Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 30 de mayo de 2013

1704.- RAFAEL RAMÍREZ ESCOTO

Ramirez Escoto

RAFAEL RAMÍREZ ESCOTO
(Cádiz, 1961). Tras autoeditarse su primer poemario, La noche transferida (1985), resulta seleccionado para la antología Seis nuevos poetas gaditanos (Cátedra "Adolfo de Castro", 1987), participando desde entonces en Escalera de incendios (Amnistía Internacional, 1988), Im Blinkpunkt: Spanien (Deutsche Kulturgesellschaft, 1990), Los nuevos poetas (Seuba, 1994), La plata fundida (Quorum, 1997) y Que la fuerza te acompañe (El Gaviero, 2005). Su labor poética comprende la plaquette Moaré (Librería El Guadalhorce, 1987), Tóxico (Premio Anthropos, 1990), Trobar Clus (Diputación de Cádiz, 2000), Ultravioleta (edición electrónica, 2005), Praias desertas (Colección "Siete Mares", Diputación de Cádiz, 2006), y Ziggurat (E.D.A., 2008).
En el ámbito de la narrativa corta ha publicado Panik Zirkus (Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Cádiz, 2000), La casa del caos (Fundación Municipal de Cultura del Ayto. de Cádiz, 2004), y el cuaderno The easy years hits (Del Centro, 2011), siendo incluido en las antologías La ciudad escrita. 16 relatos sobre Cádiz (Fundación Municipal de Cultura del Ayto. de Cádiz, 2001), Relatos de don Carnal. 12 historias de carnaval (Quorum, 2001), Cuento al sur, 1980-2000 (Batarro, 2001), Artifex (Especial Gadir) (Artifex, 2004), y Paura, vol. 3 (Paura, 2006). Ha publicado además poemas, relatos y ensayos en diferentes medios y revistas como "Renacimiento", "La Ronda del Libro", "RevistAtlántica", "Litoral", "Barcarola" o "Campo de Agramante". Fue codirector de la revista "Octaviana" editada por la Universidad de Cádiz, y actualmente es miembro del consejo asesor de la revista "Caleta". Desde 1997 edita también en formato digital la revista de poesía y creación literaria "Volátil" dentro de su propia web.




Morbo post coitum

Y ahora que la carne se desploma
sobre el cerco sudado de las sábanas
semejante a blandengue y paralítica
medusa que escupiera el oleaje
sobre los arrecifes pendencieros;
ahora que ha cesado la galerna
en la penumbra ociosa de esta alcoba,
escucho tras los vidrios del balcón
el griterío eufórico y siniestro
de los niños que juegan en el parque.

De su libro
Trobar Clus






Una Rumba para Lulú, reina del trapecio

Entonad una rumba para cantar la muerte
de la bella Lulú caída de las alturas
para desgracia y ruina de la empresa circense.
Jamás su fulgurante fotografía en blanco
y negro iluminada por neones dorados,
ni el despreciable nombre de putilla francesa
bien grande, en letras rojas, componiendo el cartel
que era la sensación de estas noches de infierno
entre oscuras barracas y clandestinas timbas.
Entonad una rumba para el demonio muerto,
que el harapiento ciego el organillo gire;
traigan música fúnebre para el cuerpo enterrado
negrazos antillanos con maracas y congas,
y las voces tramposas de los profesionales
del bacarrá y el póker al son de la pianola.
Con la muerta bailar quiero y después gozarla
al compás de este coro de rumberos siniestros,
gozarla ante los ojos inquietos de los monos
dentro de una gran jaula asquerosa y mullida.
Un ritmo desquiciado suplica mi dolor,
una rumba, por todos los santos, una rumba
y no esas expresiones tiernamente dramáticas
en las caras estúpidas de los espectadores.

De su libro
Tóxico







Liberation

(Pet Shop boys, 1993)

Perder la cabeza. Bien, eso es lo que parece que ocurre. Como que dan ganas de morirse, de retomar esos patéticos versos de los decadentes y escupirlos a boca llena, ars moriendi, dan ganas de volverse cursi, rojo de San Valetín y flamenquito a la par. ¿Pero cómo se puede llegar a ser tan memo para perder la cabeza de esa manera? You were sleeping on my shoulder. Recursos, florituras verbales, un montón de topoi viejísimos, más viejos que las putas incansables de la esquina, chirriantes sílabas que se precipitan sobre un papel sucio y que ya no explican nada y que ya no me valen para nada. Ya está. Ya lo he dicho. La Poesía, con esa pedazo de P mayúscula no sirve para nada. Para nada, memo. Ningún juglar le llevará tus versos, ningún juglar la sorprenderá por la revelación inesperada de un amor sincero. Mírala, mas no digas el nombre, ni siquiera la señal. No enumeres sus atributos. Todo es perfecto secreto, información clasificada. Una indiscreción, y a la cárcel; a la cárcel por vicioso, por lírico, por memo y decadente. No nombres, calla, olvida el rollazo de la enumeración caótica y los intrépidos esdrújulos de modernista desplantado. Basta que un mentecato lea esto para que se descubra el pastel. Un amor terrible, cierto, sucio. Ya está, ya lo he dicho, entre los glisandos y los wah-wah de las guitarras estilo Barry White y los perniciosos violines de Sinatra y los acordes de séptima mayor. Peder la cabeza, los papeles, el sitio y la razón. Porque la vida ya apenas entrega las escurriduras, la vida no es generosa, no para mí, no para mí, y así, retornar al tema, perder la cabeza, hacer una locura, creerse el capitán del bajel pirata, el Temido, el más libre entre los libres. Mentira el mundo entero, menos tu cabecita apoyada en mi hombro mientras regresábamos a casa en aquel tren de cercanías...

De su libro 
The Easy Years Hits






Praias desertas

Un hombre se reclina ante la ausencia,
se desabrocha el cuello que le oprime.
Da un trago largo. Suda, mas reprime
el desprecio a una vida que es sentencia
de muerte. Con él viaja una existencia
que se arrastra indecente, que lo exprime.
El alcohol le vence y le redime,
le hace firmar un pacto de impotencia.
Sobre el fondo del vaso brilla el mar.
Cree ver arrecifes y sirenas,
playas desiertas, sol del mediodía.
Ha visto otro universo por azar,
uno que le han vedado, las arenas,
playas desiertas,
                         la calle sombría.

De su libro
Praias desertas






Trastorno de ansiedad

Atravieso el túnel de la noche. Piso fuerte el suelo, cabeza alta,
puños apretados, gusto a sangre en la boca abierta, me acelero
entre escaparates de lujosos centros comerciales y perversos
locales nocturnos con espejos llamativos, ristras de bombillas
de multicolores dentelladas, y gasolineras y hospitales
y comisarías y plazuelas llenas de borrosos saltimbanquis.
Atravieso el túnel de la noche. Los diablos me observan, en secreto
consejo debaten y argumentan, algunos sugieren que se aplace
para otro momento la sentencia y su ejecución inmediata.
Repentino espasmo, falta el aire, imparables lágrimas, opresión;
aun así me adentro por el túnel de esta noche impía, su negrura
sofocante esconde un misterio: hay una adolescente en un banco.
En la medianoche la muchacha está quieta y observa al adulto.
Sus labios parecen un ligero temblor de azaleas, beso extraño
de otra dimensión, de algún tiempo en el que hubo luz y fui amado.

De su libro
Ziggurat

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