Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013
martes, 10 de mayo de 2011
388.- FERNANDO VALVERDE
Fernando Valverde Rodríguez (Granada, 1980) es un poeta español. Ha publicado varios libros de poemas entre los que destacan 'Viento favorable', en la colección Juan Ramón Jiménez, 'Madrugadas', en la editorial Cuadernos del Vigía, y 'Razones para huir de una ciudad con frío', en la prestigiosa editorial Visor. En 2004 obtuvo el Premio Federico García Lorca, convocado por la Universidad de Granada, por una colección de poemas titulada 'La soledad del extranjero'.
En 2009 ha resultado galardonado con el VIII Premio de Poesía Emilio Alarcos Llorach, que concede el Principado de Asturias, por su libro 'Los ojos del pelícano'.
Director y fundador del Festival Internacional de Poesía de Granada (FIP) junto a Daniel Rodríguez Moya, es licenciado en Filología Hispánica y en Filología Románica. Trabaja como periodista cultural del diario El Pais y colabora con importantes revistas internacionales como Cuadernos Hispanoamericanos o La estafeta del viento.
En 2010 está prevista la aparición de un libro sobre sus viajes por países como Nicaragua, Bosnia Herzegovina, Serbia, Siria, Israel y los Territorios Palestinos.
[editar]Bibliografía
Viento favorable (Colección Juan Ramón Jiménez, Diputación de Huelva, 2002)
Madrugadas (Ed. Cuadernos del Vigía) Granada 2003
Razones para huir de una ciudad con frío (Visor, 2004)
Ragioni (Lepisma edizioni, Roma, 2005)
La soledad del extranjero (Universidad de Granada, 2005)
El mar y la lluvia (Casa de la poesía de San José de Costa Rica, 2006)
Los ojos del pelícano (Visor, 2010)
Sueño
Hoy has vuelto a mirarme
con esos ojos tuyos de mi infancia
que me han amado tanto.
No podía tocarte.
Son complejos los sueños.
Lloraba la certeza de que todo acababa.
Conocía el final
y los ojos que estaban frente a mí
no temblaban de miedo al ver mi llanto.
Me miraban tranquilos,
no se desconcertaban,
clavaban su ternura en mi fragilidad
y en su honda distancia
no querían sellar la despedida.
Me persiguen tus ojos,
no sé si están en mí
o si quieren decirme que el sueño ha terminado.
(De Los ojos del pelícano)
Postal de Praga
Quiero traerte al mundo que conozco,
a mi mundo de voces y fantasmas,
de ciudades que tienen un rincón
donde buscar la muerte.
Mi mundo es tan oscuro sin el tuyo…
Ahora miro el Moldava,
el agua se suicida en cada margen,
la ciudad está quieta,
es un dolor sin dioses ni esperanza,
muchas guerras después
aquí la gente huye
de cualquier ilusión pronosticable
y el cuerpo se contagia
de un temblor parecido a la humedad.
Las paredes son grises como el humo,
hay un final después de las palabras
que parece romperse.
Y en Vysehrad se mueren las palomas,
el invierno es tan frío que resulta
una herida en las manos y en los pies.
Pero aquí nadie tiembla, todos saben
que es cuestión de fortuna y de equilibrio.
Todos creen en la espera.
Y el dolor se acostumbra,
el tiempo se acostumbra,
el miedo y la tristeza se acostumbran
a vivir sin rencor.
Nada tiende a romperse, todo queda
empapado después de una tormenta,
de una frágil tormenta que sostiene
un milagro de voces,
un dolor tan amargo como el frío.
(De Razones para huir de una ciudad con frío)
LOS PÁJAROS
Los niños de Managua venden pájaros.
Saben cantar en medio del invierno,
no conocen el frío,
imaginan la nieve como un momento hermoso
imposible en sus vidas,
conocen el temblor bajo los pies,
cuentan historias tristes mientras la gente huye,
hacen silbar sus pájaros de arena,
hacen sonar el viento como quien pide ayuda
en medio de un naufragio.
Pero todo es naufragio.
Los ahogados, sentados en las plazas,
reconocen la paz que el tiempo ha sometido
con balas que mordieron en la espalda
a algunos hombres tristes.
Los niños de Managua sueñan con ser pelícanos
y buscan un océano,
y golpean sus rostros contra el agua
hasta perder la vista.
Los niños de Managua
tienen las manos llenas de colores,
miran al cielo y vuelan hasta San Juan del Sur,
logran ser como pájaros
que abandonan las manos de la muerte,
las sucias manos pobres del desierto.
EL MERCADO
Vas a venderme el mundo con las manos
pero aún no lo sabes.
Mira tu cuerpo triste,
tus piernas ya quebradas de llorar.
Vas a venderme el mundo
porque siempre fue tuyo y nunca lo quisiste
llevar contigo.
Cansada de estar viva,
como todos los vivos que no han visto un cadáver,
vas a venderme el mundo a cambio de un secreto.
Cómo explicarte
que nada se parece al sueño en que has creído,
nada existe detrás, tú lo sostienes,
la tierra que en tus manos vale nada
esconde mis errores y mis dudas.
Qué podría contarte sin concluir en llanto.
Préstame tu memoria para besar la tierra
y consiente que todo tenga un precio
que no pueda pagar,
un dolor añadido por rozarte los dedos.
SUEÑO
Hoy has vuelto a mirarme
con esos ojos tuyos de mi infancia
que me han amado tanto.
No podía tocarte.
Son complejos los sueños.
Lloraba la certeza de que todo acababa.
Conocía el final
y esos ojos que estaban frente a mí
no temblaban de miedo al ver mi llanto.
Me miraban tranquilos,
no se desconcertaban,
clavaban su ternura en mi fragilidad
y en su honda distancia
no querían sellar la despedida.
Me persiguen tus ojos,
no sé si están en mí
o si quieren decirme que el sueño ha terminado.
EL BOSQUE
Alguien entra en el bosque mientras grito.
No puedo detenerlo.
Sólo existe mi voz
tan rota y tan cobarde
que cada noche vuelve a repetirse
sin que logre hacer nada.
Hay tanta incertidumbre allí en el bosque,
es tanta su espesura,
que es mejor estar quieto,
aunque la misma angustia suceda cada noche,
aunque el bosque sea yo y alguien huya de mí.
EL FINAL
Cuando miré hacia el puente me temblaron las manos.
Era un lugar terrible que me causaba espanto.
No era largo ni oscuro.
Lo rodeaban hojas o pájaros o lluvia
según las estaciones.
Por más que procuré forzar la vista
la luz, la niebla o la distancia
hacían imposible divisar el final.
Parecía un camino al horizonte.
Has cruzado ese puente y ahora necesito
caminar hacia él.
No tanto por seguirte o por volver a encontrarte,
es más grande la angustia de intuir un abismo.
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