Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

domingo, 8 de mayo de 2011

387.- CARLOS RODRÍGUEZ SPITERI


Carlos Rodríguez-Spiteri (Málaga, 12 de enero de 1911) Poeta español.

Cursó el bachillerato en Málaga, trasladándose a Madrid para cursar Derecho en la Universidad Central, concluyendo la carrera en la Universidad de Granada. Posteriormente, ingresó en el cuerpo de Interventores del Estado en explotación de ferrocarriles. Entronces, decidió dedicarse a la poesía. Publicó su primera obra en 1935, editada por la imprenta de Manuel Altolaguirre en Madrid, relacionándose con el grupo Litoral y con la Generación de 1936. Fue amigo de Miguel Hernández, quien le envió algunas de sus postreras y más sentidas epístolas desde la cárcel; de Jorge Guillén y de José García Nieto. Desde 1947 colaboró con la revista de Córdoba, Cántico, y en 1952, cofundó la revista malagueña Caracola. Apasionado de los viajes, decidió asentarse definitivamente en las afueras de El Escorial, tras una fecunda vida literaria, expresada por el crítico Fernández Almagro, como: "un eco de la gran voz solitaria de Unamuno". Su poesía, repleta de metáforas, se ambienta en un mundo metafórico, presenta cierta dificultad, lo que puede explicar que su obra sea muy minoritaria. En miembro de la Academia de San Telmo, de Málaga y está en posesión de la Encomienda del Mérito Civil y del Mérito Agrícola.

Obras
Choque feliz (1935)
Los reinos de secreta esperanza (1938)
Hasta que la voz descanse (1943)
Amarga sombra (1947)
Las voces del ángel (1950)
Málaga (1953)
Ese día (1959)
Una puerta ancha (1962)
Los espejos (1964)
Las cumbres (1966)
Cinco poemas (1966)
Collar juntos (1967)
Noviembre (1982)
Su propia luz en las manos. Picasso (1984)
El tiempo unido (1993)
En 1996 (1997)
A la vista todo el tiempo. Picasso (1998)
Málaga (Nuevos poemas) (1999)








EL DÍA


Abre el día, la aurora, el surco,
y el alba a las esquilas;
nace el día, de la corriente del rio
que contempla la rama prendida de soledad.

Resbala por los árboles y sus frutos,
con el arco de la aurora y sus aves,
por la superficie de la ola y su espuma,
con el quejido del tallo al brotar de la tierra.

Entra el día, por las altas palmas,
que sienten la caricia de su sombra,
y los recuerdos dormidos de la piedra.

Llega el día, por la sombra de las rosas
cuando las adelfas son nido de misterio,
con el aroma de la lima y el silencio.

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