Luis Belmonte Bermúdez (Sevilla, 1578? - Madrid 1650?), poeta, cronista de Indias y dramaturgo español del Siglo de Oro.
Se discute la fecha de nacimiento, desde finales de los años 1570 hasta principios de los 1590. Siendo aún muy joven, marchó a México y al año siguiente al Perú. Ya entonces se dedicaba de lleno a la literatura. Actuó como cronista y secretario en expediciones del general Pedro Fernández de Quirós. Ha dejado una Historia del descubrimiento de las regiones Austriales hecho por el general Pedro Fernández de Quirós. Tras una nueva estancia en México regresó a España en 1616 y se estableció en Sevilla. En 1620 está ya en Madrid y participó en las Justas poéticas de San Isidro. Desde entonces dejó la poesía y se consagró por entero al teatro.
Es autor de dos poemas épicos: La aurora de Cristo y La Hispálica, esta última en torno a la conquista de Sevilla. Se conserva además media docena de piezas teatrales; la más celebrada es El mayor contrario amigo y Diablo predicador. Apareció como escrito anónimo por el desenfado y libertad de algunos caracteres, y sólo tuvo problemas con la censura muchos años después. Sus contemporáneos vieron en ella una exaltación de la orden franciscana y de la práctica de la caridad, pero después se entendió como una crítica anticlerical a causa del gran personaje cómico del lego fray Antolín. El demonio es castigado por san Miguel, a causa del hambre que hace pasar a una comunidad franciscana, a pedir limosna para ellos y el mismísimo diablo se transforma en predicador. En otras obras recrea temas históricos. El sastre del Campillo se inspira en la Historia de España del padre Juan de Mariana para tratar las disputas entre los Lara y los Castro por la tutoría del niño Alfonso, futuro Alfonso VIII de Castilla. Representó también El príncipe villano, El gran Jorge de Castriota y príncipe Escanderberg, Las siete estrellas de Francia, El triunvirato de Roma, El conde de Fuentes en Lisboa, Darles con la entretenida... Obras de tono heroico y complicada acción con estilo retórico y altisonante. En colaboración con Agustín Moreto y Martínez de Meneses escribió La renegada de Valladolid, sobre una leyenda piadosa, y El príncipe perseguido, sobre Borís Godunov. También hizo una comedia de tema mitológico: Los trabajos de Ulises.
EL DIABLO PREDICADOR
[FRAGMENTO]
JORNADA PRIMERA
Baja LUZBEL, en un dragón
LUZBEL: ¡Ah, del oscuro reino del espanto,
estancia del dolor, mansión del llanto,
donde ya de otro daño sin recelo
la desesperación es el consuelo!
Abrid; y tú, de quien mi rabia fía
de esa noble y eterna monarquía
el gobierno en mi ausencia,
ven a mi voz.
Sale ASMODEO, por un escotillón
ASMODEO: Ya estoy en tu presencia;
pero, ¿qué te ha obligado
a que me llames?
LUZBEL: ¿No lo has penetrado?
ASMODEO: No, príncipe, si bien creo que es mucha
la causa.
LUZBEL: La mayor.
ASMODEO: Pues, dilo.
LUZBEL: Escucha.
Sobre este helado vestigio
en cuya forma triforme
di espanto en su Apocalipsi
al más venturoso joven,
para saber los que el yugo
de mi imperio reconocen,
en término de dos días
he dado la vuelta al orbe
y, de diez partes, las nueve
por las justas permisiones
del Criador eterno yacen
a mi obediencia conformes.
Los bárbaros sacrificios
me ofrecen, y adoraciones,
en las mentidas estatuas
de barro, de hierro y bronce.
La morisma en su vil secta,
y también otras naciones
que en una verdad disfrazan
mil diferentes errores,
sin que a ninguna de tantas
sus distantes horizontes
la disculpe de que al Dios
que todo lo hizo ignore,
pues no hubo en toda la tierra
clima tan ignoto donde
no llegasen, explicadas
por alguno de los doce
discípulos las verdades
de los cuatro historiadores;
ni parte donde el cruzado
leño, ya en llano o ya en monte,
no quedara por testigo
de su pertinacia torpe.
Solamente algunas partes
de la Europa se me oponen,
adorando al Uno y Trino,
y al Verbo por Dios y Hombre;
pero, aunque en ellas hay muchos
jardines de religiones
cuya agradable fragrancia
de sus penitentes flores,
penetra el eternos alcázar
para que a Dios desenoje
de lo mucho que le ofenden
los mismos que le conocen.
Los que me dan más tormento
son--¡ah, mi rabia me ahogue!--
esos hijos--sin nombrarle
será fuerza que le nombre--
de aquél por menor más grande,
de aquél más rico por pobre,
de aquel retrato de Dios
humanado tan conforme
que, si en un pesebre Cristo
nació, Francisco, por orden
también divina, un pesebre
para oriente suyo escoge.
Si tuvo, como maestro,
doce discípulos, doce
fueron los que de Francisco
siguieron también el norte.
Si el uno murió suspenso
de un árbol, no hay quien ignore
que otro de los de Francisco
murió pendiente de un roble.
Si de Jesús el sagrado
culto, la lluvia de azotes
le transformó en laberintos
de sangrientos tornasoles,
de la sangre de Francisco
todas las habitaciones
que tuvo parecen jaspes
salpicadas de sus golpes.
Si a Cristo la infame turba
le tejieron de cambrones
impía y regia diadema
que le hierra y le corone,
Francisco, en robusta zarza,
sólo en los paños menores
castigando pensamientos
inculpable por veloces,
revolcado entre sus puntas
logró la zarza verdores
de laurel que coronaron
penitencias tan feroces.
Si cinco puntas abrieron
en aquel árbol triforme
al cielo en su Autor divino
siempre abiertas para el hombre,
¿no fue su retrato en ella
Francisco, aunque yo lo llore,
sino original traslado,
pues en una unión acorde
de manos, pies y costado
con increíbles favores?
De Dios mereció Francisco
en una, cinco impresiones
de penetrantes heridas,
que al recibirlas entonces
la dicha de su contacto
le lisonjeó los dolores.
Hasta otro Tomás curioso
tuvo, que incrédulo toque
la herida de su costado,
a cuyo crüel informe
un éxtasis doloroso
le dejó a Francisco inmóvil;
de suerte que le juzgaron
por tránsito sus menores.
Los hijos pues de este humilde
portento de perfecciones,
con el fruto de su ejemplo
son mis contrarios mayores.
Que el Hacedor soberano
castigara oposiciones
de quien, siendo su criatura,
pretendió de Criador nombre.
Vaya, que aun no fue el castigo
a mi delito conforme,
y no sólo no me ofende
pero me añade blasones;
que su sacrosanta madre
pusiera en mi cuello indócil
la planta, cuyo coturno
de serafines compone.
No me irritó; que si es reina,
por infinitas razones
de las nueve órdenes bellas
tronos y dominaciones,
puesto que perder no puedo
mi ser angélico noble.
Mi reina es y no me ultraja
que su pie a mi cerviz dome.
Sólo tengo por injuria
que a tantas persecuciones
estos míseros descalzos
tantos vencimientos logren;
que el ser tan flacos contrarios
los que a mi poder se oponen
de mi altivez acrecientan
más las desesperaciones.
Ellos al cielo conducen
más almas que ese salobre
piélago produce arenas,
más que cuantas plumas torpes
de tantos heresiarcas
han conducido legiones
de espíritus al infierno.
Y no, Asmodeo, te asombre
que si este mal no se ataja.
Muy presto no ha de haber donde
los remendados mendigos
la bandera no enarbolen
de aquél que, por su valiente
humildad mereció el nombre
de gran alférez de Cristo;
Y que aquella silla goce
que perdí cuando intentaron
mis soberbias presunciones
fijarla en el solio trino
poniendo en arma su corte.
Para esta empresa te llamo.
No fácil te la propone
mi ciencia porque después
de la del celeste monte
a ninguna tan difícil
se arrojaron mis rencores;
porque la regla que guardan,
como sabes, estos hombres
es la apostólica vida,
y no por inspiraciones
solamente institüida
porque Dios mismo esta orden
dictó a boca que Francisco
fue su secretario entonces.
El cual le dijo, piadoso
para con sus posteriores:
"¿Quién, Señor, guardará regla
tan crüel que se compone
de veinte y cinco preceptos
sin glosa ni explicaciones
con pena de mortal culpa
siendo humano?" Y respondióle:
"Yo crïaré quien la guarde,
Francisco, no te congojes."
Mas no le dijo que todos
uniformemente acordes
la guardarían; que fueran
vanos nuestras pretensiones.
Parte a España, y en Toledo
que es hoy de sus poblaciones
la mayor, siembra impiedades
en los de mediano porte,
y en los gremios, que éstos son
los que a estos frailes socorren,
estorbando que en sus pechos
la devoción fuerzas cobre;
que son, en lo que aprenden
tenaces los españoles.
No en los ricos te embaraces;
que más que tus persuasiones
hará la ambición en ellos;
y, aunque vean dos mil pobres,
no harán reparo ninguno;
que, como nunca estos hombres
ven de la necesidad
la cara, no la conocen.
Esto en general, que en todas
las reglas hay excepciones.
Yo en esta ciudad de Luca
me quedo, donde disponen
mis cautelas que estos frailes
la conservación no logren
de un convento que han fundado,
haciendo en sus moradores
que las limosnas conviertan
en vergonzosos baldones;
que ya casi persuadidos
los tengo a que son mejores
limosnas las que se hacen
a quien con obligaciones
lo pasan míseramente
que a los que vienen con nombre
de religiosos mendigos,
sin que a la ciudad importe
entre los demás que tengo
para que mi engaño apoyen.
Hay aquí un rico avariento
con quien fuera el que supone
la parábola piadoso
y liberal, cuyo nombre
es Ludovico, y ya llega
de Florencia su consorte,
tan infeliz como hermosa
y cuerda, pues antepone
a su pasión la obediencia
del padre que, siendo noble,
con este ambicioso bruto
la casó por verse pobre.
Pero es devota de aquella
de todos los pecadores
abogada, que la libra
de estas imaginaciones.
Pero ya llega a su casa.
Parte a España, que aunque invoquen
en su ayuda estos mendigos
las divinas protecciones,
he de hacer que esta segunda
nave de la iglesia choque
en los escollos de impíos
y rebeldes corazones,
negándoles el sustento,
o que en los bajíos toque
de la natural flaqueza
con que, por lo menos, logre
que en su poca confïanza
sin que el piloto lo estorbe,
zozobre, si no se pierde
o encalle, si no se rompe.
ASMODEO: Príncipe de las tinieblas,
a tus preceptos responde
obedeciendo Asmodeo.
Desde hoy estén a tu orden
los espíritus impuros
del español horizonte.
Presto verás los del tosco
sayal con fuerzas menores
si Dios mismo en favor suyo
su autoridad no interpone.
Sube ASMODEO en el mismo dragón que
bajó LUZBEL
LUZBEL: Estos frailes dejarán
desamparado el convento
por la falta de sustento
si hoy limosna no les dan;
que con sólo un pan ayer
que un pasajero les dio
todo el convento comió;
mas hoy no le han de tener;
que aunque el Guardián ha salido,
viendo su necesidad,
a pedir por la ciudad
ninguno le ha socorrido.
Mas ésta la casa es
de Ludovico, y por ella
va entrando su esposa bella;
pero llorará después
el haberse reducido
de su padre a la obediencia;
que su amante, de Florencia
desesperado ha venido
siguiéndola.
Salen LUDOVICO, de camino, y CRIADOS, y por otra
puerta OCTAVIA y JUANA
LUDOVICO: Conoció,
sin duda, las ansias mías
vuestro padre, pues dos días
la dicha me anticipó;
aunque también he sentido
el que no me haya avisado
para que hubiera logrado
el haberos recibido
con la ostentación forzosa
diez millas de la ciudad.
OCTAVIA: No quiero más vanidad,
señor, que ser vuestra esposa;
y así no os quise obligar
a una fineza excusada.
JUANA: (Es que ya viene informada Aparte
de lo que siente el gastar.)
LUDOVICO: Muy bien habéis respondido.
JUANA: (¡Qué presto se ha conformado!) Aparte
OCTAVIA: (Horror el verle me ha dado Aparte
¡Qué desdichada he nacido!)
[Aparte las dos]
JUANA: ¿Qué te parece?
OCTAVIA: No sé.
Déjame; que estoy sin vida.
LUZBEL: (La mujer está afligida Aparte
pero bien tiene de qué
porque es el hombre peor
de todos cuantos encierra
el ámbulo de la tierra.)
LUDOVICO: Tan ufano está mi amor
de poderos llamar mía
que aún viéndolo no lo creo.
OCTAVIA: Pues creed que mi deseo
no esperó ver este día.
Sale un CRIADO
CRIADO: Un florentín caballero
que Feliciano se llama
te quiere hablar.
LUDOVICO: ¿Feliciano
en Luca? Mucho me espanta.
Aparte las dos
JUANA: Él te ha venido siguiendo.
OCTAVIA: Esto sólo me faltaba.
LUDOVICO: Pues, ¿qué espera?
CRIADO: Tu licencia.
LUDOVICO: ¿Quién es dueño de mi casa
y de mí pide licencia?
Sale FELICIANO
FELICIANO: Prevención fuera excusada
el pedirle; pero supe
que ahora de llegar acaba
vuestra esposa, y mi visita
juzgué que os embarazara.
LUDOVICO: Señor Feliciano, fuera
de ser nuestra amistad tanta,
caballeros tan ilustres
honran siempre, no embarazan,
y yo pienso que es mi esposa
vuestra deuda.
FELICIANO: Y muy cercana;
mas, como el padre la tuvo
de todos tan recatada,
nunca llegué a conocerla;
que hasta que la vi casada
siempre la tuve por otra.
LUDOVICO: Pues es cosa bien extraña.
OCTAVIA: La condición de mi padre,
como sabéis, fue la causa.
FELICIANO: Y vuestra mucha obediencia.
Gocéis, Ludovico, a Octavia
los años que yo deseo.
JUANA: (Pues moriráse mañana.) Aparte
LUZBEL: (Tú harás que la goce poco Aparte
si María no la ampara.)
LUDOVICO: ¿Y a qué ha sido la venida
a Luca? Que me alegrara
de que fuera muy despacio.
FELICIANO: Amigo, Luca es mi patria
pero solamente vengo
a vender de mi mediana
hacienda lo que ha quedado
y salir luego de Italia
porque mi intento es servir
al gran César de Alemania
pues ya, de mis pretensiones
murieron las esperanzas.
De veinte años en Florencia
entré, donde pleitaba
de por vida un mayorazgo
con asistencia del alma.
Vióse el pleito sin citarme
y, aunque mi abogado estaba
presente, en él tenía
neciamente confïanza.
Nada en mi defensa dijo
porque la parte contraria
selló con oro sus labios;
que con sólo una palabra
en que el hecho consistía
vieran mi justicia clara,
en fin, perdí el pleito.
LUDOVICO: Amigo,
todo el oro lo contrasta.
No hay cosa que lo resista.
LUZBEL: (Yo he de hacer, cuando no caiga, Aparte
que tropiece en la sospecha.)
FELICIANO: Que ésa es verdad asentada.
Se ha visto bien, Ludovico,
en voz y en mi prima Octavia,
pues por hombre poderoso
gozáis la fénix de Italia.
LUDOVICO: Decís bien.
OCTAVIA: Aunque el ser vos
parte tan apasionada
me aseguren de que son
lisonjas vuestras palabras,
si en la intención no me ofenden,
en lo que suenan me agravian.
Yo me casé por poderes
sin ver, con quien me casaba.
Claro está que no gustosa
pero tampoco forzada;
que no tienen albedrío
mujeres nobles y honradas.
Pero, si yo fuera mía,
ni todo el oro de Arabia,
creed, señor Feliciano,
que a casarme me obligara
con Ludovico, y decirle
que fue su hacienda la causa
cuando fuera verdad, fuera
verdad poco cortesana.
FELICIANO: Yo le he dicho lo que siento
con llaneza, en confïanza
de la amistad.
LUDOVICO: Yo sintiera
que de otra suerte me hablaras.
[LUZBEL], acercándose a LUDOVICO [le habla
al oído]
LUZBEL: Mas de Octavia la respuesta,
si bien se mostró enojada,
parece que es disculparse.
LUDOVICO: (Sin duda que quiso Octavia
disculparse con su deudo
por ser su nobleza tanta
que se casó con un hombre
que en la sangre no la iguala
pues le dijo que, a ser suya,
conmigo no se casara.
Aunque también ser pudiera...
Pero es ilusión.)
Salen el GUARDIÁN, y fray ANTOLÍN,
que es lego
GUARDIÁN: Deo gratias.
ANTOLÍN: Por siempre, pues callan todos.
LUDOVICO: ¿Cómo se entran en mi casa
sin llamar? (Con estos frailes Aparte
tengo oposición extraña.)
GUARDIÁN: Abierta estaba la puerta.
LUZBEL: (Con éste no hago yo falta. Aparte
Voyme adonde más importe.)
SEGUIR LEYENDO:
http://www.comedias.org/belmonte/diapre.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario