Manuel Cañete
(Sevilla, 1822 - Madrid, 1891), escritor, crítico y periodista español.
(Sevilla, 1822 - Madrid, 1891), escritor, crítico y periodista español.
Fue hijo de actriz y de mozo fue apuntador del Teatro Principal de Sevilla. En 1839 está en Cádiz dirigiendo La Aureola. Se traslada en 1843 a Madrid, donde fue un activo periodista y crítico literario colaborando asiduamente en El Heraldo, el Diario de la Marina, El Manzanares, La Gaceta de Teatros, El Parlamento y, sobre todo, La Ilustración Española y Americana. Estrenó dramas históricos, entre los que sobresale El Duque de Alba (1845). Son estos El juglar (1838), Lo que alcanza una pasión (1841), Un rebato en Granada (1845), El conde de Porcellos (1848) y, en colaboración con Manuel Tamayo y Baus y Aureliano Fernández-Guerra, Un juramento. También cultivó la comedia con Miguel Ángel (1838), Los dos Foscaris (1846), El peluquero de su alteza (1853), La carmañola (1870). Adaptó la pieza homónima de Pedro Calderón de la Barca en En esta vida todo es verdad y es mentira (1879), en colaboración con José Campo-Arana. Zarzuelas suyas son Beltrán y la Pompadour (1845) y La flor de Besalú (1874).
Tuvo un cargo en el ministerio de Fomento que perdió con la revolución de 1868. Tuvo un par de duelos, uno con José Zorrilla y otro con Rubí, de quien después sería amigo.
Ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la de la Historia y, en 1857, en la Real Academia Española, de la que fue censor. Defendió la ortodoxia católica monárquica. Dio un curso sobre literatura dramática en el Ateneo, institución de la que fue vicepresidente, y del cual nos queda su Discurso leído en el Ateneo de Madrid para inaugurar el curso anual de literatura dramática (1852), donde asienta las bases de recepción del teatro dieciochesco considerando a Leandro Fernández de Moratín "la lumbrera más brillante del clasicismo español". Publicó un tomo de Poesías en 1843, ampliadas en 1859, dentro del clasicismo de la escuela sevillana, aunque existen preocupaciones políticas. Destaca la balada "El árbol seco" y el romance "Recuerdos de la montaña". Su poesía fue, sin embargo, triturada por Antonio de Valbuena en sus Ripios académicos y se muestra algo deudora de Gallego y de Quintana.
Como crítico es más que notable su estudio sobre el teatro español anterior a Lope de Vega El teatro español del siglo XVI (1885). También se preocupó por la lengua de ese siglo en su Documentos curiosos para la lengua castellana en el siglo XVI. Editó con notas y prólogo las Farsas y églogas de Lucas Fernández (1887). Oras obras suyas son Sobre el drama religioso español antes y después de Lope de Vega (1862) y Escritores españoles e hispanoamericanos (1884), que incluye estudios sobre José Joaquín Olmedo y el Duque de Rivas. Se mostró inflexible con las innovaciones y su criterio clasicista le impulsó a atacar los excesos "inmorales" del neorromanticismo de José de Echegaray junto con otros críticos como Luis Bustillos y Peregrín García Cadena. Hizo la edición, con un estudio preliminar importante, de las Obras inéditas de D.Manuel José Quintana, Madrid, Medina y Navarro, 1872, y también dedicó un estudio como prólogo al Gil Blas de Lesage.
AL NIÑO ALFREDO
Blanco jazmín que la aurora
con sus lágrimas rocía,
que sin penas ni dolores
del vicio exento respiras.
Duerme, ¡oh niño!, descuidado
de la senda de la vida,
mientras goces de la infancia
dulce al par que fugitiva.
Duerme, duerme y con sus alas
cubra tu frente divina
un serafín que te guarda
de las pasiones mezquinas.
En gratas visiones ríe,
puros aromas aspiras,
es muy cándido tu sueño
y son muchas sus delicias.
Tal vez, ¡ay!, con tu inocencia
deliró mi fantasía
y vi un mundo seductor
a través de un falso prisma.
Trocado en blando deleite
vi luego el amargo acíbar
y por verdad tuve un sueño
que hiciera común tu dicha.
Duerme, Alfredo, que al tender,
joven ya, tu ansiosa vista
por un mar tan borrascoso,
donde el más fuerte peligra,
has de ver la horrenda lucha
del engaño y la artería,
del placer y del dolor,
del orgullo y de la envidia.
Duerme, sí, porque ese sueño,
muy más puro que la brisa,
pulirá cual niebla débil
del aquilón impelida,
y el torbellino espantoso
en que los hombres se agitan
sucederá a la bonanza
que tu corazón cautiva.
Esa edad tan placentera,
de paz y candor henchida,
esa edad que de otros goces
preludio ser debería,
para no volver se aleja,
así como tras los días
se van cuantas esperanzas
concilie el alma sencilla.
¡Pobre niño!, flor temprana
que brillas en el pensil,
¿quién sabe si habrá mañana
alguna mano profana
que te marchite tu abril?
¿Quién sabe si al despertar
de tu infancia candorosa
habrás sólo de encontrar
senda estéril de pesar
en esta vida afanosa?
¿Quién sabe si el porvenir
que a tus ojos se presenta
es un cielo de zafir,
o si debes combatir
el horror de la tormenta?
¿Quién puede decir "yo sé
cuál ha de ser mi destino,
y el arcano penetré
que a todos oculto fue
tras un velo diamantino"?
¿Quién bastará a descifrar,
con sublime inteligencia,
lo que debes esperar
en llegando a despertar
de tu sueño de inocencia?
¡Ay! que en vano corre el hombre,
en su loca fantasía,
sin que el peligro le asombre,
tras de un efímero nombre
por una y por otra vía.
En vano busca el placer;
pues sólo encuentra el dolor,
y es tristísimo correr
con anhelo y no poder
hallar amor por amor.
Y muy triste, a la verdad,
perder la dicha y la calma,
y trocar en liviandad
el tesoro de la edad
en que fue cándida el alma.
Duerme, pues, que si al salir
de ese sueño de la infancia
has de llegar a sufrir,
como una flor que al morir
pierde belleza y fragancia,
vale más no despertar;
pues si te adora tu padre,
cuando llores no has de hallar
una dulcísima madre
que te llegue a consolar.
Duerme, sí, y el Cielo santo,
¡oh niño!, quiera extender
sobre ti su hermoso manto
y enjugue siempre tu llanto
si te mira padecer.
¡Que nadie puede decir,
con sublime inteligencia,
cuál será tu porvenir,
ni si un cielo de zafir
se despliega a tu presencia!
A GRANADA
Tendida yaces en la hermosa vega
con tus dulces recuerdos encantada,
y de odorantes flores salpicada
que el manso Dauro con sus linfas riega.
Tendida yaces y ante ti despliega,
de carcomidas torres coronada,
sus bellezas la Alhambra celebrada
que allí entre aromas con las auras juega.
Baña el claro Genil tu fértil suelo,
y pródiga de dones la natura
con el más vivo azul del puro cielo
las galas aumentó de tu hermosura,
do apenas entre mágicos primores
humildes brillan las tempranas flores.
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