José Luis Jiménez Villena
Poeta español, nacido en Padul, Granada. Ganador del 1er.Premio en el XIV Certamen Internacional de Poesía "Gabriel Zelaya" (Torredonjimeno, Jaén, 2006) con su libro de poemas "Luces del Norte". Falleció en Cataluña el día 2 de octubre de 2007, a los
cuarenta y nueve años de edad. Fue un hombre excepcional, de una enorme sensibilidad y encanto, un poeta de altura y un amigo entrañable. Los tres primeros poemas de los que siguen, fueron los últimos que dio a conocer, muy poco antes de su partida, en ultraversal.com, el foro en el cual participara regularmente desde hacía varios años.
Huya el tiempo
A veces el pasado es el destino
del humo de la vida, de la farsa
del amor que, sin serlo, nunca fragua,
como nunca es el agua un espejismo.
Dejaré en la tristeza un verso escrito,
desamor, esperanza huera o vana
e igual que su sentencia el reo acata
yo quiero que después cunda el olvido.
Huya el tiempo también y su premura
por caminos o vientos muy lejanos,
que yo quiero de nuevo la dulzura
de tener el amor entre mis labios
como el sediento que abre dulces frutas
y se come la pulpa muy despacio.
Noviembre
All, noviembre del 85
La tarde, una más, se apaga lentamente
y, con frío de vieja, ha tejido como un tul
que fuera la noche al rescoldo de la luz
de lumbre rubia que se escapa hacia el oeste.
Y parece que el aire furioso mal esconda
fría soberbia de un relámpago oculto.
Por las venas de luz de azafrán, el crepúsculo
se desvanece por los filos de la sombra.
Agua turbia de viento, la humedad de las nubes
desemboca en la lenta serenidad del valle.
Sobre los abedules casi desnudos llueve
y lloverá esta noche detrás de los cristales
donde caerá la lluvia de peso transparente
cuando, cerca del fuego, yo mire como llueve.
El espejo
Tras el frío bruñido del espejo
de alinde en que te miro,
en el eco del silencio estás llorando
y lloras lágrimas de cristal molido
y lloras penas que son de hielo seco
y lloras como un desterrado
en el espejismo de tu dolor secreto.
Vives en una ciudad de vidrio y viento
que tintinea en mi cabeza,
casi rompiéndose cada día,
pero yo no sé quién eres tú
y tú no sabes por qué lloras.
Y yo que venía desarrimado
a averiguarte la esencia del alma,
héroe efímero de los escaparates...
y yo que deseaba beber el aliento
de cristal envenenado de tus labios,
amor cercano e intocable...
y yo que quería preguntarte mi nombre...
La mujer del secreto
La mujer que me lleva a la otra orilla
es un puente de sombras deshiladas,
un atajo a la gloria o al infierno
de un querer que me quiere a vida o muerte.
La mujer que me mata y me desea
es la maga que embruja mis sentidos,
la razón que se pierde con ungüentos
aplicados de noche y a escondidas.
La mujer que me guarda y que me aleja
trae un río de ayeres altaneros,
desaguando en las dudas del ahora
lo cierto y lo seguido de su estirpe,
y es un brote de piedra en el futuro.
La mujer del secreto que ella sabe,
lo desvela en las noches del instinto
y fía ciegamente a mi vigilia
su vida, que hace tiempo que es la mía.
Hay dos firmas de amor al pie de un trato
avalando la sangre y su bullicio
en los frágiles días que nos sueñan.
Nocturno
La noche se abre en una flor de brea
que naciera del tallo de lo oscuro
y derrama su efluvio misterioso
bajo una lluvia de marfil eléctrico,
de una luz que quizás sea de luna.
Camino en la quietud de las aceras
buscando una guarida que me ampare
y un bar es un lugar donde esconderse
para encontrar sosiego en una copa
y suponer tu cara entre las caras
que me miran mirando lo que miro.
No sabe nadie que te busco a tientas,
que me parece verte en algún rostro
o en el cristal narcótico de un beso
que me devuelve a ti,
a la derrota absurda de quererte
en unos labios de carmín postizo.
No estás y a la intemperie,
cuando las putas vuelven del infierno,
en esa hora turbia en que el delirio
tiene un aroma de flor del trasmundo,
sin aliento ni ruido vuela un ángel
que desangra en palabras su agonía
y un poeta se bebe los silencios
del amargo licor de los crepúsculos.
Nunca hubo un amor tan imposible.
In the road
Dejé que el coche fuera despacio y sin destino
hacia la noche albada del neón y el desvelo,
igual que un ángel roto volando al ras del suelo
la gloria me pillaba muy lejos del camino.
Por las calles oscuras, por las sombras opacas,
la gente de la noche peleaba su esquina
con la sed insaciable del vicio y la ruina
que, al hervir de la niebla, bullía en las cloacas.
Yo, que buscaba el rastro y el perdón del olvido,
devoraba kilómetros huyendo de lo inmundo
y drogado de pánico, conduciendo errabundo,
maldecía la suerte que tiene el forajido.
Repartía el semáforo en tres luces el mundo
y en la duda del ámbar me quedé detenido.
Apetito
Yo creí que la vida era un atraco
a mano armada, a cara descubierta,
y me pensé que todo era apetito
en un festín feraz e interminable,
sin saber de la vianda del veneno
ni en qué copa escanciar la vida eterna.
Yo bailé en los brocales de la gula
como un derviche espurio y desnortado,
dejándome llevar por el instinto,
por esa voluntad de las entrañas
que latía en mi ser como una risa.
Ahora que el estómago del tiempo
se nutre del banquete del pasado,
sé que soy convidado de su mesa
y a la vez alimento de su boca.
También sé que se cierne la hecatombe
sobre los sortilegios que he vivido,
que falla el engranaje del azar
en el alma trucada de mis carnes,
y que el hambre y la sed desaparecen
sin que nunca se sacie el apetito.
De rodillas
Mientras me inclino calla en mí la ira,
se amansa el griterío y la desesperanza
y no me queda más lugar que el recogimiento,
más medida que este cuenco de carne,
ni estar que no sea mi propia vida postrada
bajo el haz de la vidriera
que me brinda el amparo de su espejismo.
Sólo al rendirme al miedo inevitable
se sosiega la furia como algo ajeno
y el esperpento transforma la gramática
de todo lo que temo en todo lo que digo,
mientras mascullo el puro disparate
y los nombres del pánico
en un murmullo impensable y subyugado.
Arde la hez del silencio en los cirios,
arde como un tiempo de cera y humo
imposible de entender si no es ardiendo
como una vela dúctil,
como una llama desprovista entre las sombras.
La vida aquí no es eterna,
pero es de piedra fría y susurrada,
de piedra esculpida por el vaho de las oraciones
nacidas de la fe de un sindiós
que pende de la angustia de estar vivo,
mientras alza sus rezos sin consuelo,
mientras vacía la boca de temores,
mientras llora su muerte de rodillas.
NO DICE NADIE ADIÓS
Está parado el tiempo en la estación
y se detiene en el andén el tránsito,
el tren
parece un dios eléctrico y de acero,
un volumen guiando su destino
hacia cualquier confín inverosímil.
No se ven los raíles en la noche
y se ha perdido el sur a mis espaldas,
pero yo me encamino a lo lejano
con la urgencia de un alma migratoria.
Una velocidad,
cercana al disparate y al olvido,
acecha interrumpida en los vagones
dispuesta para el salto y para el vértigo.
Me voy y no sé a donde,
en los paneles una lengua extraña
señala una parada en la ciudad de paso,
un cambio en las agujas del reloj
y un trasbordo obligado en algún sitio
llamado vía muerta.
En la maleta llevo ropa sucia,
el neceser de un nómada
y un callejero del lugar remoto
que comienza al final de este viaje
de brújula trucada y sin regreso.
No dice nadie adiós,
nadie me dice adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario