Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 27 de diciembre de 2010

006.- FELIPE BENÍTEZ REYES




Poeta, novelista, traductor y ensayista español nacido en Rota, Cádiz, en 1960.
Autor de una vasta obra que abarca todos los campos de la literatura, está considerado como una de las voces más influyentes del panorama literario español. Ha sido incluido en las más importantes antologías, gracias a su excelente dominio del lenguaje, que abarca desde el neosimbolismo de su primera época hasta la gran versatilidad de sus trabajos poéticos posteriores.
Ha obtenido entre otros, los premios Luis Cernuda, Ojo Crítico, Fundación Loewe, Premio de la Crítica, Premio Nacional de Literatura y Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla 1994 por «Vidas improbables».
Parte de su obra poética está contenida en las siguientes publicaciones:
«Paraíso manuscrito» en 1982, «Los vanos mundos» en 1985, «La mala compañía» en 1989, «Poesía» en 1992, «Sombras particulares» en 1992,
«Paraísos y mundos» en 1996, «El equipaje abierto» en 1996 y «Escaparate de venenos» en el año 2000



.
EL DIBUJO EN EL AGUA



Bien sabes que estos años pasarán,
que todo acabará en literatura:
la imagen de las noches, la leyenda
de la triunfante juventud y las ciudades
vividas como cuerpos.

Que estos años
pasarán ya lo sabes, pues son tuyos
como una posesión de nieve y niebla,
como es del mar la bruma o es del aire
el color de la tarde fugitivo:
pertenencias de nadie y de la nada
surgidas, que hacia la nada van:
ni el mismo mar, ni el aire, ni esa bruma,
ni un crepúsculo igual verán tus ojos.

Un dibujo en el agua es la memoria,
y en sus ondas se expresa el cadáver del tiempo.

Tú harás ese dibujo.

Y de repente
tendrás la sombra muerta
del tiempo junto a ti.







.
EL EQUIPAJE ABIERTO



De todo comienza a hacer bastante tiempo.

Y en una habitación cerrada
hay un niño que aún juega con cristales y agujas
bajo la mortandad hipnótica de la tarde.

Comienza a hacer de todo muchos años.

Y la noche, sobrecogida de sí misma,
abre ya su navaja de alta estrella
ante la densa rosa carnal de la memoria.

Comienza a ser el tiempo un lugar arrasado
del que vamos cerrando las fronteras
para cumplir las leyes
de esa cosa inexacta que llamamos olvido.

Y llega la propia vida hasta su orilla
como lleva el azar la maleta de un náufrago
a la playa en que alguien la abre con extrañeza
—y esa ridiculez de disfraz desamparado
que adquieren los vestidos de la gente al morir.

Lejano y codiciable,
el tiempo es territorio del que sólo
regresa, sin sentido y demente,
el viento sepulcral de la memoria,
devuelto como un eco.

Como devuelve el mar su podredumbre.

Todas nuestras maletas
reflejan la ordenación desvanecida
de un viaje
que siempre ha sucedido en el pasado.
Y las abrimos
con la perplejidad de quien se encuentra
una maleta absurda
en esa soledad de centinela
que parecen tener las playas en invierno.






.


EL SONETO NOCTURNO




La luna era ese párpado cerrado
que flotaba en el circo de la nada
—y el niño retenía la mirada
su hipnótico vagar de astro cegado.

La noche es un jardín narcotizado
con esencias de alquimia y sombra helada
—y tu infancia una estrella disecada
en el taller de niebla del pasado.

La luna vive ahora en los relojes
que lanzan sus saetas venenosas
sobre la esfera blanca de este sueño.

De este sueño sin fin del que recoges
la ceniza dorada de esas cosas
de las cuales un día fuiste dueño.







.

INFANCIA




El viento golpea la puerta
del cuarto siempre cerrado.

El viento llama a la puerta.

El viento quiere abrir
la puerta en que detiene su camino
ese caballo blanco con ojos de cristal.

El viento araña
la puerta con su garra de dragón errabundo.

Los sioux y comanches
van tensando sus arcos.

La paloma mecánica
mueve sus alas frías.

Pero el viento
derriba al fin la puerta.

Y deja ver
la habitación de sombra y amargura.







.


LA CONDENA



El que posee el oro añora el barro.
El dueño de la luz forja tinieblas.
El que adora a su dios teme a su dios.
El que no tiene dios tiembla en la noche.

Quien encontró el amor no lo buscaba.
Quien lo busca se encuentra con su sombra.
Quien trazó laberintos pide una rosa blanca.
El dueño de la rosa sueña con laberintos.

Aquel que halló el lugar piensa en marcharse.
El que no lo halló nunca
es un desdichado.
Aquel que cifró el mundo con palabras
desprecia las palabras.
Quien busca las palabras lo cifren
halla sólo palabras.

Nunca la posesión está cumplida.
Errático el deseo, el pensamiento.
Todo lo que se tiene es una niebla
y las vidas ajenas son la vida.

Nuestros tesoros son tesoros falsos.
Y somos los ladrones de tesoros.






ANTOLOGÍA ESENCIAL



El enfermo rugir de la marea...

*
La vaga y fantasmal temperatura...

*
¿El oro del licor? Diría yo ganga...

*
Si el cielo desparrama su neblina...

*
Los árboles -¡tan altos!- que sorprenden
con verdor arrogante a cuanta sombra
en el bosque se adentra...

*
El faetón de los duques de Alburquerque,
subiendo por la calle Méndez Núñez...

*
Plata encendida y sombra de ese fuego
que en tu mano desmaya una flor muerta...

*
Lánguida luz de mar sobre la nieve...

*
Esa niebla ojival de la alborada...

*
Los pasos que da el Tiempo en la tiniebla...

*
Oscuro, insomne, herido y memorioso...

*

Los carros que recorren la rotonda...

*

Cuando caiga la muerte sobre mí,
Dora Villalba...

De «Vidas improbables»







ARTE MENOR





1
Su boca es como un verso.
Es de música y viene
desde el recuerdo.

2
Es falso que el recuerdo
sea la vida.
La vida es otra cosa
más retorcida.

3
En la calle del Olvido
me prometía
una noche a su vera.
Aún espero ese día.

4
La niña del joyero
no se desnuda
si a traducir a César
no se le ayuda.
La tarde aquella
La guerra de las Galias
libré con ella.

5
Se quitaba las medias
mientras decía
que su novio era alférez
de Infantería.

6
Olvera de atardecida.
Por sus calles vagan galgos
como fantasmas. Y la vida
tiene un algo de galgo
fantasmal, crepuscular,
en la Olvera atardecida.

7
En el amor vale menos
el presente que el pasado,
y el mismo amor pesa menos
que los celos.

8
Pero valen
más que el pasado y los celos,
pesan más que el mismo amor,
las noches en el recuerdo.

9
Calle del Conde Negro,
fui sin navaja.
Me asaltaron los otros.
Perdí la plata.

10
La miraba en el bar
y me miraba
con ojos que decían
«No me haces falta»

Porque es artista
y además tiene un novio
surrealista.

De «Vidas improbables»
("Miguel Fonseca, poeta tradicional")







CASA DE VERACRUZ

Entré en la casa blanca con mi incierta
llave de cristal frío,
la memoria.
Se mecía
el toldo sobre el patio
como un jirón de niebla. Se mecía
el caballo -qué roto- de cartón
en el cuarto de juego.
Y nada era
nítido allí ni vago, pues los ojos
miran con lente propia los dominios
del cadáver del tiempo,
y nada para el ojo es tan real como la nada,
esa nada que vuela
como un ave enjaulada por la casa vacía,
llena de eternidad agonizante.

La vida que allí estuvo no parece
sino una densidad de desamparo
ante la mano helada del tiempo, engalanada
con anillos que arrojan
el veneno veloz de la melancolía
en la copa que estamos apurando.
Esa mano que pasa
por los juguetes rotos y los muebles,
por el globo terráqueo de marfil
y por los trajes de los muertos,
hieráticos y huecos como estatuas de nadie.

Extraño en ese mundo clausurado,
oí el tiempo moverse.
Su paso de reptil en los espejos.
Y fui abriendo las puertas,
palpando oscuridades ostentosas
exhibidas allí como un resplandor negro,
y supe que era el huésped
de una rancia tiniebla
oculta en mi memoria como un borrón de espanto.

Y andaban por la casa mis vampiros,
rugían por la casa mis monstruos siderales,
volaban como arañas de ceniza
las brujas de los cuentos,
los licántropos
mostraban sus colmillos como puntas de estrella.

Y andaban por allí, vacías sus miradas, los difuntos
con rostros congelados en el hielo
de las fotografías.

Y supe que era el dueño de una niebla.
y tomé posesión de mi memoria.

Cerré la casa blanca con mi llave
-tan fría- de cristal, y ahora no tengo
un lugar en que pueda morir
rodeado de aquellos que me tienden sus manos
desde la orilla turbia que empiezo a divisar.

De "El equipaje abierto"








COMPOSICIÓN DE LUGAR

no me quedan lugares

(hay un sombrero boquiabierto
en el cuarto de huéspedes)

no tengo adónde ir

(un ángel disecado
cuelga de mi salón)

han helado mi casa

(un anciano merienda
momtruos en mi jardín)

dónde he puesto las llaves

(una loca me dice
que soy un policía)

De «Vidas improbables»










DIARIO DE GUERRA

4
Enredada en las zarzas,
la hoja de un periódico:
una muchacha anuncia
una mágica crema contra el vello.

La realidad es un algo en el pasado.



De «Vidas improbables»







EL ACTOR

Los focos han dañado mi vista y mi memoria.
Yo era Hamlet, don Juan o un noble caballero
del siglo diecisiete, sensual y aventurero.
Me halagaba el aplauso, despojo de la gloria.

Las fotos en la prensa, los cocktails... Era hermoso
vivir, y era tan fácil. Por dentro, el decorado
se iba ya derrumbando. (El arte lo he pagado
más caro que la vida.) Fui rico y licencioso.

Tuve lo que los hombres aprecian: tuve amores,
viajé por el mundo, tuve esa cosa vil:
la fama. Y al final no sé quién soy. Adiós,

el telón va a caer por vez última. Las flores
que espero son amargas. ¿Quedará algo de mí?
En los palcos del mundo mi nombre fue el de un dios.

De «Vidas improbables»







EL ARTIFICIO

Un punto de partida, alguna idea
transformada en un ritmo, un decorado
abstracto vagamente o bien simbólico:
el jardín arrasado, la terraza
que el otoño recubre de hojas muertas.
Quizás una estación de tren, aunque mejor
un mar abandonado:

Gaviotas en la playa, pero quién
las ve, y adónde volarán.

Y la insistencia
en la imagen simbólica
de la playa invernai: un viento bronco,
y las olas llegando como garras
a la orilla.

O el tema del jardín:
un espacio de sombra con sonido
de caracola insomne. Un escenario
propicio a la elegía.

Unas palabras
convertidas en música, que basten
para que aquí se citen gaviotas,
y barcos pesarosos en la línea
del horizonte, y trenes
que cruzan las ciudades como torres
decapitadas.

Aquí
se cita un ángel ciego y un paisaje
y un reloj pensativo.

Y aquí tiene
su lugar la mañana de oro lánguido,
la tarde y su caída
hacia un mundo invisible, la noche
con toda su leyenda de pecado y de magia.

Siempre habrá sitio aquí para la luna,
para el triunfante sol, para esas nubes
del crepúsculo desangrado: metáfora
del tiempo que camina hacia su fin.

La música de un verso es un viaje
por la memoria.

Y suena
a instrumento sombrío.

De tal modo
que siempre sus palabras van heridas
de música de muerte:

Gaviotas en la playa...

O bien ese jardín:

Todo es de nieve y sombra,
todo glacial y oscuro.
El viento arrastra un verso
tras otro, en esta soledad. Arrastra
papeles y hojas secas
y un sombrero de copa
del que alguien extrae
mágicamente un verso
final:

Una luz abatida en esta playa.

Y hay un lugar en él para la niebla,
y un cauce para el mar,
y un buque que se aleja.

En cualquier verso tiene
su veneno el suicida,
su refugio el que huye
del hielo del olvido.

Puede
cada verso nombrar desde su engaño
el engaño que alienta en cada vida:
un lugar de ficción, un espejismo,
un decorado que
se desmorona, polvoriento, si se toca.

Pero es sorprendente comprobar
que las viejas palabras ya gastadas,
la cansina retórica, la música
silenciosa del verso, en ocasiones
nos hieren en lo hondo al recordarnos
que somos la memoria
del tiempo fugitivo,
ese tiempo que huye y que refugia
-como un niño asustado de lo oscuro-
detrás de unas palabras que no son
más que un simple ejercicio de escritura.

De "Sombras particulares" 1992







EL FINAL DE LA FIESTA

Copas sobre el césped, mojadas de rocío,
con manchas de carmines estridentes...

En el jardín nocturno brillaban las guirnaldas
y llegaba la música
en aladas bandejas invisibles del aire.
Los abrazos furtivos, el juego de señales,
los disfraces barrocos y las niñas de nieve
posando de fatales con rosas en los labios.

Copas abandonadas sobre el césped, confetti
flotando en la piscina y un jirón de vestido
prendido en el columpio. Toda la irrealidad
de esa escenografía de los bailes de máscaras
tuvo para nosotros un sentido simbólico:
era la juventud,
vestida de sí misma, estrafalaria y loca,
quemando alegremente sus bengalas,
porque el amanecer traería un viento frío,
una mala resaca como precio. Las copas
quedaron sobre el césped. Flores pisoteadas,
antifaces deshechos, sombreros, serpentinas
diminuto y fantasma que naufragó en el sueño
de aquella noche de verano. En las hogueras
de nuestro corazón los restos de una fiesta,
los restos de una vida. Recogeré las copas,
guardaré mi disfraz en un cajón secreto.
Duró poco la fiesta. De nuevo cae la noche
y la luna se estampa sobre un cielo desnudo.








EL MAR

El hecho de arrojar a un mismo tiempo
las cenizas al mar de todos los cadáveres
que vagan por la bruma de la Historia;
aun toda esa ceniza
unánime, ya digo, en nada alteraría
su continuo fluir:
lentas mareas,
alado oleaje bronco,
y las leyendas graves de su furia.

Errabundo y cautivo, pero siempre
con una disciplina
perfecta: misteriosa y calculada,

óyelo cómo ruge:

el mar narcotizado por las lunas,
homérico, cambiante y maquinal,
con ensenadas de peces
de ojos aterrados que lo exploran
como los pensativos peces de colores
exploran una vez y otra vez y una vez más
el acuario cuajado de palmeras
y cofres de pirata en miniatura.

Igual de fluctuante
que nuestro pensamiento,
míralo,
angustiado de azul indefinible,
asmático, grandioso y teatral,
él,
que huye e invade
según un raro método que tiene
algo que ver quizás con nuestros ciclos
de razón y locura, esas dos caras
de una misma moneda que cae de canto siempre.

Refugio de los seres silenciosos,
inagotable mar de vaivén blanco,
tan dado a todo tipo de metáforas
que suelen recordarnos ciertas veces
en lo mucho que somos como el mar.








EL SÍMBOLO DE TODA NUESTRA VIDA

Hay noches que debieran ser la vida.
Intensas largas noches irreales
con el sabor amargo de lo efímero
y el sabor venenoso del pecado
-como si fuésemos más jóvenes
y aún nos fuese dado malgastar
virtud, dinero y tiempo impunemente.

Debieran ser la vida,
el símbolo de toda nuestra vida,
la memoria dorada de la juventud.
Y, como el despertar repentino de una vieja pasión,
que volviesen de nuevo aquellas noches
para herirnos de envidia
de todo cuanto fuimos y vivimos
y aún a veces nos tienta
con su procacidad.
Porque debieron ser la vida.

Y lo fueron tal vez, ya que el recuerdo
las salva y les concede el privilegio de fundirse
en una sola noche triunfal,
inolvidable, en la que el mundo
pareciera haber puesto
sus llamativas galas tentadoras
a los pies de nuestra altiva adolescencia.

Larga noche gentil, noche de nieve,
que la memoria te conserve como una gema cálida,
con brillo de bengalas de verbena,
en el cielo apagado en el que flotan
los ángeles muertos, los deseos adolescentes.

De "Los vanos mundos"

No hay comentarios:

Publicar un comentario