Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 8 de diciembre de 2011

1066.- NARCISO CAMPILLO Y CORREA



Narciso Campillo y Correa

(Sevilla, 1835-Madrid, 1900) Escritor español. Dirigió el Museo Universal, que luego se convirtió en La Ilustración Española y Americana. Compuso romances históricos, odas y otras poesías, cuentos y diversos manuales de preceptiva.
En el Colegio de San Telmo de Sevilla (institución mixta que acogía también huérfanos de cierto nivel), donde recibe clases de un discípulo del gran poeta Alberto Lista, Francisco Rodríguez Zapata, y conoce a su gran amigo y compañero de desvelos literarios Gustavo Adolfo Bécquer.
Fue editor de Gustavo Adolfo Bécquer, tras la muerte de este, Narciso Campillo y Correa junto a Ferrán se pusieron de inmediato a preparar la edición de sus Obras completas para ayudar a la familia; salieron en 1871 en dos volúmenes; en sucesivas ediciones fueron añadidos otros escritos.



Sócrates

Ya la cicuta que su sangre hiela
de la vida los vínculos quebranta;
deja la carne muerta el alma santa
y, cual astro de luz, relumbra y vuela.

Discípulos que estáis de centinela
en torno del cadáver, ¿no os espanta
ese inmenso fragor, que se levanta
y luto y muerte y lágrimas revela?

De lejana batalla el son parece,
o el huracán, los bosques sacudiendo,
o voz del mar que rebramando crece.

Discípulos id: todo ese estruendo
es el antiguo mundo que perece;
son los dioses vencidos: van huyendo.



A LA EUCARISTÍA

Por más que se levanta el pensamiento
con vuelo desusado y peregrino,
hallar no puede en su ideal camino
otro tan alto y singular portento.

Que baje Dios desde el sublime asiento,
que dé su carne en pan, su sangre en vino,
que habite el cuerpo del mortal mezquino
y se confunda y viva con su aliento.

Misterios son en que se abisma en vano
aun del ángel la clara inteligencia,
cual piedra en la extensión del océano.

¿Quién investigará la Eterna Esencia?
Absorto y mudo ante el grandioso arcano
invoco yo la fe, y ella es mi ciencia.




A MI HIJO

Tu madre mece tu cuna
y te canta dulcemente;
tú al oírla te sonríes,
mi alma se deleita en verte.
Porque tu rubia cabeza
manzana de oro parece;
porque hoy esos rojos labios
que yo beso tantas veces
por vez primera mi nombre
pronunciaron balbucientes;
porque te adoro, hijo mío,
y mi encanto y vida eres.
Luce la lámpara tibia,
fuera brama el viento y llueve:
¡cuántos niños a esta hora
de hambre y frío se estremecen!
Mas... Silencio, en torno mío
aspiro perfume leve,
oigo un lánguido aleteo
que ya acercándose viene;
es el Sueño, está a la puerta:
¡duerme, hijo del alma, duerme!
¡Qué dorados son tus rizos!
¡Qué pura y blanca tu frente!
¿Con quién hablas y qué dices,
pues así tus labios mueves?
¿Los ángeles tus hermanos
tal vez del Cielo descienden?
¿Hablas acaso con ellos
de otros mundos, de otros seres?
¡Oh, si voláis a esta hora
junto a mi niño inocente,
espíritus invisibles,
amparadle y protegedle!
Murmurad en sus oídos
vuestros cantares celestes;
cubridle, espíritus santos,
con vuestras alas de nieve,
y al soplo de vuestro aliento,
que ricos aromas vierte,
mire yo ondular sus rizos
por sus azuladas sienes.
Contigo están los querubes:
tú lo sabes, tú los sientes;
¡oh niñez! ¡Oh edad de oro!
¡Duerme, hijo del alma, duerme!
Yo velo, mi amor profundo
guarda tu sueño inocente,
¡y ojalá tu vida entera
guardar y guiar pudiese!
Rosa, el niño está dormido,
no cantes, no se despierte.
Que goce feliz reposo
y con los ángeles sueñe,
mientras fuera brama el viento,
en densos raudales llueve,
y se oye del mar cercano
el hondo rumor solemne.
Estos cantos varoniles
más bien arrullarle deben;
es hombre al fin, y su vida,
sólo saberlo Dios puede,
si pasará sosegada
cual arroyo de ondas leves,
o correrá impetüosa
tal como hervidor torrente.
Tú lucharas, pero en tanto
goza de tu edad tan breve,
y a la vista de tus padres
¡duerme, hijo del alma, duerme!
Oigo decir que el sepulcro
guarda misterios solemnes:
es verdad; también la cuna
terrible problema envuelve.
Es como indecisa nube
que se forma, avanza, crece,
los rayos del sol y el día
la coloran y la impelen.
Tal vez traiga bondadosa
dulce lluvia al campo verde;
tal vez eclipsando el día
negro pabellón despliegue
y con el furor del rayo
hunda las torres más fuertes.
Niño, tu cuna es la nube
donde mis ojos se vuelven;
que nunca al fango descienda,
que vaya alzándose siempre,
y, alada, gentil, sublime,
hasta el mismo Cielo llegue.
Pero... el relámpago brilla,
Rosa, y con más fuerza llueve:
cierra bien las puertas todas,
que el niño no se despierte.




Otro trozo más de mañana es ayer

por Gonzalo Díe Fagoaga

Cada capítulo de Mañana es ayer incluye una pequeña historia relacionada con el texto. La que sigue corresponde al capítulo Los jueves por la tarde no hay colegio, día de la semana en que el protagonista come en casa de su abuela en la calle Claudio Coello, frente a la casa donde murió Gustavo Adolfo Bécquer.

   Hoy en la calle parece haber más movimiento de lo normal, especialmente justo en el portal del número 7, ¿no era el número 25? donde entran y salen personas cuyos rostros son un claro reflejo de la tristeza que les invade. Dos personas en la acera hablan, y sus voces rotas de dolor flotan en el aire, para quien en medio de un silencio sepulcral quiera oírlas. «Narciso que quieres que te diga, no por esperado se hace menos terrible». Narciso es Narciso Campillo, sevillano como el poeta, amigos desde niños cuando ambos estudiaban en el colegio San Telmo de Sevilla, su ciudad natal. «Cierto Eusebio, cierto. ¡No termino de creérmelo!». Eusebio es Eusebio Blanco, escritor, autor de obras de teatro e igualmente amigo del fallecido.

   Eusebio Blanco había visitado a su amigo esa misma tarde, poco antes de su fallecimiento y Narciso se interesa por Casta. «Dime Eusebio ¿cómo está?». La ya viuda del poeta está mal, ¡mala suerte! ahora que las cosas parecían ir mejor. El poeta había vuelto de Toledo, donde había marchado al separarse, y se había instalado con su mujer y sus hijos, en un interior de la calle Claudio Coello. «Habría que enviarle recado a José, a José Casado del Alisal». «Narciso, Casado ya lo sabe, ha subido hace un momento y me ha dicho que todos nosotros, sus amigos, deberíamos ¡qué mejor homenaje a su memoria! intentar que sus obras se editaran».

   A Narciso le parece una excelente idea, de hecho él tiene gran parte de los originales que su amigo sevillano le entregó, consciente de que se moría; sería una manera también de ayudar a su mujer y a sus tres hijos, y apunta la posibilidad de contar con Ramón Rodríguez Correa. «Me parece bien −asiente Eusebio−, Ramón le ha ayudado en varias ocasiones y estará encantando de hacerlo una vez más».

   Narciso Campillo le cuenta a Eusebio Blanco con la voz rota de dolor mil y una anécdotas vividas con Gustavo Adolfo en el sevillano colegio de San Telmo, «Recuerdo como si fuera ahora mismo, le estoy viendo, componer con 12 años una oda a la muerte del maestro Alberto Lista».

   Poco más tarde se une a los dos interlocutores el poeta Augusto Ferrán que acaba de enterarse del fallecimiento; Augusto Ferrán Forniés, de ascendencia catalana como indican sus apellidos, cursó estudios secundarios en el instituto del Noviciado en Madrid. Poeta y amigo de Bécquer, colaborará con Narciso Campillo y Ramón Rodríguez Correa en la edición de las obras del poeta muerto.

   Ferrán está convencido, «Le afectó tremendamente la muerte de su hermano Valeriano. Desde hace tres meses Gustavo Adolfo no volvió a ser el mismo». Valeriano Domínguez Bécquer, hermano del poeta, pintor y destacado retratista, había muerto en Madrid el 23 de septiembre de 1780.

   Enseguida se unirá también el pintor Casado del Alisal que sale de la casa mortuoria y trae novedades. «Está arriba Vicente Palmaroli sacando un apunte del natural, y el entierro es mañana viernes a las doce. Vamos a reunirnos el sábado a la una en mi estudio de la plaza del Progreso, para ver la manera de dar publicidad a sus obras más notables. Y convendría enviar una nota a La Época». Narciso Campillo se compromete a enviar esa nota, mientras una voz que nadie sabría decir de donde procede recita una y mil veces el verso. Porque son niña tus ojos / verdes como el mar te quejas.

   Vicente Palmaroli, autor del cuadro Gustavo Adolfo Bécquer en su lecho de muerte, es hijo de un litógrafo italiano y se forma con Federico Madrazo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ocuparía el puesto de director del Museo del Prado.

   Narciso Campillo cumplió su compromiso y La Época, en su número del viernes 23 de diciembre inserta una nota en la que se avisa de la reunión que los amigos del malogrado escritor tendrán al día siguiente en el estudio del pintor Casado, con objeto de editar su obra al tiempo que paliar la delicada situación en que han quedado su viuda y sus cuatro hijos. Abierta una suscripción, el Rey remitió al Sr. Casado mil reales, Ramón Rodríguez Correa que había iniciado la recopilación de los textos, prologó las Obras de Gustavo Adolfo Bécquer que en dos tomos, y al precio de 28 reales, se puso a la venta a finales del mes de julio de 1871. El cariño y la generosidad de sus amigos lo hicieron posible.

   Esta historia, en apariencia tremendamente triste, resulta ser en verdad tremendamente alegre dado que es un canto continuo a la amistad. El poeta Gustavo Adolfo Bécquer, quizás en opinión de muchos, un hombre pobre en el momento de su muerte, es realmente un hombre inmensamente rico. ¡Tiene muchos y buenos amigos!

 http://gonzalodief.wordpress.com/




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