TRINA DE LA CAMARA
Granada, 1915-Almería, 2002. Poetisa y dibujante. Guía sus primeros pasos Sofía Melero de Nestares, granadina de pulcros y medidos versos, que le corrige y orienta, tratando siempre de educarla en la métrica y en la ortodoxia rítmica. Pero Trina acabará optando por una rima poética libre y personal, con inspiración en la lectura de San Juan de la Cruz, Rabindranath Tagore y Juan Ramón Jiménez, dejando entrever en sus primeros versos la influencia de Federico García Lorca, cuya lectura fue una de las primeras "desobediencias" a los consejos de Sofía, de la que -sin dejar nunca de profesarle auténtica devoción- se fue apartando poéticamente.
Niña soñadora, creció feliz en la huerta familiar de los Cámara, en Almería. Allí vivió su particular universo, rodeada de plantas, de animales, de una naturaleza por la que siempre sintió irresistible atracción y que está constantemente presente en su extensa obra poética, en sus relatos y cuentos.
Sus versos llenos de ternura, entrañables y sentidos, reflejando unos pura mística, y expresando otros el sentimiento de lo cotidiano. Reflejando la alegría y la tristeza. La tristeza inmensa ante la pérdida de su primogénita, o la de su anhelado hijo varón a solo unos instantes de su alumbramiento.. Amiga de poetas y escritores, compartió inquietud poética y amistad con Gerardo Diego, Jesús Campos, Diego Fernández Collado, Carmen García Bervel, José Andrés Díaz, María Yélamos, Antonio Manuel Campoy, gozando su obra de la estima y valoración de Sotomayor, Manolo el Pollero, Gerardo Diego y Lauro Olmo.
La enorme personalidad de su célebre marido, Jesús de Perceval, contribuyó a velar, a mantener casi en la sombra, su producción literaria escatimando así los frutos de su sensibilidad, haciendo caso omiso a lo que en uno de sus poemas ella misma pedía al árbol:
Deja sembrar tus hojas esparcidas
no quieras retener lo que te prestan
que el árbol no es el dueño de la vida.
Los manuscritos de sus versos se ilustran en ocasiones con unas ilustraciones propias, unos dibujos líricos, bucólicos, con escenas amorosas y maternales. Trina fue, también, artista plástica; faceta suya poco conocida que cuando, en raras ocasiones, ha salido a la luz ha sido altamente valorada, tal como sucedió cuando el bello dibujo con que concurrió a la Exposición Nacional de la Asociación de la Prensa en el Corpus de Granada de 1942, mereció el primer premio y la medalla de oro.
PRESENCIA. POEMAS DE TRINA DE LA CÁMARA
Introducción de José Luis Ruz al libro de Poemas de Trina de la Cámara Presencia, ed. Graf. Gutenberg, Almería, 1996.
"Trina de la Cámara escribe desde siempre. Desde que en casa le comenzaran a llenar de versos su infancia. De unos versos de los poetas de siempre, que doña Carmen, su madre, sabía como nadie sentir y recitar. Niña soñadora, creció feliz en la huerta familiar de los Cámara. Allí vivió su particular universo, rodeada de plantas, de animales, de una naturaleza por la que siempre sintió irresistible atracción y que está constantemente presente en su extensa obra poética, en sus relatos y cuentos.
Guía sus primeros pasos Sofía Nestares, poetisa granadina, pulcra y medida, que le corrige y orienta, tratando siempre de educarla en la métrica y en la ortodoxia rítmica. Pero Trina optará por una rima poética libre y personal. Buscará la inspiración en la lectura de San Juan de la Cruz, de Rabindranath Tagore y Juan Ramón Jiménez, dejando entrever en sus primeros versos la influencia de Federico García Lorca, cuya lectura fue una de las primeras "desobediencias" a los consejos de Sofía, de la que -sin dejar de profesarle auténtica devoción- se fue apartando poéticamente.
Son los de Trina, versos llenos de ternura, entrañables y sentidos. Mientras unos reflejan pura mística, otros expresan el sentimiento de lo cotidiano. Algunas alegrías y las tristezas. La tristeza inmensa que desprenden sus versos ante la pérdida de su primogénita, o la de su anhelado hijo varón a solo unos instantes de su alumbramiento...
Amiga de poetas y escritores, ha compartido inquietud poética y amistad con Jesús Campos, Diego Fernández Collado, Carmen García Bervel, José Andrés Díaz, María Yélamos, Antonio Manuel Campoy, gozando su obra de la estima y valoración de Sotomayor, Manolo el Pollero, Gerardo Diego y Lauro Olmo, al que, por cierto, oí un día comentar que no se explicaba cómo guardaba Trina, con tan raro celo, sus escritos. No sé qué timidez, qué extraña modestia, le ha llevado a mantener en la sombra, a velar, su capacidad creadora, algo a lo que sin duda habrá contribuido, también, la enorme personalidad de su célebre marido, Jesús de Perceval.
Repasando sus manuscritos, vemos cómo a veces ilustra sus versos con unos dibujos líricos, bucólicos, con escenas amorosas o maternales actitudes. Y es que Trina es, también, artista plástica. Otra faceta suya poco conocida, e igualmente oculta, que cuando, en raras ocasiones, ha salido a la luz ha sido altamente valorada, tal como sucedió cuando el hermoso dibujo que concurrió a la exposición nacional Corpus de Granada 1942, obtuvo, en reñida competencia, el primer premio y la medalla de oro.
Ahora, a hurtadillas, sin su consentimiento, su hija Carmen le publica el puñado de poesías que hemos elegido y que componen este libro. Para más adelante se prometen otras. Esperemos que entonces vean la luz con su beneplácito, pues no nos parece justo que nos prive de ellas. Que no nos escatime los frutos de su sensibilidad.
Artículo de José Luis Ruz publicado en La Voz de Almería,
el 27 marzo de 2002.
CRESPON NEGRO EN EL CRISTO DEL AMOR
El pasado día 13 de marzo moría en nuestra ciudad doña Trinidad de la Cámara Montilla, Trina para los suyos, Trina de la Cámara para sus muchas amistades. Y con ella se iba uno de los pocos testigos que van quedando de los inicios iconográficos de la Semana Santa almeriense tal como hoy la entendemos y en particular de la gestación y nacimiento del Crucificado que se venera en la iglesia de San Sebastián, salido de las gubias y la maestría artística de Jesús de Perceval, su marido.
A la sombra de su brillante compañero, la actividad artística de esta mujer queda velada, en un segundo plano que no por discreto resulta ni mucho menos irrelevante, pues fue mucha su valía. Su indudable sentido artístico, su sensibilidad, quedan puestos de manifiesto con facilidad. Con nada que indaguemos en su quehacer nos aparece una consumada dibujante, autora de delicados dibujos de tema generalmente bucólicos con los que conforma un retrato un poco naif y bastante sincero de su tierra y de sus gentes. Con poco que busquemos hallaremos en ella, también, a una sentida poeta...
Pero aún siendo estas actividades de Trina algo de lo que sería bueno ocuparse, parece ahora oportuno que estas pocas líneas sean dedicadas a recordar su colaboración con Jesús de Perceval en la Escultura, desde la época de juventud del artista en su primer estudio en la calle de Eduardo Pérez, allá por el inicio de los años 30, y luego en el que sería definitivo, en una casa de la calle Padre Gabriel Olivares, hoy dedicada al artista.
Se iniciaba la década de los 40. De aquella casa de la huerta de los Cámara, un legado recibido por Trina de sus mayores, como por encanto salen cumplimentados infinidad de encargos; se suceden las imágenes, los retablos y los tronos que las enmarcan y procesionan. Una labor enorme se desempeñaba en el taller de Perceval. Carpinteros, doradores, tallistas, aprendices, se afanaban en una labor común con el que se logra revestir no pocos templos de la capital y la provincia. En aquella labor, en muchas de aquellas realizaciones, aparece con frecuencia la mano hábil de Trina. En el dorado y policromado de la talla de la Virgen del Carmen, que patronea a los pescadores desde San Roque, se hallaba aplicada la esposa del escultor cuando surge el encargo de un Cristo para San Sebastián.
El embarazo de su hija Carmen no le impide, en absoluto el ayudar a Jesús en la ejecución de la talla, primero en su calidad de crítica -que lo era, y aguda- y finalmente en la elaboración del policromado y el acabado, en aquellos calurosos días de finales de junio de 1945, del Cristo del Buen Antor. Un Cristo representado por Perceval en el momento de la Expiración, que habría de constituir uno de los más representativos de los cinco con que cuenta la iconografia del Crucificado en la Semana Santa almeriense, una talla en madera que acusa en su traza la influencia de otra de Alonso Cano.
Un Jesús en la Cruz del celebérrimo escultor facilitado por la propia Trina, que lo había recibido de sus ancestros de la ciudad del Darro, permitiendo de este modo tan directo hacer posible, a pesar de la distancia en el tiempo, la influencia del granadino en la obra de nuestro escultor. En el trasiego de aquellos días perdió la antigua talla un par de dedos de sus magistrales manos, una mutilación que fue un tributo más, y doloroso, de Trina a la obra de su esposo.
Ayer martes procesionó con orgullo la Hermandad al Cristo del Amor. Cuando muchos ojos devotos repararon en el crespón, pocos sabrían que Trina de la Cámara contribuyó a encarnar, a dar lustre, a la piel de la imagen en que se anuda. Pocos sabrían como en 1985 fue de luto por su marido, Jesús de Perceval, y pocos, también, recordarían que en 1997 llevaba la misma señal luctuosa por la temprana desaparición de Mari Paz, la menor de sus hijas...
Y hasta aquí estas cuatro líneas que relacionan a Trina de la Cámara con la imagen del Cristo del Amor. Quién sabe si el inspirador de aquel poema suyo con que en 1967 presentía su propia muerte:
Pero siento mi alma como fría,
pero siento mi cuerpo como inerte
y por eso; Señor, te pido ahora
y por eso señor, te pido siempre.
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