Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 23 de mayo de 2011

JOSÉ RODRÍGUEZ INFANTE [415]



José Rodríguez Infante

Nace en Paymogo (Huelva) en 1951, escritor por afición, bloguero y autor de numerosas obras tanto en narrativa como en poesía. Colaborador de revistas y prensa diaria, donde tiene publicados algunos escritos.

Cuenta con obra poética como Primeros poemas, Nacer, Otoño, Mirando hacia atrás, Convergencia, Réquiem por un poemario, Reencuentro en azul, Reloj de arena, Un lugar donde Rula, La Vall de Boí y Variaciones par trío.
Además, de relatos como Una noche encuentadora, Voces para cuatro Reinos, A pié de calle.

Y en novela corta: En un lugar de la Tierra, en una época cualquiera, Marusiña o el café de las cinco, Quise volar contigo e Incendiarios.

En el año 2013, Editorial Amarante ha publicado "Cuando los bosques mueren". Narrativa


En la red se desliza por las plácidas aguas de Arruillo en los sitios:
http://arruillo.blogspot.com/
http://palabrasobrepalabra.es/
http://lapaginadearruillo.megustaescribir.com/


Correo electrónico: driades2001@yahoo.es


Valgan a modo de ejemplo los siguientes poemas




1

Fue tu mirada verdeoliva

imán que subyugó multitudes,
que doblegó mi férreo torso.
Luciérnagas de noche sin estrellas,
de saco de dormir pegado al suelo.
A través de ellos llegué
a adentrarme
en los secretos de la colmena,
de una rosca sin fin.
Ante ellos me siento
tan de este mundo
que quiero beber a sorbo lento,
creer en el día de la ardilla
y leer en el iris tu
diario de a bordo.
Entre lámparas siempre ocultas
encontré el neón de tus ojos,
lo tengo frete a mí, se disipa,
brilla con toda intensidad.
Lo veo
vagando por entre muros de vergüenza.
Verdeoliva
como la tarde que dibuja en el horizonte
la figura de una dama
saltando entre algodones,
mano abierta, tull de seda,
extiendo la mía,
alargo al límite la tercera falange
y vuelvo a tus ojos.



2


Porque es preciso mantener
la llama
ha de vencerse su fiereza
Devoran
cuanto encuentran a su paso
Caen
incesante las hojas
y clavan dentelladas mortales
mientas sonreímos indefensos.
Los besos duermen
el letargo de la enorme
velocidad de partida.
Amarillea
el candil y un día
nos damos cuenta
que los versos son sólo líneas,
frases.
El cúmulo de horas
nos estrangula las venas,
recuperar las caricias
se convierte en cruzada
contra el fiel deslizamiento
de las arenas del
reloj.
Si se agotara la llama
¿qué sería de nuestros antepasados?
De aquellos
que ocuparan versos de amor
eterno
en la primera fila
de la lista de los principales.
Aunque no haya ojos que reflejen
y los bellos no se ericen
al contacto de la piel,
saludemos
la presencia del fuego interno
que surge semiesporádico
para evitar víctimas
por congelación.

El locutor de radio acababa de informar de un ataque contra Somalia. Otra vez EEUU. Una multitudinaria manifestación recorre las calles del centro reclamando mejoras salariales mientras Zapato Veloz nos sigue recordando que posee un tractor amarillo. A uno le viene a la memoria aquel otro señor que tenía un tanque rosa. Y los del Vacie—aquí cerquita—no disponen más que de ratas y las tapias del cementerio por si algún día surgiera un artista de estos que utilizan las paredes a modo de lienzos gigantescos.



3


Que no se pierda esa flor,
que no llegue nunca el estío.
Dios, como me tiembla el cuerpo
y se me enrojecen los ojos.
Me comería a besos su
piel,
y sorbería uno a uno sus
gráciles dientecillos.
Que no se pierda esa flor,
que no llegue nunca el estío.
Siete primaveras, Dios de los cielos,
siete GRITOS quiero dar
conteniéndome furioso.
¡Oh bella blancura! ¡Oh marchita amapola!
Conservarte quisiera, amor mío,
en cristalera eterizada.
Que no se pierda esa flor,
que no llegue nunca el estío.
Fui torpe quitapolvo
que ahogó en lágrimas
tu lechada prominencia.
Un apunte
un mínimo apunte fugaz
y en papel semiarrugado
trazaste virginales letras que
han obstruido mi garganta.
Que no se pierda esa flor,
que no llegue nunca el estío.
Díos, Díos y Díos.




4

Sólo busco tu presencia

cuando desafío al destino,
girando el panel indicador, barreneando.
Si tus besos son ausencia,
tus caricias vocablo que aspira
al diccionario oficial,
quédeme el Sol que alumbra
para hacer sombra con tu cuerpo.
Quise aspirar aroma de jara
manchándome con tus manos,
contar la arena de la playa
mientras te veía danzar con
las ninfas un vals tornasolado.
pisar con tus pies descalzos
el verde, la butaca, el aire.
Tendré
que subir al oráculo la bendición divina
de la vida laboral.
Hirundo, tú que atraviesas
con facilidad los mares,
aprovecha esta corriente de amor
y trínale posada en su hombro
este trasiego de morfemas,
ella puede que adorne la mejilla
con alguna perla fugaz,
pero oirá encantada el mensaje
y hasta alisará tus alas.








5



Oscuridad repetida por la

ausencia
que transborda de galaxia.
Lujosos libros forman un muro
donde generaciones carcomidas
clavan sus uñas.
Desesperación
por míseros granos de arena,
cuerpos desnudos de maniquís
que dejan al descubierto
los vacíos interglaciares.
No es mi mundo.
Manzana primigenia reconvertida
en dulce compota
por el resorte de una muñeca.
Amor ¿dónde estás? En que jaula
de metacrilato te destinaron
que no puedo tocarte.
Mi mano
no es tu mano. Lloro tras
poseerte, busco en mis bolsillos
agujereados
y sigo ahí. No me he movido
Veo la salida. La luz de
la salvación,
pero el lodo me está tragando,
se acabarán los granos de arena,
y quedaré pegado en el álbum
con el gesto descolorido

También se dice que somos conejillos de indias, que experimentan con nosotros los nuevos juguetes de guerra. Otra justificación injustificable. Cuarenta años en la misma empresa sin dejar de freír patatas, tiene que se algo más que alienante. Pobres árboles ¿qué culpa tendrán ellos de la invención de la cerilla?. Una sonrisa a tiempo bordeada por labios femeninos ¡que buena forma de iniciar una jornada de trabajo





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