Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 21 de mayo de 2013

1686.- ANTONIO RAMÍREZ DE ARELLANO Y BAENA



ANTONIO RAMÍREZ DE ARELLANO Y BAENA
(1792-1867)


Por ANTONIO CRUZ CASADO
IES Marqués de Comares. Lucena

Antonio Ramírez de Arellano y Baena nació en Lucena, el día 13 de marzo de 1792, y falleció en Córdoba, el primero de noviembre de 1867, después de una larga enfermedad, la perlesía o parálisis, que lo mantuvo recluido en su casa de la capital desde mediados de siglo aproximadamente. Recibió el grado de bachiller en leyes (abogado) en la Universidad Granada, donde estudió además un año de física y matemáticas. En 1808 obtiene una beca porcionista en el colegio imperial de San Miguel, también en Granada, pero en la misma fecha abandona la carrera de las letras e ingresa como voluntario en la división que se formó en Lucena con motivo de la guerra contra los franceses, la llamada Guerra de la Independencia, participando en la batalla del Puente de Alcolea y en la de Linares; por las mismas fechas, otro escritor lucentino, Miguel Álvarez de Sotomayor y Abarca (1767-1839), participa en hechos similares, en la batalla de Bailén (y de esto ha quedado el testimonio personal en un poema titulado “Proclama a los andaluces a poco tiempo de haber conseguido los triunfos de la gloriosa batalla de Bailén, en cuya acción tuve el contento de tener las armas en la mano, a las órdenes del General Reding”); también en torno a esos años iniciales del siglo XIX, encontramos a otro escritor en lucha contra el invasor, don Ángel Saavedra y Ramírez de Baquedano, el Duque de Rivas (10 de marzo de 1791-22 de junio de 1865), prácticamente coetáneo del escritor lucentino, que fue herido en la batalla de Ocaña (1809), hecho que recuerda uno de sus primeros poemas, el romance “Con once heridas mortales”.
Cuando acaba la guerra de la Independencia, Antonio Ramírez de Arellano se casa en Granada, con doña Josefa Gutiérrez de Salamanca y Pretel, en 1812, de cuyo matrimonio nacieron cuatro hijos varones. 
Tres de ellos llegaron a ser con el tiempo importantes escritores, bibliófilos y eruditos, y el cuarto don Manuel Ramírez de Arellano, se dedicó a la milicia, en la que logró el grado de coronel de infantería. Los hijos escritores son don Carlos Ramírez de Arellano y Gutiérrez de Salamanca, nacido en Aguilar de la Frontera, don Feliciano Ramírez de Arellano, marqués de la Fuensanta del Valle, importante bibliófilo,y don Teodomiro Ramírez de Arellano, el autor de los conocidos Paseos por Córdoba (el cual fue, a su vez, padre de otro bibliógrafo fundamental para los estudios cordobeses, don Rafael Ramírez de Arellano y Díaz de Morales, autor del conocido Ensayo de un catálogo biográfico de escritores de la provincia y diócesis de Córdoba, 1921).
La carrera de Antonio Ramírez de Arellano se desenvuelve en el terreno de la abogacía, de la política y de la literatura. En 1818 se recibe de abogado en la audiencia de Extremadura y algunos años después es nombrado juez de primera instancia en Málaga; es elegido diputado por Córdoba a las cortes de Cádiz, en 1822 y 1823, distinguiéndose en ellas por sus ideas avanzadas. Al terminar el período constitucional y volver el absolutismo de Fernando VII, fue juzgado, junto con otros diputados liberales, y encarcelado en Cádiz, donde estuvo preso (es decir, recluido en los límites de la ciudad) hasta la muerte del rey. En Cádiz nacieron sus hijos don Feliciano y don Teodomiro. Se le procesópor el delito de haber presentado una proposición, en unión de Canga Argüelles y otros, para tratar con el rey de hacer cesar los males de la patria, cortar el derramamiento de sangre y poner fin a la guerra civil. Cuando cumple su condena, en 1833, se le destierra a La Carlota; tiene entonces treinta y siete años y, según el pasaporte que le expide la policía de Sevilla, es de estatura regular, pelo castaño oscuro, ojos pardos, nariz regular, barba poblada, cara ancha y color trigueño, sin otras señas particulares. Sin embargo, el comienzo del destierro coincide con la muerte del rey Fernando VII y Ramírez de Arellano se marcha con su familia a Córdoba, donde es nombrado, en 1836, juez de primera estancia. Entre las distinciones de tipo intelectual que se le conceden están los nombramientos de socio de número de la Sociedad Económica de Amigos del País, de Málaga (1821), de la Sociedad Patriótica de Lucena (29 de noviembre de 1820) y de la de Córdoba (25 de marzo de 1834).
Sus obras literarias son numerosas pero están desperdigadas, mal conocidas y muchas de ellas carecen del nombre de autor. Desde 1833, publica en la prensa himnos y poemas elogiosos para la reina María Cristina y más tarde para Isabel II, así como romances narrativos de tipo histórico, que recuerdan un tanto los Romances históricos (1844)del Duque de Rivas, aunque los que conocemos de Ramírez, como el de la batalla de Lucena (1835), que incluimos en esta selección, tienen un sentido arcaizante más acusado, quieren parecerse al romancero viejo, tanto en la expresión como en el recurso del fragmentarismo (el hecho de dejar cortada la acción, sin desarrollo narrativo posterior). 
Algunas nos han llegado en pliegos sueltos, como el “Romance sobre las elecciones de Obejo, pueblo de la provincia de Córdoba”, impreso en Córdoba, por Santaló Canalejas y compañía, sin fecha, que es un buen ejemplo de poesía política, de marcado tono liberal, en el que se recurre a la forma de expresión coloquial andaluza. Creemos que casi ninguno de estos textos ha sido reproducido modernamente, desde el momento de su edición originaria, y lo hacemos ahora, sin notas y con escaso aparato crítico (en contra de nuestra costumbre), con el fin de no hacer demasiado larga esta aportación. Otros textos suyos son: “Memoria sobre el derecho de las hembras a suceder en la Corona de España” (1833), “Romance en que se inserta una carta que un labrador andaluz escribe a su novia de lo que ha visto en Madrid”, “Respuesta a la carta del andaluz, que le ha dado su Manola”, “Romance de un ganso que llegó a Espejo de Córdoba”, “A la Reina Nuestra Señora en sus días”, “Como mi separación del Juzgado Segundo de primera instancia...” (1836), texto en prosa, “Contestación a un libelo de don José López Pedrajas” (1841), respuesta a este capitán de Bujalance, diputado a Cortes, etc.
Por lo que respecta al romance de la batalla de Lucena, hay que tener en cuenta algunos datos históricos para su comprensión. Hacemos, en consecuencia, un breve resumen basado en el manuscrito de Jerónimo Antonio Mohedano Roldán, Antigüedad de Lucena, (1751), que a su vez se basa parcialmente en la Historia de la casa de Córdoba, de don Francisco Fernández de Córdoba, Abad de Rute. He aquí el texto, necesario para comprender el sentido de los romances de Ramírez: “El mayor triunfo que los vecinos de Lucena alcanzaron de los moros fue cuando en el año 1483, en el sitio que llaman de Martín González, legua y media de esta ciudad, hicieron prisionero al Rey Boaddeli de Granada y destrozaron su formidable ejército.
Deseoso el Rey de Granada Mahomad Boaddeli, llamado también Chico, de hacer una gran tala y cabalgata en tierra de cristianos, previno un numeroso ejército con el que caminando a toda prisa llegó al territorio de Estepa; y robando los ganados y gente que encontraba, pasó a las comarcas de la ciudad de Écija y Villa de Santaella, las que devastadas con igual furor, determinó volverse a su ciudad, tomando por sorpresa, si pudiese, la fortaleza y villa de Lucena. No fue tan secreta y breve esta jornada que, antes de llegar a Lucena, no supiesen sus vecinos el riesgo que los amenazaba. Por lo que, reparando los muros con toda brevedad por las partes que el tiempo los había debilitado, y dado aviso por don Diego Fernández de Córdoba, Alcaide de los Donceles, al Conde de Cabra, que estaba en Baena, a don Juan Venegas, Señor de Luque, y a muchos de sus amigos y parientes de la ciudad de Córdoba, y puesta la ciudad en arma, esperaron con notable valor al enemigo.Llegó en breve el día 21 de abril y como a las ocho de la mañana, se dejó ver el escuadrón contrario, bajando por el camino de Antequera.
Intentaron los bárbaros la rendición del pueblo con un recio asalto a sus murallas, pero rebatido su orgullo por los vecinos y especialmente por Fernando de Argote, Alcaide de Lucena, Juan de Cuenca, Antón Guerrero, Pedro Merino, Juan Recio, Salvador Salido, Bartolomé Sánchez y Martín Hurtado, con otros de los más principales caballeros, desistieron del intento meditando un riguroso asedio. Para lo cual, fijando las estancias y pabellón real en el sitio del Prado de los Caballos, tendieron el ejército desde la Calzada hasta el pilar de las Almenas; en lo que y en prevenir las máquinas al siguiente combate gastaron el resto del citado día y la mayor parte del veinte y dos, destacando en éste una gran manga de gente a la tala de los olivares, viñas y huertas cercanas a Lucena. [...]
Como a las siete de la mañana del día 23 [los historiadores lucentinos demuestran que fue el día 21de abril, para no hacerlo coincidir con la festividad de San Jorge], se reconoció movimiento de marcha en el campo enemigo. Motivólo el que dieron sus espías de los considerables socorros que de Córdoba, Antequera, Cabra y Luque, venían a Lucena. Serían ya las diez cuando, acabando de recoger los moros sus tiendas y bagajes, empezaron a marchar por el camino de Loja, casi en término de huir. 
Conocido por los nuestros el intento que llevaban de conservar la cuantiosa presa que habían hecho, rehusando el venir a batalla por no exponerse a perdella, determinaron el seguirlos y entretenerlos apocándoles la retaguardia mientras llegasen los amigos, cuyos instrumentos bélicos ya herían en sus oídos con repetidos toques.
Salieron con don Diego Fernández de Córdoba los más de los vecinos de Lucena, quedando Fernando de Argote con algunos pocos en guarda de la fortaleza. Incorporóse a poco rato el Conde de Cabra con los nuestros, y dando unos y otros sobre los moros, que el dificultoso paso del arroyo de Martín González les había detenido, más con las caídas de una de las acémilas de la real repostería, que con las crecidas aguas que llevaba. 
Apenas se vieron los enemigos acometer cuando, ocupados del temor, huyeron todos desbaratadamente, sin cuidar de articular defensa. Con lo que, animados más los nuestros, y especialmente, según los manuscritos citados, con la aparición del Apóstol Santiago sobre un caballo blanco, cargaron de tal modo sobre los contrarios que apenas, dícelo así el Padre Mariana, será creído el que tan corto número de los nuestros destrozase el numerosísimo ejército de los contrarios, que era diez veces mayor que el de los nuestros.
El Rey Chico que desde su caballo, como valeroso capitán, presenciando la tropa, deseaba animar los suyos, vista la cobardía de los suyos, les dijo: “- ¿Qué miedo es éste? ¿De quién huís? ¿Adónde vais? ¿Por ventura no advertís que éstos que os acometen han sido varias veces rendidos por vuestro ínclito valor? ¿No reparáis la cortedad de su número? ¿Podréis sufrirle, pues, la afrenta de haberle vuelto laespaldas ignominiosamente? ¿Qué se ha hecho vuestra valentía? ¿Dónde está vuestra honra? ¿Qué dirá la fama? Reportaos o yo mismo ayudaré vuestra ruina”. Algún tanto se repararon como avergonzados y queriendo contener el ímpetu de los nuestros. Pero sobreviniendo don Juan Venegas, Señor de Luque, con treinta caballeros y doscientos peones, por un lado, y don Alonso de Aguilar con gente de Antequera, por el otro, cayó en ellos tal desidia que aun alientos a la fuga le faltaban. Esforzáronsea emprenderla, sacrificando los vestidos y las carnes a las espinas y malezas del arroyo, al intentar pasar al otro lado.
Visto por el Rey Chico el desbarato de su gente, bajando de su caballo, solicitaba esconderse en la espesura del monte. Logrólo, pero con tal desgracia que, siendo acometido por uno de los nuestros, aunque solicitó defenderse con un puñal, quedó hecho cautivo de Martín Hurtado. Con variedad se lee la prisión del Rey: el Abad de Rute dice que los primeros que lo descubrieron fueron dos caballeros de Córdoba, Pedro Gutiérrez de Torreblanca y Diego García Clavijo, y que apretándole con las lanzas se les rindió. Otros dicen que a Martín Hurtado acompañaron Antón Guerrero y Juan de Cuenca, caballeros de Lucena, y finalmente otros quieren que un Juan Ruiz Conejo, vecino de Baena, fue el actor de la prisión del Rey. Dificultosa está la decisión cuando nació la disputa desde el mismo hecho, como en los comentarios del señor de Alarcón puede notarse y en el citado Abad de Rute y manuscritos de esta ciudad. Sin embargo de lo cual, la pública voz y fama en nuestra Lucena está a favor de Martín Hurtado, y las deposiciones de muchos testigos en la información ad perpetuam que se hizo a solicitud de un nieto suyo”. Hasta aquí el contexto histórico idoneo para situar los hechos que Antonio Ramírez de Arellano presenta en sus romances, algunos de cuyos rasgos hay que tener en cuenta para la comprensión de los mismos.Entre las licencias literarias que se toma el autor, está la inclusión en el poema de un tal Ramírez, que tiene un comportamiento heroico, y que por supuesto pertenece a la invención del autor, del que podría ser un hipotético antepasado.



ROMANCE SOBRE LAS ELECCIONES DE OBEJO,
PUEBLO DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA


Tocando están la campana
en la gran villa de Obejo
para que los más gorditos
acudan luego al concejo, 
porque tratan de elegir
a los nuevos personeros,
y los que maman la papa
andan que beben los vientos
a ver si pueden sacar
sus amigos o sus deudos,
y aunque sea a sus deudores,
pues dicen: del mal el menos.
¡Qué listas de candidatos!
¡Qué intrigas y qué de enredos!

Ya van entrando con pausa
y de cejas con arqueo
los señores electores,
que son los paganos recios,
pues los demás propietarios
y aun los pobre jornaleros
no tienen por qué meterse
en aquestos embelecos,
sino en callar y aguantar
los chubascos y aguaceros,
en pelear por su patria
y en morir cientos a cientos,
que no sirve para nada
de los pobres el pellejo,
ni su carne le aprovecha
al más hábil pastelero.

Así que están congregados
les dice con rostro serio
y voz campanuda y grave
el señor alcalde viejo:
- “Aquí se halla reunía
la flor y nata del pueblo, 
perilustres senaores,
amigos y compañeros;
cuidao con elegir
a gente de pelo en pecho,
al señor don Gumersindo,
al hidalgo Roque Bueno,
al mercaer don Josías,
al cobraor Juan Tadeo,
al labraor Juan Bautista
y al regior don Mateo.
El primero, ¡qué viveza!,
jamás se puede estar quieto;
si se le paga el viaje,
es capaz de ir a Marruecos,
a predicar al Muley
un sermón sobre el progreso,
en la plaza o en la calle,
y aunque sea en el paseo.

El segundo, ¡qué pomposo!,
él es todo un caballero,
un pariente no ha dejao
a quien no le dé un empleo.
El tercero, ¡qué garboso!,
si no, que lo iga el pueblo;
a nadie el da un ochavo
aunque el recen el creo.
Pues, ¿y el cuarto?
No hay ninguno
que le aventaje en talento;
y al que él le forme una cuenta
de Dios le venga el remedio,
pues que por bien o por mal
ha de ser a su contento.

El tío Juan y el Regior
son unos pobres zopencos;
mas, si no tienen saber,
para eso tienen dinero.
Y el señor don Gumersindo
se puede entender con ellos,
manejarlos a su gusto
y sacarlos y meterlos.
Ea, dixi, padres concristos,
votemos y Laus Deo”.
Por pecado del demonio,
para que hubiese un enredo
entre tantos electores
por encanto se ingirieron
un soldado veterano,
un abogado y un médico,
los cuales con deshogo
aquestas cosas dijeron:
-“¿Hasta cuándo habéis de ser
vosotros el instrumento
de vuestra propia ruina
y de vuestros males mesmos?
¿No miráis que al fin de todo
no vais a sacar provecho,
ni para vosotros propios,
ni para el común del pueblo,
y que éste no gana nada
con esos nobles sujetos,
con unos porque son malos,
con otros porque son buenos?
¿Qué bienes trajo a la villa
don Gumersindo, el travieso?

Ya lo visteis cuán furioso
que clamaba en otro tiempo
acompañado de frailes
blancos, azules y negros:
“¡Que mueran los liberales,
que vayan al quemadero!”,
para que el rey lo premiase
y le diese un grado nuevo,
en premio de haber dejado
entre los bravos su puesto;
que porque no sucedió
según se había propuesto
se hizo luego liberal
y charlatán sempiterno,
ascendiéndose a si mismo
a capitán con su sueldo;
que hoy clama por libertad,
mañana por retroceso,
el otro por estatuto
y el otro por el progreso;
que hoy dice que el estatuto
es malo, luego que es bueno,
ya que marchemos veloces,
ya que nos estemos quedos,
según le plazca a su antojo,
o según medre con ello,
que no ha pagado un real
de lo que él está debiendo
por el título de don
desde que entró en el consejo,
que ni la más leve gracia
ha sacado para el pueblo
y sólo se encuentra unido
a rentistas y logreros;
que sólo desfachatez
tiene, pero no talento,
y que era mejor callase
y no hablase como necio,
pues lo que logra charlando
es sólo burla y desprecio;
lo mismo cuando lo hace
como blanco o como negro;
que con su alcurnia y su sangre
y con su don y su feudo,
del tiempo de las cruzadas
las usanzas echa menos,
desdeñando su apellido
por usar de nombre ajeno.
De los demás no decimos
que todos podéis saberlo,
y ahora no sólo honradez
se quiere, sino talento.
Que es necesario forméis
las ordenanzas y arreglos,
que han de regir adelante,
si es que ser algo queremos
y no quedarnos así
ni bien fuera, ni bien dentro”.

Todos callan y se miran,
y el elector Timoteo
es el único que habla
así diciendo: “Bien veo
que tienen mucha razón
los letrados y el sargento;
pero está el caso en la bolsa
y el asunto tiene pelos,
porque si no convenimos
en hacer lo que ha propuesto
el alcalde, que es mandao,
hemos de tener por cierto
nos visitarán lechuzos,
chupones y vejigueros,
y que dos contribuciones
pagaremos sin remedio,
que así nos lo ha amonestao
el cobrador Juan Tadeo,
de suerte que hemos de ser,
o crujíos con apremios
y sangraos a placer,
o de reata jumentos”.
“Lo uno y lo otro seréis
en pasándose este tiempo
si obedecéis servilmente”,
les dijo muy grave el médico,
“mas, ni lo uno ni lo otro,
si procedéis con acierto,
si nombráis los hombres libres,
libres desde que nacieron,
que no hay poder que lo impida
cuando ser libres queremos,
porque es la suprema ley,
la salud y el bien del pueblo”.




LA BATALLA DE LUCENA
ROMANCE HISTÓRICO

[PRIMERA PARTE: LA BATALLA]



Allá en Lucena, la llana,
instrumentos oí tocar;
señales muestran de guerra
en la Torre del Moral.
En el arco de San Jorge
banderas vense ondear,
y capitanes y cabos
sus gentes juntado han.
Alcaide de los Donceles,
varón valiente y leal,
Córdoba por apellido,
es su bravo general, 
y sus tenientes y cabos
que él ha querido nombrar
son los bizarros Argotes,
Martín Hurtado, y a más
el buen Francisco Ramírez
y Juan Recio, el concejal.
Toda es gente valerosa
y experta en el pelear,
que a los moros fronterizos
saben cedo escarmentar.

Martín Cornejo ha partido
para luego le avisar
al Conde de Cabra venga
con los suyos a ayudar.
Noticias han rescibido
de que los viene a atacar
el Rey Chico de Granada
con fuerzas que pavor dan
a otros, que los lucentinos
no conocen este mal.
Por general y cabdillo
que el sitio viene a mandar
trae el mejor de los moros
a su buen suegro Aliatar.

Vienen los Abencerrajes,
con Zaide y Abenamar,
los Cegríes y Gomeles,
y Gazúl y Reduán,
que a sus damas de Granada
han ofrecido llevar
mil cabezas de cristianos
y la villa saquear;
y juramento han prestado
de a la ciudad no tornar
sin que antes Lucena quede
reducida a un su alijar.

Atabales y clarines
al arma tocando están,
y en esa Plaza del Coso
las haces juntas, no más
esperan para partir
que se les dé la señal,
pues sus templados aceros
anhelan desenvainar.

El Conde de Cabra tarda,
mas no el moro en estrechar
y si no lo escaramuzan
la villa cedo entrarán. 
Salen, pues, los lucentinos
a cada cual más galán,
unos bizarros jinetes,
otros diestros en andar.
Sólo son mil y quinientos
y contra quince mil van;
pero no temen pues saben
o morir o vencer ya.

En esos campos de Aras
los moros han su real.
La batalla se comienza
aunque en modo desigual.
¡Cuánta de la lanza rota!
¡Cuánto turbante rodar!
¡Cuánto alquicel y marlota
por los aires rotos van!
¡Cuánta pluma, cuánta adarga,
cuánta estribera pisar!
¡Cuánto bayo borceguí
y encarnado capellar!
Tinto va Martín González
en sangre vertida ya.

La victoria está indecisa
sin se querer declarar.
Pero el valiente Juan Recio
ataca el pendón real,
y aunque en la empresa perece
consigue desordenar
a los moros de tal modo
que ya no puede bastar
a contener la su fuga
el ejemplo de Aliatar.
La lanza en ristre Ramírez
logra el pecho le pasar,
y ya no se cura el moro
que de la vida salvar.
Encuentra Martín Hurtado
un moro, noble galán,
a quien le dice se rinda,
mas no lo quiere escuchar,
y tirando de su alfange
contra Hurtado luego va,
quien con su espada lo espera
y comienzan a lidiar.

Ambos son valientes, bravos,
para se bien disputar
la vida, pues quiere el moro
morir mejor que se dar;
mas Hurtado lo desarma
y se tiene que entregar
maldiciendo de Mahoma
y votando contra Alá.
-“¿Quién eres, gallardo moro,
que así has sabido mostrar
tu valor en este día?
Dímelo, que en mí hallarás,
si antes al que te venciera,
quien ahora fino y leal
te defienda, sin ofensa
de mi señor natural”.
-“¡Ay de mí!, que me has vencido,
mi casa vine a afrentar,
que soy el Rey de Granada,
el Chico Boabdil Mohamad”.
Condujéronlo a Lucena,
do triunfante vuelto han
los valerosos cristianos
de su victoria gozar.




SEGUNDA PARTE DEL ROMANCE HISTÓRICO DE LA 
BATALLA DE LUCENA

DESAFÍO ENTRE MARTÍN HURTADO Y MARTÍN CORNEJO



“Si empeño formado habedes
en contrallarme, Cornejo,
así en los míos amores
como en el de los de mis deudos,
y lo mismo en las campañas
y también en los consejos,
vos advierto, y bien oídme,
que consentirlo no puedo.
Si acaso estáis envidioso
de que fize prisionero
al Rey Chico de Granada
yo solo y sólo mi esfuerzo,
non vengáis a disputarme,
que vos estuvisteis quedo;
quejaros de que vinisteis
a la pelea asaz ledo;
saliérades de Baena
cuando amenazaba el riesgo
y no os pararais en Cabra
a hacer a damas cortejo.
Non vos vio Martín González
cuando iba tinto corriendo.

¿Y pretendedes agora
prez porque nada habéis fecho? 
Os acercasteis a mí
cuando a Boabdil conduciendo
venía para Lucena,
después de haberlo yo preso.
Lo ficisteis para honraros
y por facer que facemos,
porque vergüenza vos daba
de estar tan galán y apuesto.
Mientras que la sangre nuestra
estaba regando el suelo,
¿dónde estábades valiente
que nadie vos vido el pelo?
¿Por qué non acompañasteis
a Ramírez y a Juan Recio
y a tantos que pelearon
y fizieron como buenos?
A las barbas de Aliatar
tuvisteis sin duda miedo,
por eso os entretuvisteis 
con el desbarbado sexo.
¿Y agora aquí, en el palacio,
en este salón cubierto,
libre de moros y alfanges,
decís que al Rey habéis preso?
Mentís, y me denostáis
mal noble y mal caballero,
y los filos de mi espada
os lo harán bueno al momento.

Non vos reconvengo agora
de otro mal que me habéis fecho:
si acaso quedáis con vida
y escapáis de aqueste reto,
de nuevo vos retaré
y vos venceré de nuevo,
que habéis de satisfacerme
como en aquello, en aquesto;
y aunque le pese a mi hermana,
a doña Ana y sus deudos,
o muerte Martín Hurtado
o muere Martín Cornejo”.
Apenas estas razones
ha concluido el primero,
cuando animosos y bravos
sacan ambos los aceros
y sin pararse a decir
ni una palabra Cornejo,
que las dichas por Hurtado
colérico asaz le han puesto,
pelean como valientes
y se descubren el pecho;
que los dos están picados,
los dos de sangre sedientos.
Al ruido de sus armas
el Alcaide acude luego;
y apenas a separarlos
basta su mando y respeto.
Pero llamando a sus guardias
a los dos los manda presos,
remitiendo el desafío
hasta averiguar el hecho.







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