José Antonio Sáez Fernández nació en Albox (Almería) en 1957. En su época de estudiante universitario en Granada, el programa “Poesía 70”, dirigido por Juan de Loxa en radio “Granada, dedicó un programa monográfico a su poesía juvenil y fue por entonces cuando publicó su primer poema en la revista “Bahía” de Algeciras, en un número dedicado a la poesía joven en Andalucía.
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, obtuvo en 1982 una mención especial en el VII premio de novela corta Gabriel Sijé, con su relato Virginia Woolf no pudo amarme. Un año más tarde, publica Vulnerado arcángel, su primer libro de poemas, que viene a ubicar su poesía dentro de un humanismo existencial y metafísico; a éste irán siguiendo los que conforman su ya dilatada trayectoria: La visión de arena (1987), Árbol de iluminados (1991), Las aves que se fueron (1995), Libro del desvalimiento (1995), Liturgia para desposeídos (1997), La edad de la ceniza (2001), Lugar de toda ausencia (2003) y Las Capitulaciones (2007), a los que hay que añadir los cuadernos Certidumbre efímera (antología, 1983-2003), Valle sin aurora (2005) y Diván de los amantes (2007). Vinculado a la revista "Batarro", de larga y fecunda andadura, José Antonio Sáez cultiva también la crítica literaria, habiendo publicado numerosas reseñas y estudios de gran calado sobre distintos autores.
Textos suyos han sido traducidos al inglés, francés, italiano y alemán. Su poesía se halla representada en antologías tales como: Poesía actual almeriense (1992), de Francisco Domene; …Y el sur (La singularidad en la poesía andaluza actual) (1997), de José García Pérez; El Dios del mediodía (1997), de José Luis Ortiz de Lanzagorta; Poesía andaluza en libertad (2001), de Antonio García Velasco y otros, La línea interior -Antología de la poesía andaluza contemporánea- (2001), de Pedro Rodríguez Pacheco, Poesía viva de Andalucía (2006), de Raúl Bañuelos y otros, publicada por la Universidad de Guadalajara (México), etc.
Acerca de Limaria, su prologuista, el poeta Miguel Florián, ha escrito: Sólo la palabra veraz, como la de José Antonio Sáez, es capaz de abismarnos en esa hoguera de desvalimiento y ternura a que al fin se reduce la naturaleza humana. Es la suya la palabra que busca desnudar y acrecentar el mundo, la palabra que emerge de la experiencia del misterio, del deslumbramiento, de la admiración hacia cuanto nos envuelve. Libros como Limaria nos confirman que la poesía, la poesía verdadera, nunca ha desaparecido.
Pues todo está impregnado de lo fútil caduco
y apunta al horizonte sellado de la muerte;
vi pasar las muchachas, sus cuerpos enfundados
en vaqueros de ajuste perfecto, la breve transparencia
de sus camisetas que señala su bien medidas formas
y deja al descubiertolas redondas caderas,
como aros donde gira la infancia sepultada.
Escucho su voz y bebo el vino agrio de su risa
creciendo en los sembrados donde vierte su sangre
la corola de púrpura de la hirviente amapola
y las veo pasar con la melancolía
de quien sabe tras ellas emboscada la muerte,
entre lasondulantes hojas que trenza el viento.
Pasáis, rubias muchachas, ante mí y con vosotras
se va también la dulce adolescencia breve,
el tiempo esplendoroso y los días azules
dejándome a merced de esta íntima certeza.
La vida, con vosotras.
En mí, la desventura.
( Limaria y otros poemas de una nueva Arcadia,
EH Editores, 2008, Jerez de la Frontera)
MEDITERRÁNEA
Me es grata la soledad y me es caro
el silencio que conduce al secreto
de mi insignificancia,
alejado de la miseria ajena
y enfrentado a la propia.
Desde mi atalaya de sal diviso
los navíos sobre la banda azul
del horizonte y, en la tarde pacífica,
la luz estalla en la cal de las piedras
hasta cegar mis ojos.
Nada extraño perturba esta brisa
ni el concierto de las olas amantes
que besan con dulzura
las arenas rendidas a mis plantas
y un rubio sol fecunda con sus rayos.
Confinado en esta ínsula
donde nidifican los cormoranes,
tan sólo el cielo y el agua me sostienen.
No anhelo nada más.
Me instalo aquí para esperar la muerte.
EL CRUCIFICADO
Fue mortal, comió del árbol
que le fuera prohibido,
se batió con un ángel,
expulsado del paraíso
tuvo sed, sintió miedo...
Vendió su primogenitura
y, con un beso,
selló cuanto anunciara
en un pacto secreto.
No hay, creedme, otro camino
que no lleve a la cruz.
Una cruz es un hombre
con los brazos abiertos.
EL TRANSTERRADO
Desdichado aquél que lejos de su tierra
siente en su corazón crecer la añoranza
de los días aquellos en que, joven,
viera brotar los pastos y las hojas
de los valles tan claros en su aldea,
y en tierra extraña sueña y se consume
con el rostro surcado por las lágrimas.
Mira hacia el horizonte y sólo ve
lo que su alma cansada le regala:
una ofrenda de flores esmaltadas,
cuyo perfume en su tardanza anhela.
DICE DE SU HIJO
Para los tres años de mi hijo Fco. Javier
Hijo mío: ¿cómo no creer en la ternura
si tú existes y vas y, en un instante,
alumbras, como una antorcha viva,
los rincones oscuros de mi corazón cansado?
Tú extraes de mis ojos la primera mirada,
aquella que me devuelve al mundo:
¡cómo mirarte triste, desgarrado, doliente,
si vienes con palabras que son bálsamo y curan,
intactas y eficaces, luminosas y puras.
DE CÓMO EL POETA, ESTANDO UN DÍA AFLIGIDO,
ESCUCHÓ EL CANTO DE UNA AVECILLA
QUE LE RECONFORTÓ.
¿Quién es aquél que así templa el laúd
y hace sonar las cítaras dormidas?
Oculto en el ramaje, galán de la arboleda,
va soltando sus trinos que suenan al oído
como notas surgidas de un dorado instrumento.
¡Cómo eleva tu música, trovador de espesura,
y cómo en lo más hondo mana allí incontenible,
en el agua que llora, la herida que perdura
oculta y renovada, fluyendo en mi costado!
Vienes a este confín de mi tristeza sola,
regresas al lugar de mi desesperanza,
delfín silbador, tronante como un clarín
que ensordece los tímpanos y la tarde corteja
en sonidos vibrantes de la umbría gozosa:
¿qué piruetas registras, levísimo en el aire,
de flor en flor que ciega, de besos que licúas
y en ramas que figuran como claves de sol?
Eres un pentagrama que llega en oleadas,
un perfume de nardos que afligidos suspiran,
un rosario de trinos, una fuente del canto
surgida de una lágrima, renovada y perfecta.
¡Con qué dulzura llegas e invades mis adentros,
vencedor de la sombra, de mi melancolía,
arcángel diminuto, levísimo en el aire!.
MEDITERRÁNEA
Me es grata la soledad y me es caro
el silencio que conduce al secreto
de mi insignificancia,
alejado de la miseria ajena
y enfrentado a la propia.
Desde mi atalaya de sal diviso
los navíos sobre la banda azul
del horizonte y, en la tarde pacífica,
la luz estalla en la cal de las piedras
hasta cegar mis ojos.
Nada extraño perturba esta brisa
ni el concierto de las olas amantes
que besan con dulzura
las arenas rendidas a mis plantas
y un rubio sol fecunda con sus rayos.
Confinado en esta ínsula
donde nidifican los cormoranes,
tan sólo el cielo y el agua me sostienen.
No anhelo nada más.
Me instalo aquí para esperar la muerte.
EL CRUCIFICADO
Fue mortal, comió del árbol
que le fuera prohibido,
se batió con un ángel,
expulsado del paraíso
tuvo sed, sintió miedo...
Vendió su primogenitura
y, con un beso,
selló cuanto anunciara
en un pacto secreto.
No hay, creedme, otro camino
que no lleve a la cruz.
Una cruz es un hombre
con los brazos abiertos.
EL TRANSTERRADO
Desdichado aquél que lejos de su tierra
siente en su corazón crecer la añoranza
de los días aquellos en que, joven,
viera brotar los pastos y las hojas
de los valles tan claros en su aldea,
y en tierra extraña sueña y se consume
con el rostro surcado por las lágrimas.
Mira hacia el horizonte y sólo ve
lo que su alma cansada le regala:
una ofrenda de flores esmaltadas,
cuyo perfume en su tardanza anhela.
DICE DE SU HIJO
Para los tres años de mi hijo Fco. Javier
Hijo mío: ¿cómo no creer en la ternura
si tú existes y vas y, en un instante,
alumbras, como una antorcha viva,
los rincones oscuros de mi corazón cansado?
Tú extraes de mis ojos la primera mirada,
aquella que me devuelve al mundo:
¡cómo mirarte triste, desgarrado, doliente,
si vienes con palabras que son bálsamo y curan,
intactas y eficaces, luminosas y puras.
DE CÓMO EL POETA, ESTANDO UN DÍA AFLIGIDO,
ESCUCHÓ EL CANTO DE UNA AVECILLA
QUE LE RECONFORTÓ.
¿Quién es aquél que así templa el laúd
y hace sonar las cítaras dormidas?
Oculto en el ramaje, galán de la arboleda,
va soltando sus trinos que suenan al oído
como notas surgidas de un dorado instrumento.
¡Cómo eleva tu música, trovador de espesura,
y cómo en lo más hondo mana allí incontenible,
en el agua que llora, la herida que perdura
oculta y renovada, fluyendo en mi costado!
Vienes a este confín de mi tristeza sola,
regresas al lugar de mi desesperanza,
delfín silbador, tronante como un clarín
que ensordece los tímpanos y la tarde corteja
en sonidos vibrantes de la umbría gozosa:
¿qué piruetas registras, levísimo en el aire,
de flor en flor que ciega, de besos que licúas
y en ramas que figuran como claves de sol?
Eres un pentagrama que llega en oleadas,
un perfume de nardos que afligidos suspiran,
un rosario de trinos, una fuente del canto
surgida de una lágrima, renovada y perfecta.
¡Con qué dulzura llegas e invades mis adentros,
vencedor de la sombra, de mi melancolía,
arcángel diminuto, levísimo en el aire!.
DECIR DE LAS AULAS VACÍAS
Ahora que empezáis a remontar el vuelo
como avecillas, que en el aire,
la luz transverbera en su plumaje,
y hace de otro el brillo de sus alas;
os diré que habéis pasado sobre mi corazón
como una ráfaga, y que os he dado
cuanto de aprovechable había en lo que tengo.
Acordaos ahora de cómo os contagió
del Arcipreste el fuego;
y de cómo Manrique descubrió
con gravedad, la vida que es un río;
de que con Calixto ascendimos
al jardín de amor de Melibea;
y Garcilaso, ¡oh Dios, qué dulce suena
en su dolor la estancia!;
Rozar Fray Luis, apenas, que no todo es materia;
llegar, con reposo, luego hasta Cervantes,
y más tarde a Quevedo
con su clarividencia que tanto desconcierta...
La vida fue, sin duda,
un ejercicio de entrega y de desgaste;
a todos os evoco, y me quemáis aquí,
como una ardiente brasa que mi dolor consume.
Muchachos que empezáis a saber de la vida
y sus dolores tantos:
con vosotros estoy, y quisiera, tal vez,
que en vuestro corazón ardiera
el amor a una Lengua
en la que os iniciáis a comprender el mundo
con palabras solemnes, tan plenas de sentido,
que del amor al tiempo acercan a la muerte.
Aquella os va en la sangre
y azuza en vuestras venas
vigilias del Espíritu.
Quedaos aquí, conmigo,
en este arcón que guarda
la soledad de un náufrago.
Pues ¿por qué no decirlo?
¡os he entregado tanto!
Visión de la rosa que ardía sin consumirse.
Para don Luis de Góngora.
Flameaban al sol sus pétalos estelares
como ajorcas prendidas
a relucientes miembros de bailarina
que danza
y, grácilmente, por la brisa
es cimbreada;
mientras lerdas gotas del elixir más frío
emulaban la daga del beso
que abríase camino
sobre el lívido bosque de la corola
y a prolongado trago
invitaban que saciara.
El cáliz sus destellos dorados despedía
doblegando pupilas
como palmas rendidas en sofocado éxtasis,
vistoso pórtico, a cuya entrada,
arcángeles cegados anunciaban
prometedor deleite de estambres y pistilo.
Toda la flor levitaba el aire mismo,
exhalando dulcísimo aliento
que de sí desprendía y, a los sentidos,
en deleitoso letargo suspendía.
Donde placer y dolor, en brevedad suma,
coronaban
la extenuada visión de sus espinas.
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