Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 8 de diciembre de 2011

1067.- MANUEL PASO Y CANO



Manuel Paso y Cano (Granada, 1864 - Madrid, 1901), periodista y poeta español.
Estudió Filosofía y Letras en Granada. Fue miembro de la redacción de El defensor de Granada; en Madrid colaboró en El resumen, La correspondencia de España, El Heraldo, El País, etc. Hermano del también escritor Antonio Paso y Cano y tío de famosos libretistas teatrales. El llevó una vida bohemia y llegó a ser bastante famoso durante los últimos años del siglo XIX. Juan Ramón Jiménez siguió bastante su poesía.
Entre sus libros líricos destaca Nieblas (Madrid, 1886; establecimiento tipográfico de P. Núñez), que fue reeditado después de su muerte, en 1902, con un prólogo de su gran amigo Joaquín Dicenta, con quien además colaboró en los libretos Curro Vargas (1898) y Rosario la Cortijera (1900). Dicenta destaca en su prólogo su indumentaria ajada, su desaseo personal, su desidia ante las relaciones sociales y su gran corazón, ya que se llevaba a dormir a su casa a todas las prostitutas que encontraba por la calle a altas horas de la madrugada para evitar que durmieran al raso.
El alcoholismo acortó sensiblemente su vida cuando enfermó de tuberculosis y murió en 1901.



Manuel Paso ilumina con sus lunas amarillas a J.R. Jiménez

JUANA MURILLO RUBIO.

Pese a los escasos trabajos sobre el periodista, dramaturgo y poeta andaluz Manuel Paso Cano (1864-1901), su obra merece rescatarse por su valor y porque sirvió como uno de los modelos poéticos de Juan R. Jiménez.
En los últimos años la crítica sobre la literatura finisecular, y en especial el modernismo español, le ha prestado una mayor atención a algunos autores olvidados, como es el caso de Manuel Paso (Granada, 1864-Madrid-1901).
Juan Ramón Jiménez, diecisiete años más joven que él, llega a Madrid desde Moguer en 1900. Unos años antes lo había hecho Paso. En Granada, ciudad universitaria donde vive su juventud y donde comienza sus estudios de Filosofía y Letras, que decide abandonar para dedicarse a la literatura, fue redactor de El Universal, La Tribuna y El Defensor de Granada. En 1884 ya reside en la capital española, donde pronto se hizo un hueco en el mundillo literario madrileño. Le ayudó enormemente una velada celebrada ese mismo año en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en la cual su maestro Campoamor lo reveló ante el público y la crítica como un gran poeta. Dos años más tarde, en 1886, se prepara a publicar su primer libro de poemas titulado Nieblas.

El año 1900, fecha de llegada de Juan Ramón a Madrid, es el año de la publicación del segundo libro del poeta de Granada: "Poesías". J. R. Jiménez llega en abril con el proyecto de dar a conocer sus primeros escritos, aunados bajo el título de Nubes, y publicados posteriormente como Ninfeas y Almas de violeta, y se marcha en junio. En tan breve estancia entabló un estrecho contacto con los más conocidos literatos del momento; se hizo conocedor de la bohemia madrileña y frecuentó los más populares cafés y tertulias. Este ambiente le dio la oportunidad de conocer la obra de Manuel Paso. Sin embargo, casi con seguridad, podemos decir que Juan Ramón no lo conoció personalmente ya que parece ser que el granadino no se encuentra en la capital en esas fechas. Regresa a finales de año, muy cerca de su triste final. Cuando Juan Ramón regresa a Madrid años más tarde, en 1902, Manuel Paso ya ha muerto.
A ambos autores les une un origen común, su Andalucía natal. A ambos una pronta vocación: la poesía. El contexto de la literatura finisecular con la aparición de las innovaciones modernistas describe el escenario en el que ambos escritores se dan a conocer en el panorama literario español.
Teniendo presentes estos antecedentes nos ocupamos en este artículo de la influencia de Manuel Paso que Juan Ramón Jiménez reconoce en su poesía
El poeta de Moguer recuerda, en su madurez, cómo ha mantenido una continua devoción lunar a lo largo de su trayectoria literaria:
“yo no estoy arrepentido de mi devoción lunar, ni de la de mi juventud ni de la siguiente. Al fin y al cabo, ¿qué dioses, qué diosa más cercana que esta luna del sol que se nos acerca, nos acompaña y nos sirve por mar y tierra, por vida y muerte con perseverancia y fidelidad de ausente amorosa?“.
Juan Ramón, niño, miraba por el cristal amarillo de su casa moguereña descubriendo todo un mundo de luz ante sus ojos. La poesía española del fin de siglo, en su carrera hacia una nueva forma de entender y expresar un mundo nuevo, el modernismo, se ve inmersa en una pugna cromática, en la que el amarillo compitió con el azul modernista. Juan Ramón, haciéndose eco de las manifestaciones literarias contemporáneas pero imponiendo su genio personal, “impuso el amarillo” liberándolo de la calidad de siniestro que tuvo hasta entonces: “fue un amarillo liberador”. Sin embargo en lo que se refiere a la luna no siempre es así, como veremos más adelante. En su poesía abundan los “lirios amarillos”, las “rosas amarillas”, los “cielos amarillos”… Ambos términos, la luna y lo amarillo, se unen para dar forma a la figura estilística que más gustaba a Juan Ramón de Manuel Paso: las lunas amarillas, y que éste no hizo sino esbozar solamente en dos composiciones: los poemas Nieblas y Otoño.
En los libros juanramonianos más tempranos podemos encontrarlas por ejemplo en:
- Arias Tristes (1903), “La otra tarde se ha llevado…”
He entreabierto mi ventana:

la luna camina muerta,
sin luz, sin besos ni lágrimas,
amarilla entre la niebla.

El escenario del poema se presenta con una ambientación otoñal:

Parece que están soñando
con sus pobres hojas secas;
yo les digo: no lloréis,
ya vendrán las hojas nuevas.

La luna amarilla de Manuel Paso, que reproducía J. Ramón recordando el poema Nieblas, también pone el color pálido a un ambiente entristecido por la llegada del invierno:

¡Ya pronto anochece!
¡Qué triste está el cielo!
El aire cimbrea los álamos secos;
Ya hay nieve en la cumbre del monte;
La luna amarilla
¡Se refleja en los campos desiertos! (Versos 1-7 de Nieblas II).


La sensación de melancolía, de inacción, de frío, se da en ambos poemas. Pero la predicción del invierno se adelanta con los primeros días del otoño. Parece que Verlaine asoma desde una esquina de estos otoños amarillos:


Ya apenas el ganado ramonea;
ya el campo fértil se tornó en ingrato;
ya ve el pastor al regresar del hato,
la luna que en el cielo amarillea. (Versos 9-12 de Otoño , de Manuel Paso, en Nieblas, (1902)).



R. Cardwell ve, también, en la descripción del ambiente en Nieblas I esos motivos que aparecen en las tardes otoñales del primer Juan Ramón: “In both of the eponymous poems of the collection we find themes, motifs and diction that are irresistible reminiscent of the autumnal evening mistiness of Jimenez’s early poems.” Incluye los ejemplos sacados de la composición Nieblas.
Un año más tarde Juan Ramón publica Jardines Lejanos, (1904):

“Hay bellezas íntimas y tenues en estas tardes de esplendor…; y la luna amarilla, y todo lo gris del cielo y de las sendas…“
La tristeza hace embriagarse a la naturaleza porque Se está muriendo el otoño:
Y la triste claridad
de la luna amarillenta,
un ruiseñor llora dulces
preludios entre la niebla.

En esta serie de composiciones el ambiente se envuelve en un halo de vaguedad, de niebla, ambientación preferida por Manuel Paso a la hora de retratar el desasosiego nocturno, trasunto de la angustia vital del poeta: flota un “humo blanco” en un “valle lóbrego“; la luna “amarilla entre la niebla“, “la luna amarillenta, // un ruiseñor llora dulces // preludios entre la niebla“. La luna “sin luz“, la luna con su “triste claridad“, producen en el lector la sensación de encontrarse en un escenario melancólico y misterioso, pero sobre todo, frío, pálido. La luna está pálida, es una muerta. El tópico literario de la amada muerta se sigue venerando poéticamente en este modernismo español que llega al regocijo estético en la descripción de lo patético. Hay poemas que se ambientan en tétricos escenarios, más o menos exóticos, construidos ya por los poetas románticos. El poema Nieblas es un ejemplo, también San Francisco de Borja de Manuel Paso.
Coinciden en el tono lánguido de estos poemas ambos autores, especialmente las primeras composiciones de J. R. Jiménez, como “Tristeza primaveral”:


¡Tengo una tristeza
dentro de mi alma…
¡siento unos deseos
de ahogarme en mis lágrimas…!
Cada vez que sueño
con aquellas tardes serenas y limpias,
en que me pedía llorando de pena que no la olvidara,
en que sonriendo feliz y tranquila,
clavando en mis ojos sus ojos ardiente, loca me besaba…
Yo tan sólo veo
aquel cementerio donde ella descansa…;
yo tan sólo veo aquella dulzura con que agonizaba,
aquellas pupilas que lloraban muertas,
aquella carita fría y azulada,
aquella sonrisa de inmensa amargura
entre los azahares de la caja blanca…!
¡yo tan sólo siento
aquel beso último empapado en lágrimas…!
¡La noche me sigue 
Y el rayo me aguarda!
¡Qué noches me esperan 
Tan tristes, tan largas! 
Tengo un ánsia… ¡y un peso, y un frío!…
Parece que llevo
El cadáver de Rosa en el alma. (Nieblas I) 

Esta predilección juanramoniana se había de extender a otros momentos literarios y vitales. Su libro Con el carbón del sol recopila algunas de las prosas que el poeta moguereño quiso reunir para hacer una edición de sus textos “no poéticos”. En él se encuentran las Primeras Prosas, fechadas entre 1895 y 1913. La balada, tan del gusto del fin de siglo, ocupa en este volumen un importante lugar.

Entre las “Baladas para después” se encuentra la “Balada de la luna amarilla”:

¡Luna grande y amarilla!
Sobre la tapia del cementerio, Luna amarilla, que grande y redonda estás entre los pinos! Temblará tu oro en la lluvia de esta tarde y el humo del pastor te velará un momento en la colina.
¡Luna grande y amarilla!
¡Cielo verde… Luna de siemprevivas! Tú decoras tristemente el nuevo aniversario de mi corazón, esta noche de viento, de llovizna y de recuerdos sin consuelo.
¡Luna grande y amarilla!
En su libro sobre el modernismo, Juan Ramón habla sobre su juventud literaria y nos da cuenta de sus influencias literarias:
“También leía a un poeta granadino, Manuel Paso, hoy injustamente olvidado, y de donde yo saqué mis lunas amarillas:
“… la luna amarilla
se refleja en los campos desiertos.”

También le recuerda cuando contesta el de Moguer a Ricardo Gullón sobre aquellos autores que han sido olvidados, pero que sin embargo han sido decisivamente influyentes en la literatura de su época. Rescatando de su memoria algunos escritores olvidados, contesta:
“… Y de ninguna manera se puede olvidar a Manuel Paso, pues su libro Nieblas es el eslabón intermedio entre nosotros y los poetas a quienes llamo precursores: Rosalía y Bécquer.“
El crítico R. Cardwell afirma que Juan Ramón Jiménez estuvo en contacto con tres poetas del fin de siglo: J. A. Silva, Fco. A. de Icaza y Manuel Paso. Encuentra en los tres un mismo modelo que desarrolla en sus distintas producciones poéticas: la búsqueda de matices introspectivos, acompañados por una intuición angustiada, que continúan la línea intimista becqueriana en la expresión de los sentimientos del poeta. Encuentra una gran semejanza en temas, motivos y lenguaje en los dos poemas titulados Nieblas de M. Paso y la bruma otoñal de los primeros poemas de Juan Ramón Jiménez y señala una especial influencia del granadino en Tarde gris y Paisaje del corazón: incluso bajo los detalles del planteamiento de la conversación.

Cierra, cierra
los cristales. ¡Siento un yelo por el alma!
…¿Por qué, pálida, me besas?
¿Qué? ¿Qué quieres? ¿Que te bese?
… Deja, deja…
Mira el cielo ceniciento, mira el campo
inundado de tristeza.

También el crítico señala la coincidencia de tratamiento en el regocijo en la muerte de la amada como tópico literario:

Me abrasan tus manos,
Me hielan los besos
Que brotan tus labios
Violados y secos;
Qué pálida estás, vida mía!
¡Qué aprisa respiras!
No tan cerca… me quema tu aliento. (Versos 16-21 de Nieblas II)
Envolviendo este ambiente la luna está muerta, pálida:
¡Ya todo ha pasado
Como pasa un sueño!
La luna amarilla
se refleja en los campos desiertos. (Versos 62-68 de Nieblas II)


El dolor por la pérdida de la amada se intensifica en su expresión cuando Valle-Inclán (que nace veinte años antes de la publicación del primer libro de Manuel Paso, 1886,) publica su obra modernista por excelencia, Sonata de otoño (1902), donde el erotismo ha de ser válvula de escape del sentimiento negativo del amante.
El tiempo pasa y la poesía de Juan Ramón se va desnudando lentamente. El poeta intenta retratar el paisaje haciendo una Estampa de invierno en Poemas mágicos y dolientes (1911) donde el color es aún tenue pero se irá convirtiendo en dorado hasta conseguir una imagen surrealista del sol.

La tarde cae. El cielo
no tiene ningún dulzor. En el ocaso,
un vago resplandor amarillo
que casi no lo es. Lejos, en el campo
de cobre seco…

La luminosidad va intensificándose y llega a una explosión de color y palabra en el poema Amanecer:

“Parece que la aurora me da luz,
que estoy ahora naciendo,
delicado, ignorante, temeroso
como un niño”
El pesimismo del color amarillo se ha diluido dejando paso al calor que aporta el tono dorado:

“En el confuso despertar, su derramamiento amarillo sobre el agua es como si se hubiera exaltado hasta un oro máximo, hecho grito, estallido, resurrección, el derramamiento de diamante, alas blancas y platería que anoche, aquí mismo, esparcía la luna en el mar de acero.”

La comparación se torna surrealista. Si bien señala la prudencia de la innovación con la utilización del primer término”parece”:
“Parece que el cielo se ha roto como un gran huevo fresco y que una yema sorprendente y nunca presumida cuelga por doquiera del inmenso cascarón;…
La melancolía juvenil se torna en la vida de Juan Ramón en vivencia madrileña con su cambio de residencia. Después, el exilio. La pálida luna amarilla de J. Ramón se dora y después se intensifica cromáticamente. En Arias Otoñales:

Flota el humo blanco. El valle
se queda más solo y lóbrego.
Las esquilas lloran más,
bajo la luna de oro.”

La labor crítica de Juan R. Jiménez también repasa la obra de Manuel Paso. En carta a José Luis Cano, Juan Ramón le aconseja que la antología que está preparando sobre poetas andaluces modernos debe empezar por Salvador Rueda, porque “la línea interior es mucho más importante que la del colorismo en la poesía andaluza“. Así, dice al poeta que comience por Bécquer y después continúe: “Entre Reina y Rueda, continuando la línea becqueriana, yo pondría a Manuel Paso, un granadino muy olvidado que nunca ha sido incluído en las antolojías, que yo sepa, y que es un hito verdadero entre Bécquer y mi jeneración. Busque usted su poema Nieblas, que podrá encontrar sin gran esfuerzo. (Se reprodujo mucho por los años 95-900). Después ya puede entrar Rueda, que fue muy amigo de Paso, a quien mi jeneración pudo conocer personalmente. De modo que mi línea para una antolojía andaluza contemporánea sería; Bécquer, Ferrán, si es andaluz de nacimiento, Rivas, Tassara, Reina, Paso, Rueda, Villaespesa, etc… ” (23).
Si Juan Ramón opinaba de este modo sobre la poesía de Manuel Paso, es lógico pensar que quizá otros elementos de su poesía pudieran haberle influido igualmente. Así lo piensa también R. Cardwell. En su libro Juan Ramón Jiménez: The Modernist Apprenticeship dedica unas páginas al poeta granadino. En ellas apunta que Juan Ramón Jiménez encontró algo más que las “Impressionist ‘lunas amarillas’ in Paso’s Nieblas.” Esta conexión es fácilmente reconocible cuando Juan Ramón reconoce en Nocturnos: ” Libro monótono, lleno de luna y de tristeza. Si no existiera la luna no sé qué sería de los soñadores, pues de tal modo entra el rayo de luna en el ama triste, que, aunque la apena más, la inunda de consuelo: un consuelo lleno de lágrimas, como la luna...”

“¡Cuántas veces brillando en lontananza
te besó el blanco rayo de la luna,” (Versos 77-78, del poema Zahara de Manuel Paso)


Pero la luna no sólo es el centro de inspiración de la noche andaluza, también es la que ilumina un escenario nocturno. El gusto por la noche en “Quimérica“:


“Hora santa del crepúsculo del sueño…
¡yo te adoro!;
Tú el altar has sido siempre en que mi alma
en silencio religioso
se ha postrado, con nostalgia de lo Eterno…”
es comparable a “La Media Noche” del granadino:
“¡Fecundas horas del amor! ¡Divino
Intervalo de claras trasparencias!
Todo reposa en infinita calma;”


La noche es motivo y lugar de los distintos tipos que en ella se amparan. Si bien en Juan Ramón el poema es una confesión más íntima, se relata lo que el poeta siente en el momento, Manuel Paso prefiere hacer un retrato de aquellos espectros que la pueblan, algunos como él mismo: borracho impenitente que aún busca un ideal. (28) Verso éste que nos recuerda el último verso del poema juanramoniano “Alma de bruma”, que se encuentra en el mismo libro que el poema citado anteriormente, Ninfeas. (29) Puede ser ése el ideal del hombre de fin de siglo que aúna la tendencia intimista, reflexiva y filosófica con la curiosidad por los recientes conocimientos científicos. Ambos coinciden en la métrica: combinación de endecasílabos y heptasílabos, aparte de algunas estrofas en las que se utiliza únicamente el heptasílabo.
Quizá se puedan encontrar algunas otras semejanzas entre ambas obras. La poesía que nos trae Manuel Paso de la Vega de Granada y la alegría de luz de Moguer juanramoniana se ven inspiradas por los nuevos aires que trae a la capital el espíritu del simbolismo francés. Ambas caminan hacia una nueva forma de hacer poesía, inaugurando el nuevo siglo XX.




Juana Murillo Rubio




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