Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 27 de diciembre de 2010

071.- MERCEDES ESCOLANO

MERCEDES ESCOLANO (Cádiz, 1964) es Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Cádiz. Prosiguió estudios de Doctorado en la Universidad de Sevilla. Fue alumna de la Universidad Clásica de Lisboa durante el curso 1989/1990, con una beca de la Fundación Calouste Gulbenkian.
Ha publicado Las bacantes (Madrid, Catoblepas, 1984), La almadraba ( Madrid, El Crotalón, 1886), Felina calma y oleaje (Córdoba, Diputación Provincial, 1986), Estelas (Madrid, Torremozas, 1991; 2ª edición, Cuenca, El Toro de Barro, 2005), Reales e imaginarios (Palencia, Astrolabio, 1993), Malos tiempos (Cádiz, Quórum Ediciones, 1997; 2ª edición, Cuenca, El Toro de Barro, 2001), No amarás (Cádiz, Diputación Provincial, 2001), Islas (Madrid, Ediciones La Palma, 2002), la antología Juegos reunidos. Poesía 1984-2004 (Málaga, Ayuntamiento, 2006), Fascinación del Atlántico (Cádiz, Diputación Provincial, 2007) y Café & Tabaco (Sevilla, Libros del Malandar, 2007).
Ha participado en numerosas antologías de poesía. Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, italiano, árabe, portugués y sueco.

AGUAMARINA

«Por el número de escoriaciones
del buque conocemos la cantidad de
sus viajes:
por las escoriaciones de nuestra piel,
cuántas veces hemos amado.»
Cristina Peri Rossi

Había perdido el timón y las estrellas,
equivocó el marino muslos con bitácoras,
nacarados senos arrancó el arrecife
con los labios que el alba nunca había dormido.
Amanecía el buque y la sangre
debatíase en escamas plateadas sobre el mar.
Brazos como remos rizaban las olas, urgente
por tu cuerpo el beso, la travesía era.
Equinoccios de sal mordían sus ojos
dejándolo ciego
sonámbulo
náufrago de amor y otras batallas.
Sobre tu espalda
aguamarina una flor azul
al medio día
lanzaba por la borda.





UN TIGRE

Pienso en un tigre. Bajará a la ciudad
a la hora en que abren los bares
y se expande un intenso perfume
humano. Anochece. Sediento
se acodará en la barra y beberá
unas copas con los ojos prendados
del brillo siniestro y metálico,
dúctil su lengua, aromado el local
con un vaivén continuo de clientes.
De fondo un blues elástico y el rugir
endiablado de las máquinas tragaperras.
Observa en silencio y remoja sus fauces.

Le delata la garra que esconde su camisa.
Nadie diría ?por su aspecto?
que es un cruel asesino de la selva,
sino un hombre sin prisas, indolente,
incapaz de inventarse otra rutina.
Cada viernes, tierno y solitario,
cometerá un crimen sin más rastro
que un poema olvidado sobre la barra.




LAS ISLAS DEL SUEÑO

Fuera de las rutas, más allá del mar
conocido, hay islas sin pájaros
donde crecen los árboles del sueño.
Los navegantes que a ellas arriban
quedan sumidos en un profundo sopor
que invade sus miembros y los paraliza.
Por el número de huesos esparcidos
junto a los troncos, se calcula
el número de infortunados.





LA ISLA DE LAS MUJERES

Cuando al amanecer, calmados los vientos
que horas antes agitaban las jarcias,
los tripulantes decidieron dirigirse a la isla
en busca de agua y provisiones,
eligieron una bahía serena y recogida
para desembarcar. Ya en tierra firme,
sobre cada uno de ellos se abalanzaron
más de cien mujeres, y cada una
se disputaba al hombre elegido,
y los hombres, exhaustos,
obligados a gozar sin parar
de todas y cada una de las hembras,
morían con los ojos en blanco.





ÍTACA

La bajamar se lleva a los muertos.
Nadie sabe adónde.

Si a islas de coral con abundante pesca,
si a playas donde nunca sopla el viento.
Se los lleva y no vuelven
a llenar nuestras vidas.

Lentamente
la bajamar los seduce,
los engalana uno a uno
con su collar de algas.

Cuando muera,
ven a espiar la marea y ver
cómo va lamiendo mi corazón
hasta dejarlo reluciente.


del libro Islas (2001)



MEDIODÍA PERFECTO

Mediodía perfecto en Egipto. Antínoo duerme.
Diríase barbilampiño, algo rubio de sienes,
hábilmente depiladas sus piernas para hacer
más lenta y reiterada la caricia de Adriano.
Su cuerpo, apenas un botón de miel salvaje,
un cervatillo de oro bajo la faz del sol.
Entre los cuernos de Isis observó Ra
su belleza. Viera tan sereno y soberbio
adversario dulcemente dormido a la sombra,
que su celo desgarró la lona del toldo,
la cúpula sofocante del aire, quemando
con un rayo el ánade tibio de su pecho.
Quedaron a un costado, mudos, desencajados,
los ojos de Adriano, tristes como yeguas
que ahuyentar quisieran la muerte del amigo.



LA POESÍA

si vos me hubieseis entonces
ofrecido la poesía
habríaosla arrojado
contra el suelo

ahora me agacho
y recojo

Las bacantes, 1984.


Escenas inolvidables

Rizada su melena de cobre, ondulado
el rugido más fiero de la selva,
puso garra en mi cuello a modo de abanico
y encendió todo el aire su cercana presencia.
Fuera yo rubia, linda artista de Hollywood
entregada a los brazos del seductor felino,
joven promesa, musa de algunos
directores sin suerte ni dinero.
Yo, conquistada. Yo, carne fresca
bajo el lomo feroz del cuadrúpedo amable
que, con voz amielada, a mi oído susurra
la banda sonora de algún viejo éxito.
Yo, domeñada. Yo, débil hembra
incapaz de negarme a guiones sin peso.
El plató nos otorga el dominio soñado
y aunque efímeros, falsos, los instantes
rodados se convierten eternos
en la mente infantil de la estrella de cine.
Yo, celuloide. Yo, heroína
en las garras de oro de la Metro-Goldwyn-Mayer.



Chinatown

La jungla brota con los primeros tigres.
El kimono de Madame Li-Sui entreabre

una ruta a los barcos noctámbulos:
encallados marines de rumbo impetuoso,

rostros rutinarios envueltos en penumbra
cuyas pipas de opio aroman el ambiente.

Al hilo del espejo perfilo el negrísimo
escorzo de mis cejas, con oriental

esmero repaso los detalles del atuendo
mientras aguardo fugaces demandas de amor.


2

Nacaradas uñas y polvo de arroz,
cutis de porcelana dinastía Ching.

Hábilmente esparcidas por mi nuca
los diminutos dientes del almendro.

Pétalos de melocotón, mis labios.
Maquillada rosa de té, mi mejilla.

Finísima hilatura de oro y seda
en el paipai bordado de la lengua.

Escarlata y púrpura, tatuado a fuego
sobre mis senos, un dragón enroscado.


3

En una calleja del barrio chino,
alumbrado por farolillos de papel,

este burdel se asemeja, por lo dorado
y lo rojo, pese a su falsa decoración,

al palacio del emperador Li Tai Chi.
Amargo y blanco brazo del espino,

mi corazón llora cada vez que un cliente
regala a mi collar una nueva perla.
¿Qué estanque sostendrá esta noche
las flores de loto de mis lágrimas?




Café Levante

Llegaba los jueves con el viento
y en la barra asentaba su dominio,
mezcla de orgullo e inquietante distancia.
Apetecida, saciaba su sed
sintiéndose mirada, como dardo de luz
que atravesara el aire sin respiro.
No más quería, sentirse un rato
centro del deseo, fruta rabiosa
que el varón sueña entre dientes.
Sus medias, color ron,
ponían un grado de alcohol a la noche
y excitaban la vista, el olfato, el olvido.
Agitaba las horas con hielo sereno
y antes de irse, lejos de ebria,
había embriagado a más de un tipo.
Dejaba en el local fragancia a limón amargo
y se iba a casa con el viento de vuelta.

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