Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 30 de abril de 2014

1.977.- FRANCISCO DE TRILLO Y FIGUEROA



FRANCISCO DE TRILLO Y FIGUEROA 

Ares (La Coruña), h. 1620 – Granada, h. 1685. Poeta. 

A la edad de once años marcha con sus padres a Granada, donde se formará y desarrollará su actividad literaria. Casó con su parienta doña Leonor de Trillo, con la que tuvo tres hijos. Pronto adquirió fama de poeta y acudía a muy diversos certámenes y academias con composiciones de circunstancias. A lo que parece, siguió la carrera de las armas, y, en este sentido, algunos fijan su estancia en Italia como soldado entre los años 1640 y 1643. Alineado en el bando gongorino, publicó dos libros poéticos: 
Neapolisea (1651), poema heroico y panegírico dedicado a la figura del Gran Capitán, y el volumen titulado Poesías varias, heroicas, satíricas y amorosas (1652). El primero es un poema prolijo escrito en octavas reales y dividido en ocho libros, donde relata los viajes por mar del Gran Capitán, sus campañas italianas, la batalla de Ceriñola y la entrada triunfal en Nápoles; pero el relato de estas glorias guerreras son el pretexto del poeta culto y erudito, porque la línea argumental viene a quedar complicadamente entretejida con lacrimosos pasajes de égloga pastoril, pesadas enumeraciones arqueológicas e interminables descripciones geográficas, entre las cuales la figura del héroe queda desdibujada por ese continuo alarde casi maniático de erudición; alarde que se configura como el verdadero responsable del mal juicio que el poema ha tenido entre la crítica. De mayor interés es el segundo libro poético; en él hay un conjunto de composiciones (sonetos y romances) que esbozan una desgraciada historia de amor a través de las quejas de Daliso referidas a la fría crueldad de Filida, la pastora ingrata. 
Pero al lado de estos llantos pastoriles nos encontramos con muestras de poesía religiosa, fábulas mitológicas (como la Fábula de Leandro), sonetos de asunto bíblico y, sobre todo, un buen número de variadas poesías satíricas, burlescas, letrillas muchas veces tildadas de desvergonzadas y obscenas, y composiciones humorísticas. El tema fundamental de este núcleo de composiciones es la mujer, frente a la que siempre adopta la postura satírica, y en muchos casos es, en concreto, la mujer granadina. Dos caras presenta, pues, Trillo y Figueroa: la culta y la popular, siguiendo en esto a su permanente modelo don Luis de Góngora, a quien imita tan de cerca que a veces llega al plagio descarado. Amigo de Soto de Rojas, escribió la introducción que precede al Paraíso cerrado (1652). 


OBRAS DE ~: Obras de don Francisco de Trillo y Figueroa, edición de Antonio Gallego Morell, Madrid, 1951. 




TRILLO Y FIGUEROA Y "EL SUEÑO" 
DE SOR JUANA

TEXTO DE GEORGINA SABAT DE RIVERS
Western Maryland College


(Trillo, op. cit., p. 229.)

Mas luego envuelta en sombras
Con funesto semblante
De uno en otro subía
Levantado Horizonte
De estrellas ni desnuda, ni vestida.



(Trillo, op. cit., p. 229.)

Mal lunado el coturno, 
Hipócrita la vista
Aprisionando enigmas, 
Ya se desmiente Ceres, 
Ya Cintia, ya Diana, 
y Proserpina. 
Con leve movimiento
Celajes esparcía, 
Que de las negras alas
El soñoliento peso multiplican.
Mas luego envuelta en sombras
Se advierte conducida
Entre el mudo silencio
De las que ya la noche aves seguían. 
Apenas salió, cuando
De todas fue asistida
Entre gemidos mudos, 
Sordos acentos, 
pálida alegría


(Trillo, op. cit., p. 231.)

De gemidoras aves
Broncas siempre y prolijas, 
Que tardamente vuelan
Por todos sus espacios esparcidas, 
Tristemente habitada, 
Y de un horror que indigna
Aun los negros escollos, 
Cuyas frentes están también dormidas. 
Y tanto, que parece
Que ya se precipitan
Hasta el profundo Erebo, 
Desarraigadas todas de sí mismas



(Trillo, op. cit., p. 232.)

Con blando oído, si con voz tranquila, 
Anciano, a quien el paso
Ligero desmentía
Y los sellados labios
La juventud, en tantos advertida


(Trillo, op. dt., p. 228, 232, 228.)

No en la profunda selva, 
De la robusta encina
El silencio interrumpen
Las ramas de los vientos sacudidas.
Calma el viento la hoja
Que tímida avecilla
Movía lentamente, 
Aun no perdona en partes dividida
Enlaza entre las sombras
De las fieras la ira, 
De las aves el vuelo, 
Y de los peces la inquietud festiva. 
A quien responde apenas
Concavidad vecina
Bruta deidad la habite, 
Guarda del bosque, 
o bien sagrada ninfa. 
Al ancho mar desciende
Y su inquietud altiva
Amarrada en la arena
Ya no es de duros golpes rebatida.




(Trillo, op. cit., p. 233.)

Cuando el ave de Marte
Sin temer la ruina de
Altivo Capitolio, 
De soberbia Romana Monarquía. 
Con la crestada trompa. 
Veloz el viento hería
Cual el cavado bronce, 
Del Belga, en la campaña Tiberina. 
Remora, no, al silencio
Fue voz tan repentina, 
Pluma, si vigilante
Que a las enjutas ursas le avecina.



(Trillo, op. cit., p. 232, 234, 233.)

Cesa el silencio en todos
Duerme el celoso amante, 
Y la voraz envidia
En cuanto al ocio amigo
De la sonante esquila
Del afán siempre ingrato, 
La cuidadosa oreja se desvía. 
Con él, pues, se detiene
En tanto que registra
Media esfera el Silencio
Y en ocio mudo duermen
De todos los comercios las fatigas.





(Trillo, op. cit, p. 231.)

Del Sol siempre ignorada, 
La estancia es en que habita
Morfeo, en cuya diestra
Las llaves se aprisionan de la vida.




(Trillo, op. cit., p. 229, 228.)

Ya del Sistro dorado
La funesta armonía
Melancólicas luces
Unas que el viento errando
En breve espacio giran
Su muerte, antes pavesas
Que al aire exhalaciones esparcidas. 
No así violencia entonces
De nube mal rompida, 
El aire dividiendo
Taladra la montaña más altiva. 
Como desciende al agua
De su peso impelida, 
Mariposa abrasada
En las estrellas que apagar quería. 
Pende así a los escollos, 
Y en ellos sostenida, 
A lento paso bebe
Los rayos de las luces cristalinas




(Trillo, op. cit., p. 227.)

Y del Averno oscuro
La corriente enemiga, 
Del siempre negro Arrisante
Las siempre duras sombras conducía.





(Trillo, op. cit, p. 227, 234, 230.)

Ya el Antípoda adusto
Por las sombras caídas
Desde los altos Polos,
Águila al sol, 
los rayos examina.
Y ya el vociferante
(Dichoso patricida)
Pues de tantas estrellas
Es norte el ciego impulso de su ira
Aceleraba el paso,
Era la hora cuando
La esposa mal dormida
De Titón, presurosa
Del soñoliento lecho se partía.

Cuando las blancas horas
Por el Oriente abrían
La rubicunda puerta
Por donde entrando la Alba sale el día.
Con otras muchas, antes
De aquella conducidas, 
Que al día naufragante
Norte es luciente, 
en los opuestos Climas.
Entonces se desata
En confusa armonía
La selva, el monte, el llano. 
El viento, el mar y cuanto el orbe habita.
Cae la sombra del monte, 
La playa el mar desvía, 
Hablan las mudas aves, 
Abre la flor su púrpura dormida.
Sacúdense las ramas, 
Corren las fuentecillas, 
Reverdece la yerba, 
De la Alba el llanto se convierte en risa.


http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/05/aih_05_2_035.pdf


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