Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 8 de mayo de 2013

1667.- EDGAR CAMPOS


Imagen

Edgar Campos 
Edgar Campos nació en Almería en 1990, ha crecido a caballo entre la ciudad de Barcelona y un pequeño pueblo de costa, Canet de Mar. Al acabar la escolarización pensó en la carrera de psicología como su próxima aventura, sin embargo pasó más tiempo leyendo filosofía entre los pasillos de la facultad. Después de este primer año comenzó la carrera de humanidades en la universidad Pompeu Fabra. Ha desempeñado tareas como relaciones públicas para locales y ferias y ha trabajado en la atención al cliente para la librería Jaimes. También codirige esta misma página web junto a Arturo Sánchez, además de haber organizado y participado, junto a este mismo y otros poetas invitados, en el recital de poesía joven: "poesía ya". Hace unos meses se sentó a escribir De dioses y otros vinos. Vive en Barcelona, donde le gusta mucho pasear, si lo encuentran pueden hablar fácilmente con él, suele ser simpático si le invitan a té o cerveza. 




Nacimiento de un anciano

El viento conoce ahora aventuras del cuerpo.

Aúlla. En la cópula de los cuerpos aparece el ojo único.

Cruce de fieras en la noche, parece baile pero es candelabro, velas en la noche con mirada de fuego. Aparece el corazón en boca de león: grillos de sangre púrpura, azul celeste en la noche de luna llena, gestos de antigua alcurnia. Era de caballos y colores crema.

Canto, coro en el viejo coliseo: sudor en tu piel todavía tedia. Fugitiva alma, suspiro – boca de aire. Sombras en un cuerpo de plata. Vello anciano que crece sobre laderas, sobre lomo de caballo desbocado. Viento de plata en silencio.

En la noche: perpetuo crecimiento de un anciano aéreo, en los ríos, en los mares, acunado por viento y agua.








Le tremblement de terre, cest parce que la lune, et le soleil et la terre se battent…

Niña triste, niña perdida, niña que llora. Niña bola de fuego, que mira el océano, ella es fuego. Con nostalgia, crea palabras, balbucea.

Miedo a los árboles oscuros, a los susurros del alcohol. A las profecías, al equilibrio de personas lunáticas. Miedos quebradizos, como la noche, como el niño con pupilas de lino.

Quebradizo por los ojos, por el tímpano, por el dedo índice que señala planetas contaminados. Caminos.

Expira, deja volar la última mariposa. Es un cuento de hadas, todavía no explicado.

Ave, creciendo en deseo de rapiña; devora la luna, en canto, en melodía de materia hirviendo.

Palabras quebrando, crepitando al fuego, lanzadas al espacio con restos de llama en el esqueleto. Nuevos cuerpos ciclópeos, llantos de la niña libres de cárcel, libres del magma.










Perdido en heridas. Un hombre que al habla corta raíces y que deja a la cosmología crecer sueños y velos para la vida.

Un hombre en el exilio.

Es incandescente, arde en escenas…

Es volátil fiera, mil vértebras rotas en el ahora, la imagen ya no es dura: vapor y aire. Baile, beso de fuego, rojo y negro, los límites lloran la carne vertida. La imagen es un tigre que caza, en el momento fallido, encuentro de error y elegancia: captura fotográfica, acuarela. La técnica embaraza al tigre, que diluye su fuerza de agua.










Látigo, azote de un padre a la forma quimérica de su primogénito. Ella, la mujer, un espejo en quiebra. Fantasmas, cuerdas cada vez más apretadas. Huída hacia ninguna parte: sólo materia gris, cerebro en constante tránsito, que forma bellas apariencias…

Baile: reunión de pájaros trepidante. Auténtica reunión de colores y vibraciones.

Alarido. Nuevo paisaje hecho trizas.

Pájaros: pétalos en explosión.

Nueva ventana abierta. De nuevo pájaros, tan sólo esqueletos de ellos, con mirada triste, sanguinolenta, lúgubre, terrorífica – esquelética.

La muerte acecha al hombre en su ventana.









Bestias salvajes crecen en los márgenes. Salvajes, figuran cruces, verbos en temblor, eructan, regurgitan. Salvajes también sus alaridos de rasposa humanidad.

Humanos… demasiado humanos… crecen a millones, salvajes, libres de la divinidad. Explotan como burbujas: a vivir la vida.

Hacen el amor, en la noche, en el aire, despacio universo. Hacen el amor, sin atención a las imágenes, a la precaución, simplemente en expansión de la noche. Gritan al aire, corren, se agitan. No ven los cristales, que les esterilizan. No ven los orbes sin dioses, sólo museos.

No saben romper el cristal. No saben que no saben volar.

No ocurren milagros

No crecen los colores en su imaginación

No beben el agua del manantial

No rompen los verbos en bandada

No vuelan los nombres de las personas, solo cadenas a la tierra y el culto.

No, nada crece, estáticos mueren sobre sus cabezas, como tristes marionetas.

Tan sólo una pequeña mirilla para el ojo, una grieta, en cualquiera de sus paredes, por donde volar el ojo; en su particular anhelo de separar cuerpo y ala.









Y sin embargo la niña teme la ciudad.

No en su cabeza, donde corren sus mil aventuras, sino en la noche. Donde aparecen las bestias, largos cabellos negros desbocados, pelucas de hombres al acecho. El pequeño ángel ha caído del cielo, como una gota llorada. La ciudad es un mal sueño, la niña no cede el espacio. Ella no puede creerlo. Ella tiene piernas, carne, ojos y húmeda vagina. Por ella crecen palabras en secreto, que berrean, que profieren profecías y que prometen tierra fértil.




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