

Del pedregal
Huellas en el desierto:
Meditación del tiempo

Sola
Lleva conchas en la mano
Hacia el invierno

Se estrecha la vereda
A un lado el mar
Y al otro la tierra

La vida escribe:
Aceptamos su vuelo
De pájaro rasante





Destinado muñeco


(Del poemario “Las locuras tienen 100 día”,
incluido en el libro “Camino a Sérifos” 1999.


(Fragmento)

Destinado Muñeco, tienes cien días
y, aun escondido en los artificios de tus bellas durmientes,
aun tras los esquizoides anatómicos de un triángulo en violeta,
no puedes evitar que el monstruo de Yago -el monstruo más irónico-,
te segregue un gemido de larvas en los espejos:
anatemas que han de ir a perforar en tu memoria.

Ir a desenterrar columnas,
a profanar en lo que os fue tan sagrado,
a ver cómo el tiempo, sentado a la mesa,
se ha ido tragando a los amigos que eran del Bosco y Tiépolo.

A ver, en el bosque aniquilado,
a qué juegan los restos de aquellos niños,
aquellos que, un día, con el pulso del misterio,
entre moluscos y caballos, pintaron sus alas en sangre rosa;
y cómo, en sangre rosa, agonizan hoy mal acomodadas
en el castillo de sus fórmulas.

Un castillo alimentado por gigantes, enanos y delirios...
Castillo ebrio, donde fórmulas y teorías navegaban,
no casualmente, en la dulce espiral de un sueño.
Sueño que hoy, derrumbado en sus fórmulas y teorías, dice:

Objetivo uno:
-Enero por lo vertical igual a páginas enfrentadas,
a páginas sin lirios, sin cimas,
encerradas todas ellas en sus partículas más elementales.

Objetivo dos:
-Soy febrero por el Neón de aquel poema, y vivo en anagrama;
también he vivido en Marte, en sus picos, y como veremos,
soy el resultado más evidente en la niebla enroscada:
quien más gira tras aquel universo de mandarines.
Mandarines que son ya hipocampos, gotas de agua en lo umbrío,
que en Marrakech se me están haciendo locos:
un gris de locos antes de morir.

Que se me hacen aquí páginas en los ovillos
y ovillos en las páginas,
que allí, fuera de su naturaleza, en la sequía,
son ya bocados exquisitos de mandarines vencidos.

Que vencidos declinan:
— En los verdaderos enigmas hay tardanza y almenas,
hay nácar y razón: hay, sobre todo, vanidad inmensa en la palabra.
Y en ti, Muñeco, en ti, que provienes de Francia,
está la ocarina y el portón.

Que declinan: —En Marrakech, cuando se está en gris de loco,
se oyen ocarinas antes de morir.
Pero si aún eres parte del castillo,
y en Francia has vivido dentro de un viejo reloj,
cuando sueñes, podrás oír ocarinas de astros,
de cuevas y esquinas.

Mas, si el niño húmedo que eras ha de vivir en Marrakech,
cuando despiertes, debes firmar como el leñador:
siempre como un leñador que ha de vivir en Marrakech.

Llueve inclinado -¿verdad?- y las locuras tienen cien días,
pero aun así, y aunque rota la quilla,
abrirás el castillo embalsamado -la casa del alma-,
la puerta a los centuriones que allí te gobiernan;
y en ellos, en sus córneas resecas,
verás por qué fue el bosque aniquilado
y por qué hay llagas que supuran.

Verás, sobre enormidad de miniatura,
cabalgar a jinetes desnudos;
los oirás, en los límites de la sangre,
atemorizar a los jacintos de tu corazón;
y en postura rota, también la risa de aquellos niños
hoy ya definitivamente en Purgatorio.

Llueve inclinado: aquí llueve verdad oscura.
Y, mientras llueva, buscarás el enigma en el espejo,
en la risa por el neón de aquel poema,
que fue olvidado -recuérdalo- en la rama de su pagoda.

Y ahora que pienso:
¿Por qué tendremos Tú y Yo que cantar
en el ortocentro de lo óseo?
¿Y por qué en Layo -en su fantasma-
estoy viendo lo más infeliz...?

¡Qué necedad!: ¿Por qué en un juego de lirios
se pretende revelar,
bordado en gris -viscosamente-,
la casa misma del lenguaje más íntimo?

¿Y por qué al anochecer es
cuando la flor trastornada se revela;
y por qué al mediodía todo está muerto;
y por qué, muerta la flor, sólo es herida en la memoria?
¿Y por qué han de morir los labios
que un día te hablaron de amor?
¿Y por qué hasta su sombra es ya muerta?
¿Y el sol, nuestra mayor codicia, también ha de morir?

¿Y los rumores? ¿Dónde estará la verdad?:
¿Edipo vació sus ojos
con las agujas de oro del vestido de Yocasta,
o reinó entre los tebanos hasta su muerte? Nadie lo sabe.
Nadie lo dice.

Sabemos, eso sí, que en lo no ebrio, la verdad es tangible.
Y que en la pesadilla del Muñeco -"El Poeta y la Sirena"-,
los sueños, todas las tragedias,
y la Espusa con el rostro lleno de fuego
y su pierna de bronce, están pidiendo ayuda.

El velo ha sido quitado
y el íncubo en la niebla al poeta desvela su misterio,
le remite a un gas donde, vertiginosamente,
en adagio ve caer al Muñeco.
Y al caer es trigal roto, es un baile para Fausto:
él bailará todavía por un tiempo aunque sabe roto el misterio.

El Destinado, en su lámpara de nieve, no encuentra la llama,
la luz de un país donde todo fue grande y muy amarillo;
un país donde en cáliz se encerraron tras sus grandes ventanales,
donde Helena montó salvajemente a caballo,
donde en su barcarola se mecía
junto a las mariposas redentoras de todas las infancias;
un país donde las mariposas, sobre la piel,
se entretenían en tatuar islas
donde era lo malo lo absolutamente nada;
donde, al encausto, les creaban el dibujo eterno del abrazo.
Y allí era Desdémona -era yo- quien obsequiaba
la púrpura inocente al anticuario.

¡Pobre Muñeco, música inestable, custodiado hoy por palabras
que te hacen hablar de rosa-sangre y de amarillos...!
De palabras que van tras una Helena
definitivamente abandonada por los dioses,
que buscan en los ojos a los que enseñaron a ser blandos y ciegos...

Y muy ciegos a la macroquímica de la realidad, leían palomas,
leían cómo las Estringes no sólo buscan extraer de lo vivo su sangre,
sino también de lo muerto su alma:
y leían esto deslumbrados y gozosos en Petronio.

Era un tiempo de ojos, de pupilas quemadas
que, a la hora del crepúsculo,
siempre aguardaron la llegada de Paris.

Un tiempo de párpados, en que aguardando,
construían nidos en crisálidas dormidas,
construían espera, siembra de silencios:
allí oro en su eternidad crecida.

Un tiempo que hoy debe ser borrado
y de su oro desprendido.

Camino a Sérifos, él mira y se comprueba llegado
a donde lo aún dormido está ya escrito;
avanza y ve al Alfarero que un día le borrará líneas
de entre sus dientes de colores.

Ve a quien sujeta un bosque de hilos,
a quien se aferra al no salir de la casa
donde todo lo que fue debe ser olvidado:
debe morir, como todo sueño,
de noche y en su propia coreografía.





La esfinge de Flaubert

(Del poemario “El cubil de los sueños”,
incluido en el libro “Camino a Sérifos” 1999).


Uno está sobre la cama, solo, sin anclajes;
es de noche, noche vampiro sed luz
y, como del fondo del mar, emergen las preguntas:
preguntas anillos versos que te desnudan.
¿Qué hacer sin ser el hábil Edipo?

Son noches de dudas, de frío puerto,
de anhelos y deseos apagados,
-velero anticipo tal vez de un futuro-,
donde los días, en vuelo detenido
-rosas leves sin sombras-, sean ya ajenos a mí.
Son noches de viento cactus,
de ir a por la memoria, la que sostiene,
y no ser más que distancia, distancia extraviada,
habitante de una fisiología cansada
donde las conexiones neuronales, ya no tropel,
se pierden y sonríen
y dejan paso a los espíritus del aire que sin piedad ondean
y desparraman la sustancia inmaterial sobre la que me levanto:
un maná de pájaros sin alas.

¿Y llegará el día -me pregunto ya definitivamente despierta-
en que perdida la batalla, civilizada,
perfumes y flores no me tengan que ser imposibles;
y que el camino búsqueda, ímpetu oasis,
el que aleja de lo que rompe,
no sea ya el fetiche más cuidado de este salvaje romántico?

Y el velero, rumbo cactus, sigue avanzando,
y avanza hasta llevarme a un lugar desazón,
un lugar donde los placeres imaginarios
-cansados ya de vivir, clausura en esta mente-
me son idos, me han dejado -por inoperancia, dice el viento-
destino hacia abajo, hacia donde siempre se ven
las mismas películas: "Mutación del jardín";
o "Daturina": alcaloide contra Asma Psique, agotada.

-¡Allí no! me digo casi gritando:
allí sería un ciego: en butaca, sí, pero abandonado.
Mas, como lluvia que piensa, tengo mis paraísos ideados,
mis sutiles fantasías alimento, siempre azules,
consuelo de angustias, artificios cumbre que no son tiempo;
luego, estoy a salvo, razono,
y me dejo cubrir de un cuerpo damasco, sin edad, puro.

Y tiempo sí fue aquel: ojos luz que cobijan,
tiempo estrella,
carente del saber que un día sepulta al otro,
que las agujas del reloj no son un invento,
que existen, que son propias de los mundos dinámicos
y tienen que jugar y moverse
y correr como niños locos, irresponsables, felices,
niños que destruyen todo, todo,
incluidos los castillos de quienes, en última instancia,
dispusieron vender su alma al diablo.

Arenas amantes, arenas que con mis pies acaricio,
tapiz insolado:
exequias que luego besarán la luna,
imposible reencuentro en un mundo tan dinámico.

Y cubierta aún del cuerpo damasco, me pregunto
qué pasará cuando la Esfinge,
sed de lo que no tiene,
se me enfrente y con su bronca voz diga:

-¡Alto, Quimera, detente!

Entonces es cuando espero que el músculolatir,
baúl repleto, preñado de fantasías,
educado -imagino- para no ser parada ante el asombro,
pueda decir: -¡No, jamás!
Yo siempre buscaré perfumes nuevos y flores más espléndidas,
flores que me hagan huir de la terrible realidad,
de los sueños sin misterio, de las playas azabache,
playas ámbar negro, vida sólo de algas,
de algas que te enredan y confunden;
playas en las que me veo nadando sin ser
tan hábil como Edipo ni tan práctica como Yocasta.

Y el damasco sí tenía edad, erosión; era tiempo:
lo supe al amanecer.
Como pude, salté del sueño, me puse la máscara y eché a correr.

Mas la memoria, detrás, selenita sin mercurio, sonreía.





Pequeñas risas

(Del libro “Ángel de guerra” 2010)
TERCERA PLANTA


Aquí son los que, en posición vertical,
viven amarrados discurso propio
a nombres que un día fueran verdades
y hoy murmuran imprecisos.

Baila y no pienses en su boca
-pide el Tetrarca-.
¡¡¡Baila!!!!

No tengo deseos de bailar hoy, Tetrarca.

¡¡¡Baila!!!!

Sobre el palacio planean alas de muerte.

Escala otra ventana,
les mira y habla con la mirada:

Yo tampoco puede escalar nubes,
ni atrapar en lo grabado lo que fueran
tantas pequeñas risas.

En la tercera planta
un día y otro es visionar al Tetrarca,
un día y otro,
en pleno Madrid,
visionamos La naranja mecánica.

Allí se inició la fiesta,
y el cáliz de luz apareció velado
en el diminuto valle de las palabras.

Palabras robadas
a la boca llena de miel y saliva
que dejabas caer por la oscuridad
de tus dedos largos
que ya acariciaban la magia del instante
que luego
en mitad del camino
mirará la vida a través de la luz de un cine
como si no hubiera pasado
el tiempo ese
que hoy transcurre sobre este papel
que yace en la mesa de un café
al soliloquio de recordar
que hubo días dedicados
a robar magia a las palabras
que se amasan con saliva y miel
para decir años después en otro café
“todo fue verdad”
antes de partir y yo quedara sin dedos largos
que me lleven de nuevo a ese cine
donde descubrimos
que la belleza
cual palacio de invierno
a los quince años es toda saliva y miel.



(Antonia Bocero. Del libro “Ángel de Guerra” Editorial Vitruvio 2010). Enlace al libro
Este libro va ilustrado por Toña Gómez y Amadeo Fasanella

http://libreriavitruvio.com/catalog/product_info.php?products_id=167&osCsid=8134e3ed1cb15a19e25115c8f0252087








Otros Enlaces de interés de ANTONIA BOCERO

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