Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 22 de agosto de 2011

771.- ANTONIO ALFECA


ANTONIO ALFECA (seudónimo literario de Antonio A. Rodríguez), nace en Linares (Jaén, España) en 1968. Allí difunde algunos de sus primeros poemas a través del Diario Jaén y de la hoy desaparecida Radio Linares EAJ 37. Licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Sevilla (1991), ha colaborado en diversas revistas literarias (Esmeralda, Tempestas, Le Due Sicilie, El Celador, El Crepúsculo de las Bacantes, Minos). Ha sido participante y organizador de recitales poéticos en varios lugares de Sevilla, de los que cabe destacar los realizados en la Delegación Territorial en Andalucía de la ONCE (Organización Nacional de Ciegos) entre el 2000 y el 2002, ambos años inclusive.
Sus obras: Poemas para nunca (Sevilla, Ediciones Jamais, 1999, dentro del volumen Nuevos Autores de la Poesía Española / 2), Definitiva nube (Sevilla, Padilla Libros & Editores, 2001) y Libro de Malicia (LápizCero; 2011)

Fue colaborador directo del portal Web Poética (www.webpoetica.com) y director del programa de radio En sentido amplio, emitido durante el 2001 dentro del citado portal de Internet (www.webpoetica.com/antonio.htm).






Bassora

I

Siempre hay diablos o fantasmas o duendes malignos
que en sí son una blasfemia para Dios y para Alá
y han de ser desterrados del templo por impíos
pues contravienen las leyes de un augusto tratado.

Amenazan cánceres de secretos alambiques
y de negra sangre que no es más que cruor,
y fábricas de pistolas o cañones de papel
con jitanjáforas, conjuros y mortíferos garabatos.

Cada grano de su arena corroe fatalmente
los sólidos cimientos del orden establecido;
en cada hierba de sus arrabales, basura,
ofensa, un rabioso orate que vocifera lo que chirría.

No podemos permitir semejante desafuero
contra la concordia, la paz, la democracia.
Cada cosa en su sitio: el antes y el después,
los muertos y los vivos, lo suyo y lo nuestro.

II

Mil y una bombas,
calles trituradas,
venas de incierto reguero,
papilla de corazones
y muchos, muchos suspiros
que estallan.

Los minaretes gimen
de imaginaria.
El cielo está negro de férreos arrendajos.
Los dátiles se pudren a tierra y fuego
tras una lenta agonía de escarcha
oscura e insomne.
Las cenefas de seda y lana
que volaban entre líneas inefables
envuelven barro de espíritus, lodo
irrecuperable y fútil.
¿Habrá mar para tanta muerte?

Todavía hay gente en piedra firme:
rezad, que sois toda vuestra fuerza,
vuestro Dios, todo lo vuestro.









¿Dónde estáis, caras de ayer?
¿Dónde quedó vuestro vino rebajado a gaseosa,
dónde el espíritu para crear otros días,
ese divino don del perfecto borracho?
Recuerdo aquellas tierras de tul y gasa,
vuestros árboles de ambrosía como promesa
al final del tránsito, en medio de un ensueño
de feliz muerto semicomatoso;
aún recuerdo el roce del plumón
más allá de un cielo que os va crispando mármoles
de megacéfalos bustos, atlantes
en sorda expresión constantiniana,
templo soberbio donde hunde el mar sus gotas,
memorias del vuelo analizado y convenientemente descrito,
mascarada inquilina que ensaya
un gris elenco por sus zonas verdes;
pero acaba al fin rodando como el vaho
que cuelgan las burbujas al final de la garganta:
beber para ver. Y el papel engullido
que amarga todo lo que endulza.
Más no puede rebosar la copa:
pido la cuenta, miro el fondo del vaso
y allí me sumerjo esperando encontrar
la brizna de aire que os disuelva.
NO hay más pasos. No hay más tierra.
Sólo enormidad de rostros como océanos
que esculpen oscuras vetas
conforme llega el ocaso.
Donde me detengo, puedo contemplarlos sólo
a través de los últimos vanos
como masa de escamas, de sombra
y de acuáticos leopardos.
Poco importa que reflejen la infinita
gama que va del negro al blanco:
todos los cabellos dan en un
solo color, apagado.
Solo me siento. A veces me tiento a ser
tesela de un antirretrato
para darme sepultura,
porque todo está inventado,
y me lanzo al mar indiferente,
como los otros, y solitario. Y zarpamos
un hipotético plus ultra.
Adiós. Andén veinticuatro.






El corredor

¿Es cierto esto que veo,
este paso sobre paso,
este soplo sobre piel
o entrelazada fibra?

Pensamiento, disparo
para el tendón de este aire
inconmensurable, inasible
paso sobre paso.

En su médula enhebrada
–palpitante atadura– la arboleda,
el río tan misterioso, tan secreto
desborde de redonda cifra.
La zancada sólo brota
del redoblado silencio.
Si cuándo llega a ser cuándo
conocerás en la linde
tu infinito agonizante.






FUSIÓN

De igual palabra, de igual gesto, de igual risa,
de igual sutil caricia entre los dedos,
de igual fino puñal en las pupilas,
de igual ardor en nuestra diferencia.

Creamos nuestro recinto con el mismo empeño,
una mano y otra mano, una tuya y otra mía
y, una vez cerrada nuestra puerta,
porfiamos en espadas de deseo

y luchamos como sólo luchan las aguas encontradas
de un río y otro río, y la lengua y la mirada, los brazos y el pecho,
el vientre y las piernas, borraron al instante sus contornos

y en un mismo torrente sacudidos,
ahogando hasta las sombras del recuerdo,
fuimos uno solo sin indiferencia.











SUCCUBUS

VENID A MÍ LOS DESAMPARADOS DE SUS SOMBRA,
los nacidos de diente sembrado en la pena
del dragón,
los que acuden a la mano que no domino
y al altar de muertes dulcemente enlentecidas.

Venid a mi cáliz de vinosas venas
en que más recordar es más olvido
y donde es durable y pasajera
la ciega escritura del puñal en un lecho.

Se aproxima un redondo mar de cuero,
una masa mansa al cabo avalancha
que no sume nínfica negrura
sobre un verso oriundo de alado tirso.

Consagrados a la lumbre del azar cierto
cuajamos las hebras de aire
hasta consumar el ambiguo desgarro
que nos devuelve portales de vacío.





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