Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 10 de mayo de 2012

1261.- LORENZO ARABÍ



Lorenzo Arabí es el seudónimo de Manuel Pérez Padilla. Seudónimo compuesto por su segundo nombre y el segundo apellido de la única bisabuela que conoció. Nació en Almería en 1969, aunque vivió hasta los dieciocho años en Huéscar, pueblo de la provincia de Granada, estudió ingeniería técnica agrícola, trabajó siete años como celador en una clínica privada, lo dejó para dedicarse sobre todo a su familia, y a sus tres vocaciones, escribir, fotografiar, y cocinar. Reside en Almería con su mujer y sus dos hijos.
Libro de relatos: Yo soy la tormenta
Poesía: Itsmo de las fauces, Editorial: Poesía eres tú, 2012




ITSMO DE LAS FAUCES
Editorial: Poesía eres tú, 2012



Duele

Medir el miedo cuando es infinito
encerrado en la cárcel del dolor
da al rojo sangre, a la oscuridad tiempo
y a la boca silencio. El grito
no vale para amainar
los dientes desgarrando la médula,
y tampoco callar, nada apaga
el fuego que recuerda a la vida
al vientre y al sollozo, todo es gasolina
temblor y mentira, orín impertinente
tabla que asoma desde el barro, vejez joven
cuerpo que asoma desde el barro, viva muerte.
Y mientras, ando, golpeo, y descifro mi propio
silencio, mi propio andar hacia allí, al fondo.




Puerta al Olimpo

El suelo es absurdo, soporta
al humano, preñado, impúdico
de avaricia ilustrada: humean
en el horizonte el vapor; alzan
los estandartes del fin; incineran
los pies de guerreros. Leo esto
en palabras de tinta, detrás
invisible la desnudez humana,
me informo y padezco.
Bombeas sangre, tú, vicio, espejo
de pupila crítica, a los absurdos
aparejos que me conforman.
Estoy atrapado, encaramado
en el suelo, absurdo como yo,
como dios, humano como el Olimpo.





No quiero entrar

Es un túnel de hormigón arremangado
en las entrañas del hospital,
la luz inconmovible cercada por tripas,
los rasguños en las paredes guían
los pasos que no apetece colocar
en el suelo sin sombras perfiladas.
Quien viene ya está perdido
y desea nuevamente perderse
para pedir ayuda.
¡Y quien no!
Como los intensos huecos
de un intestino dédalo
de monótona escarpadura
recorremos:
derecha, derecha, derecha
y el pasillo se abre a un nuevo agujero;
derecha, derecha, derecha
y otra sala abierta como una plaza;
derecha, derecha, derecha
y una puerta mal pintada;
derecha, y nos sentamos
a esperar lo finito, ¡qué tarde es siempre!

¡Y nunca hay ventanas! ¡Habrá que imaginarlas!
Recorremos las profundidades con ambigüedad
rozando con la palma de la mano un pasamanos
que nos puede lacerar, sin embargo necesitamos
su consistencia, y su ingenuidad, nos sustenta
sin pedir a cambio justicia, las sillas dan la espalda
y nos impelen a esperar con los ojos en la puerta,
con los oídos escuchando el aire que ha entrado
en el pasillo, a nuestro nombre hablado y no dicho
a la espera que partamos detrás. Otra persona
se ha levantado, es ella y no yo quien contesta
por mi nombre, afirma, saluda, entra en la consulta.
Tanto hablar de libertad, y uno puede existir sin necesidad
de serlo siempre, alguien se prestará a ocupar mi puesto,
necesito claudicar de lo aburrido, de las luces parpadeantes,
de los espacios cerrados, de las palabras lúgubres.
Hoy mismo puede ser, únicamente quedarse sentado.

La libertad es eso, un imposible, eternamente anhelo,
las vueltas de guión, romper la hoja, y con el rasgueado
el silencio que acuna los candados, la orilla
podría ser solución, también miedo, susurro
de arboleda, y ojos envidiosos. Lo dicho:
la orilla podría ser solución.







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