Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 29 de mayo de 2013

1691.- BERNARDO MARTÍN DEL REY


Bernardo Martín del Rey
Poeta y escritor, nacido en Fondón (ALMERÍA), en 1909, en el seno de una familia profundamente cristiana, lo que marcó su obra posterior.

Inició su vida poética en 1931, con Regina Mater, un canto a la Virgen María. Dos años después publicó su primer libro de versos Cuarzo Acuífero, y en 1934 representó en el Teatro Cervantes de Almería sus composiciones El sueño de Marieta y el cuento infantil Camelias y claves. En 1935 inició su faceta de colaborador con diferentes periódicos locales y de Suramérica . Encarcelado durante la Guerra Civil, en 1940 pasó a ser archivero y bibliotecario del Ayuntamiento de Almería, desde donde continuó su obra poética y dramática principalmente. De estos años destaca: Luna Zahar, Fuente Serena, Alkardar y Cuentos mudéjares, así como una Guía Ilustrada de Almería y su provincia.

Murió en Almerìa en 1954. Estuvo muy vinculado a la cultura oficial de posguerra, siendo conocido como Poeta de la Costa del Sol, y era protagonista de los círculos culturales y literarios de aquellos años, aunque de manera distinta y distante a la otra gran figura del momento, Celia Viñas, y especialmente enfrentado a Jesús de Perceval y su movimiento indalico.

De las notas recogidas, resalta, por encima de todo, la religiosidad y el recogimiento de sus escritos, que en algunos casos resultan estremecedores, como el dedicado al patrón de Fondón, San Sebastián, que se celebra el 20 de enero. Dos son las notas que Celia, lee, con una mezcla a la par, de pasión y dulzura. La primera en un fragmento de la poesía del santo:




El mártir

Bajo el añil de los cielos, bajo el fulgor de las llamas, allá entre lentos crepúsculos y lentas luces romanas, el Capitán Sebastián estas arengas lanzaba: ¡ Cristo es mi Dios! ¡Por su nombre aunque mi carne se quede en garfios despedazada, pregonaré que en la Cruz está la verdad clavada!
En Roma, el doncel cristiano, adalid de las batallas, abrió los cuatro Evangelios con su vibrante palabra. Y gentiles que lo oyeron, le denuncian, le delatan, le conducen hasta el juez de las milicias romanas...
(...) Y aún los herejes pretenden hacerle callar. Se ensañan en su vida generosa, en su sangre derramada. Prenden hoguera cruel, para abrasarle las plantas. Y al momento el fuego lame su sangre, su carne blanca, y entre humaredas y flechas, grito y mofa depiadada,el cuerpo de Sebastián -fuerte venero de ansias-se calcina y se consume lentamente.




INCONSÚTIL

Tengo de carisma piélagos y cráteres.
¿Para qué la quiero? Para un cenotafio;
para que no quede de mi sepultura,
de los electrones de mi blanca arcilla,
ni el último soplo del último átomo.

¡Que me volatice como luz de pábilo;
y en el vacío hueco de mi caldeo cráneo
aniden luciérnagas, lechuzas y buhos,
y plañan responsos en mis fuegos fátuos!

¡Que esos ecos suenen cuando los horarios
marquen, de las doce, los doce golpazos!...
¡Que no quede nada de mi alado barro,
ni dientes, ni tibias, ni caja, ni mármol!...

¡Que todo se vaya por el firmaraento!
¡Que todo se aleje rolando, volando!...
Para que no quede de mi sepultura,
ni el último soplo del último átomo;
y que la carisma de mi pensamiento
grabe los diseños de mi cenotafio.







LA BALADA DEL BOSQUE

I

¡Ay!, lloró la selva;
¡Ay¡, gemían los prados.
Lágrimas del sauce
llevaba el barranco.
Quejidos de encina,
suspiros de álamo,
gemidos del cedro
en los altozanos; 
gritos de araucaria
repetían los tajos;
clemencia a sus sombras
pedían los castaños;
los pinos sus copas
movían asustados,
y los recios olmos
temblaban de espanto:
y despavoridos, volando, volando,
perdón, a los cielos,
«piaban» los pájaros.



II

Por las sendas llevaban los hombres
andar cansinado:
aquí se detienen, más allá aceleran
sus seguros pasos;
y sobre sus hombros descansa el verdugo
del vetusto árbol.
¡Brillan los cortantes filos, de la muerte,
como brilla el verde monstruo dragoniano!
¡Ay!, lloró la selva;
¡Ay!, gemían los prados.
Lágrimas del sauce
llevaba el barranco.





III

¡Trozos rezumantes,
cuerpos destrozados,
miembros esparcidos
del mirto aserrado...!
¡Águilas atiendo,
tórtolas clamando,
cuervos sobre el circo
se ciernen graznando!
¡Numancia en el bosque!
¡Sagunto en la Selva!
¡Héroes sucumbiendo
por Flora y por Gema!

¡Triste está la fronda!
¡tristes los senderos!
¡Negro y despeinado
aparece el trébol!
¡Ni las nubes llueven,
ni las fuentes manan,
ni canta la alondra
oculta en las ramas!

¡Ni la perdiz cela;
ni el cordero trisca;
ni las hojas que besaba el céfiro
ya nos abanican!

¿Qué pasó en la tupida montaña?
¿Qué pasó en el frondoso sendero?
¿¡Qué pasó!? 
¡Que pasó la langosta
dantesca de los carboneros!

La galas del bosque las hicieron trizas,
y después, sin conciencia, en la hoguera,
crueles carbonizan,
sin cesar en su empeño anhelante
de hacerlas cenizas.

¡Ahora ya me explico
el refrán constante
de que en un pedazo
de carbón, a veces,
se encuentren diamantes!





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