Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013
lunes, 19 de diciembre de 2011
1093.- ALBERTO GONZÁLEZ CÁCERES
Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, SEVILLA 1953-Monsaraz, 2009)
Rebusco y rebusco y vuelvo a rebuscar, tal que la coplilla infantil, entre el berenjenal de los papeles –propios y apropiados- de Alberto. La líneas que siguen a modo de versos (a mí todo me parece completamente estrafalario), son la transcripción de una de las letanías que pronunciaba un vecino suyo, Aníbal Costa, ya fallecido también, a quien en Monsaraz conocían como el «incurável» (metaplasmo: «el loco incurable»). Eso es lo que dice Alberto en una anotación grapada al texto. Pero aunque hay constancia de la existencia de dicho «incurável», estoy convencido de que todo es del propio González Cáceres. Y a él lo adjudico: él sí que era un verdadero incurable. (Mario Cortés)
LA PRÉDICA DEL INCURABLE
No estoy para bromas
de mal gusto.
Nunca lo estuve,
por más que las haya aguantado
por cientos; no, por miles.
Mejor dicho, no estoy para bromas
sean de la clase que sean.
Las bromas no traen nada bueno, siempre
tienen malas consecuencias.
Una vez, de broma,
ofendieron a mi madre,
y a mi padre.
La boca del bromista
no la rompí de broma,
aunque algunos hicieron bromas,
pasado el momento,
sobre dos dientes en el suelo
bañados en sangre.
Otro día alguien quiso
divertir a un pisaverde,
pero a costa de un amigo,
y de mí, de nosotros.
Yo le dije al bellaco:
«Te voy a arrancar la cabeza de un puñetazo».
Vio el vil clara la posibilidad,
por mis ojos, por mi tono,
y arrió velas en un soplo.
Yo nunca he sido violento, no,
y espero morirme sin llegar a serlo.
Pero no me vengan con bromas
injustas, hirientes, ridículas.
No me digan, por ejemplo,
«¿Qué vas a hacer con el dinero?»,
o «¡No tienes hijos que mantener!»,
ni «¡Qué bien vives!».
No tengo hijos, ni dinero, pero,
por favor, no quiero que me den bromas.
No aspiro a nada, sino a pasar
por el tiempo lo mejor posible,
lo menos mal que se pueda.
Si quieren, ni me hablen. Ni hablen
de mí cuando doblo la esquina.
No soporto las bromas, no quiero
nada con chistosos.
Bastante tengo con esa broma
pesada y larga que es la vida.
POR SI FUERA POCO (*)
Pero llegó el hampa
con carta blanca, alentada,
protegida por sus cómplices,
colocando a mansalva
drizas fuertes, enganchadoras
como perchas de caza
que dejan colgados
pájaros ilusos, torpes,
fáciles como trofeos infantiles.
Los de abajo, más que nunca,
hubieron de cubrirse
de las tinieblas, huir
de los espectros de carnes huidas
y seso habitado por estalactitas de pus.
Arriba, algunos, no, muchos
amasaban el fruto
del espanto, de la sangre podrida,
del dolor de cada madre,
de la ignominia desatada
sin límites visibles.
Fue la explosión que ahogó
juventud y rebeldía,
el boom que sirvió
de freno a tantas cosas.
De nariz vesánica y vena alanceada,
Madrid no fue ya capital
de la gloria sino el infierno.
Hombres y mujeres, barrios enteros
acabaron ocupándose
de aquello que no tenía remedio,
de aquello que arruinó
vidas, las vidas, todas las vidas.
Pero no las de los de arriba.
Por si fuera poco,
de un lugar nebuloso, satánico, evasivo,
lleno de frascos y probetas,
de dólares ponzoñosos,
de microscopios que sólo ven
lo que conviene ver,
de cobayas aún no humanas,
vino, no, nos trajeron,
a nosotros, a todos,
potente, laberíntico, esvástico,
un virus nuevo, novísimo,
el último grito en virus.
Lo hicieron y lo soltaron, eso pasó.
Es lo que nos ha pasado, lo que nos pasa.
¿Qué merecen sus autores, de profesión asesinos?
El Nobel, y colgarlos.
(*) Este texto de Alberto fue escrito poco después del suicidio de Urbano Uribe de Urvando, aquel su amigo que optó por tal salida al creer que había contraído, por vía sexual, el SIDA, lo que creo ya haber referido. (Mario Cortés)
FIN DE LA MADEJA ( * )
Cuando el sexo ya ceja
de latir entre ceja y ceja,
cuando ya cada paso
se convierte en queja,
cuando alumbra el ocaso
el fin de la madeja;
entonces, oh vida aún presente,
todo me sabe a fracaso:
lo conseguido y lo acaso,
lo posible y lo urgente,
lo que palpo y lo ausente.
La enfermedad, la torpeza,
el fastidio del hastío,
el cansancio, la pereza,
en fin, todo este desvarío,
me trata con suma crudeza.
Y pienso, sin nada de tristeza:
mejor irse en un suspiro,
darse a la fuga con presteza.
Y puesto que abasto firmeza
para cumplir lo que aspiro,
ya, oh vida, en tu seno expiro.
( * ) Se trata, muy probablemente, de la última composición (no fechada) del alcalareño Alberto González Cáceres, cuando ya tenía decidido —firmemente— el suicidio. Que éste no llegara a producirse se debió al repentino agravamiento de la enfermedad y la inmediata muerte. (Mario Cortés)
TERCER AVANCE: LA DESTILACIÓN DE LA VIDA. Alberto González Cáceres (2009).
Publicación «post mortem». Texto cedido por Mario Cortés (2010)
Decir Olgo Laurel Verdín es decir palabra. Recuerdo ahora que una tarde, siendo Olgo muy joven, se hallaba con dos amigos tomando café y ligados. Largo plural el de los ligados. A sus amigos, el aguardiente parecía producirles el efecto contrario al acostumbrado, es decir, que habían quedado sin habla y en profunda quietud, limitándose al fumeteo, al libamen y a escuchar a Olgo, a cuya disertación asentían delicada e ininterrumpidamente. Pero Olgo necesitaba ampliar el auditorio, compartir con más humanos sus… lo que fuera. Así que, respetuosamente, como siempre, se dirigió a un arriero (aún los había) que, sentado y cabizbajo, asistía un tanto perplejo al parlamento: «¡Amigo! ¿Qué es para usted la palabra?». El arriero tardó un poco en levantar, y no del todo, la cabeza, y miró al grupo sólo cuando terminó su respuesta: «La palabra es una cosa que si se da hay que cumplirla». Olgo comprendió muy bien aquel día lo de Agamenón y su porquero.
Eso sucedió en aquellos años en que a Olgo le venían como dedil a un dedo estos versos de Rubén Darío:
¡Oh, terremoto mental!
Yo sentí un día en mi cráneo
como el caer subitáneo
de una Babel de cristal.
Unos años después, pocos, estos otros le resultaban pintiparados (mas no se quiera encontrar en el cuarto verso relación alguna con el tabaco ni con el anís tipo Cazalla):
Que lo que diga la inspirada boca
suene en el pueblo con palabra extraña;
ruido de oleaje al azotar la roca,
voz de caverna y soplo de montaña.
POEMARes, CARMINAntes, poemas sueltos, versos libres, senderos abiertos libremente, amores de libro, libros que son amores hasta que la muerte o haberlos prestado los separe, penalismo, acusados, juzgados, reos y absueltos, recuerdos de un polvero de Alcalá, dicha de la poesía dicha, cuerpos y mentes en viajes con destino humano… Dispensen, pero esto es una necrológica, no una biografía, así que no podrán encontrar aquí una relación, ni sucinta ni somera, de los hechos que Olgo llevó a cabo en su relativamente corta vida. Pero sí, ahora reparo en que he dejado sin señalar una de las actividades preferidas por Olgo: la fotografía. Podría haber escrito, por ejemplo: imágenes retenidas en tres retinas... Uno, que lo único que sabe del tema es que en las fotos sale lo que está delante de la cámara, puede sin embargo opinar que sin su compañera Laura Delarte Pimpante, sin la inspiración contagiosa que emana de esta Artemisa verdadera (no como la de Éfeso ni la del Halicarnaso), ama poética y dueña real del realismo mágico fotográfico, difícilmente Olgo hubiera podido alcanzar el nivel que logró. Hay que decir, por si acaso, que jamás Olgo se ufanó de sus realizaciones fotográficas. La modestia siempre casa muy bien con lo comprobable, como ya dijo Pepito Hoys sacudiendo el inexistente polvo del asiento de la Guzzi y sonriendo.
Olgo ha caído, descendido o ascendido, da igual, cuando más estaba aportando a la industria de la comunicación eléctrica en su versión más apropiada para la culturización, si no de las masas populares, sí al menos de algunas masas encefálicas (no confundir esto con la pseudocultura fálica visual que es la única que alguna gente adquiere en internet). Puede que de haber vivido algunos años más, Olgo hubiera conseguido que su Carminante se convirtiera en el Sitio por excelencia. No el sitio para quedarse o para que lo dejen a uno, ya saben a lo que me refiero. Si otros blogs son hechos por y para anacoretas mentales, Carminante, aun contando con elementos anacoréticos, siempre inevitables y a veces saludables, ha sido una verdadera bibliofototeca en la que realmente había libertad, libertad concreta, no abstracta y volátil.
Digámoslo solemnemente: Alcalá ha tenido, hasta ayer como quien dice, un amante que la ha querido con pasión, aun sabiendo que no obtendría correspondencia, que así es como son los amores poetizados, nunca los reales, lo que revela el culmen hasta el que llevó Olgo la poetización de su vida: a la materialización de lo inaudito. Puede comprobarse, si se es capaz de observarlas evitando los médanos del prejuicio, que muchas de las actitudes de Olgo hacen tambalearse no pocas certidumbres con marchamo científico.
Tampoco Olgo aspiró jamás a ser admitido en comilonas de tartas repartidas, ni en banquetes egocéntricos, centrípetos y centrifugados al mismo tiempo, tampoco en desfiles de apariencias. No le iban, no, los círculos que tuvieran más de viciosos que de circunferenciales.
No es que no tenga yo más libros de poesía a que recurrir, pero es que Darío, el Supremo, parece que conoció a Olgo:
Por eso ser sincero es ser potente:
de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye en ella.
Ahora que ya Olgo Laurel Verdín es conducido hacia la otra orilla por medio de aguas que de tan oscuras y aceitosas han de resultarle familiares, la Poesía no está de luto, ni Olgo será llevado en parihuela de cañas de bambú del este de Kerala envueltas en sedas de Antioquía, ni será cubierto de pétalos de trinitarias de la parte media de los Países Bajos, ni una dama lusitana de larga cabellera le espera, junto a la torre de Belem, con un laúd en las manos para cantarle versos, tristes de tan dulces, este mediodía en que no tiritan los astros ni de cerca ni de lejos ni Laura será de otro como antes fue suya. Ni siquiera podrá producirse la metempsicosis de Olgo en alguien llamado Lautaro o Lauro o Laureano o Laureal o en algún animal intrínsecamente poético como el burro o la gacela o la golondrina. Poesía y Muerte, hermanas y cómplices («¡Ea, hasta la próxima!»), se darán el beso con el que sellan la culminación de otra de sus tantas faenas: se ha cumplido la destilación de otra vida.
De lo que podemos estar seguros es de que mientras ya se desvanecían sus sentidos, cuando el calor último hacía caer por la piquera las postreras gotas de flema, Darío diría, y Olgo oiría, dentro ya de los más recónditos dominios de Falopio:
cuando ningunos duelos
ya sufra
y mis nervios se calmen,
y esté mi lengua muda.
Por mentira que parezca.
CARMINA Blog Literario
http://carmina.ekiry.com/?cat=189
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