Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 21 de marzo de 2011

309.- RUBÉN MARTÍN





Rubén Martín

Nació en Granada en 1980, donde cursó estudios universitarios. Ha publicado poemas y artículos en revistas como El Maquinista de la Generación, Salamandria, Re:Viste, Oniria o Parnaso. Ha sido seleccionado en algunas antologías, entre ellas "Andalucía Poesía Joven" (Plurabelle, 2004). En 2006 gana el premio del certamen de poesía Andalucía Joven del IAJ con Radiografía del temblor, su primer y hasta ahora último libro completo de poemas, que publicó la editorial Renacimiento al año siguiente. En octubre de 2008 se le detecta vía escáner una anomalía morfológica cerebral, de momento inocua pero que quizá explique su tendencia a la doble personalidad, su atracción por la fisicidad de la palabra y su fascinación por todas las formas no catalogadas de intensidad y belleza. Como traductor ha publicado en 2010 Poemas a la muerte de Emily Dickinson (Ediciones Bartleby).




NO MÁS SÚPLICAS

No más súplicas.
Que tan sólo nos eclipse nuestra carne
y se nos caigan las luces al suelo.
Ven, a oscuras,
el silencio hecho tacto por delante;
dibújame en la piel un sótano, una ausencia,
un grito en la espina dorsal, un camino a casa.
Que ese camino nunca termine.
Que el miedo no se acueste entre nosotros.





LA ANTÁRTIDA comienza aquí. En su piel,
en sus pupilas. La caricia
desmembrada en fibra óptica, polímero,
filamento en estratos. La curva de sus labios
congelados en una hermosa ausencia
de expresión: de una espera infinita
todo puede surgir, nos dicen.

Todo.

La blancura
silente del glaciar, la perfección desnuda
del intercambio en códigos binarios. Iris artificiales:
en ellos no hay preguntas
ni respuestas, tan sólo una marea detenida
en el instante puro del naufragio,
en el umbral herido que separa la célula del plasma, la frontera
entre el silicio y el carbono, crisálida de mares por
nacer.

Pandora empieza aquí.
Un centenar de hombres
miden cada nanómetro del cuerpo,
diseñan conexiones neuronales, trenzan vasos sanguíneos
a prueba de descargas microeléctricas,
reviven la obsesión de Hans Bellmer como una sola mente colectiva,
exploran sus confusos corredores,
la atraviesan en sueños solitarios de dominio y sumisión
en los que si te acercas a un espejo
– si te acercas demasiado – llegarás a una buhardilla
en 1934, olor a yeso y pegamento,
pasos amortiguados por densas capas de papel
y estopa, restos de anatomías mutiladas:
piernas, torsos, ombligos, anos, bocas,
fallidos cuerpos que te llevan hacia el rincón oscuro
donde Ella te espera.

La coges de la cintura,
y bailas.

S
oy sólo una muñeca,
puedes hacer de mí lo que te plazca.
Puedo ser una niña o puedo
ser una madre, o no ser
nada para ti. Mis ojos son espejos
mi carne es el silencio
entre dos golpes. Y en lo que no te digo
está lo que te digo,
y en lo que no te hago está lo que hago

Un susurro
de colmenas celulares
te devuelve a la blancura, la asepsia
del laboratorio. Extirpas una hilera de cartílago,
la insertas en la incubadora, conectas el biorreactor.
Luz roja intermitente,
señal de anomalía: el recinto de Faraday
falló a las 6:40. Información intrusa.

(De Metamorfosis uno, en preparación)




El acto de no ver
tiene sus propios ojos;
el de no respirar,
oxígeno en la noche.
El no tocar
una caricia a solas;
no escuchar
su oído firme, interrogante,
más hondo en el espacio en que latimos.

Pero el acto
de no morir nos tiene sólo a nosotros,
nos sostiene: esta mirada límite,
tensa contra los muros del asedio.





MATAR EL TIEMPO

Encontré a mi asesina a medianoche.
De pie junto a la cama, a contraluz,
sus ojos sonreían
como hielo en la sangre. Eran sus labios
un exceso de sombra, apenas entreabierta;
y todas mis palabras
no imitan sino el trazo de sus muslos.
La ciudad y la fiebre nos dejaron a solas,

bajo la lluvia negra: “No te asustes.
He venido hasta aquí para matar el tiempo
y verte copular con su cadáver”.

(de Radiografía del temblor, 2007)



POR todas partes máquinas;
ninguna luz proviene
de sí misma. Más allá de los días
y las noches construyen otro tiempo,
oculto, inaccesible; en todas partes
máquinas que laten
sus compases distintos. Aquí, también mis ojos
escriben en los tuyos algo
que no puedo leer, y que nos sustituye:
nos convierte en caminos,
raíles donde avanza la perfección del círculo.

Pero donde hay asombro, hay esperanza.

De Radiografía del temblor, Renacimiento, 2006






si la lluvia murmura en el tejado
es seda negra que arde
(O. Mandelstam)

La lluvia edifica ciudades
de sólo sonido y verticalidad,
profundas, altas.
Fugaces avenidas, calles hechas de sombra
que resbala, también en nuestros labios,
hacia la inexistencia.
Si quisieras hallar un símbolo que hable por nosotros,
tal vez este: un breve lapso
de tierra que crepita como en música, arcilla,
seda negra
en fuego más que nunca incomprensible.

[de Radiografía del temblor]







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