MARIANO CÁRDENAS PALACIOS, LA MÚSICA ETERNA
En el barrio de la Magdalena, germen histórico de la ciudad de Jaén, nació Mariano Cárdenas Palacios, poeta y músico único en su estilo, guitarrista de manos prodigiosas con las que interpreta sus melodías de alta inspiración.
Anoche nos cantaba Orfeo.
para José Torres
Eres tú, uno de los que beben
de la fuente de piedra,
de aquella que se engendra a sí misma
o sueña las playas adheridas a su alma.
Porque aquí todas las piedras sueñan con pleamares
que hagan su alma más leve.
Y una noche Orión nos mirará
allí donde las brújulas ya dormitan.
La montaña tembló al decir el último verso,
y subían los derviches a danzar con la Luna,
el leve volar del universo
engendra el aceite en aceituna.
Con los caballos Faetón
hacia los riscos nos subía,
y en los apriscos el cíclope suele cantar con Orfeo.
Las sibilas en trance aparecieron
y a Isis todos nos encomendamos.
El fruto de Baco el sol va dorando,
y el de Buda como laúd púrpura
murmura.
Querubín del Arco San Lorenzo,
Gerión de los secretos del ocaso,
anoche tu escuchabas al Orfeo
de Grecia.
Querubín con tus alas vas subiendo
escalones de estrellas,
sobre la calle Parrilla.
SÓLO EL AMOR VENCE A LA MUERTE
A Arturo.
Elegía
Un llanto de violonchelo
baja por tus sienes yertas,
lirios ya vienen cantando
por el azul de tus venas.
La noche ponía espinas
y lagrimillas de estrellas
dibujaron en tus ojos
siete perlas de tristeza;
una guitarra me dijo
con la voz muy lastimera
que vio a tus manos volando
arpegiando entre la niebla;
y la trompeta del sueño
con un raudal de corcheas
se desgranaba en la noche
sobre el altar de la pena.
¡Oh, amigo del silencio,
qué guitarra más desierta,
qué llagas en sus entrañas,
qué son doliente en sus cuerdas;
qué aullido de los bordones,
qué estampida de maderas,
qué grito de los oboes,
qué gemido de cornetas,
qué bramido de pianos,
qué agonía de vihuelas,
qué rellorar de tambores,
ya las lágrimas me anegan!
Qué notas de nieve roja,
qué claveles en tus venas,
qué potros fueron tus manos
desbocadas en las cuerdas;
qué rayo de rabia puso
la muerte en la tarde aquella,
y qué trémolos de estanque
la flor de tu calavera.
MELANCOLÍA
¿Dónde nace la tristeza?
¿dónde vive la esperanza?
¿dónde el caudal de la pena
borda el llano de las almas?
¿Dónde el raudal de los ojos
brama sobre la montaña?
¿Cuándo la nieve perpetua
se nos fija en la mirada?
¿Y dónde nacen las sombras?
Se me hiela la garganta
al ver los besos de fuego
en su perpetua morada.
¿Dónde el manto de la luna
se besa con la mañana?
Abrazos errantes doy
a la tierra que me llama.
Mis huesos será camino
sobre una alfombra de grama,
y mis lágrimas, arroyos
desembocando en el alba;
mis manos serán la piedra
donde posará temprana
la aurora sus ojos tristes
de madreselva encantada
mi boca será simiente
abierta como una llaga
en la guitarra del sueño,
en el soñar de las llamas;
y cuando las flores toquen
a los aires su sonata,
mi voz será ya un suspiro
de la garganta sagrada.
VIRGEN DE LA LECHE
La Virgen amamanta al Niño; lo mira amorosamente,
con el alma le habla, y piensa...
Lo ponías en tu pecho,
acariciabas su sien;
él bebía entre azucenas,
tú lo besabas después.
Entre tus brazos dormido,
prodigio de placidez.
¡Qué columpio de colores
meciéndose en tu vaivén!
Redondas gotas de escarcha
soñaba el amanecer;
eran pétalos de nieve
los efluvios de tu piel.
Al arrimo de tu pecho
nada había que temer:
la madre, puerto seguro;
el niño, blanco bajel.
No se oyó jardín tan bello,
que nunca se vio tal edén:
por los campos regalados,
entre trigos, un clavel.
El clavel brotó en su tallo,
se irguió en gallardo ciprés;
la luna le plateaba,
el sol se puso a sus pies.
El mundo, tan sordo y mudo,
creció malo, se hizo cruel.
¡Ay! ¿Qué fue de aquella rosa,
y de aquel nardo qué fue?
Lo apretabas en tu pecho,
lo querías esconder
de las conjuras del hielo,
de las tormentas de hiel.
Con qué ternura de madre,
con qué calor de mujer,
qué arrebatadoramente
le brindabas tu querer.
Eran dos ríos redondos,
dos nidos de leche y miel;
la mañana rezumaba
un rocío rosicler.
El niño se amamantaba,
Dios ponía su boca en él;
deshojaba, beso a beso,
los racimos del placer.
Cifra y dicha se han cumplido:
hoy, mañana y ayer;
la eternidad en el tiempo;
y el tiempo empezaba a ser.
Cómo se gozaba el Padre
mirando al Verbo beber;
sus ojos, astros azules,
desorbitados de ver.
Dios mismos se sonreía
-sonajas de cascabel-
y cuando el niño lloraba,
lloraba el Señor también.
Todo un Dios ¡Qué maravilla!
pidiéndote de comer.
Mujer que a Dios da su pecho
¿qué no habrá de darte Él?
Ante misterio tan alto,
frente a tanta sencillez,
Dios entero era un infante;
enmudecían los Tres.
Mientras el niño libaba
de tu pecho cañamiel,
aprendía la Palabra:
"Venga a mí quien tenga sed".
Fuiste la sabia ambrosía
que alimentara su sed.
"Esta es carne de la vida
que por el mundo daré".
Fue tu corazón la escuela,
las tablas de su taller.
Al latido de tu pecho
¿qué no se puede aprender?
Tan cerca dos corazones,
ambos vibrando a la vez.
Dios es un niño que llora,
y la humanidad, mujer.
La madre le dio su pecho,
el niño empezó a beber;
sintió el sabor de ser hombre
en la raíz de su sed.
Comenzó a decir tu nombre:
María de Nazaret;
aprendió a mirar tus ojos,
y tú a contemplarte en él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario